Practicar era lo principal. Todos los días
se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba la mochila que ya estaba llena
con lo que pudiera necesitar y se iba a la academia. Allí, tenía un salón para
él solo durante seis horas. En esas seis horas podía practicar lo que más le
gustara. Usualmente trataba de ejecutar la rutina completa para ver cuales eran
los puntos débiles o, mejor dicho, que podría mejorar de lo que tenía que
hacer. Durante la última hora, tenía casi siempre la ayuda de la que había sido
su maestra.
La señorita Passy era una mujer ya entrada en
años pero seguía siendo tan vigorosa como siempre. Durante su juventud en
Francia, había decidido viajar como mochilera por el mundo. Por circunstancias
fortuitas tuvo que quedarse más tiempo en el país de lo que hubiese deseado y
por eso se quedó para siempre. Había estudiado danza clásica por años así que
con la ayuda de amigos puso la academia, donde contrató a otros para enseñar
varios estilos de baile.
Para Andrés, practicar con ella era como hacer
su rutina con el público más exigente posible. La mujer jamás se guardaba una
critica y las hacía siempre en la mitad de la coreografía, sin importarle si
Andrés se tropezaba y perdía la concentración a causa de su actitud. Un buen
bailarín tenía que estar por encima de eso y poder corregir en el momento, sin
dar un traspiés. Para el final de la sesión, eso era lo que el chico hacía y la
mujer quedaba más que alegre por el resultado.
Al mediodía, Andrés tenía que ir a trabajar
medio tiempo a un restaurante para poder tener el dinero suficiente para no
tener que pedirle a nadie ningún tipo de ayuda. La danza como tal le daba
dinero pero jamás era suficiente. Para eso debía bailar con los mejores y en
otro país donde su pasión fuese mucho mejor recibida. Había enviado videos y
demás a varias academias y compañías fuera del país pero jamás le habían
contestado. Así que su sueño de ser famoso debía esperar.
En el restaurante debía limpiar las mesas
después de que los clientes se iban. Además, era la persona asignada si, por
ejemplo, alguien tiraba su comida al piso o se le caía un vaso con refresco o
emergencias de ese estilo. Al comienzo se sentía un poco mal al tener que hacer
un trabajo así, pero después de un tiempo se dio cuenta que necesitaba el
dinero y no podía ponerse a elegir lo que le gustaba y lo que no de cada
empleo. Ya era bastante difícil conseguir algo que hacer así que no lo iba a
arruinar así no más. Sin embargo, se la pasaba todo el tiempo pensando en el
baile.
Cuando limpiaba las mesas imaginaba que sus
manos eran bailarines dando vueltas por el escenario. Lo mismo pasaba cuando
limpiaba los pisos y por eso era seguido que uno de sus superiores lo
reprendían por no hacer su trabajo con mayor celeridad. El siempre se
disculpaba y trataba de empujar el pensamiento del baile hasta el fondo de su
cabeza pero eventualmente volvía y se le metía en la cabeza con fuerza. Era
como un virus pero en este caso él lo quería tener, sin importar nada.
Su trabajo de medio tiempo terminaba a las siete
de la noche. Eso quería decir que cuando lo contrataban para una obra, tenía el
tiempo justo para poder llegar al teatro y prepararse. Normalmente solo tenía
media hora o menos para maquillaje y vestuario pero siempre lo lograba y nunca
estaba demasiado cansado para nada que tuviese que ver con el espectáculo. Una
vez en el escenario era como si hubiese estado viviendo allá arriba por muchos
años, y así se sentía.
Le encantaban las luces que oscurecían al
público y se enfocaban solo en él. Le gustaba también vestir de mallas y sentir
que su cuerpo se aligeraba sin la presencia de ropa innecesaria. Quitarse los
zapatos deportivos que había tenido puestos en la tarde para cambiarlos por los
duros zapatos de ballet, era para él un proceso casi parecido a una ceremonia
religiosa. Era lo que más le tomaba el tiempo en la preparación y eso era
porque para él era una parte esencial del espectáculo.
Una vez arriba, en el
escenario, hacía su rutina de la mejor forma posible. No se retraía en ninguno
de sus pasos y, sin embargo, tenía siempre presente las palabras de la
profesora Passy. Corregía en la mitad del movimiento y seguía como si nada,
disfrutando del baile que lo hacía sentirse sin nada de peso, como si flotara
por todas partes. La presencia de otros bailarines y bailarinas era para él
algo sin importancia. La verdad era que siempre se veía solo sobre el
escenario.
Lo mejor de todo era cuando la función
terminaba y el público se pone de pie y aplaudía. Era como si hicieran un
enorme muro de ruido que era solo para esos pocos que habían estado sobre el
escenario. Lo mucho que lo llenaban esos aplausos y gritos, era algo casi
inexplicable. Era un sentimiento hermoso pero muy difícil de explicar a
personas que nunca lo hubiesen vivido en carne propia. Estar sobre un escenario
era estar en un rincón del mundo donde la atención está concentrada solamente
sobre ti durante un corto periodo de tiempo. Y eso es el cielo.
Su llegada a casa era siempre, hubiese o no
espectáculo, después de las once de la noche. Llegaba rendido pero siempre esperando
el día siguiente en el que seguiría su camino hacia convertirse en el mejor
bailarín del mundo. Era increíble como nunca se desanimaba, como no dejaba caer
sus brazos y simplemente se rendía ante un mundo que no parecía muy interesado
en lo que él hacía y mucho menos en recompensarlo por ello. Sí lo pensaba a
veces pero no dejaba que el sentimiento negativo ganara.
En casa se bañaba por la noches, con agua
caliente. No se tomaba mucho tiempo allí adentro pero sí lo disfrutaba bastante
pues era el momento en el que más se relajaba en el día. La ducha era el único
lugar que sentía como seguro, en el que podía ser él mismo por unos segundos y
no pasaría nada, no habría consecuencias. Si tenía que golpear la pared de la
rabia, lo hacía. Si tenía que llorar, ese era el lugar. Era su lugar y su
momento para sacar todo lo que le apretaba el pecho.
Al salir de la ducha, podía respirar mejor.
Usualmente comía algo ligero y se iba a la cama antes de que fuera demasiado
tarde. Al fin y al cabo tenía que despertarse de nuevo a las cinco de la mañana
el día siguiente para volver a empezar la rutina que, con el tiempo, le daría
ese momento clave que él buscaba desde que era niño. Creía que la disciplina
era la clave para conseguir que sus sueños se hiciesen realidad. Y si seguía
así, eventualmente podría bailar en mejores lugares.
Ya acostado, pensaba en otras cosas que no
fueran baile. Con frecuencia sus pensamiento se iban con su familia pero pensar
en ellos lo hacía sentir rabia. Ellos no habían querido que el bailara y mucho
menos ballet. No les interesaba en el lo más mínimo poder verlo flotar en el
escenario. Explicarles su proceso a ellos sería casi imposible y tal vez por
eso no le interesaba en lo más mínimo hacerlo. Por eso era independiente, no
quería tenerlos reclamándole encima todos los días.
El único día que no ejecutaba su rutina eran
los domingos. Ese día la academia estaba cerrada, así como el restaurante.
Estiraba un poco en casa pero de resto, no hacia mucho. Veía películas o salía
a caminar. De pronto por eso era que, para él, el domingo era el peor día de la
semana. Todo tipo de pensamientos lo invadían, normalmente alejados por el
baile. Además, se sentía algo inútil y se aburría.
Pero la semana no demoraba en volver a
comenzar y esa era su vida.