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miércoles, 16 de septiembre de 2015

Tradiciones de los Ayak

   La planicie de Folgron era un lugar enorme, ubicado entre dos cadenas montañas, un río embravecido por la naturaleza y unos acantilados que ningún ser humano o aparato podría nunca salvar. Jako y Tin eran dos jóvenes, ya casi hombres, que habían sido enviados aquí como parte de su entrenamiento para poder ser caballeros propiamente dichos. Era la tradición de su pueblo y ellos no hubiesen podido negarse. La sacerdotisa les indicó el camino y les recordó que cada uno debía tener una revelación espiritual allí. Esa visión dictaría su futuro y la reconocerían apenas la vieran. Para ellos, era algo increíble, más del mundo de la fantasía que el de ellos pero nunca argumentaron nada y aceptaron su misión con gallardía.

 Lo cierto era que los dos lo habían hecho así para impresionar a sus respectivas parejas. Verán, la tribu de los Ayak era muy tradicional y dictaba que cada uno de sus miembros tenía que tener una pareja única desde la edad de quince años. Eso sí, dictaban con claridad que esta unión no siempre era de por vida y que no estaba basada en la reproducción o la fuerza sino en el compañerismo y en la vida en comunidad. Como eran tan hábiles, cada nueva pareja construía su propio recinto de vida y lo compartían por el tiempo que consideraran que la unión era útil para ambos. Cuando dejaba de ser así, el miembro que quería separarse lo anunciaba, lo discutían y si no llegaban a un acuerdo destruían la casa juntos y buscaban nuevas parejas.

 A los extranjeros, que la verdad no eran muchos, siempre les había parecido extraña esa costumbre pero la verdad era que funcionaba. En toda la tribu Ayak no existía alguien que pasara hambre ni nadie más rico o más pobre que otro. Todos vivían en igualdad y armonía y sin odios que los envenenaran contra otros miembros de su tribu o incluso de otras tribus. Con los extranjeros eran sumamente amables aunque les dejaban en claro que ninguno podía quedarse con ellos más de tres días pues no estaba permitido. Además, si se enamoraban de un o una Ayak, debían quedarse por siempre en la tribu y adoptar sus costumbres sin contemplación, Eso solo había pasado una vez, hacía mucho.

 Jako y Tin exploraron juntos la planicie. Era un lugar de poca vegetación, Más que todo arbustos creciendo un poco por todas partes y algunos árboles apenas más altos que los dos chicos. Sin embargo, la planicie era enorme y Folgron era un sitio conocido no solo por su significancia religiosa para los Ayak sino también por la llamada “fruta de fuego”, un fruto de color rojo y sabor muy fuerte que crecía en unos arbustos cuyas hojas eran casi negras. Los dos chicos se sentaron a comer algo de fruta mientras decidían que hacer. Fue entonces cuando notaron que había muchas cosas extrañas que ocurrían en Folgron, que seguramente no ocurrían en ningún otro sitio de su mundo.

 Lo primero era que el viento a veces parecía soplar lentamente. Es decir, parecía que todo lo que ocurría alrededor se detenía y todo parecía moverse en la lentitud más extraña. En el centro de Folgron había un lago y el agua tenía muchas veces, el mismo comportamiento que el viento. Si por alguna razón el agua se agitaba demasiado, entonces parecía quedarse congelada en el aire y caía con una parsimonia francamente increíble. Otro detalle que hacía peculiar al lugar era que no habían ningún tipo de animal. No habían insectos, ni mamíferos pequeños, ni aves, ni peces ni nada. Esto no era lo mejor para Jako y Tin pues eran cazadores entrenados pero la noche ya iba a llegar y ello no habían tenido la visión prometida.

 Sin nada que cenar, los dos jóvenes hicieron una cama con algunas de las grandes hojas de los árboles más altos que crecían en el lugar, de apenas metro y medio de altura. Las hojas, sin embargo, eran enormes y parecían tener una cualidad que las hacía sentirse tibias, como si bombearan sangre o algo por el estilo. Esperando a quedarse dormidos. Jako y Tin hablaron entre sí de sus sueños para el futuro, aquel que pasaría después de ser ordenados como caballeros de los Ayak. Habían estudiado con los ancianos por mucho tiempo, conociendo cada detalle del lugar donde vivían y de las costumbres más ancestrales de la tribu. Pero ahora todo se resumía a ellos y tenían algo de miedo por lo que se venía.

