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miércoles, 23 de agosto de 2017

El ciclo de la vida

   Cuando lo conocí, era la persona más optimista que había visto. No puedo decir que alguna vez hablamos más de lo necesario y creo que él nunca supo mi nombre. Pero durante tres meses compartimos el mismo horario, comimos a la misma hora y hacíamos cada uno nuestra parte, a un lado y al otro de la cámara. Ángel era su nombre y siempre me causó gracia cuando lo decía a la gente pues sonreía un poco más de la cuenta, como si quisiera que te arrodillaras para rezar por su existencia.

 Estaba claro que había hecho todo lo correcto para llegar hasta donde estaba. Era menor que yo pero había tenido un camino más corto y mucho más provechoso por la vida. Su aspecto de galán y su manejo de la gente que lo rodeaba lo había llevado al set de esa película y seguramente sus planes iban mucho más allá de una producción local, en un país sin una industria fuerte donde solo se intenta dejar una marca durante un tiempo lo suficientemente largo.

 Él de eso no sabía mucho. Sí, había estudiado en un teatro. Pero antes había sido modelo de ropa interior, desde la mayoría de edad. Antes era de esos chicos que eligen para todas las series de la tarde en la que repiten las mismas frases horribles día tras día, esperando que alguna vez llegue el momento en que las amas de casa o los dueños de las cafeterías se alcen en armas contra la mediocridad de la televisión. Él era la cara de esa patética forma de cultura y la verdad es que lo detestaba por eso.

 Para mí, ese set iba a ser el lanzamiento de mi carrera personal. Yo no era actor, no quería que nadie me viera, al menos no de inmediato. Lo que quería era ser alguien en esta vida y, después de muchos años de intentar, por fin me dieron la oportunidad que había estado buscando. Durante los meses de preproducción no tuve una vida real. Tenía que levantarme en las madrugadas y llegar a casa rendido pasada la medianoche. Iba de aquí para allá, sin detenerme por más de unos minutos.

 Ese camino era el único que había para mí. Y cuando lo vi sonreír por primera vez, supe que él nunca había pisado ese mismo camino. Él no tenía ni idea de lo que era sentirse dejado a un lado, discriminado en más de una manera. Su estúpida sonrisa y su cuerpo perfectamente modelado se habían encargado de darle todo lo que quisiera, sin importar lo que fuera. Desde los dieciocho años vivía solo, había presentado programas, había actuado y había viajado y comprado lo que había querido. El pobre de Ángel lo tenía absolutamente todo, no sabía nada.

 Eso era lo que yo pensaba al comienzo. Pero todos sabemos que, con el tiempo, los muros más gruesos y las máscaras mejor confeccionadas caen al suelo y se parten en mil pedazos. Empecé a verlo caer cuando me quedé, como de costumbre, por unas horas más después de terminado el rodaje. Era una vieja fábrica y todos recogían cables y luces y yo tenía que ser el que anotara que todo estuviese en su lugar o sino los seguros se volverían locos.

 Ya casi todo estaba en su sitio, en los camiones. Fui a dar una última vuelta para verificarlo todo pues al día siguiente debíamos iniciar rodaje en otra locación y no podía permitirme perder siquiera una esponja de las que usan en el maquillaje. Fue entonces, cuando recogiendo unos cigarrillos de la actriz que compartía escenas con Ángel, que lo vi. Estaba de espaldas pero supe al instante lo que hacía. Me dio placer al verlo, tanto así que sonreí y, sin pensarlo mucho, le tomé una foto sin que se diera cuenta.

 Nunca pensé nada de esa acción. Fue algo así como una reacción automática. No planeaba hacer nada con esa imagen, era algo así como una manera de burlarme de él en mi mente. Sí, puede que mi estado mental personal no sea mejor que el de él, pero así fueron las cosas y excusarme ahora o tratar de explicar mis acciones no tiene ya mucho sentido. El caso es que me di la vuelta y regresé con los demás. Al otro día los camiones y todo el equipo estaba en otro lugar, trabajando como siempre.

