En el colegio me lo decían. A veces me lo
dicen hoy en día. No entiendo que tiene de malo o cual es el verdadero problema
detrás de soñar. Acaso no es solo un verbo, uno que se usa frecuentemente como
algo bueno y positivo? Pero cuando me decían “Deja de soñar!” no parecía que me
estuvieran alentando sino más bien al revés. En cambio ahora, y creo que
siempre, la publicidad y los medios alientan a todo el mundo a soñar más allá.
Pero en verdad eso no es lo que quieren.
Vivo soñando, día y noche. Vivo anhelando
cosas que jamás tendré, me imagino a mi mismo en situaciones en las que me
gustaría estar o, al menos, en la que creo que me gustaría estar. Es muy
extraño. Horas y horas, todos los días, soñando. No hago nada m ás,
físicamente nada más. Hace años no voy al colegio, y lo agradezco. Mi época
universitaria pareció terminar en un abrir y cerrar de ojos y ahora no hay
nada.
Todas las promesas de la vida se resumen en
nada. Trabajar y trabajar y seguir trabajando para que? Para no disfrutar nada,
para terminar odiando lo que alguna vez se quiso. Matarse haciendo cosas por
los demás cuando a los demás no les importa si tu consigues tus sueños porque
están muy ocupados persiguiendo los suyos. Y la verdad es que nadie consigue su
sueño, tal y como lo imaginó. Eso no existe, son cuentos para niños.
Yo no quiero un cuento, porque esos son cortos
y se acaban con finales que no tienen sentido. Yo quiero una historia, una bien
contada y con todos los detalles que sean posibles. Pero una historia bien
nutrida, con vida, con chispa. Esta que vivo no es una historia, es apenas un
resumen o un documento aburridísimo que nadie quiere leer y, menos mal, nadie
quiere tirar a la basura. Es como desperdiciar un papel porque se le ha escrito
un poco de un lado. Mejor esperar para poder usarlo de ambos.
Sí, así pienso de mi vida. Soy ese papel que
puede ser usado alguna otra vez, por si a alguien se le da la gana. No soy
aquella bella historia encuadernada en el más fino de los cueros, impresa en el
más suave de los papeles, con un aroma tan intoxicante como lo es la lectura de
la historia entre sus páginas. No, no soy ese libro. A lo mucho, soy uno de
esos folletos con más hojas de las necesarias, algunas muy gruesas y otras
extrañamente ligeras, atiborradas de imágenes pero sin contenido real.
Pero no me canso. No me canso de soñar día y
noche, con mi mente. Esté caminando por la calle o acostado en mi cama, es como
si mi cerebro fuese un joven especialmente intenso que no puede callarse nunca
y que no necesita de la atención de nadie. Solo necesita hablar y decir todo lo
que piensa o sino podría morir. Y quien
soy yo para no dejarlo hablar? A la larga, es gracias a ese otro yo, ese ser
vivo y fantástico, que sigo aquí. Lo tomo de la mano todos los días y paseamos
juntos porque necesito de él y él me necesita.
Algunas veces lo escucho, con gran atención,
pero otras prefiero solo sujetar sus dedos sin oír nada de lo que dice.
Obviamente, no todo lo que sale de él, de mi, es oro puro. Hay mucha mierda y
una que otro pepita brillante, que necesita pulirse con delicadeza.
Lamentablemente, no hay paciencia y se requiere de ella para poder pulir todos
esos pensamientos que vienen y van.
Se necesita incluso de una habilidad especial
para atrapar esos pensamientos, esos grandes eventos que ocurren en mi mente,
para poder usarlos en un momento ulterior. No, no creo que todos valgan la
pena. Me conozco bien y sé que muchos son ecos de otros pensamientos, ideas
inventadas a partir de sentimientos dolorosos, casi siempre. Es triste, verdad?
Que todo lo que eres es solo un montón de sentimientos y eso es lo que te hace
especial.
Porque ser humanos no nos hace especiales.
Como seres humanos somos ordinarios, salvajes, sucios, estúpidos y lentos. Si
no hubiéramos tenido esos sentimientos, esa cualidad única que tiene el
cerebro, estaríamos todavía atascados en los bosques, presa de seres mejor
fabricados para la vida en este mundo voraz e incansable. Tan especial es el
cerebro, que ha doblegado incluso a la naturaleza. Pero el que manda una vez,
siempre manda de nuevo, de una u otra manera. Las cosas cambian pero tienen una
ironía especial, volviendo siempre al mismo punto.
