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viernes, 5 de octubre de 2018

La ceremonia de Manuk


   El hombre tenía la piel azul, como el color del cielo. Era un poco inquietante, sobre todo porque la mitad de su cara estaba cubierta de pintura negra. Esto era simplemente un maquillaje ceremonial que debían usar todos los hombres de cierta edad. Dejaban atrás los años de la juventud y entraban a los de la adultez, con todas las responsabilidades y deberes que eso conllevaba. Y el primer paso para pasar a esa nueva etapa era ejecutar una de las ceremonias más antiguas de ese pueblo, pasada por generaciones de padres a hijos.

 Las mujeres tenían el suyo propio pero era diferente y los hombres nunca habían sabido de que se trataba. Para ser claros, los hombres no se interesaban por eso ya que en aquella comunidad nadie se metía en los asuntos de los demás, a menos que esos otros lo pidieran de manera expresa. Así que las ceremonias eran casi secretas, aún más cuando se desarrollaban casi en completa soledad. Solo asistían el involucrado y un chamán que, guiado por las estrellas y los animales, llegaba adónde fuera necesitado.

 El joven que cruzaba la selva en ese momento se hacía llamar Manuk, y desde ese momento sabía que se convertiría en el más importante y notable cazador de toda su tribu. Había practicado en secreto, cosa que estaba prohibida, y tenía claro que no había otro futuro para él. Incluso ya tenía sus armas favoritas e incluso había aprendido de las matronas algunas recetas y técnicas para cocinar los animales. No era suficiente para él dar el siguiente paso natural en su vida. Tenía que hacerlo mejor que los demás.

 Como todos los de su tipo, Manuk se había adentrado a la selva con la intención de buscar el lugar donde tendría lugar la ceremonia. Ningún hombre sabía nunca como sería todo el asunto, ni siquiera el lugar o el chamán que estaría presente. Casi todo era un misterio, excepto el hecho de que debían pasar por ese acontecimiento para en verdad ser considerado hombres con una profesión clara. Algunos decían que los dioses eran los que susurraban todos los detalles al oído, pero Manuk de eso no sabía nada.

 Las gruesas y grandes hojas amarillas y purpuras de los árboles bajos se cruzaban por el camino, pero Manuk sabía por donde iba. A diferencia de otros de su tribu, él ya había estado en aquellos parajes. Se escapa en las noches y cazabas serpientes de diez metros y gruesas como un árbol, así como los increíbles conejos, que eran capaces de usar sus orejas para volar lejos de quienes quisieran comerlos. Lo que lo diferenciaba a él de otros era que de verdad le tenía respeto a aquellas criaturas, le fauna original y salvaje de su mundo, los cuidadores originales de su tierra.

 Tuvo que caminar dos días enteros por la selva, sintiendo y escuchando con cuidado todo lo que ocurría alrededor. Recordaba los cuentos de las matronas, en los que varios de los hombres que habían partido a su ceremonia jamás regresaban. Hay que decir que era normal partir luego y empezar una familia lejos de la comunidad central, pero también era una posibilidad la de desaparecer por completo sin dejar rastro. Había algunos que simplemente no estaban hecho para la tarea.

 Manuk sintió, de un momento a otro, un vacío increíble en su interior. Era una sensación preocupante, que lo hacía pensar en mil cosas a la vez. Era como si su cerebro se volviera loco y empezara a mostrarle todos sus recuerdos al mismo tiempo, casi impidiendo el uso de sus ojos o de sus piernas. Cuando se dio cuenta, estaba tirado en la tierra, siendo observado por criaturas peludas desde lo más alto de los árboles.  Los hubiera cazado de la rabia, pero sabía que era necesario seguir.

 Esa extraña sensación había causado en él un efecto bastante extraño: sentía que podía detectar el movimiento de todo lo que lo rodeaba. No se trataba nada más de los animales y el viento, sino del planeta mismo. Era como si ese dolor, esa agonía inexplicable, lo hubiese conectado de manera increíblemente profunda con todo lo que existía a su alrededor. Se sentía raro pero Manuk supo que ese era el punto de todo el viaje. Debía confiar en lo que sucediera, así como en sus más básicos instintos.