 Fue en ese escenario, un pequeño pueblo costero, en el que hubo un grave accidente por culpa de uno de los tipos que manejaban una de las grúas. Hubo un desperfecto relacionado a la falta de mantenimiento. La grúa no estaba bien asegurada, cayó de golpe y mató a uno de los asistentes de iluminación. La producción se paró al instante y mi trabajo creció el doble. No fui a casa en varios días y tuve que aguantarme miles de insultos de un lado y de otro. Sin embargo, me pedían soluciones.

 Tengo que decirlo: fui mejor de lo que nadie nunca hubiese pensando en ese momento. Toda mi vida la gente a mi alrededor me había culpado de inútil, de bueno para nada, de peste. Fui un cáncer por mucho tiempo y todavía me miraban como tal. Pero cuando arreglé la mierda en la que un idiota nos había metido, dejaron de mirarme como antes. Ahora era su héroe, y por un par de días, me miraban más a mí que a él. Fue la única vez que cruzamos miradas intencionalmente y creo que hice lo posible para hacerle saber lo que pensaba de él durante esos segundos.

 Sin embargo, lo bueno jamás dura. La muerte del asistente fue un escandalo que avivó las molestas llamas de los medios que empezaron a presionar de un lado y del otro. Unos quería que la producción terminara para siempre y otros pedían y pedían información, de una cosa y de otra. Debí imaginarme que ese sería el momento adecuado para que los periodistas menos honestos empezaran a hacer de las suyas. No lo vi venir y de eso sí me culpo todos los días, a pesar de que nadie más lo haga.

 Y me culpo porque, de hecho, fui yo el que terminó el día de muchas personas. Una mujer sin escrúpulos contrató a un experto en tecnología que hackeó todo lo que pudo de varios de nuestros portátiles. Nunca se supo exactamente como lo hizo, pero lo más seguro es que alguno de los otros idiotas con los que trabajáramos decidiera darle acceso. Al fin y al cabo, había mucha gente enojada y asustada por lo que había pasado y culpaban a los productores de todo lo que pasaba. Yo era parte de ese equipo.

 Borré la foto de mi celular la misma noche que la tomé. Pero olvidé que todas mis fotos se subían automáticamente a la famosa “nube” de internet. Ese pequeño tesoro fue uno de los muchos juguetes descubiertos por esa mujer, quien decidió publicarlo todo en el medio que más dinero le dio. Por supuesto, la producción fue detenida permanentemente y Ángel fue el más damnificado de todos. Se dijo que los ejecutivos incitaban su comportamiento, para nada a tono con el gran público al que querían servir.

 Su carrera murió en ese momento. Nunca nadie más lo contrató, excepto producciones tan moribundas como él. Se dice que se metió al mundo de la pornografía y confieso que siempre he tenido curiosidad de saber si eso es verdad. Cuando estoy libre, lo que no es seguido, me encuentro frente al portátil con la intención de saber más. Pero entonces sonrió una vez más porque resulta que su descarrilamiento fue la tragedia necesaria para impulsarme hacia donde deseaba.

 Ante el público, los medios y la competencia, era yo el que había hecho el mejor trabajo cuando todo se fue al carajo. Fue yo quién trató de sacar la película adelante y fui yo quien dio la cara al comienzo, cuando todos corrían como ratas.


 Nadie nunca supo de donde había salido la foto. Nadie nunca se lo preguntó, excepto tal vez el mismo Ángel. Ahora soy yo el que está arriba, el que disfruta una vida tomada casi a la fuerza. Me alegra. No puedo decir que me duela ver a alguien caer para que yo pueda subir. Es el ciclo de la vida.

viernes, 5 de mayo de 2017

Él y los cambios

   No sabíamos muy bien como o porqué, pero habíamos terminado sobre mi cama, besándonos como si fuera nuestra última oportunidad de hacerlo. No era algo romántico y seguramente nunca iba a ser más que solo algo de un día, una tarde para ser más exactos. Tras cinco minutos, estábamos sin una sola prenda de ropa encima y la habitación se sentía como un sauna. Así estuvo el ambiente por un par de horas, hasta que terminamos. Él se fue para su casa y yo ordené la mía.