Como yo. Siempre vuelvo a lo mismo. El amor.
Maldito sentimiento de mierda. Y lo odio, más que a nada. Y creo que es porque
no lo conozco. No sé como es, que hace sentir ni como se ve. Y detesto pensar
en lo que no conozco porque me hace sentir temor. Ese sentir es la base de
tantas ideas, de tantos pensamientos en ese momento débil en el que estamos a
punto de dormir y de pronto todo aparece tan claro como las estrellas en el
desierto. Cada estrella es una idea y tan brillante como ellas.
Pero de pronto todo se apaga y el cerebro se
lo traga todo para remplazarlo por nada o por sueños sin sentido que te dan
cucharadas de lo que podría ser pero sabes que nunca será. Jamás nadie me va a
hacer sentir como esas sombras y seres en mis sueños físicos. Ni siquiera
aquellos que viven en mis pensamientos diurnos, seres de mil caras que a veces
ni hablan porque ya sé todo lo que quieren decirme.
Hoy soñar es bueno porque es una meta. Es una
meta invisible para perseguir, para esforzarse como una bestia de carga y para
escalar montañas invisibles que jamás hubieran sido visitadas de otra manera.
Pero soñar hoy es, antes que nada, una gran mentira. Nadie quiere que nadie más
alcance sus sueños ya que la base de la actividad humana es la competencia.
Nadie hace nada porque sea necesario sino porque necesita ser mejor que alguien
más, tiene que vencerlo, doblegarlo.
Y ahí yace nuestra naturaleza animal,
destructiva y desgraciada. Todos los días, en todos los países del mundo,
alguien está pasando por encima de otro. Está soñando, dicen unos. Está
cumpliendo sus sueños, dicen otros. Y sí, nadie nunca ha hablado de los sueños
buenos y los malos porque simplemente no existen. Hay sueños. El contexto en el
que viven fluye constantemente y solo se puede esperar sentado y ver que
sucede.
Lo peor de todo es la mentira, lo patético que
es ver a gente estúpidamente optimista, pensando que todo va a ser mejor y que
sus sueños están a la vuelta de la esquina. Ellos solo quieren lo mejor, o eso
creen. Y eso no tiene nada de malo. Si a algo deberíamos tener todos derecho es
a conseguir ser felices pero lo que nunca pensamos es que esa felicidad es
diferente para cada uno. No se trata de tener todos una linda casa, un lindo
esposo o esposa, lindos y brillantes hijos y todos los objetos que el dinero y
la belleza física puedan comprar. No, la vida no es así.
Pero así alguien no tenga nada de eso, seguirá
pensando tontamente que lo puede conseguir. Porque la mayoría de personas no
pueden mirar al futuro, la verdad a la
cara. No solo somos animales débiles sino que también somos cobardes y por eso
tememos a nuestro reflejo en el espejo. La mayoría de la gente no está
interesada en la verdad, en los sueños que sí se pueden cumplir. Lo que quieren
es ser lo que todos quieren ser, lo que los demás aceptan como el ideal. Y como
nadie se atreve a decir nada, pues nunca nada cambia.
Y que pasa con nosotros, aquellos que soñamos
de manera tan salvaje que nos acercamos tanto a la naturaleza que nos igualamos
a ella? Pues nada. Nada de nada porque no somos parte del gran grupo, no somos
parte del núcleo de la sociedad porque ellos quieren estar lejos de la
naturaleza, por brutales que sean. Quieren alejarse de lo que los hace
criaturas vivas, quieren ser más. Sueñan con llegar al límite de la riqueza, la
belleza y la realización. Cosas que mueren, igual que nuestro cuerpo.
Pero estamos los otros, los que soñamos con la
permanencia, con dejar algo para que alguien en un futuro lo vea y piense que
puede soñar de otra manera. Para que
sepa que hay algunos que, aunque frustrados por la sociedad que simplemente no
nos quiere, seguimos aquí y nos dedicamos a soñar sin concesiones. Salvajemente
y sin importarnos nada. Porque no queremos nada a cambio, solo queremos sentir
y así sentirnos vivos.