 La nueva sensación le hizo ver que había estado caminado en el sentido contrario al que debía dirigirse. Sin tomar descanso, casi corrió por horas, compensando una distancia increíble que había desperdiciado durante los últimos días. No paraba. No le daban ganas de detenerse a descansar, ni tenía hambre ni sed. Solo miraba hacia delante y seguía y seguía, puesto que la meta para él estaba demasiado cercana y no tenía sentido alguno bajar la guardia faltando tan poco y con semejante nueva herramienta a la mano.

 Al siguiente amanecer, Manuk surgió de la selva y fue a dar a una inmensa playa. Él jamás había visto tanta agua junta y sobre todo tan clara y hermosa. La arena del lugar era del negro más profundo y los pies del joven se marcaban con suavidad a cada paso que daba. A lo lejos, pudo divisar unas rocas enormes, tal vez tres veces más grandes que el propio Manuk. Supo que era hacia allí que debía dirigirse, que ese era su destino final y que su vida cambiaría en cuestión de momentos. Su corazón latía muy deprisa, pero no sabía si era por la emoción o por no parar desde hacia horas.

 Cuando llegó a las rocas, se detuvo en seco. El sentimiento extraño que le había llegado en la selva, desapareció sin dejar rastro. La ausencia causó algo de mareó en el pobre Manuk, que cayó de rodillas sobre la arena, a poca distancia del agua. Tuvo ganas de vomitar, pero no tenía nada en el estomago para vomitar. Todo su cuerpo estuvo en pánico y dolor por un momento, esperando que pudiese retomar la misión que había comenzado. Alzó como pudo la cabeza y miró hacia un lado, hacia la piedra más grande.

 De pie, justo al lado de la roca, estaba un hombre muy delgado. El color azul de su piel se había vuelto más intenso, cosa normal en los adultos mayores de la especie. Tenía rayas dibujadas por todo su cuerpo con una tinta amarilla intensa: eso significaba que era el chamán para la ceremonia. No dio ni una sola palabra mientras Manuk se puso de pie como pudo, se acercó al hombre, y agachó su cabeza frente a él en señal de respeto. El hombre, como previsto, puso una mano sobre la cabeza de Manuk y rezó en voz baja.

 Según la tradición, la ceremonia debía tener lugar en el mismo sitio donde se encontraran el chamán y el joven. Así que esa playa de arena oscura y la enorme roca harían de templo por un día. Manuk se arrodilló, como intuyó que debía hacer, y el chamán entonces empezó a invocar a las fuerzas de la naturaleza, pero sobre todo al mar mismo. No siempre se elige el mismo elemento pero estando en la playa era obvio que el mar debía de ser una parte importante de la ceremonia del chico.

 El agua empezó entonces a moverse, a retorcerse casi, estirándose desde la playa hasta acercarse a los dos personajes. Lentamente y como una serpiente, el agua empezó a apretar a Manuk hasta tenerlo por completo en una burbuja a la que le rezaba el chamán. El hombre no parecía impresionado por lo sucedido. Solo seguía con sus oraciones y hacía algunos movimientos extraños, como dirigiendo al agua pero ella ya no se movía. La burbuja envolvía a Manuk y, dentro de ella, él abrió los ojos y la boca.

 Pero no se ahogó. Respiró como el más común de los peces. Irguió bien la cabeza y pareció feliz, como si algo de verdad importante hubiese cambiado en su interior. Su expresión era casi eufórica. Se levantó y la burbuja creció, ajustándose a su talla ahora que miraba de frente al chamán.

 Hubo más rezos y Manuk respondía, en un idioma que ya nadie usaba. Poco después, el agua empezó a retirarse y pronto el joven descubrió que ya no era un niño sino un hombre. El chamán lo bendijo una última vez y se despidió con una sonrisa. Manuk hizo lo mismo, todo el tiempo, de regreso a casa.

miércoles, 18 de enero de 2017

Están aquí

   Todo está bien. Desde la llegada de las criaturas, no ha habido de verdad cambios significativos. Esto puede no parecer coherente pero es un hecho: seguimos siendo los mismos a pesar de saber que están allí, aquí, a pesar de saber que no estamos solos en este vasto universo. Claro que la mayoría de nosotros nos quedamos mirando al cielo por horas y nos hacemos un sin fin de preguntas que tal vez nunca tenga una respuesta satisfactoria, pero la vida ha tenido que seguir igual.