 Me había dicho a mí mismo que era algo pasajero, algo que no podía funcionar. Pero de nuevo, el viernes siguiente, estábamos teniendo sexo en su habitación. Estaba tan emocionado por lo que hacía en el momento, que en ningún instante me pregunté como había llegado hasta ese punto. Y con eso me refiero a llegar físicamente, pues Juan no vivía muy cerca que digamos pero yo estaba ahí como si fuera mi casa. Se hacía tarde además pero no me preocupé por nada de eso toda la noche.

 Lo curioso es que no hablábamos nunca. Es decir, no nos escribíamos por redes sociales, no nos llamábamos por teléfono ni quedábamos para tomar un café o algo parecido. Para lo único que nos contactábamos, y eso solía ser solo por mensajes de texto bastante cortos, era para tener sexo y nada más. Incluso ya sabíamos como escribir el mensaje más corto posible para poder resumir nuestros deseos personales en el momento, lo que nos tuviera excitados en ese preciso instante.

 Cuando le conté a una amiga, me dijo que le daba envidia. Seguramente era porque ella y su novio habían estado juntos por varios años y ella nunca había tenido un tiempo de salir con otras personas. Siempre había estado con el mismo hombre y se arrepentía. Eso sí, siempre aclaraba que lo amaba hasta el fin del mundo pero me decía, siempre que tenía la oportunidad, que le parecía esencial que la gente joven tuviese esa etapa de experimentación que ella no había tenido.

 Yo siempre me reía y le decía que mi etapa había durado casi treinta años y parecía que seguiría así por siempre. Me decía que en el algún momento, en el menos pensado de seguro, sentaría cabeza y decidiría vivir con algún tipo y querría tener un hogar con él e incluso una familia. Solo pensar en ello se me hacía muy extraño pues en ningún momento de mi vida había querido tener hijos ni nada remotamente parecido a una familia propia. Con mis padres tenía más que suficiente. Y respecto a lo de tener un hogar, la idea era buena pero no veía como lograría eso.

 Curiosamente, la siguiente vez que me vi con Juan, sentí que había algo distinto entre los dos. No en cuanto al sexo, que fue tan entretenido y satisfactorio como siempre. Era algo más allá de nosotros dos, de pronto una duda que se me había metido a la cabeza, algo persistente que no quería dejarme ir. Esa noche fue la primera vez que le di un beso de despedida a Juan, en su casa. Se notó que lo cogí desprevenido porque los ojos le quedaron saltones.

 Apenas llegué a casa, me puse a pensar porqué había hecho eso. Porqué le había dado ese beso tan distinto a los que nos dábamos siempre. Habíamos sido suave y sin ninguna intención más allá de querer sentir sus labios una vez más antes de salir. No tenía ni idea de cómo lo había sentido él pero yo me di cuenta que había algo que me presionaba el pecho, como que crecía y se encogía allí adentro. Prefería no pensar más en ello y me distraje esa noche y los días siguientes con lo que tuviese a la mano.

 La sorpresa vino un par de días después, un fin de semana en el que Juan llegó a mi casa sin haber escrito uno de nuestros mensajes con anterioridad. Había tormenta afuera y, cuando lo dejé pasar, me dijo que había pensado en mi porque sabía que vivía cerca y no parecía que la lluvia fuera a amainar muy pronto. De hecho, un par de rayos cayeron cuando le pasé una toalla para que se secara. Le dije que podía quedarse el tiempo que quisiera y le ofrecí algo caliente de beber.

