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lunes, 7 de enero de 2019

Proyecto


   Los fuegos artificiales estallaban a un ritmo constante, asombrando a la multitud que veía el cielo con ojos bien abiertos y bocas casi siempre igual de abiertas. Niños, mujeres y hombres, también ancianos e incluso mascotas veían el espectáculo que se desplegaba muy por encima de la ciudad. Era algo jamás visto por todos ellos y por eso casi todos habían salido a ver todo con sus propios ojos en vez de verlo por televisión o en línea. Pero no todos estaban viendo el cielo, más bien al contrario.

 Un par de personas estaban abriendo una de las bóvedas más seguras de toda la ciudad en ese mismo momento. Como no había nadie en la cercanía, no tenían porqué preocuparse. El sitio además no tenía seguridad física sino solo por cámaras de seguridad y otros dispositivos que habían sido desactivados con gran facilidad antes de entrar al lugar. Por eso la pareja estaba tecleando con tranquilidad todo el código que debían de utilizar para terminar de bajar todas las medidas de seguridad que quedaban.

 Cuando por fin pudieron entrar al corazón de la bóveda, escucharon más estallidos en la lejanía. La gente seguía mirando al cielo. Era seguro entrar y sacar las dos cajas metálicas por las que habían venido. Las abrieron con una llave maestra que habían creado en una impresora especial y luego trasladaron el contenido a una simple mochila algo raída, que no parecía ser la ideal para llevar contenido de alto valor. Todo fue hecho en unos momentos y pronto estuvieron los dos en la calle, caminando hacia el espectáculo.

Se metieron entre una multitud en el parque y se sentaron en un pequeño lugar que encontraron sobre el césped para ver lo último que quedaba de lo que ocurría. Sacaron de la misma mochila raída dos botellas de cerveza y brindaron por lo que habían hecho, aunque la mayoría de las personas creyeron que celebraban por el fin de año. Sus sonrisas pasaron desapercibidas, aplaudieron como todo el resto y se besaron y abrazaron como la gran mayoría de las personas que estuvieron allí.

 Mientras las personas se retiraban del lugar, ellos se tomaron de la mano y caminaron despacio hacia su hogar. Fueron caminando hacia su hogar, en vez de tomar el tren o el tranvía. Miraron las vitrinas apagadas de los comercios y las luces que todavía brillaban aquí y allá. Ya todos habían recibido sus regalos y pronto los mayores regresarían al trabajo y los niños volverían a la escuela. Y ellos también tendrían que hacerlo, a sus verdaderos trabajos que nada tenían que ver con lo que habían hecho con anterioridad esa noche. Cuando llegaron, quedaron dormidos rápidamente.

 Al día siguiente, revisaron lo que habían tomado de la bóveda encima de la mesa del comedor, una pequeña mesa circular al lado de la ventana de la cocina. Había algunos documentos pero lo más importante eran dos pequeños elementos de plástico, uno azul y otro rojo. Eran memorias para computadora que contenían información esencial para un proyecto que ellos tenían desde hacía mucho tiempo. Era código clave que alguien había diseñado para crear programas de computadora innovadores.

 Técnicamente habían robado pero al mismo tiempo estaban seguros que nadie nunca sabría que esos elementos ya no estaban en la bóveda del banco. Eso lo sabían porque conocían al dueño de la bóveda y estaba claro que él nunca querría abrir esas cajas. Su novia era la persona que había diseñado el código y ella le había pedido que lo guardara para siempre, pues creía que las personas no estaban listas para manejar lo que ella había creado. Pensaba que los usos que se le darían no serían los mejores.

 Sin embargo, era lo que necesitaba la pareja que había extraído la información del banco. Con cuidado, habían podido ir averiguando más y más detalles de todo el asunto. Habían tenido que ser muy pacientes hasta que por fin sintieron tener lo suficiente para hacer el siguiente paso. El robo había sido muy fácil de ejecutar y de planear, pues el último día del año era el día ideal para algo de ese estilo. La gente estaría distraída y no notaría ligeros cambios en la seguridad de un banco que no tenía mucho de especial.

 Por suerte, no era un lugar donde la gente con dinero guardara sus cosas o dónde se escondieran muchos secretos. Era solo un banco más, como había cientos o miles por todo el país y la ciudad. Así que nadie tenía porque estar mirando justo ahí y en ese momento. Eso sin decir que ellos no eran del tipo del que nadie sospecharía para hacer algo semejante. Eran gente promedio. Ni resaltaban de la multitud ni eran extraños. Eran solo personas como muchas otras y eso era todo.

