Todo estaba quedando a la perfección. La
ensalada estaba terminada, el jugo de fruta natural, el jamón relleno se cocía
en el horno y el pastel acababa de entrar allí también. Lo único que le faltaba
era algo con que adornar ese último. Al fin y al cabo era el cumpleaños de su
esposo, el primero que celebraban juntos y quería que fuera una fecha
inolvidable para él. Lo mejor sería comprar algunas flores de azúcar y chispas
de colores. Espero una hora a que lo que estaba en el horno estuviese terminado
y entonces salió.
Había una tienda especializada en artículos de
cocina donde vendían muchas cosas con las que podría adornar el pastel. No era
necesario conducir, solo tomar una bufanda para el frío, una buena chaqueta y
caminar con la gente que salía del trabajo. Eso le hizo caer en cuenta que no
tenía mucho tiempo que perder. Era cierto que le había dicho que no saldría de
la oficina hasta muy tarde pero tampoco quería arriesgarse. Todo tenía que
salir a la perfección, sin ningún problema.
La tienda estaba a tan solo diez minutos de
caminata. Por el camino, pudo ver las caras de cansancio de las personas que
salían de sus lugares de trabajo. En cierto modo, agradeció no ser uno de
ellos. Por mucho tiempo había intentado entrar al mundo laboral y nunca se
pudo. Casarse fue la solución para dejar eso de lado, enfocarse en el hogar y
en pequeñas cosas que le hacían la vida feliz y no miserable como vivir
buscando empleo en periódicos y de oficina en oficina.
La tienda estaba ubicada en un pequeño centro
comercial, de esos que tienen pocos locales y son más para que las personas
puedan dejar su vehículo en algún lado mientras hacen lo que necesitan hacer en
los bancos de la zona o en algún sitio por el estilo. Saludó al vigilante con
una sonrisa y caminó despacio hasta la entrada de la tienda. Para su sorpresa,
no estaba tan vacía como siempre. De hecho, había muchos clientes para ser un
día entre semana. Debía de haber una explicación.
Buscó primero las flores de azúcar. Tenían una
variedad increíble, de todos los colores y formas. Había como margaritas, como
orquídeas y como girasoles. Era sorprendente el parecido a las flores reales.
Incluso tenían aroma, que se podía sentir a través de las cajitas de plástico
en las que venían. Se decidió por una flor grande que parecía una dalia pero de
varios colores, una obra de arte hecha de azúcar. Sería perfecta para poner en
la mitad del pastel. Alrededor podría hacer otra cosa. Para que las ideas
fluyeran, decidió dar una vuelta por la tienda.
En el pasillo de las chispas, vio que había de
todos los colores y sabores. Eligió unas de varios colores pero algo lo hizo
detenerse en seco. Era un olor fuerte pero muy particular, una fragancia de
hombre que se le metió en la nariz y lo transportó instantáneamente al pasado,
hacía tal vez unos cinco años, poco antes de conocer a su esposo. Ese aroma era
el que emanaba alguien más, una persona que apenas había conocido pero lo había
cautivado de una manera muy importante.
Con el contenedor de chispas de colores en la
mano, se dio la vuelta y miró a un lado y al otro. No había nadie pero el olor
seguía en el aire. Sin poderse resistir, buscó a la persona a través del olor.
En la caja registradora, donde había una fila impresionante para pagar, estaba
a quien buscaba. Tuvo que medio ocultarse detrás de un estante con batidoras de
última generación. No quería que lo vieran y menos cuando parecía como un perro
desesperado por un olor desconocido.
Pero al verlo, al ver
su rostro de nuevo, se dio cuenta que no había nada desconocido en el personaje
del perfume. Recordaba su nombre a la perfección y, tenía que decirlo, su
cuerpo. Vestía una gabardina gruesa y un traje oscuro que no acentuaba en nada
su figura pero sabía que era él pues no había cambiado casi nada. El bigote era
el mismo así como las manos grandes que en ese momento estaban sostenido dos
bolsas de recipientes de papel para hacer pastelillos.