 Fue mientras tomábamos café cuando me di cuenta que ese sentimiento extraño había vuelto. Estando junto a él, de pronto sentí esa tensión incomoda que se siente cuando uno es joven y esta al lado de la persona que más le gusta en el mundo. Hablábamos poco, casi solo del clima, pero a la vez yo pensaba en mil maneras de acercarme y darle otro beso, este mucho más intenso, ojalá con un abrazo que sintiera en el alma. No me di cuenta de que lo que pensaba no era lo de siempre.

 Por fin, le toqué la mano mientras estábamos en silencio. Fue entonces que todo sucedió de la manera más fluida posible: él se acercó y me puso una mano en la nuca y yo le puse una mano en la cintura y nos besamos. No sé cuantos minutos estuvimos allí pero se sintió como una eternidad. Y lo fantástico del caso, al menos para mí, es que solo fue un beso. Eso sí, fue uno intenso y lleno de sentimiento que no entendimos por completo en el momento. Nuestras manos, además, garantizaban que la totalidad de nuestros cuerpos estuviesen involucrados.

 Y sí, como en todas las ocasiones anteriores, terminamos en mi habitación. Con la tormenta como banda sonora, fue la primera vez que hicimos el amor. Ya no era solo sexo, no era algo puramente físico y desprovisto de ese algo que le agrega un toque tan interesante a las relaciones humanas. Recuerdo haberlo besado mucho y recuerdo que su cuerpo me respondía. Nuestra comunicación era simplemente fantástica y eso era algo que jamás me había ocurrido antes, ni con él ni con nadie.

 Cuando terminamos,  y eso fue cuando ya era de noche, nos quedamos en la cama en silencio. Estábamos cerca pero no abrazados. Eso también era un cambio, pues normalmente ya nos hubiéramos levantado y cada uno estaría en su casa. Pero esa vez solo nos quedamos desnudos escuchando los truenos y a las gotas que parecían querer hacer música contra el cristal de la ventana. No diría que era romántico. Más bien era real y eso era lo que ambos necesitábamos con ansías.

 Eventualmente nos cambiamos. Mientras él buscaba su ropa por la habitación, le propuse pedir una pizza. Él dudó en responderme pero finalmente asintió. Pareció reprimir una sonrisa y son supe muy bien como entender eso. En parte porque no entendía porqué lo haría pero también porque estaba distraído mirando su cuerpo. Siempre me había gustado pero ahora lo notaba simplemente glorioso, de pies a cabeza. Juan era simplemente una criatura hermosa.

 La pizza llegó media hora más tarde. Estaba perfecta para el clima que hacía en el exterior. Mientras comíamos, hablábamos un poco más pero no demasiado. Hablamos de cosas simples, de gustos en comida y de lugares a lo que habíamos ido. Compartimos pero no demasiado, no era correcto hacer un cambio tan brusco y en tantos sentidos. Parecíamos estar de acuerdo en eso, a pesar de no haberlo acordado. Apenas terminamos la pizza, se fue aprovechando que la tormenta había terminado.

 El resto de la noche me la pasé pensando en él, en su cuerpo, en como se sentía en mis manos y en mi boca. En lo perfecto que lo encontraba y esos sentimientos nuevos que habían surgido de repente pero no que no quería dejar ir ahora que los sentía.


 Lo trágico es que nunca lo volví a ver. Nunca respondió mi siguiente mensaje y no me atreví a buscarlo en su casa. Años después lo vi saliendo de un edificio con otra persona y pude ver que era feliz. Por fin sonreía, no se ocultaba. Habría hecho lo imposible para que esa sonrisa fuese para mí, pero ya era tarde.

lunes, 24 de octubre de 2016

Sexo y música

   Cuando lo besé, sentí que las rodillas se me doblaban solas, como si mi cuerpo de repente dejara de responder o como si todas mis fuerzas y espíritu estuvieran entregadas a ese solo momento. Me acerqué más, mientras sentía su espalda con mis manos sobre su ropa. Él hizo lo mismo pero empezó más abajo y de un momento a otro me tomó con fuerza y alzó mi cuerpo y me llevó, sin dejar de besarnos, a mi habitación. Allí no prendimos las luces ni cerramos las cortinas. No hicimos nada más sino besarnos y disfrutar el cuerpo del otro.