 En la cocina, aprovecharon que era un día festivo y empezaron a meter el código en un portátil que habían construido ellos mismos comprando partes a lo largo de varios meses. Los dos conocían muy bien lo que tenían que ir haciendo y estaban muy pendientes de no usar el programa de forma errónea ni de dejar rastros detrás de lo que hacían. La concentración tenía que ser óptima y por eso habían decidido que una persona debía trabajar en ello a la vez, para minimizar interrupciones y evitar equivocaciones en momentos clave que podrían cambiar el producto final de su pequeño proyecto.

 El programa había sido diseñado, en un principio, para mejorar la vida de las personas. Lo que hacía, para decirlo de manera directa, era simplificar la vida de todos haciendo que los trámites que todo el mundo debía hacer en la vida fueran más sencillos, unificándolo todo en una sola plataforma rápida, eficiente e inteligente. Sin embargo, el código requería muchos elementos clave y ahí recaía el problema con el que se había encontrado la diseñadora original. No había contemplado el problema ético.

 Ella era una de esas personas que solían pensar siempre en los mejores aspectos de una persona, siempre tenía en mente el potencial de los seres humanos y creía que todas las personas siempre tenían presente hacer lo mejor para y por todos. Sin embargo, era obvio que la realidad era otra y se había dado cuenta muy tarde. El código requería datos que parecían inofensivos pero que podían destruir la vida de una persona con sorprendente facilidad. Era algo tan inocente que a ella no le había parecido evidente.

 Pero lo era para todos los demás. Su mismo novio le había hecho caer en cuenta que su programa tenía un potencial destructivo enorme, que podría incluso acabar con la vida normal y corriente de las personas. Alguien con otras intenciones, podría destruir las vidas de muchos con facilidad y arreglarlo sería casi imposible. Por eso la diseñadora decidió echarse para atrás, guardándolo todo en una bóveda de banco para que alguien en algún momento pudiera aprender de ello, si es que alguien lo descubría.

 Y ahora la pareja lo estaba actualizando y cambiando algunos de los aspectos más arriesgados del programa. Debían trabajar en el proyecto con constancia, por varios días hasta que lo tuvieran a punto para hacer lo que necesitaban hacer. No sabían las consecuencias ni querían pensar mucho en ello. Lo único que sabían era que necesitaban hacerlo, tenían que hacerlo porque era la única vía que encontraban para lograr su proyecto que no era nada más sino algo que veían como de vida o muerte.

 Cuando terminaron, usaron el programa para usarlo contra ellos mismos. La idea era destruir por completo su propia existencia. Cada una de las informaciones que existían sobre los dos, desaparecerían con un solo clic. En pocos minutos, todo rastro de su vida desaparecería. Cada imagen, cada escrito, cada rastro de educación o trabajo, cada lazo de parentesco o de amistad, serían borrados para siempre. Ellos quería dejar de existir y probar por una vez algo que la mayoría de las personas nunca probarían en sus vidas: la verdadera libertad, la sensación de no tener limites ni restricciones.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Solo una ducha


   Sí, el agua muy caliente quema. Pero aún así se siente mejor que nada en el mundo, sobre todo cuando deseas sentir que las cosas resbalan por tu cuerpo y se precipitan por un drenajes para nunca más volver. Es un momento de paz que pocas veces se puede disfrutar en la vida agitada que todos tenemos hoy en día. La ducha es ese rincón en el que podemos estar solos con nuestros pensamientos por un buen rato, sin que nadie nos interrumpa. No es un lugar para compartir, muy al contrario. Es privado de verdad.

 Siempre que llego tarde a casa, o muy temprano, me gusta relajar el cuerpo con una ducha caliente. Obviamente apenas llego lo que hago es dormir lo más que se pueda pero después me levanto sin nada de ropa, entro al cuarto de baño y abro la llave del agua caliente. Mientras el agua se calienta, me miro en el espejo: casi siempre tengo las ojeras bastante marcadas pero mi cuerpo se ve como casi todos los días, lo que es bueno. No soy fanático de los grandes cambios, ni en mi cuerpo ni en mis alrededores.