 Los niños siguen yendo al colegio, los jóvenes adultos a las universidad y los demás al trabajo. Esa rutina no ha cambiado en nada pero sí las conversaciones que se escuchan en los pasillos de todas partes. Dentro de los seres humanos hay algo que se mueve y que quiere saber más pero también hay algo que nos impide dejarnos llevar por lo que nuestro instinto desea. Muchos quisieran saber mucho más pero simplemente no pueden y saben que podrían no saber manejarlo propiamente.

 Las criaturas están en lugares específicos, compartiendo espacios con científicos y otras luminarias del mundo. Unos tratan de aprender su idioma y otros quieren comprender como fue que llegaron hasta aquí. La búsqueda de respuestas es algo lenta pero cada cierto tiempo sucede un descubrimiento emocionante que hace parecer que la misión no es una perdida de tiempo completo. Muchos en el público desearían que todo se detuviera pero esas novedades eliminan la relevancia de sus deseos.

 Las criaturas han sido vistas por todo el mundo pero no parecen tener ningún deseo real de comunicarse con cada uno de nosotros. Por el contrario, parece que incluso se aburren de cuando en cuando y es entonces cuando se escuchan las noticias más extrañas como que alguien les quiere enseñar a bailar o simplemente les muestra una película para que vea algún aspecto fundamental de la cultura humana. Siempre que esto sucede, las criaturas parecen entrar en una extraña parálisis.

 Las razones para ello no son completamente claras pero lo que es cierto es que llevan aquí casi un año y los avances en el intercambio son mucho menores a lo que se desearía. Los que aprenden su idioma han preguntado una y otra vez: “¿Que quieren?” y “¿Porqué están aquí?”, pero las criaturas siempre responden con una frase confusa, algo del estilo de una evasiva humana pero en su idioma. No hay manera de presionarlos sin que se asusten o tal vez ataquen así que tras horas de frustración, siempre se vuelve a como estaba todo con anterioridad, sin apuro aparente.

 La cultura humana ya ha sido irremediablemente afectada por la llegada de estos nuevos vecinos. Las películas, los análisis filosóficos, la música, el teatro, la pintura y todas las demás artes han mutado y han querido incluir en si mismas una parte de lo que sea ha podido entender de la cultura de ellos. Al parecer también entienden el arte pero para ellos es algo más funcional que para nosotros. Han mostrado elementos antiguos de su civilización y su escritura parece ser esencial para el intercambio entre unos y otros.

 Los seres humanos nos apoyamos en nuestra voz, en lo que tenemos para decir y solo usamos la escritura como una muleta muy útil cuando queremos dejar algo más que claro. Ellos, por el contrario, utilizan su escritura casi como una manera de comunicación que va más allá de lo físico y tiene un nivel más allá, con sutiles cambios si un ser lo mira de un lado o de otro, o incluso con un estado de ánimo particular o no. Parece ser que su escritura es la base de sus avances como especie.

 Por supuesto, todo debe ser un intercambio justo y coherente. Por eso se les han presentado copias de escritura de todo el mundo así como elementos artísticos y de importancia cultural esencial para cada uno de los habitantes del planeta Tierra. La idea es compenetrar ambas culturas y que pueda llegar a existir, si no una convivencia, una comprensión completa de todo lo que es el otro y hasta donde puede llegar su civilización y cuales son los propósitos esenciales de cada una.

 Los avances parecen lentos y de pronto saltan en el tiempo de un momento a otro, gracias a un momento de claridad de uno de los científicos humanos a un segundo de autentica curiosidad por parte de los visitantes. Es extraño ver como, cada cierto tiempo, la noticia del día parece ser el haber aprendido algo nuevo el uno del otro. Es de una importancia máxima pero para el público de a pie son cosas que probablemente jamás lo afecten en lo más mínimo, en su vida personal o social.