 Las prendas de vestir fueron cayendo al suelo, una a una, hasta que no tuvimos ninguna más encima y se trataba solo de nuestros cuerpos, el uno contra el otro. Sus besos pasaron de mi boca al resto de mi cuerpo y mientras todo sucedía me di cuenta de lo bien que me sentía, tan bien como jamás me había sentido en mi vida. Sentía como si mi piel fuera ultra sensible, sus besos eran simplemente lo mejor de la vida. Y sus besos me hacían sentir más de una cosa al mismo tiempo. Hacía mucho eso no ocurría.

 Afuera, la noche cayó y una suave llovizna cayó sobre la ciudad. Pero ninguno del dos se dio cuenta hasta el día siguiente, cuando amanecimos el uno sobre el otro, con las sábanas enredadas por el cuerpo. Apenas me desperté, tomé el cubrecama y nos cubrí a los dos pues hacía mucho frío. Él ni se dio cuenta pero su cuerpo parecía estar temblando ligeramente por el frío. Le di un beso en la espalda, cubrí nuestros cuerpos y me quedé dormido en apenas segundos. Tuve un sueño tranquilo que duró apenas algunas horas.

 Cuando me desperté de nuevo, él ya no estaba a mi lado. Por un momento pensé que se había ido sin decir nada pero entonces escuché un sonido de la cocina y me puse de pie para ir a ver de que se trataba. Cuando llegué, lo vi delante de un par de sartenes, usando una espátula para hábilmente voltear unas tostadas francesas. También había hecho tortilla de huevo y tenía la botella de jugo lista a un lado. Por un momento, me dediqué solo a contemplar su cuerpo, los hermosos brillos que tenía, su sensual silueta natural.

 Cuando se dio cuenta que estaba allí, me sonrió y se disculpó por tomar de mi comida pero le dije que no había problema. En pocos minutos sirvió y desayunamos juntos en el sofá, sin ropa y con algo de frío, pero sin dejar de vernos el uno al otro. Cuando nos despedimos, después de ducharnos y hacer el amor de nuevo, cada uno quedó en la mente del otro de manera permanente. Solo podíamos pensar en ese día y en todo lo que había ocurrido. No podíamos decir otra cosa que había sido una de las mejores experiencias de nuestra vida.

 Cuando llegué a la productora al día siguiente, muchos me preguntaron sobre mi sonrisa. Querían saber que era lo que había pasado, quién me había regalado esa felicidad. Pero yo no dije nada y rápidamente los encaminé de nuevo al trabajo. Teníamos mucho que hacer para promocionar dos nuevos álbumes de dos artistas muy diferentes: una era una joven cantante de jazz, que tocaba unos tres instrumentos y era bastante atractiva. La compañía le había ofrecido mucho dinero y se esperaba que fuera uno de los grandes descubrimientos de la empresa.

 Pero el que más me interesaba ver era el nuevo cantante de rap que había descubierto en un bus hacía relativamente poco. Teníamos otra cita ese mismo día para discutir las condiciones para trabajar juntos. Me había sorprendió cuando dijo que tenía un representante. Era obvio que lo consiguió de última hora pero eso nunca me había preocupado. Sonreí cuando me di cuenta que era Alejandro y por eso nos conocimos y tras solo algunos tragos fuimos a mi apartamento y pasó lo que pasó. El cliente, por supuesto, no sabía nada.

 Primero fue la cantante de jazz. Con ella íbamos más adelantados, eligiendo sus mejores canciones y a los músicos que la acompañarían en la grabación. Tuvimos que negarle a uno de los que había recomendado porque simplemente no era muy bueno que digamos. Se notó en su rostro que ella no estaba muy contenta con ello y fue al final, casi en la puerta, que confesó que ese era su novio y que temía que la relación pudiera ponerse complicada. Luego escuché a alguien diciendo que eso era algo bueno pues escribiría más canciones de despecho.