 Cuando entro a la ducha, siento como si el agua de verdad limpiara todas las cosas que quiero sacar de mi ser. Puede sonar exagerado, pero creo que todos tenemos algo adentro que nos conmina a experimentar y a romper las normas de lo que está establecido en nuestro mundo. O al menos eso creo yo porque lo he hecho tantas veces. De pronto es por eso mismos que una ducha para mi es algo casi espiritual, como una limpieza profunda de mi alma y mi mente que, así no sea algo permanente, se me hace casi necesaria.

 Al comienzo, solo me quedo de pie bajo el agua, sintiendo como la gotas caen a raudales en mi cara, en mis hombros, en mi cuerpo. Siento las gotas, ya separadas del resto, resbalar por mis piernas, mi espalda y todo mi cuerpo. Se siente tan bien que, no es raro que cierre los ojos y me pierda en ese mundo que creo para mi mismo por un rato. Se siente tan bien que no puedo evitar dejarme ir, y es entonces que mi mente se pone a inventar y a recordar y a reflexionar. Se relaja tanto que trabaja mejor que nunca.

 A veces se me va la mano con el tiempo que paso debajo de la ducha y he tratado de remediarlo, sobre todo cuando tengo que despertarme temprano. Pero cuando tengo la oportunidad, como en esas mañanas casi tardes después de una noche de excesos, me quedo más tiempo del que seguramente es necesario y entro al mundo en el que más me siento cómodo. Yo creería que puedo estar, en ese extraño trance, unos cinco minutos debajo del agua, si no es que más. El tiempo pasa de una manera diferente cuando estás concentrado en algo y te sientes tan a gusto que no te cambiarías por nadie en el mundo.

 Cuando despierto de ese momento mágico, me siento mejor que nunca. Es como si en verdad el agua tuviera una propiedad especial que limpia mi conciencia, saca todo el mugre y se lo lleva lejos de mi. Claro que está solo en mi poder no contaminarme a mi mismo, pero tengo que admitir que no soy tan bueno en ese aspecto de la vida y por eso las duchas largas y confortables son para mí la solución perfecta para no morir de estrés. Me gusta sentir que tengo el poder de limpiarme a mi mismo cuando quiera y cómo quiera.

 Después es que de verdad empiezo a limpiarme a mi mismo, me refiero al físico. Por fin salgo del trance y tomo el jabón y hago lo que todos hacemos en la ducha. Ahí ya nada es diferente a lo que hacen millones de otros, tal vez incluso a la misma hora. En un mismo momento muchos nos unimos para entrar en ese ritual pero dudo que todos, ni siquiera que la mayoría, piensen en semejante acto tan común y corriente como algo tan espiritual e importante como me lo parece a mí. Al menos eso es lo que creo.

 Cuando termino con el jabón, casi siempre, cierro la llave de golpe. Lo hago así porque si lo pienso demasiado jamás saldría de allí. Es como interrumpir algo que sabes que no debes seguir porque tienes muchas otras cosas que hacer. Se siente feo, es verdad, pero creo que es la mejor manera. Mi cuenta del agua llegaría por las nubes y ni se diga la de la electricidad. Esa es la razón práctica. Pero la verdadera, la importante, es que he aprendido a guardar esos momentos como pequeñas joyas y he aprendido a manejarlos.

 Cuando cierro la llave, casi siempre me quedo allí un pequeño momento, pensando y mirando a mi alrededor. Me gusta pensar que todos nos sentimos igual cuando estamos sin ropa. Es un momento vulnerable pero que todos conocemos. No existe un solo ser humano que simplemente haya nacido vestido o que nunca se quite sus ropas. Incluso aquellos que viven en la calle, por una razón o por otra, se quitan alguna vez sus harapos para disfrutar algo de agua fresca, así sea para limpiarse la cara o las manos o refrescarse los pies.

 Todos somos iguales en ese momento después de ducharnos. Y eso siempre me ha parecido que es uno de esos grandes conectores de la humanidad. Claro que a la mayoría de seres humanos les parece que el estar desnudo es algo casi tan malo como moler a golpes a otra persona, pero de todas maneras es algo que disfruto pensar. Además, nunca me ha molestado en lo más mínimo estar desnudo. Es lo que soy y no va a cambiar de un momento a otro así que, ¿porqué tendría que preocuparme de lo que piensen los demás de mi físico? No tiene nada de sentido sentir vergüenza en ese momento. No le veo sentido.

