No había trabajo en ningún lado o tal vez era simplemente que no querían
contratarlo. El punto era que Nicolás había estado buscando editoriales por
mucho tiempo, enviando su información personal y esperando, cruzando los dedos,
para que algún puesto de trabajo apareciera para él. La verdad era que no se
podía poner exigente y, con tal de que hubiese un salario estable, no le
importaba cual fuese el puesto a ocupar. Mensajero o asistente, limpiador o
casi pasante, cualquier cosa con una paga vendría bien.
Se había empeñado en estudiar literatura, a
pesar de que sus padres habían estado siempre en contra. Le pagaron los
estudios pero casi pensando que tendrían que pagar de nuevo cuando se dignara a
estudiar algo que valiera la pena y que lo ayudara a salir adelante. La pasión
de Nicolás eran las letras y no había nada más que lo llenara tanto como
escribir o leer, eran sus dos cosas favoritas y, cuando no estaba
desesperadamente buscando trabajo, eso era lo que hacía donde sea que se
encontrara.
Pero ya habían pasado meses y nadie le ofrecía
trabajo ni le ponían atención para los pocos que de hecho ofrecían. También
envió manuscritos, pidiendo dinero a sus padres para los envíos, y tampoco
había dado frutos. Cada día se sentía peor, cada día sentía que se convertía
más en un chiste y no en un adulto hecho y derecho. Se sentía destruido y a
punto del colapso nervioso. Nadie lo presionaba, ni siquiera sus padres, pero
la presión que él mismo ejercía sobre su situación era apabullante.
Un día, decidió enviar su hoja de vida a miles
de otros lugares. Eran correos de tiendas, cafeterías, constructoras,
inmobiliarias, restaurantes y muchos otros lugares. Estaba tan cansado de
esperar que ya no guardaba esperanzas de cumplir su sueño de ser un escritor
reconocido. Ahora lo único que quería era trabajar y poder dejar de sentirse
como una alimaña, como un ser que vive de los demás sin dar nada a cambio.
Mejor dicho, como un virus que no aporta nada a nadie.
Fue una semana después de esa intensa tarde
frente al portátil cuando, navegando entre una enorme cantidad de correos
electrónicos de rechazo, encontró uno de un lugar en el que le ofrecían trabajo
y al mismo tiempo le garantizaban la publicación de una de sus obras. La
editorial parecía ser pequeña porque no había mucha información en internet. Y
el nombre de la tienda tampoco generaba mucho en los buscadores. Era como si
fuera un gran misterio, uno que él estaba dispuesto a resolver, pues no perdía
nada al atender ese extraño correo.
Llamó al número que le proporcionaban. Al otro
lado de la línea le contesto una joven, una chica que por su voz parecía ser
más joven que él. Le dio los detalles de la tienda y acordaron verse al otro
día, en la tarde. La dirección no fue difícil de encontrar, era en medio de una
zona comercial bastante reconocida aunque un tanto venida a menos en
comparación a otros lugares mucho más populares de la ciudad. Esa zona era de
edificios viejos y marquesinas con tipos de letra ya pasados de moda.
La tienda estaba en un desnivel, inferior al
nivel de la calle. No tenía ningún letrero y cuando Nicolás verificó la
dirección, se dio cuenta de que no había cometido ningún error. Así que había
la posibilidad de que le hubiesen hecho una broma o de que se estuviera
metiendo en algo que no entendía muy bien. El caso es que la tienda era una de
artículos para adultos, con juguetes sexuales en la vitrina, disfraces y una
larga hilera de películas en el fondo del local que se podía ver desde el
exterior.
Como no reaccionaba por su sorpresa, una chica
de unos dieciséis años que estaba en el mostrador de la caja se acercó a él y
le preguntó si era Nicolás. Su voz era como de alguien harto de todo y no
parecía muy entusiasmada de ser la que tuviera que recibir a la clientela,
muchos menos a gente que no venía a comprar nada. Le pidió que la siguiera y
Nicolás se movió automáticamente, sin saber que decir o hacer. Cuando se dio
cuenta, estaba frente a la hilera de películas, esperando al lado de una puerta
de color rojo.
