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miércoles, 4 de febrero de 2015

Misterio en Tritón

-       Sobrevivientes?
-       No detectamos ninguno, señor.

 El general se removió en su silla, esperando imágenes de la superficie de Tritón. Habían bombardeado una pequeña zona con una bomba de hidrogeno. Habían revisado cada posibilidad, cada pequeño detalle que podría haber ido mal, cada razón por la cual violar el acuerdo interestelar era lo correcto. Pero había tenido que hacerse. Era la única manera de que el mal oculto en la luna no saliera nunca de allí.

 Todo había empezado hacía apenas un mes. La base Allegra cumplía su primer año de operación y los mil colonos lo celebraron por lo grande, con nubes de colores por todos lados y la mejor comida que podía importar de los invernaderos de Titán, en Saturno. Todo había sido fiesta y alegría así como esperanza por la exploración espacial. Pero no todos estaban celebrando ni contentos. Había una persona que no se había unido a los festejos.

 Manuel Liu había nacido hace 34 años en Luna, en la base Clavius. Nunca había visitado la Tierra pero había aprendido mucho sobre ella y su historia y si había algo que le fascinara era la época de los grandes descubrimientos de la humanidad. Tantos experimentos y nuevas máquinas y tecnologías rudimentarias que cambiarían la cara de la humanidad por siglos y siglos. Desde ese momento, Manuel supo que quería ser igual que Da Vinci o Newton, quería descubrir y ser admirado por su inteligencia.

 Estudió ingeniería aeroespacial y estaba comprometido a hacer lo mismo que habían hecho los grandes pero en el espacio. Creía que era posible sacar al ser humano del sistema solar y conectarlo con las posibles civilizaciones que existían en otros sistemas en nuestra propia galaxia. Su tesis planteaba la creación de un nuevo motor basado en física cuántica. Sorprendió tanto a sus profesores como a las grandes mentes del momento y, sin tener si quiera que mover un dedo, fue contratado por la Asociación Internacional para el Espacia (AIE).

 Esta organización era la encargada de las colonias y de la exploración y querían que Manuel les ayudase a mejorar sus posibilidades en los diferentes mundos donde había bases humanas así como romper la barrera de la exploración espacial y viajar mucho más allá de la heliopausa, hasta donde habían llegado pocos. El chico solo tenía 24 años en ese entonces y aceptó cada reto con gallardía y esperanza. Estaba a un paso de convertirse en quien siempre había querido ser.

 Pero el sueño se vio frustrado una y otra vez. Su primer motor construido explotó y destruyó un modelo bastante caro de nave espacial. La AIE tuvo que hacer toda clases de maromas financieras para no ser demandada y para no perder los fondos que tantos inversionistas privados les habían proporcionado. Manuel fue puesto a prueba y no lo dejaron seguir con sus diseños hasta que fueran probados varias veces. Mientras tanto, fue reubicado un poco por todas partes.

 Algo importante a saber sobre él era que Manuel no tenía familia. Su madre, su padre y una hermana había muerto en el desastre del Moon, un transbordador espacial que se suponía haría el viaje entre la Tierra y la Luna en un tiempo record. Manuel sobrevivió al desastre por un milagro. Iba a ser su primer visita a la Tierra. Muchas de las personas que lo conocían creían que esa era la verdadera razón por la cual nunca más se había planteado visitar el planeta.

 Pero ahora ya no tendría que planteárselo nunca. Viajó de base en base, de planeta a planetoide y de ahí a cualquier luna donde estuvieran estableciendo una base. Cuando por fin le daban otra oportunidad de probar su valía, siempre salía algo mal  o, aún peor, las cosas salían bien pero nadie lo premiaba por ello. Cuando fue reubicado a Allegra en Tritón, decidió renunciar a la AIE. Ellos se indignaron y juraban no entender sus razones pero él les dejó claro que ellos jamás lo dejarían avanzar y les dijo que le apenaba que semejante organización estuviera a cargo de la exploración espacial.

 En Allegra, Manuel se casó y tuvo un hijo. Fue feliz, de eso no había duda, pero todavía quería cumplir su sueño. Se negaba a dejar perder su intelecto que, para él, era lo único que tenía. Para él era simplemente imposible dejar de pensar, dejar de estar obsesionado con llegar más allá de lo que cualquier otro ser humano había llegado. Su esposa sabía de esto y solo lo apoyaba. Sabía que no era un hombre hecho para arreglar la ventilación y los sistemas de soporte vital de una base espacial.

 Fue así que Manuel empezó, desde el momento en que salió de AIE, a hacer nuevos diseños. Ya no pensaba en los motores únicamente de las naves sino en toda la nave como tal. Diseñaría un aparato que pudiera viajar, con eficiencia, a través del espacio. Tomaría mucho menos tiempo entre planetas y podría plantearse el salir del sistema y explorar. Los diseños estuvieron listos después de dos años pero entonces se le planteó otro problema: como construir semejante máquina.