 Cuando por fin salgo, me envuelvo con la toalla y miro la pantalla de mi celular, que casi siempre dejo a la mano por si acaso. Miro la hora y veo que he estado entre cuatro y diez minutos bajo el agua. Es lo normal en mi caso pero no sé si eso se repita en la vida de todos, supongo que tiene que ver con el poder adquisitivo y el nivel de culpa que tenga cada uno acerca del cambio climático. El caso es que salgo de la ducha un poco renovado, con menos toxinas en el cuerpo y en la mente. Me siento mejor entonces.

 En mi cuarto me tomo mi tiempo para ponerme la ropa. No me apuro y menos aún si se trata de unos de esos días en los que sé que no haré nada. Me paseo desnudo por la habitación eligiendo la ropa que vestiré y luego me echo en la cama y me distraigo un largo rato hasta que recuerdo que me estaba vistiendo y prosigo con la ropa interior, las medias y así hasta que solo me falte ponerme los zapatos. Siempre en el mismo orden, casi siempre de la misma manera. Esa rutina es una que nunca me ha molestado pues, ¿porqué lo haría?

 Con el agua habiendo relajado mis músculos, empiezo en varias cosas que debería hacer. Algunas veces escribo mis ideas, otras veces las guardo en compartimientos mentales que sé que podré acceder en el momento que yo quiera. Pueden ser ideas sobre un tema para escribir o para un video o para hacer en la vida en general. Pueden ser tonterías como volver a jugar un videojuego que no he volteado a mirar en años o algo tan importante como recordar pagar una cuenta especialmente importante.

 Ese es el momento en el que todo aflora, casi como después de una tormenta o de una erupción volcánica severa. Por eso creo que la ducha actúa como un calmante para la mente, que se inquieta y excita cuando desafías a la vida misma. Es una relación simbiótica que, y  creo en esto fervientemente, hay que conocer al menos una vez en la vida. Es importante saber cuales son nuestros limites y lo que estamos dispuestos a hacer con tal de conocernos a nosotros mismos como los seres humanos complejos que sabemos que somos.

 Cuando ya tengo los zapatos puestos y han pasado un par de horas desde el momento de la ducha, se empieza a sentir que los efectos se van poco a poco. Las ideas fluyen menos y las ganas de hacer algo, sea lo que sea, no son tan imponentes como antes. Es como si todo cayera en un sueño ligero.

 Sin embargo, la ducha no es la única cosa que podemos hacer en la vida para sentirnos libres. Hay muchas otras y creo que dependen de las personas, cada una con su personalidad individual particular.  Solo digo que el agua nos une sin lugar a dudas, y luego nosotros elegimos nuestro mejor camino.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Asesino

   Era el último de la semana, el cuarto si había que contarlos todos. Era un buen momento para el tipo de trabajo que H hacía, uno que no muchas personas aprobaban. De hecho, muchos ni sabían que algo así existía. Claro que había que ser una cierta clase de persona para saber al menos un poco del mundo en el que H se desarrollaba. Las personas con las que se relacionaba seguido podían ser clasificadas como lo peor de lo peor, el mugre aceitoso de la humanidad.

 Lo que él hacía era matar gente y hacer que todo pareciera un accidente desafortunado. Sus técnicas más frecuentes eran las de ahogar a las victimas o envenenarlas sin que lo supieran. Esta última era algo mucho más elaborado que se tomaba demasiado tiempo pero siempre tenía los mejores resultados pues no había forma que nadie se enterara de cómo había muerto en verdad su ser amado o su jefe o cualquiera que fuese su relación con el muerto. El caso es que quedaba bien hecho.

 Sin embargo, no había sido fácil empezar en el negocio. Todo había sido consecuencia de una serie de errores que había cometido. El primero, tal vez el más importante, había sido no trabajar tan pronto como pudo cuando fue joven. Mientras otros lo hacían en panaderías o tiendas de video, él se la pasaba mirando las estrellas o simplemente cultivando su cerebro, algo que con el tiempo resultó ser algo que no llevaría a ningún lado. Por eso surgió lo de las drogas.

 Como no podía conseguir trabajo cuando ya todos sus conocidos eran jefes o al menos ganaban una buena suma en algún lado, H se desesperó y buscó por todas partes una opción para al menos tener un ingreso mensual fijo. Lo que encontró fue una red de narcotráfico que buscaba personas que vendieran la mercancía y él resultó ser la persona perfecta para el trabajo: parecía universitario y no resaltaba en multitudes. Se podría acercar a los estudiantes para ampliar el negocio.