Al lado de la puerta había una cortina. A
través de ella salió de repente un hombre alto, bastante bien parecido, con
barba de varios días. Apenas miró a Nicolás al salir. Después salió otro,
estaba vez un hombre de uno sesenta años que sonreía tontamente. Dos hombres
más salieron y otro más entró a través de la cortina mientras Nicolás esperaba
por el dueño de la tienda. La chica había vuelto a la caja, donde leía una
revista sin cambiar su cara de aburrimiento permanente.
Cuando por fin se abrió la puerta, Nicolás se
sorprendió al ver salir a una mujer y no un hombre. Resultaba que el dueño
original del negocio era su marido pero él había muerto hacía poco y ahora era
ella la encargada de mantener la tienda a flote. Su nombre era Teresa y le dio
un apretón fuerte a Nicolás, que lo sintió como un choque eléctrico. La mujer
soltó una carcajada y le dijo a Nicolás que siguiera a su oficina. Lo primero
que le dijo era que sentía mucho si se había sorprendido con la naturaleza del
negocio pero que ella había redactado mal por estar pensando en otra cosa.
El trabajo que le ofrecían a Nicolás era
simple: atender la tienda a tiempo completo pues la hija de la dueña debía
empezar pronto la universidad y ya no tendría tiempo de trabajar. Se necesitaba
trabajar en la caja, organizar las cuentas, ordenar los productos y hacer
inventario, todo lo usual que se hacía en una tienda. Nicolás no dijo nada
hasta que Teresa lo miró un poco asustada, pues no había dicho ni una palabra
desde que había entrado. Lo primero que dijo fue “no tengo experiencia”.
Otra carcajada de la mujer. Le aclaró que eso
no importaba pues no era algo demasiado difícil de hacer. Solo era llevar
cuentas y saber organizar y cobrar por cosas, nada muy extraño. Nicolás
preguntó por la cortina y la mujer le explicó que había cabinas de video pero
los hombres pagaban a una máquina así que no había necesidad de hacer nada con
ello, excepto dejar entrar a la mujer que limpiaba al final del día. Nicolás
asintió y preguntó por fin lo que le daba más curiosidad: la publicación de su
escrito.
Fue entonces que Teresa sonrió amablemente y
miró hacia un punto detrás de Nicolás. Él se dio la vuelta y pudo ver una
fotografía bastante grande en la que había solo dos personas: una era
obviamente la mujer que tenía adelante pero varios años más joven. Y el otro
era un hombre guapo, de barba bien perfilada y ojos claros. Ella explicó que
era sus esposo, un amante del arte en general
que siempre había estado obsesionado con ayudar a otros artistas a salir
adelante como fuera.
Por esa razón había creado una pequeña
editorial, algo casi casero, en donde pudiese publicar pequeños libros de
poesía, literatura, fotografía o cine. Los temas eran diversos y Teresa le dijo
que muchos artistas habían recibido esa ayuda de su marido y que así habían empezado
a ser reconocidos en el circulo de las artes. Era una ayuda pequeña porque no
eran una editorial reconocida pero la hacían con todo el amor posible. Eso era
lo que le ofrecía Teresa a Nicolás, fuera del salario normal.
El chico no se lo pensó dos veces. Pronto
tendría treinta años y era mejor tener algo que no tener nada. Sus sueños
podían esperar. Publicar algo pequeño con desconocidos era mejor que nada y de
paso podría usar el dinero por atender la tienda para mejorar muchos aspectos
de su vida que necesitaban un ayuda urgente. Aceptó el trabajo y ese mismo día
acordaron verse dos días después para el papeleo. A la semana siguiente ya
estaba detrás del mostrador, ayudando a clientes de todo tipo, dándole a su
cerebro miles e historias nuevas para la publicación que se acercaba.