Se habían conocido por internet y su relación
había consistido en dos meses seguidos de encuentros sexuales casuales en el
apartamento del hombre del perfume. Ese aroma era lo primero que había notado
de él y el olor característico del hermoso apartamento que poseía, al menos en
ese tiempo. Era uno de esos jóvenes de padres adinerados que lo tiene todo
antes de siquiera pedirlo. Tenía un caro de último modelo, el apartamento
mencionado exquisitamente adornado y mucho más.
Mirándolo así, pudo ver que tenía puesto el
mismo reloj que él recordaba. Era de oro, brillante como él solo. Recordaba
haberle preguntado donde lo había comprado y el otro le había dicho que en una
tienda muy cara de un país europeo. Eso era algo que jamás había comprendido
porque él sabía bien que ese reloj era de oro falso y que se podía comprar en
cualquier tienda de una de esas multinacionales de ropa que hay en todos lados.
No había porqué mentir y sin embargo lo hizo solo con ese detalle. Era algo que
no tenía ningún sentido pero así había sido.
El hombre entonces lo miró a los ojos y fue
como si quedaran enganchados el uno del otro. Él quiso moverse, fingir que no
había estado mirando como un pervertido o un loco pero no pudo mover ni un solo
pie. No se saludaron pero era obvio que se habían reconocido. La fila avanzó y
el hombre pagó sus cosas y se fue, sin más. Era lo mejor. Minutos después él también
pagó sus chispas y la flor de azúcar y emprendió a paso firme el camino a casa,
pues había perdido tiempo valioso.
Perdería algo más de tiempo pues no muy lejos
de la tienda estaba el hombre, como esperando. Al verlo, caminó hacia él,
fingiendo tranquilidad y lo saludó con una débil sonrisa. El otro hizo lo
mismo. No pronunciaron ni una sola palabra, solo caminaron juntos un poco, sin
saber si iban al mismo sector o que era lo que hacían. Pero la tensión era
demasiado grande para preguntar nada como eso. Esperaban que el otro rompiera
el hielo de un momento a otro, y eso fue lo que pasó.
Él le comentó que iba a casa, que no quedaba
muy lejos. Tenía que estar allí y no podía demorarse. No sabía porqué había
dicho aquello pero sentía que la honestidad era lo mejor en ese extraño
momento. El otro asintió y entonces le dijo que lo había buscado por mucho
tiempo pero que jamás había aparecido. Eso tenía sentido puesto que un mes
después de que se dejaran de ver, él se fue a estudiar a otro país donde conoció
a su esposo. No había manera de que lo encontrase de esa manera.
El hombre prosiguió. Le dijo que después la
última vez, se había dado cuenta de que se había enamorado de él sin remedio.
No quería darse cuenta de que era lo que había sucedido pero así era. Cuando no
lo encontró, sufrió mucho y supo que había perdido una de esas oportunidades
que no se repiten nunca más en la vida. Él le agradeció sus palabras y le dijo
que, tal vez, ellos no pertenecían al uno al otro y por eso el destino lo había
arreglado todo para que las cosas fueran como habían sido.
El hombre asintió. Tenía los ojos algo
húmedos. Él los miro directamente y de nuevo lo inundó una ola de recuerdos que
eran de todo tipo pero que ni siquiera sabía que tenía guardados en la mente.
Le agradeció su compañía y se despidió, de la manera más cordial que pudo.
Al regresar a casa, quitándose la bufanda,
pensó en su vida y lo diferente que podía haber sido. Pero no duró mucho en
ello porque concluyó que era una tontería. Nadie sabe lo que va a pasar, si las
cosas podrían ser mejor o peor por una sola elección. El timbre sonó cuando su
determinación concluía el asunto.