 Las personas alrededor del mundo están fascinadas con lo que sucede pero la verdad es que la mayoría no tiene la más remota idea de cómo responder ante  todo lo que ha sucedido. Después de todo, han visto seres de otro planeta interactuar con humanos, han visto naves especiales estacionadas sobre las nubes y han aprendido una cierta cantidad de cosas que jamás creyeron que existieran en un lapso de tiempo relativamente corto. Es casi un milagro que los seres humanos no se hayan vuelto completamente locos después de tantas cosas nuevas.

 Pero así es. Seguimos aquí mismo, sin que nadie nos mueva de verdad del sitio que nos hemos hecho para aprender, crecer, vivir la vida y luego morir. No se ha detenido nada de eso desde que ellos llegaron y no parece que nada de lo que hacemos a diario tenga ninguna influencia en lo que sucede. Obviamente les interesa como vivimos nuestra vida y como entendemos el universo pero el hecho de que existan no tiene nada que ver con que nuestras responsabilidades siguen vigentes, como siempre.

 El dolor y el horror, la esperanza y el amor, y todos los sentimientos que hay entre esos, siguen existiendo sin ningún problema. Lo único que tal vez ha cambiado es la curiosidad innata del ser humano que parece ser ahora algo inevitable para cualquier persona viva. Nunca antes hubo tantos que quisieran dedicarse al entendimiento integral del mundo que nos rodea y eso por supuesto ha sido algo muy bueno para la ciencia, la que intenta desenredar todo esto que tenemos delante nuestros.

 Es interesante ver como la gente se ha vuelto más apasionada por las cosas que de verdad importan. Claro que unos se siguen matando por estupideces pero ahora hay como una insistencia en querer comprender todo lo que pasa a nuestro alrededor, y ya no es algo que solo las personas más educadas tengan en su interior. Ahora es algo generalizado que ha causado que incluso las personas con menos oportunidades quieran ser instrumentos para poder aprender más todos los días.

 Vivimos en un mundo emocionante, que quiere saber más pero que también mantiene los pies sobre la tierra. No es fácil pero nuestro mundo no se puede permitir detenerse como si nada. Seguimos necesitando alimentos, seguimos necesitando buena salud para poder aprender y emplear nuestros conocimientos para todos crecer juntos en un mundo donde las oportunidades sean más y para más de nosotros. Hay que seguir trabajando como siempre, caminando hacia delante y tratar de cumplir nuestras metas como seres individuales y como colectivo.

 Ellos siguen estando allí, por supuesto, y no parece que tengan ninguna intención de dejarnos en ningún momento. Muchos especulan que quieren de verdad aprender, que han sido enviados para poder hacer un intercambio real y sustancioso pero para hacerlo se necesita tiempo y construir puentes de comunicación resistentes a todo. Siguen habiendo muchas preguntas que salen de todos los rincones del ser humano pero la clave es tener paciencia y confiar en que todo saldrá bien.  Todo está bien.


lunes, 7 de noviembre de 2016

Mujercitas

   Antes de poder abrir los ojos, Martina escuchó por un momento los sonidos que la rodeaban. Había voces suaves y dulces que flotaban en el aire. Eran personas calladas, que solo decían algo cuando era completamente necesario. Sus voces apagadas llegaban a ella como a través de una tela o de una gran distancia. Sentía también calor en su rostro y se imaginaba que al abrir los ojos, abría una llama cerca de ella o una hoguera. Sus pies, sin embargo, estaban fríos, así como el resto del cuerpo que parecía estar lejos del fuego.

 En efecto, había fuego donde estaba Martina pero no era ninguna hoguera ni nada por el estilo: era una hornilla portatil en la que calentaban agua. Cuando abrió los ojos, solo vio el fuego bajo la tetera pero a ningún ser humano. Por alguna razón, no se sentía preocupada ni nada por el estilo. Sabía que estaba segura o al menos así lo sentía. No quería moverse, en parte porque sentía que sería un gran esfuerzo tratar de que su cuerpo estuviese boca abajo o en cualquier otra posición. Se sentía cansada, exhausta a decir verdad.

