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miércoles, 21 de marzo de 2018

África


   El calor era insoportable. A pesar de ser un jeep con techo, el plástico del que estaba hecho hacía que adentro del vehículo hiciera más calor. Sin embargo, bajarse no era una opción puesto que todos estaban allí esperando a que algo pasara. Cuando por fin llegaron los elefantes, que caminaban en fila a cierta distancia, la mayoría de las personas dentro del jeep se emocionaron y empezaron a salir del vehículo uno por uno, acercándose a los animales de diferentes maneras.

 Algunos tenían cámaras y otros aparatos que registraban diferentes comportamientos. Los únicos que se quedaron en el jeep fueron Otto, el conductor, y Nelson, un joven venido de Europa por solicitud de la universidad en la que estudiaba. En clase tenía el mejor promedio y fue por eso que el profesor titular de la carrera lo pidió a él para ir en esa misión de un mes para investigar el comportamiento de los elefantes en un parque nacional sudafricano. Negarse hubiese sido impensable.

 Pero Nelson sí lo pensó, al menos por unos minutos. Sin embargo, sus padres se enteraron pronto y ellos casi lo empujaron a decir que iría. Estaban tan emocionados que ellos mismos prepararon su equipaje y compraron todo lo que podría necesitar. Incluso arreglaron en una mochila su equipo de investigación, así como cuadernos nuevos para tomar notas. La mayor sorpresa fue la cámara de última generación que le compró su padre, para que les mostrara cuando volviera las maravillas que había visto.

 Ellos dos también habían estudiado biología pero la diferencia era que habían terminado haciendo uno de los trabajos más simples en todo ese campo y ese era trabajar con gérmenes y otras criaturas minúsculas. Trabajaban para un laboratorio farmacéutico y ganaban buen dinero pero no era ni remotamente emocionante, definitivamente nada parecido a lo que ellos siempre habían tenido en mente al pensar en una vida como biólogos, estando siempre en lo salvaje con animales interesantes.

 Por eso casi saltaron al saber de la oportunidad de su hijo y se apresuraron a arreglarlo todo por él, sin preguntarle. Para ellos era obvio que su hijo aceptaría pero se les olvidaba, al menos temporalmente, que a Nelson jamás le había interesado lo salvaje, ni escarbar la tierra ni ensuciarse de ninguna manera posible. Era un hecho que era un estudiante brillante y seguramente sería un profesional de grandes descubrimientos, pero él sí quería una vida tranquila y poco o nada le interesaba irse al otro lado del mundo a ver animales en vivo y en directo. El laboratorio era su lugar predilecto.

 Otto encendió la radio pero no pudo sintonizar nada. Era un joven como de la edad de Nelson pero se dedicaba a conducir por todo el parque nacional a los visitantes que quisieran ver unos y otros animales. No hablaba mucho, o al menos Nelson no había escuchado su voz. El joven se limpió el sudor de la frente y se movió hacia delante, pasando por entre los dos asientos delanteros. A lo lejos, vio como todos los demás caminaban emocionados detrás de la fila de elefantes. Nelson recordó su cámara, que colgaba del cuello.

 Tomó unas cuantas fotos, olvidando por completo que había pasado al asiento delantero. Cuando terminó de tomar fotos, sintió cerca de Otto que miraba por encima de su hombro la pantalla de la cámara. Nelson apagó el aparato y Otto le dijo que las fotos eran bastante buenas, algo inusual para un científico. Eso hizo que Nelson sonriera un poco. Otto pidió prestada la cámara y le echó un ojo a todas las fotos que Nelson tenía allí guardadas. Eran las que había tomado en el último par de días.

 Había fotos de insectos y plantas, así como de animales enormes e incluso algunas del grupo de científicos. Cada cierto rato se reunían todos en alguna parte del hotel o campamento en el que estuvieran y se armaba una pequeña fiesta que siempre incluía música y baile, así como alcohol, que parecía salir del suelo pues Nelson nunca veía llegar a nadie con bolsas o cajas. Los científicos eran hombres y mujeres en general solitarios que amaban la compañía de seres humanos afines a sus gustos.

 Otto le dijo que todas las fotos eran hermosas. Le contó a Nelson que su hermana Akaye quería ser fotógrafa cuando fuera adulta, pero apenas estaba cursando la secundaría así que le tomaría más tiempo saber si ese sueño podría realizarse. Le explicó a Nelson que ser fotógrafa no era un sueño muy rentable en un país como el de ellos, puesto que lo más urgente era que cada miembro de la familia aportara algo de dinero para ayudar a todo lo que había que pagar y hacer en el hogar.

 Sin embargo, Akaye seguía con sus sueños y Otto la entendía por completo. Él había querido ser mucho más que un simple conductor pero no había tenido la oportunidad pues había tenido que trabajar. Su madre era la única que había trabajado por años y cuando Otto tuvo edad suficiente, ella misma le pidió conseguir un trabajo para ayudar en la casa. Así fue que terminó siendo conductor de jeeps en el parque, un lugar que quería mucho pero en el que a veces se aburría demasiado. Para él, debería ser un lugar cerrado lejos de la gente, para no molestar a los animales.