 Era imposible que él mismo la construyera. Le tomaría décadas y no tenía ni los materiales, ni la mano de obra. Además era una misión demasiado grande para hacerla por si solo. Tenía que encontrar alguien que estuviera dispuesto a arriesgar su capital, como no lo habían hecho ciertos inversionistas en sus proyectos en la AIE. Pensó en buscar algunos de esos pero sabía que no aceptarían. Un buen día, casi un año antes del aniversario de la Allegra, Manuel viajó a Luna para reunirse con varios empresarios.

 Pero no tuvo éxito con ninguno de ellos. Les daba miedo, pensaba él. Estaban aterrorizados, como siempre lo había estado la humanidad, de hacer algo que los llevara más allá de los limites hacía tanto tiempo impuestos. Entonces decidió hacer un tour de regresó a Tritón, viajando por varias lunas en las que empresas interespaciales tenían diversos tipos de intereses. Viajó por semanas a diversos lugares: Ceres, Marte, Europa, Ganimedes, Calisto y Titán. Fue allí, cerca de Saturno y ya dispuesto a volver a casa que oyen de William Dagombe.

 Dagombe era el nombre también de su compañía, una minera que operaba en el infierno conocido como Venus. Los científicos habían logrado hacer del planeta algo menos violento pero seguía siendo un reto que los mineros habían asumido. Se extraían toneladas de minerales, a precios risibles comparados con los de la Tierra o Marte. Y allí se dirigió Manuel. El señor Dagombe se interesó de inmediato por su proyecto pero le dijo que necesitaba algo a cambio. Manuel aceptó y así cerraron el trato.

 La nave Zeus estaba siendo construida en la orbita de Venus y Manuel casi había olvidado su trato cuando, a Allegra, empezaron a llegar maletines de Dagombe. En una semana fueron hasta diez. Siempre venía con ellos una carta en la que le pedían guardar las maletas y nunca abrirlas. Solo guardarlas hasta que las necesitaran de vuelta. Manuel las guardó en un deposito y no pens en ellas﷽osito y no pensardarlas hasta que las necesitaran de vuelta. Manuel las guard¡emana fueron hasta diez. Siempre venas pó más en ellas.

 Esto fue hasta la celebración de los cinco años de Allegra. En el festejo, nadie se dio cuenta de que Manuel no estaba. Le habían llegado reportes de la Zeus y se había dado cuenta que algo estaba mal. La construcción no avanzaba. Trató de contactar a Dagombe pero era como si hubiera desaparecido. Manuel se sentía morir; su proyecto más grande parecía ser una ilusión y no tenía como seguir con él.

 Pero eso ya no fue importante porque alguien más no estaba en los festejos. El hijo de Manuel, un niño de cuatro años, se había separado de su madre para buscar a su padre. Pero no había llegado a la oficina de Manuel sino al cuarto de los maletines. Y entonces, con la curiosidad característica de un niño, abrió uno de los maletines. Y eso fue suficiente. El niño salió de allí pero a los pocos metros cayó muerto en un pasillo. La madre lo encontró y ella también murió a las pocas horas. Para cuando la asistencia llegó desde Titán, ya era muy tarde.

 Nunca nadie supo que era exactamente. Algunos pensaban que era un químico especialmente mortal, otros pensaban que era un arma biológica especialmente creada para algún propósito siniestro. Los equipos que bajaron y socorrieron a los residentes de Allegra, murieron también. Y fue así que el general decidió bombardear una ciudad que ya estaba muerta, condenada a ser una zona en cuarentena por siempre.


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 Dagombe nunca fue culpado de nada ya que nunca hubo un contrato real entre él y Manuel Liu. La Zeus fue construida pero muchos años después y la minera se adjudicó su diseño y creación. La barrera de la heliopausa fue rota años después. Y a pesar de todo Tritón siguió siendo una zona cerrada puesto que el virus no se había desecho con el bombardeo. De hecho, parecía no tener límites y eso asustaba a cualquiera. ´n﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽mbi pasillo. La madre lo encontre.

jueves, 6 de noviembre de 2014

En lo alto

El ascensor se abrió y Rubén salió de él. Caminó algunos pasos, entre varios cubículos con gente muy ocupada para notarlo y siguió hasta el final del recinto donde había una puerta. Sacó la llave que le habían enviado por correo y abrió.

La oficina era impecable. Era más una sala de reuniones que otra cosa aunque él sabía que el gerente de la compañía la usaba también para otras actividades, no muy acordes a las reglas de la compañía. En todo caso, eso era cosa del pasado. Mejor dicho, ese hombre era cosa del pasado.

Rubén cerró la puerta con llave por dentro, dejó su maletín encima de la gran mesa de vidrio en el centro de la sala y se acercó a la ventana, a contemplar la vista. Era impresionante. Por estar sobre una colina, desde el edificio se podía ver por kilómetros y kilómetros, incluso en un día tan oscuro como este.

Miró hacia arriba, a las nubes, viendo que tal pintaba el clima. La lluvia sin duda podía ser un problema y más aún si había mucho viento. Pero esperaba que no fuera así. Esta era una de esas misiones de una oportunidad, y no tenía intención de arruinarlo todo.