De repente, una sombra entró a la tienda de campaña. Martina lo notó porque vio una abertura detrás de la hornilla, por unos segundos. Pero quien fuera, se había movido lejos de su rango de vista. Sin embargo, todavía sentía que estuviese allí. De hecho, al rato sintió que se calentaban sus pies y que alguien los tocaba. Se sentía muy bien pero al mismo tiempo era extraño no poder ver quién era que la tocaba con tanta confianza. Si tan solo pudiese tener la agilidad normal de una mujer de su edad. Pero Martina apenas podía moverse.

 De repente, un dolor de cabeza empezó a taladrarle el cerebro. Era un dolor punzante justo en la sien derecha, como si algo quisiera meterse en su cuerpo por ese lado. El dolor era horrible y una lágrima salió del ojo que tenía de ese lado. Era como si le estuviesen metiendo clavos a la cabeza o algo peor. Martina lloró más y entonces escuchó de nuevo una voz pero no era lejana ni calmada si no al revés, se entendía que había urgencia en el tono en el que hablaba. Pero Martina no podía distinguir nada por el tremendo dolor de cabeza.

 Alguien más entro. Tal vez eran más de uno pero la chica no tenía cerebro para ponerse a contar personas. Sintió luego que la tocaban, de nuevo. Pero esta vez era la cara. Sintió algo de frío y luego un fuerte olor que penetró su nariz y la hizo caer en un sueño profundo. Fue un sueño muy raro. No podía decir que fuese una pesadilla pero tampoco era un sueño común y corriente. Eran pasillos y más pasillos en un edificio blanco que parecía estar cerca del mar. Era hermoso pero a la vez muy confuso y daba una sensación rara, como que había algo más.

 Cuando despertó, el dolor en la sien seguía allí pero era mucho menor que antes. Esta vez abrió los ojos de una vez y vio, por vez primera, a las personas que la habían estado ayudando. Eran mujeres, no se veía ninguno que pareciera hombre. Eran hermosas a su manera, casi todas mujeres mayores pero había un par que eran seguramente más jóvenes. Eran unas seis y cabían todas en la tienda pues eran bastante pequeñas. No debían llegar a la cintura a Martina. Si tan solo pudiese recordar en donde estaba y que había estado haciendo.

 Las mujeres se dieron cuenta de que estaba despierta y se alejaron un poco de ella. Hablaban un idioma desconocido pero bastante fácil de repetir, si eso quisiera uno. Sus vestimentas eran de varios colores, y todas llevaban pulseras y collares hechos con variedad de productos como conchas de mar y piedras preciosas. De pronto era el dolor remanente, pero Martina pensó que eran todas ellas muy hermosas y además amables pues habían cuidado de ella. Quiso agradecerles pero entonces las fuerzas se le fueron y durmió de nuevo.

 Esta vez, el sueño era más pacífico pero se sentía como una prisión. Era una casita hecha de madera y cubierta de ramas de palmera. Estaba cerca al mar, al que Martina podía caminar con facilidad. El agua no se sentía casi, tal vez porque su cabeza estaba teniendo problemas incluso creando sueños y demás. En todo caso se paseó por ahí, como cuando alguien espera alguna noticia importante. El sitio era hermoso, perfecto se podría decir, pero eso no servía de nada cuando alguien tenía semejante preocupación encima y ese dolor persistente.

 Cuando despertó de nuevo, la apertura de la tienda estaba abierta y algunos rayos de sol entraban por ella. No era fácil determinarlo, pero casi podía estar segura que había llovido y que el clima seguiría así. Una gruesa nube oscura cruzó el cielo mientras ella miraba. De pronto, sintió una manito en las suyas y, por primera vez, pudo mirar hacia abajo, sin moverse demasiado. Era una de las pequeñas mujeres. Le sonrió y Martina trató de hacer lo mismo. Sentía que toda expresión física le costaba demasiada energía.

 La mujercita se acercó a su rostro. Martina pensó que le iba a hablar en su particular idioma pero lo que hizo la mujercita fue hablar en señas. Al parecer, le estaban curando el cuerpo. Eso entendió Martina. Según parecía, había caído de gran altura. Había una seña que no entendió pero al parecer algo tenía que ver con la lluvia y con el miedo de la gente que la estaba cuidando. Con esfuerzo, Martina movió la mano y tocó la de la mujercita. Al comienzo se asustó pero pronto se dio cuenta que era un buen gesto.