 Jako era el tipo más fuerte de los dos, tanto físicamente como en cuanto a sus sentimientos, que eran siempre difíciles de descifrar pues Jako no era de esas personas que desnudan sus sentimientos antes cualquiera. Toda la vida había querido ser guerrero y su padre, que era herrero en el pueblo, le habían enseñado a blandir una espada y a usar un escudo de manera apropiada. Los Ayak no eran seres violentos y la guerra ciertamente no era ni su prioridad ni su actividad más frecuentada. De hecho en su historia, los Ayak solo habían tenido batallas cortas con otras tribus por territorio y nada más. Pero Jako quería honrar a su tribu y a su familia siendo caballero, defendiendo para siempre el honor de su gente.

 Tin, por otra parte, siempre había sido más fácil de descifrar. Sus padres lo amaban porque era de los niños más cariñosos que nadie hubiese visto. Y ese cariño y amabilidad crecieron a la par de su cuerpo y pronto los usó para hacer el bien un poco por todas partes. Ayudaba a la gente con sus cosechas, reparando daños de tormentas, cazando  para los que no tenían suficiente comida para el invierno y así. Decidió que ser caballero era la mejor opción que tenía para seguir ayudando a los demás. Aunque sus padres querían que fuese curandero, lo apoyaron en su decisión. Algo temeroso del proceso, Tin se lanzó a la aventura y allí conoció a Jako, con quien poco había hablado antes del entrenamiento.

 Al día siguiente decidieron que lo más inteligente era separarse y que cada uno buscara su visión por su parte. Esto podría resultar más efectivo pues los dioses rara vez se le presentaban a más de una persona al mismo tiempo. Se prometieron esperar al otro en la base de la montaña cuando ya hubiesen visto lo que habían venido a buscar. Jako decidió dirigirse al acantilado, mientras que Tin empezó a rodear el lago. El lugar era hermoso pero muy particular por su falta de ruido, de vida. Jako estaba impaciente y Tin se lo tomaba con calma, pues la sacerdotisa les había aclarado que el proceso podía tomar diferente tiempo para cada uno de ellos así que no debían desesperar si no ocurría rápidamente.

 Tin caminó por el borde del agua observando el liquido, que parecía casi un espejo gigante pues no había nada que lo moviera de ninguna manera. En un momento se quedó mirando su reflejo en el agua y entonces vio un reflejo en ella de algo que no estaba en el mundo real. Era una mujer pero volaba y reía con fuerza. Miraba hacia arriba y no había nada pero en el reflejo del agua se le veía flotar plácidamente. Entonces, de golpe, el cuerpo de la mujer rompió la tensión del agua y le tomó una pierna, lo que hizo caer a Tin hacia atrás. La mujer lo miró sonriente y le dijo que su vida y su amor eran para todos pero que su lealtad e incondicionalidad solo podían estar con una persona. Tan pronto dijo esto, rió y se sumergió en el agua.

 Por su parte, Jako no había visto nada ni oído nada y el atardecer se acercaba con rapidez. Él quería irse de allí de una vez y simplemente ser un caballero, no entendía porqué todo tenía que ser tan complicado. Estando al borde del acantilado, empezó a lanzar piedritas al vacío, pensando en que su vida debía ser mejor después de esto, al menos de alguna manera. Entonces una de las piedra lanzadas se le devolvió, pegándole en la frente. Sangró y cuando se dio la vuelta la figura de un hombre en sombras lo miraba de pie, unos metros más allá. El hombre lo señaló y le dijo que su arrogancia sería su perdición a menos que encontrara quien lo ayudara, pues solo el amor y no la lealtad lo iba a salvar de lo que sería capaz de hacer. Entonces desapareció, dejando una estela de luz.

 Jako la siguió, una línea de puntos de luz, mientras pensaba en lo que había escuchado. No tenía mucho sentido y solo quería recordarlas las palabras para repetírselas a la sacerdotisa una vez llegara a casa. De pronto, vio a alguien frente a él y se asustó pero la persona estiró su brazo y lo tomó por el de él, para quitarlo de la línea de luz, que desapareció cuando el se movió. La mano que lo había tomado era la de Tin y, sin decirse nada y tomados de la mano, escalaron lentamente la montaña para llegar al otro lado. En el camino no dijeron nada pero jamás se soltaron.


 Cuando llegaron al pueblo, muy temprano en la mañana, fueron directamente al templo de la sacerdotisa y le contaron sus visiones. Ella les preguntó si tenían respuesta para ellas y entonces Jako y Tin se miraron el uno al otro y asintieron. Los Ayak no tenían matrimonio pero si “la unión bajo las estrellas”, una ceremonia solemne en la que dos personas se entregaban la una a la otra para siempre, pues habían encontrado el amor real y completo, incondicional y valiente. Los dos jóvenes vivieron juntos por siempre, pasando su sabiduría y compasión a los demás. Fueron de los seres más apreciados por los Ayak y se convirtieron en leyenda pero por muchas otras razones que no se discutirán aquí.