Según la hora en su celular, todavía faltaba bastante tiempo. Abrió el maletín y sacó de él algo de comer: un sandwich, una manzana, un jugo de naranja en caja y unas papas fritas picantes. Se alegraba bastante de tener una madre tan preocupada, incluso si ya casi él llegaba a los 40 años.

Abrió la bolsa de papas y empezó a comerlas. Dio vuelta hacia la puerta y miró por una rendija de las cortinas: tal como había pensado, la gente estaba bajando para ir a almorzar.

De pronto un trueno sonó en la lejanía, lo que le hizo pensar que tenía que tener mucho cuidado. Primero por el clima y segundo porque si llovía la gente volvería más pronto y eso podría ser un problema aún más grave.

En todo caso todos en ese piso se fueron y él, tras acabar el paquete de papas, lanzó el envoltorio vacío a un cesto cercano y tomó entonces el sandwich. Estaba delicioso: jamón de pavo, queso provolone, lechuga, tomate, aceitunas y un poco de mayonesa. Su madre era una santa, sin duda.

Se sentó en una de las muchas sillas que había alrededor de la mesa de vidrio y empezó a pensar en su vida, en lo que hacía y como vivía.

Lo que más lamentaba, sin duda, era no tener más dinero para ayudar a su madre. Toda la vida los había mantenido a él y a su hermana y seguía haciéndolo. El sueño de Rubén era comprarle una casita de campo para que viviera tranquila el resto de sus días pero no tenía el dinero. Después de tantos trabajos, no tenía como hacer que la vida de la mujer más importante de su vida fuera mejor.

Y estaba Julia, su ex esposa. Una mujer horrible pero con la que él había cometido el error de embarazarla estando embriagado. El error fue doble cuando se casaron pero lo había enmendado hacía cinco años cuando se habían separado de mutuo acuerdo.

La mujer era una zorra, no había mejor manera de decirlo. Y él simplemente no la quería, no tenía ningún interés en ella. De hecho la única razón para verla seguido era que ella tenía la custodia de su hijo Samuel. A Samuel, por otra parte, lo amaba. Era la razón de su vida y, con su madre, las dos personas más importantes en su vida. Trataba como podía de ser un buen padre para él pero como no había dinero ni trabajo estable, no tenía como pedir la custodia para él. Julia era horrible pero tenía una casa propia y lo podía alimentar bien y por eso no la odiaba.

Salió de su ensimismamiento cuando otro trueno y el sonido de lluvia en la ventana empezaron a escuchar cada vez con más fuerza. Dejó el envoltorio en papel aluminio en el que estaba el sandwich sobre la mesa y se acercó a la ventana.

Otro relámpago y el correspondiente trueno cayeron bastante cerca. Sin embargo la lluvia no era tan fuerte y todavía se podía ver por el cristal. A Rubén le gustaba cuando llovía aunque no fuera lo mejor para lo que hacía. Era algo especial para él porque bajo ese clima le habían pasado muchas cosas buenas, las pocas que había vivido: un cumpleaños memorable en familia, el nacimiento de Samuel y el primer día de su perro Animal en su casa.

Animal era de raza criolla o mejor dicho, era un perro callejero. Lo había adoptado y el primer día lo llevó a su casa durante una fuerte tormenta. Irónicamente lo baño en el garaje mientras llovía y el perro ladraba como loco. En parte por eso el nombre de Animal. Amaba a esa criatura y era con él con quien compartía su dormitorio en las noches. No necesitaba más.

Tomó el jugo y cuando cogió la manzana su celular empezó a timbrar y vibrar. Era la alarma que había puesto hacía algunas horas. Ya era hora.

Le dio un mordisco a la fruta y la dejó dentro del maletín. Mientras masticaba el pedazo, empezó a sacar partes de algo de un compartimiento cerrado del maletín. Sus manos se movían con destreza, haciendo giros y apretando y juntando una parte con otra.

Al cabo de unos minutos, tenía un rifle con mirilla en sus manos. Rubén se quedó mirando el arma y de pronto se le vinieron a la mente varios recuerdos de su juventud, cuando sirvió en el ejército. De allí había aprendido muchas cosas para su vida, incluida la destreza que últimamente le había dado de comer a él y a su familia.

Se acercó al cristal y miró hacia abajo. Había un parque pequeño pero menos mal el lugar estaba desierto, por la lluvia seguramente. Se devolvió al maletín y sacó un aparato que puso a nivel del suelo. Oprimió un botón y el aparato hizo un circulo en el cristal, cortándolo.

Rubén lo quitó y por ahí metió la punta del rifle. Por la mirilla apuntó al parque y esperó. No fue mucho tiempo. El individuo, un joven con sombrilla, entró al parque con lentitud, por el viento. En segundos, Rubén calculó todo lo necesario y disparó. Tres veces, para estar seguros. El cuerpo cayó con fuerza contra el suelo.

En minutos, Rubén lo había guardado todo en su maletín, había salido del salón de reuniones y había subido, de nuevo, en el ascensor. Antes de que se cerrara la puerta, suspiró y agachó la cabeza.