 Durante los próximos días, Martina durmió poco. Vio por la abertura como caía una lluvia torrencial y al día siguiente como el sol brillaba como si fuera nuevo. Varias mujercitas venían cada día a cuidar de ella. Algunas le hacían algo en los pies y las piernas. Otras le masajeaban una mezcla verdosa en la cara y muchas solo entraban a mirarla un momento. Ella les sonreía y ellas hacían lo mismo. Pudo determinar que habría, por lo menos, cuarenta de ella en ese lugar. Pero seguía sin ver hombres y eso era bastante peculiar.

 Cuando por fin puso usar sus manos, trató de hacer señas para preguntar por los hombres y para saber que le había pasado a ella. Porque la realidad era que, aunque sabía que no pertenecía allí, era obvio que algo había pasado para que resultara de paciente de las pequeñas mujeres. Algo le debió pasar a Martina y por eso no recordaba nada y tenía el cuerpo tan perjudicado. Pero lo que sea que hiciesen las mujercitas estaba surtiendo efecto pues poco a poco podía mover las manos y la cabeza con más agilidad y pronto también los pies.

 Un buen día incluso pudieron sentarla y la hicieron comer una fruta de color verde que tenía un sabor muy fuerte pero reconfortante. Mientras comía, las mujercitas hacían lo mismo. Cocinaban en el fuego donde habían calentado agua antes. Martina notó que casi no hablaban durante esos momentos pero sí cuando estaban ayudándole a ella con los masajes y demás cosas. Su cultura debía de ser muy interesante. Con eso, Martina pareció recordar algo: ella estaba allí para saber más de la cultura.

 Pero no sabía de la cultura de quien. Dudaba que alguien supiese de la existencia de las mujercitas y estaba segura que ella nunca revelaría su paradero. Y la verdad es que jamás tuvo que hacerlo. Un buen día, se sintió tan bien que se pudo parar un rato para luego volver a sentarse. Las mujeres la miraron con seriedad y hablaron entre ellas pero a Martina no le dijeron nada después. Fue al día siguiente cuando ella notó que todas las mujercitas que la habían cuidado, se habían ido. Martina pudo salir de la tienda y verificar que todo estaba abandonado.


 No había más tiendas de campaña ni rastro de más personas o personitas por allí. Solo estaba ella. Se quedó de pie allí, tratando de procesarlo todo y de saber que hacer. Pero no tuvo que pensar mucho. Desde un risco escuchó un silbido y al mirar de donde provenía, varios recuerdos se agolparon en su mente. El hombre que silbaba era su compañero Ken. Lo saludó y pronto el resto de la expedición se reunió con Martina, quien había desaparecido durante una tormenta hacía pocos días. Cuando le preguntaron como había sobrevivido, les pidió que le creyeran pues tenía mucho que contarles.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Tradiciones de los Ayak

   La planicie de Folgron era un lugar enorme, ubicado entre dos cadenas montañas, un río embravecido por la naturaleza y unos acantilados que ningún ser humano o aparato podría nunca salvar. Jako y Tin eran dos jóvenes, ya casi hombres, que habían sido enviados aquí como parte de su entrenamiento para poder ser caballeros propiamente dichos. Era la tradición de su pueblo y ellos no hubiesen podido negarse. La sacerdotisa les indicó el camino y les recordó que cada uno debía tener una revelación espiritual allí. Esa visión dictaría su futuro y la reconocerían apenas la vieran. Para ellos, era algo increíble, más del mundo de la fantasía que el de ellos pero nunca argumentaron nada y aceptaron su misión con gallardía.