 Así empezó su carrera entre las sombras, pues tuvo que hacer negocios que no le gustaron pues sabía en qué estaba metiendo a jóvenes hombres y mujeres que se encontraban en un mal momento de sus vidas. Él se estaba aprovechando de ellos, de su vulnerabilidad. Por un buen rato se sintió bastante mal por ser aquella persona, un depredador, que se lucraba con su afán de sentirse mejor. Con el tiempo, esa preocupación desapareció. Se fue dando cuenta que todos ellos no eran niños sino adultos y era su decisión consciente hacer lo que hacían. H jamás forzaba sus ventas.

 H era un pésimo profesional en el campo que había elegido estudiar en la universidad. Era un mediocre en aquello que se suponía amaba y conocía bien. Se había pasado meses y meses, casi una década entera, tratando de construir una estructura de conocimiento suficiente para poder ser lo que más quería en la vida. El triste resultado se había derrumbado a su alrededor y los escombros lo habían atrapado durante un buen tiempo hasta que se metió en el negocio e las drogas.

 En eso era el mejor. No solo vendía más y a más gente sino que había ampliado la extensión de su zona de distribución e incluso se había adentrado en negocios alternos para poder impulsar la venta de la droga. En un mismo paquete muy bien cerrado, podían haber también medicamentos de prescripción médica, así como alcohol y cigarrillos. Se le daba al cliente lo que quisiera, como quisiera y dónde quisiera. No había limite alguno y esa era la clave de toda la operación.

 En poco tiempo fue el mejor vendedor de la red de la ciudad y pronto se le pagó para que viajara a otros lugares para mejorar las ventas. En muchos lugares los vendedores sufrían bastante para vender lo poco que tenían pero con sus estrategias eso cambió bastante pronto. En poco tiempo, la venta de narcóticos creció casi al doble de lo que era en el pasado. Y fue en ese momento cuando H se dio cuenta de que su momento en ese negocio había expirado.

 Le explicó a sus jefes, hombres que casi nunca se dejaban ver, que necesitaba hacer algo diferente, algo que lo desafiara más. Ellos trataron de amenazarlo pero él les recordó que gracias a sus esfuerzos, ellos eran más ricos de lo que jamás podrían imaginar. Aclaró que jamás le diría nada a la policía porque obviamente eso iría en contra de sí mismo pero sabía de la competencia y que a ellos les encantaría entender como fue que ellos habían crecido tanto en tan poco tiempo.

 Los hombres terminaron por aceptar su renuncia pero fue entonces cuando le propusieron algo diferente, que tal vez le podría interesar. Durante su tiempo vendiendo drogas, él había hecho lo opuesto a sus clientes: había cuidado su cuerpo, entrenando varias horas a la semana para poder ser ágil e intimidante. Por eso le propusieron ser uno de los nuevos guardaespaldas de un narcotraficante que necesitaba con urgencia personas que le colaboraran, después de un ataque particularmente fuerte de las fuerzas del Estado. Aceptó la propuesta sin pensarlo dos veces.

 No pasó mucho tiempo para que empezara a destacarse entre los demás guardaespaldas. Podía ser muy calmado en un momento y casi salvaje al siguiente. Era una máquina de fuerza y velocidad cuando quería. Por eso su nuevo jefe lo enviaba a hacer ciertas tareas que él solo le daba a sus más fieles empleados. Matar fue una de esas tareas y al comienzo no fue nada fácil. Pero con el tiempo todo se hace más sencillo y terminó siendo una máquina de la muerte muy refinada.

 Los estudios del pasado le sirvieron para refinar sus técnicas. Fue así que encontró varios venenos que la mayoría de personas no conocían y que podían ser utilizados efectivamente para eliminar a quienes necesitase eliminar. Pronto perdió la cuenta de sus victimas y matar personas se volvió algo tan común y corriente para él como correr las cortinas por la mañana y servirse jugo de naranja. Era algo oscuro y asqueroso pero ese era él, ese había resultado ser su verdadero yo.

 A veces se despertaba a la mitad de la noche o simplemente no podía dormir. Y no era que viera las caras de los muertos en la oscuridad sino que se sentía como en una caja que lentamente se iba cerrando a su alrededor. Sin pensarlo mucho, le pidió a su jefe que lo dejara ir, pues quería emprender su propio negocio por su parte. Le aseguró que no serían competencia ni nada por el estilo. La idea era ofrecer el mismo servicio que le ofrecía a él pero a otras personas.