 Mi cita con Alejandro y su protegido era después del almuerzo. Todo el rato estuve pensando en él pero también en como haríamos para fingir que nada había pasado. Nunca me había metido con nadie con el que hiciese negocios y sabía que no era la idea más inteligente del mundo. Pero ya estaba hecho y había que trabajar pensando en lo que era y no en lo que yo quería que fuese el mundo. Traté de comer lo mejor posible para no estar nervioso y cuando me avisaron que subían para la reunión, creo que empecé a temblar.

 Cuando lo vi, instintivamente sonreí. Él no correspondió y supe que estaba siendo inmaduro al no saber diferenciar una cosa de la otra. Así que me controlé y los saludé a los dos de la mano. Tuvimos una larga conversación de lo que el cantante quería: honrar su color de piel y su herencia cultural en todo el proyecto, ojalá con músicos y técnicos que fuesen también negros, como todo el que lo rodeaba.  Quería ser un orgullo para su familia y su comunidad.

 Le dije que no habría problemas pues si algo nos había gustado de él era su originalidad y su energía. Después de eso pasamos al estudio de grabación y le pedí al cantante que por favor nos mostrara algunas de sus canciones originales. La primera que cantó fue muy enérgica, parecía una pelea de boxeo en la que claramente él estaba ganando. La canción iba sobre la fuerza de su gente y la opresión que había recibido toda la vida de los demás. En ese momento sentí la mirada de Alejandro por un momento pero cuando quise corresponder, la movió.

 La siguiente canción era sobre la violencia y las muertes que lo habían afectado, casi todas violentas. Eran unas líricas bastante pesadas pero sabía muy bien cómo llevar esas letras. Había mucho que pulir pero sin duda tenían a un gran artista en sus manos. Yo ya estaba listo para empezar a firmar cosas pero entonces el mismo joven me dijo que quería cantar una más, porque creía que valía la pena hacerlo allí mismo, en ese momento. Como insistió, decidí dejarlo.

 La letra de la canción era bastante más fuerte, más explícita, llena de contenido gráfico. Se podía manejar un poco, cambiando algunas palabras y ofreciendo dos versiones, una apta para todo público y la versión para adultos. Pero entonces empezó a relatar algo en la canción que me pareció muy familiar: algo de unos… Es mejor no repetir la palabra. Solo digamos que era un insulto que claramente se refería a Alejandro y a mi. Y al seguir cantando, pude darme cuenta que el chico sabía mucho más de lo que aparentaba.

 Cuando se detuvo, les dije que podían seguir a la sala de juntas si deseaban firmar el contrato. En ningún momento subí la mirada para ver a los ojos al cantante o a Alejandro pero cuando se alejaron en busca del ascensor, solo el cantante me miró con una mirada cargada de odio. Fue solo un segundo pero se sintió como un golpe directo en la mandíbula. No entendía que había pasado. Alejandro tal vez le había contado o tal vez se había dado cuenta de alguna manera. ¿Pero porqué esa actitud tan desafiante, desaprobándonos a los dos?


 Fue mi asistente quien les hizo firmar todo y me avisó cuando se fueron. Me sentía traicionado. Pero no había razón para ello. Al fin y al cabo que no nos conocíamos de hacía tanto tiempo. Apenas sabíamos un poco el uno del otro. Era más que todo el odio que había en la canción y que él no hubiese reaccionado lo que me afectó. Cuando mi asistente trajo los papeles para que yo los guardara. Al mismo tiempo me llegó un mensaje al celular. Decía “Tenemos que hablar”.  Las firmas en los papeles explicaban y confundían al mismo tiempo: cantante y representante eran hermanos.

viernes, 17 de junio de 2016

Sauna

   Con toda la confianza que le fue posible reunir en un par de minutos, Martín entró en el recinto y fue siguiendo los letreros. Lo que él quería estaba al final del pasillo. Caminó con cierta prisa, haciendo que sus chanclas hicieran un sonido gracioso, y en un momento llegó hasta la puerta que tenía un letrero grande con la palabra “sauna”. Por un momento, dudó si debía abrir la puerta o si debía volver. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo allí pero, como por arte de magia, la puerta se abrió antes de que tuviera que pensar mucho más.