 Lo cierto era que los dos lo habían hecho así para impresionar a sus respectivas parejas. Verán, la tribu de los Ayak era muy tradicional y dictaba que cada uno de sus miembros tenía que tener una pareja única desde la edad de quince años. Eso sí, dictaban con claridad que esta unión no siempre era de por vida y que no estaba basada en la reproducción o la fuerza sino en el compañerismo y en la vida en comunidad. Como eran tan hábiles, cada nueva pareja construía su propio recinto de vida y lo compartían por el tiempo que consideraran que la unión era útil para ambos. Cuando dejaba de ser así, el miembro que quería separarse lo anunciaba, lo discutían y si no llegaban a un acuerdo destruían la casa juntos y buscaban nuevas parejas.

 A los extranjeros, que la verdad no eran muchos, siempre les había parecido extraña esa costumbre pero la verdad era que funcionaba. En toda la tribu Ayak no existía alguien que pasara hambre ni nadie más rico o más pobre que otro. Todos vivían en igualdad y armonía y sin odios que los envenenaran contra otros miembros de su tribu o incluso de otras tribus. Con los extranjeros eran sumamente amables aunque les dejaban en claro que ninguno podía quedarse con ellos más de tres días pues no estaba permitido. Además, si se enamoraban de un o una Ayak, debían quedarse por siempre en la tribu y adoptar sus costumbres sin contemplación, Eso solo había pasado una vez, hacía mucho.

 Jako y Tin exploraron juntos la planicie. Era un lugar de poca vegetación, Más que todo arbustos creciendo un poco por todas partes y algunos árboles apenas más altos que los dos chicos. Sin embargo, la planicie era enorme y Folgron era un sitio conocido no solo por su significancia religiosa para los Ayak sino también por la llamada “fruta de fuego”, un fruto de color rojo y sabor muy fuerte que crecía en unos arbustos cuyas hojas eran casi negras. Los dos chicos se sentaron a comer algo de fruta mientras decidían que hacer. Fue entonces cuando notaron que había muchas cosas extrañas que ocurrían en Folgron, que seguramente no ocurrían en ningún otro sitio de su mundo.

 Lo primero era que el viento a veces parecía soplar lentamente. Es decir, parecía que todo lo que ocurría alrededor se detenía y todo parecía moverse en la lentitud más extraña. En el centro de Folgron había un lago y el agua tenía muchas veces, el mismo comportamiento que el viento. Si por alguna razón el agua se agitaba demasiado, entonces parecía quedarse congelada en el aire y caía con una parsimonia francamente increíble. Otro detalle que hacía peculiar al lugar era que no habían ningún tipo de animal. No habían insectos, ni mamíferos pequeños, ni aves, ni peces ni nada. Esto no era lo mejor para Jako y Tin pues eran cazadores entrenados pero la noche ya iba a llegar y ello no habían tenido la visión prometida.

 Sin nada que cenar, los dos jóvenes hicieron una cama con algunas de las grandes hojas de los árboles más altos que crecían en el lugar, de apenas metro y medio de altura. Las hojas, sin embargo, eran enormes y parecían tener una cualidad que las hacía sentirse tibias, como si bombearan sangre o algo por el estilo. Esperando a quedarse dormidos. Jako y Tin hablaron entre sí de sus sueños para el futuro, aquel que pasaría después de ser ordenados como caballeros de los Ayak. Habían estudiado con los ancianos por mucho tiempo, conociendo cada detalle del lugar donde vivían y de las costumbres más ancestrales de la tribu. Pero ahora todo se resumía a ellos y tenían algo de miedo por lo que se venía.

 Jako era el tipo más fuerte de los dos, tanto físicamente como en cuanto a sus sentimientos, que eran siempre difíciles de descifrar pues Jako no era de esas personas que desnudan sus sentimientos antes cualquiera. Toda la vida había querido ser guerrero y su padre, que era herrero en el pueblo, le habían enseñado a blandir una espada y a usar un escudo de manera apropiada. Los Ayak no eran seres violentos y la guerra ciertamente no era ni su prioridad ni su actividad más frecuentada. De hecho en su historia, los Ayak solo habían tenido batallas cortas con otras tribus por territorio y nada más. Pero Jako quería honrar a su tribu y a su familia siendo caballero, defendiendo para siempre el honor de su gente.