 Meses después, recibía contratos de varios tipos de personas. Los narcotraficantes eran cosa del pasado. No había nada mejor que trabajar para amas de casa desesperadas o para hombres de negocios que se veían entre la espada y la pared. Había cierto interés casi morboso en ver como personas que parecían ser normales, que parecían no herir una mosca, podían convertirse en monstruos peores que él mismo en un abrir y cerrar de ojos. Era algo digno de ver.

 Con el tiempo, empezó a subir sus precios y a hacer cada vez menos trabajos. Esa era la idea desde el comienzo. Después de todo no iba a tener la energía de un joven toda la vida, su entrenamiento físico solo podría mantenerse por un cierto tiempo.


 Así fue como empezó a entrenar a otros en su arte de la muerte. Cuando llegó su propio momento de morir, había otros que seguirían su oficio para siempre pues con los seres humanos la muerte es segura y, es aún más seguro, que las pasiones de un momento los hagan hacer lo que nunca antes harían.

viernes, 10 de marzo de 2017

Sueños, pesadillas y la realidad

Los sueños y las pesadillas pueden ser muy reales. Hace un rato, cuando estaba dormido, sentí que verdad me estaba ahogando. Y antes de eso, sentí que de verdad había matado a alguien. Sí, ya lo sé. No son los sueños más comunes y corrientes pero, por alguna razón, mi subconsciente se ha puesto cada vez más violento y errático. No sé si tenga que ver con algo mío como tal. No soy de los que cree que cada sueño tiene un significado pero ciertamente sería todo más fácil si ese fuera el caso.

 Ayer, al despertar de otro sueño parecido, tenía las piernas y la espalda adolorida, como si de verdad hubiese hecho un esfuerzo físico de esos que siento que hago en mis sueños. Tal vez es solo que me muevo demasiado y mi cuerpo naturalmente se cansa y se resiente. Me gustaría ser de esas personas que despiertan tal como se quedaron dormidas, pero no creo que eso vaya a sucederme pronto puesto que no es la primera vez que ocurre y dudo que vaya a ser la última.

 Lo que sí es cierto, es que en estos días he tenido más sueños movidos. No sé si llamarlos pesadillas, porque algunos ni siquiera los recuerdo por completo. Pero el caso es que recuerdo lo que sueño, me despierta de golpe de lo intenso que es y eso no es algo común en mí, menos aún cuando se toma en cuenta que la mayoría de sueños que he tenido con anterioridad, o los que me acuerdo al menos, son más bien calmados y se basan mucho en las personas de mis recuerdos.

 De hecho, desde hace varios años, mis sueños siempre ocurren en los mismos lugares del mundo real: una planicie verde, el colegio de mi adolescencia, alguna playa que visité alguna vez,… Nunca son copiados a la perfección de lo real sino que son una versión “para sueños” del lugar pero el caso es que los puedo reconocer con facilidad. En cambio los lugares de lo sueños más movidos no son muy reconocibles para mí. Tal vez se basen en algún recuerdo pero irónicamente, no lo sé.

 Sé que soñé, hace unos minutos, con una casa pequeña que era mucho más grande por dentro que por fuera. En mi mente, era mi casa pero ni siquiera tenía suelo como tal ni habitaciones. Había troncos que hacían de sillas y el suelo era barro endurecido. Lo más grande era el patio: una ladera con árboles y rocas pero cubierta por el techo de la casa. En mi vida, nunca he visto un lugar parecido a ese, así que tengo que suponer que todo fue inventado por mi mente, por poco posible que eso sea. El caso es que lo que pasaba allí era muy real o eso parecía.

 No puedo dejar de pensar en la persona a la que maté. Le tendí una trampa, si no estoy mal. Y lo atraje a mi casa a propósito. No recuerdo bien que hizo él para merecer su destino pero quedó sellado pronto con un ataque de animales hambrientos. Pero no recuerdo que se lo comieran ni nada parecido. Solo supe que se murió y que nadie más debería saberlo. Fui un asesino en mis sueños pero ni siquiera puedo recordar con exactitud como lo hice y mucho menos las razones que me llevaron a hacerlo.