 Se hizo hacia atrás para dejar pasar a la persona que salía. No lo miró a los ojos porque no se acostumbraba al hecho de no llevar nada de ropa en un lugar en el que normalmente la gente llevaba, al menos, unos pantalones cortes. Toda la zona hacía parte de la más reciente ampliación del gimnasio al que Martín había empezado a ir hacía solo un par de meses. La idea de ir al sauna le había atraído, pues decían que era bueno para muchas cosas y que debía intentarlo.

 Sin embargo, él jamás se había sentido muy cómodo con poca ropa. Cuando iba a la playa, podían pasar horas antes de quitarse la camiseta para estar más fresco. Era algo reprimido que tenía adentro, un recuerdo de la infancia, cuando su cuero era diferente y los niños eran más insensibles. Eso todavía rondaba su mente y le hacía pensar que los adultos no cambiaban mucho de cuando eran menores.

 El caso es que había escuchado a su entrenador, el tipo que le ayudaba a coordinar su rutina de ejercicio, y él le había dicho que ir al sauna era una muy buena idea pues era relajante, ayudaba un poco a adelgazar y además limpiaba la piel. La mayoría eran ventajas. Martín al comienzo no pareció muy convencido pero su entrenador le insistió tanto que decidió ir ese viernes, el día que menos gente iba al gimnasio pues estaban todos ocupados yendo a bailar y demás.

 Pensó que era razón suficiente para que el sauna estuviese más vacío y pudiese disfrutarlo más. Sin embargo, cuando entró, había cinco hombres ocupando los tres escalones que conformaban el sauna. Era bastante amplio, todo cubierto de madera, con la cosa que parecía una hoguera en el centro de la habitación y las gradas para sentarse alrededor como en un anfiteatro.

 Martín miró por un momento y decidió hacer lo que había hecho en clase en la universidad cuando entraba a salones similares: subió a la parte más alta y allí se sentó, solo, tratando de no quedarse mirando a nadie. No era difícil pues el vapor era espeso y no se veía mucho. Era una sensación extraña y pronto se dio cuenta que le gustaba. Resultaba muy agradable al encontrar la posición perfecta y cerrar los ojos.

 Lo mejor fue cuando uno de los que estaba más abajo le echó agua a las piedras. El vapor se volvió espeso de nuevo y la piel parecía recibir cada oleada de aire caliente de la mejor manera. En poco tiempo estuvo sudando pero no se sentía asqueroso como luego de hacer ejercicio. Se sentía bien, relajante. Decidió echarse para atrás, contra la pared y estirar sus piernas de modo que quedara lo más relajado posible. Por un momento, pensó que se iba a quedar dormido.

 De pronto, sintió algo en su hombro. Al comienzo, medio dormido como estaba, pensó que era algún tipo de bicho. Luego cayó en cuenta que no estaba en un parque sino en un sauna y abrió los ojos. A su lado estaba su entrenador, mirándolo con una gran sonrisa en el rostro. Era obvio que se burlaba de él por estar casi dormido. Le preguntó, tratando de no sonreír más, si estaba disfrutando el lugar. Martín le dijo que sí, que era muy agradable.

 Pero entonces se dio cuenta de algo. En los meses que llevaba allí, Raúl siempre había sido su entrenador. No lo había elegido sino que él se le había acercado y había ofrecido ayudarle. Y Martín había aceptado su ayuda pues el no tenía experiencia alguna en todo el asunto de ir al gimnasio. Desde más joven había querido empezar a tener una rutina de ejercicio, pues siempre había tenido problemas de autoestima por su físico, pero no había hecho nada al respecto hasta entonces.