 Tin, por otra parte, siempre había sido más fácil de descifrar. Sus padres lo amaban porque era de los niños más cariñosos que nadie hubiese visto. Y ese cariño y amabilidad crecieron a la par de su cuerpo y pronto los usó para hacer el bien un poco por todas partes. Ayudaba a la gente con sus cosechas, reparando daños de tormentas, cazando  para los que no tenían suficiente comida para el invierno y así. Decidió que ser caballero era la mejor opción que tenía para seguir ayudando a los demás. Aunque sus padres querían que fuese curandero, lo apoyaron en su decisión. Algo temeroso del proceso, Tin se lanzó a la aventura y allí conoció a Jako, con quien poco había hablado antes del entrenamiento.

 Al día siguiente decidieron que lo más inteligente era separarse y que cada uno buscara su visión por su parte. Esto podría resultar más efectivo pues los dioses rara vez se le presentaban a más de una persona al mismo tiempo. Se prometieron esperar al otro en la base de la montaña cuando ya hubiesen visto lo que habían venido a buscar. Jako decidió dirigirse al acantilado, mientras que Tin empezó a rodear el lago. El lugar era hermoso pero muy particular por su falta de ruido, de vida. Jako estaba impaciente y Tin se lo tomaba con calma, pues la sacerdotisa les había aclarado que el proceso podía tomar diferente tiempo para cada uno de ellos así que no debían desesperar si no ocurría rápidamente.

 Tin caminó por el borde del agua observando el liquido, que parecía casi un espejo gigante pues no había nada que lo moviera de ninguna manera. En un momento se quedó mirando su reflejo en el agua y entonces vio un reflejo en ella de algo que no estaba en el mundo real. Era una mujer pero volaba y reía con fuerza. Miraba hacia arriba y no había nada pero en el reflejo del agua se le veía flotar plácidamente. Entonces, de golpe, el cuerpo de la mujer rompió la tensión del agua y le tomó una pierna, lo que hizo caer a Tin hacia atrás. La mujer lo miró sonriente y le dijo que su vida y su amor eran para todos pero que su lealtad e incondicionalidad solo podían estar con una persona. Tan pronto dijo esto, rió y se sumergió en el agua.

 Por su parte, Jako no había visto nada ni oído nada y el atardecer se acercaba con rapidez. Él quería irse de allí de una vez y simplemente ser un caballero, no entendía porqué todo tenía que ser tan complicado. Estando al borde del acantilado, empezó a lanzar piedritas al vacío, pensando en que su vida debía ser mejor después de esto, al menos de alguna manera. Entonces una de las piedra lanzadas se le devolvió, pegándole en la frente. Sangró y cuando se dio la vuelta la figura de un hombre en sombras lo miraba de pie, unos metros más allá. El hombre lo señaló y le dijo que su arrogancia sería su perdición a menos que encontrara quien lo ayudara, pues solo el amor y no la lealtad lo iba a salvar de lo que sería capaz de hacer. Entonces desapareció, dejando una estela de luz.

 Jako la siguió, una línea de puntos de luz, mientras pensaba en lo que había escuchado. No tenía mucho sentido y solo quería recordarlas las palabras para repetírselas a la sacerdotisa una vez llegara a casa. De pronto, vio a alguien frente a él y se asustó pero la persona estiró su brazo y lo tomó por el de él, para quitarlo de la línea de luz, que desapareció cuando el se movió. La mano que lo había tomado era la de Tin y, sin decirse nada y tomados de la mano, escalaron lentamente la montaña para llegar al otro lado. En el camino no dijeron nada pero jamás se soltaron.


 Cuando llegaron al pueblo, muy temprano en la mañana, fueron directamente al templo de la sacerdotisa y le contaron sus visiones. Ella les preguntó si tenían respuesta para ellas y entonces Jako y Tin se miraron el uno al otro y asintieron. Los Ayak no tenían matrimonio pero si “la unión bajo las estrellas”, una ceremonia solemne en la que dos personas se entregaban la una a la otra para siempre, pues habían encontrado el amor real y completo, incondicional y valiente. Los dos jóvenes vivieron juntos por siempre, pasando su sabiduría y compasión a los demás. Fueron de los seres más apreciados por los Ayak y se convirtieron en leyenda pero por muchas otras razones que no se discutirán aquí.