 Que recuerde, matar no era algo que hubiese hecho antes en mis sueños. Claro está que siempre se encuentra uno con alguien que le cae mal o vive alguna experiencia desagradable pero jamás al punto de asesinar a nadie. Me pone nervioso pensar en lo que le hice a esa persona, sin importar su inexistencia. En esos momentos, en mi sueño, él era real. Aunque fue un momento, pues apareció para que yo lo matara y después no se habló más de él. Una situación muy extraña.

 Extraña pero no poco común porque, al fin y al cabo, así son los sueños. Nunca tienen verdadero sentido y se trata todo de un cerebro bastante activo que necesita seguir creando incluso cuando el cuerpo descansa. Supongo que por eso hay muchas veces que nos vamos a dormir y despertamos mucho más cansados de lo que estábamos al acostarnos. Con tanta acción que hay en los sueños, es un poco difícil que todo eso no produzca movimientos reales en el cuerpo.

 Muchas personas se han despertado para darse cuenta que tienen rasguños, golpes y moretones en el cuerpo. Y no es que nadie los haya atacado sino que han estado moviéndose durante toda la noche y simplemente no se dieron cuenta de que se golpearon contra la pared o cosas por el estilo. Es increíble el poder que tiene la mente para sumirlo a uno en semejante estado tan vulnerable, porque mientras dormimos estamos a merced de todo en el mundo físico pero también en el mundo interno.

 Seguramente muchos han pensado en cómo sería si esos dos mundos se encontraran, si fuera posible entrar y salir de los sueños al gusto, si hubiese más control a la hora de creer cada personaje y escenario. Eso le evitaría a todo el mundo el trajín de las pesadillas pero al menos yo estoy seguro que las pesadillas tienen alguna función, biológicamente hablando. Tal vez sea mantenerlo a uno alerta o tal vez hacer como una prueba mental de los peligros a los que puede estar uno expuesto en el mundo real. Creo que sigue siendo un misterio.

 Pero quisiéramos poder manipularlo a nuestro gusto puesto que todos hemos ido a lugares perfectos en nuestros sueños. Lugares que son ideales, que no tienen nada malo que podamos criticarles. Son a esos sueños a los que nos gusta volver una y otra vez porque nos enorgullecemos de ellos, nos sentimos orgullosos de nuestra creación y además adoramos pasar tiempo allí porque sabemos que estamos seguros, que nada ni nadie nos va a ir a molestar a esa playa idílica o a la casa de nuestra infancia.

 Personalmente, me gusta que en mis sueños se me hagan recordar cosas que he olvidado hace mucho tiempo, o que creía olvidadas en todo caso. Objetos, palabras, favoritos, gustos y disgustos e incluso personas. Porque la mente lo almacena todo pero no podemos acceder a lo que quisiéramos porque no todo está “despierto”. Hay que tener la llave correcta para poder verse de nuevo en el pasado o para recordar eso que fue tan importante pero hoy en día ni tenemos en cuenta.

 Es hermoso, en parte, lo de poder soñar. Son aventuras a las que vamos solos, sin que nadie más tenga que ver con ellas. Me siento mal por aquellas personas que dicen que no sueñan o que no recuerdan lo que han soñado. No tienen ese mundo de escape, no saben como se siente esa emoción que se experimenta al estar dentro de la mente propia, viendo como esta es una máquina increíble que hace y deshace en cuestión de minutos. Siento mucha lástima por ellos porque no saben lo que se pierden.

 Eso sí, pueden quedarse con mis pesadillas raras, aquellas que no entiendo y no creo que tengan un sentido normal. Que se quede alguien con mi yo asesino y con todas esas personas que no aportan nada, ni en mi vida real ni en la de los sueños. Todo eso se lo cedo al que lo quiera o que al menos mi cerebro se de cuenta que son cosas, datos si se quiere, que no me sirven a mi de nada, ni consciente ni inconsciente. Debería uno poder elegir que tira a la basura y que quiere tener consigo para siempre.

 Pero supongo que esa es la magia de los sueños y de la vida en general, que uno no tenga elección en ningún asunto y que las cosas pasan y haya que adaptarse cada vez que eso pasa. De pronto esa es la única manera real de vivir en este mundo.


 El caso es que me quedo con el sueño de la otra vez, de la semana pasada. En ese solo dormía. Me quedaba dormí sobre un comedor y dormía y dormía y cuando me desperté, en la realidad y en el sueño, me sentí de verdad descansado.