 A Raúl lo veía como alguien amable pero la verdad era que no hablaban demasiado. Solo un poco al comienzo de cada hora en la que Martín iba al gimnasio y no más. Nunca se había molestado en mirarlo mucho más allá de sus explicaciones y sus consejos. Pero ahora lo tenía en frente, riéndose de él con tan solo una toalla cubriéndose su cuerpo. Y lo que no cubría la toalla, era lo que Martín miró más y no parecía poder parar de mirar.

 Raúl era quién Martín había querido ser, al menos en algún momento. Tenía el cuerpo perfectamente modelado por el ejercicio, por el gimnasio mejor dicho. Era igual que los modelos de las revistas, los que usan para perfumes o cosas que tengan que ver con la playa o el verano. Era un poco más alto que Martín, pelo corto y tenía pectorales definidos y abdominales ridículamente marcados. Era el sueño de todo el planeta.

 El entrenador le preguntó a Martín, de nuevo, como le había ido ese día en el trabajo. Cuando oyó la pregunta, a Martín se le hizo la pregunta más rara de la vida. ¿Acaso Raúl sabía en lo que él trabajaba? ¿Se lo había contado alguna vez? No tenía ni idea y ahora que lo había visto casi sin ropa, no tenía cerebro para nada más. Sus inseguridades habían vuelto.

 Respondió la pregunta con un “bien bien”, que no sonó especialmente convincente. Martín estaba más preocupado mirando como bajar las gradas para poder salir que responder algo más en una pregunta tan abierta y, para él, tan extraña. Hubo un silencio incómodo, en el que Martín trató de evitar la mirada de Raúl, tratando de ver donde estaba la puerta pero el vapor era muy espeso para ver nada. Raúl, en cambio, se estiró en su lugar y cerró los ojos, viendo que lo mejor era relajarse.

 Martín aprovechó el momento para ver el cuerpo de Raúl de nuevo. Era exactamente como él siempre había querido ser. Sin embargo, tendría que nacer de nuevo para poder ser más alto y tener una dieta muy estricta para poder perder el peso necesario y eso era algo que estaba fuera de discusión. Eso sí era algo que recordaba haberle dicho a Raúl alguna vez: agradecía ayuda con su rutina pero jamás con su nutrición. Eso estaba fuera de la mesa.

 Podía parecer obstinación, pero el caso era que Martín no quería cambiar su vida por completo nada más con adelgazar. Antes de decidir entrar al gimnasio, había pensado que lo que más quería era perder el peso que toda la vida le había molestado y tratar con ello de levantar una nueva autoestima, una que tomara en cuenta sus esfuerzos y todo lo que él hiciera para mejorar. Eso sí, no incluía la comida pues ese era uno de sus placeres más grandes y no estaba preparado para dejarlo ir. Comer menos, sí. Dejar de comer, no.

 Y ahora tenía frente a sí el modelo, el prototipo de lo que la gente quería ser, la meta a la que todos querían llegar. Se daba cuenta que él jamás llegaría hasta ese lugar, jamás llegaría a tener ese cuerpo y, siendo sincero consigo mismo, jamás tendría la confianza necesaria para estar cómodo en el suyo. Estaba atrapado entre dos cosas distintas y no podía seguir avanzando.

 En un segundo, pensó que debía rendirse. Se podía salir del gimnasio en cualquier momento, aunque perdería dinero. Pero al menos conservaría su sentido común y no se sentiría peor después. O podría seguir, tratando de acomodarse a la idea de que jamás llegaría a ser un prototipo, jamás sería lo que el mundo quisiera que él y todos los demás fueran.


 Raúl interrumpió sus pensamientos de nuevo. Le puso una mano en la espalda y le dijo que había avanzado mucho en los últimos meses y que tenía ahora un cuerpo del que podía estar orgulloso. Martín se sintió avergonzado pero también un poco confundido. ¿Que quería decir eso? ¿Acaso estaba bien ser como él, diferente al prototipo?