 Nelson asintió. Él quería encontrar una manera de ser biólogo sin tener que estar cerca de animales vivos. No solo le daban miedo sino que había aprendido a respetar sus fuerzas y su independencia. Estaba de acuerdo en que esos santuarios de fauna deberían ser sitios alejados en los que nadie debería tener permiso para entrar, al menos no con la frecuencia con la que iban los científicos a ciertos lugares en África. Muchos animales se estaban acostumbrando a ellos y eso no era nada bueno.

 Le contó a Otto que cuando era pequeño lo había atacado un cerdo bastante grande en la casa de campo de sus abuelos. El animal no le hizo nada más que apretarlo un poco pero el trauma causado le había dejado un temor casi irracional hacia los animales, en especial aquellos que eran salvajes o incontrolables de una u otra manera. Ese suceso había causado en Nelson que prefiriera quedarse en ciertos lugares con poco gente o con nadie, haciendo un trabajo poco estresante.

 Otto sonrió al oír la historia. Nelson también lo hizo, en parte porque se sentía un poco apenado. Otto le propuso seguir a los demás en el jeep un poco más adelante, pues ya había desaparecido la fila de elefantes y no se veía ningún científico en los alrededores. El jeep avanzó lentamente y más gotas de sudor rodaron por la cara de ambos hombres. Cuando por fin divisaron algo, soltaron un grito ahogado. No vieron la fila de elefantes ni a los científicos esperándolos sino algo completamente inesperado.

 Era una gran charca de agua grisácea y en el borde unos tres cocodrilos enormes. Por un momento, no entendieron qué había pasado. Los científicos tenían que estar cerca. Ese misterio fue resulto momentos después, cuando oyeron gritos provenientes de un único árbol grande en la cercanía. En él se habían subido siete de las ocho personas que se habían bajado del jeep a seguir a los elefantes. Otto paró el vehículo y del costado de la puerta sacó un rifle que apuntó por el lado en el que estaba sentado Nelson.

 Fue entonces cuando vieron lo que había sucedido. Una zona revolcada denotaba el paso de animales grandes y algo parecido a una pelea. Los animales grandes ya no estaban, solo los cocodrilos, pero había algo más que hizo que Otto aflojara su postura y que Nelson ahogara un grito.

 Había pedazos del profesor Wyatt por todo el margen de la charca. Un pedazo de brazo estaba entre las fauces del más grande de los cocodrilos, que parecía tomarse su tiempo para terminar su comida. Era el profesor titular. Otto puso una mano sobre el hombro de Nelson, que no dijo nada en horas.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Errores

   No sé cuanto tiempo estuve tirado en el suelo, con agua de lluvia lentamente acumulándose a mi alrededor. Había sido lo suficientemente tonto y me había ido mal, de nuevo. Tenía miedo y había actuado bajo el control de los nervios y no de la reflexión profunda que alguien debería asumir cuando algo así ocurre. Cada centímetro de mi cuerpo había sido golpeado por los puños y pies de unos tres hombres, aunque la verdad es que nunca supe cuantos eran. Solo vi la cara de uno de ellos, muy cerca de la mía.

 Había llegado al lugar temblando pero también con la esperanza de que mis preocupaciones hubiesen llegado a un ansiado final. Hacía algunos meses había cometido la idiotez de usar el internet para desahogarme mientras no había nada en la casa. Todos estaban afuera y, no contento con la pornografía común y corriente, recordé algunos sitios con contenido algo más interesante, si es que así se le puede llamar a los fetiches extraños que pueden tener las personas. Debí parar en ese momento.

 Pero no lo hice. Cegado por el placer y el morbo no supe nada de lo que hacía hasta que me di cuenta de que lo había ido a buscar no era lo que había obtenido. En vez de eso había imágenes horribles que jamás dejarán mi mente. No puedo decir que eran de una sola clase de imagen, había muchas. Todas las fotos eran algo borrosas, tal vez viejas ya, pero igualmente terribles. Lo único que supe hacer fue cerrar todo, eliminar las imágenes y buscar algún programa que borrara todo sin dejar rastro.

 Después de hacerlo, recordé una de las imágenes, tal vez la que me daba más miedo. En ella había un policía con algo parecido a una sonrisa en la cara y una hoja de papel en las manos. En ella estaba escrito, en lo que parecía letra a mano, que mi información había sido rastreada bajando contenido ilegal. Y vaya que lo era. No por lo que tal vez se imaginen sino por otras cosas que ni siquiera quiero discutir. Me empezó a doler la cabeza un rato después y esa molestia no ha desaparecido desde ese día.

 Me enfermé de repente. Era como si la gripa hubiese entrado en mi cuerpo de golpe pero en verdad no tenía nada que ver con una enfermedad real sino con haber visto toda esa porquería y la foto del policía, que volvía a mi mente cada cierto tiempo. ¿Sería cierto? Sabía que la policía podía vigilar la actividad en línea pero parecía imposible que lo hicieran todo el rato. Además, había sido todo un error. Yo no había querido buscar nada de eso que vi pero sin embargo ahí estuvo, en mi pantalla, por un momento pero estuvo. No sabía que hacer, estaba perdido.

 Por las siguientes dos semanas, no tuve descanso alguno. No solo me era imposible dormir en las noches, sino que no podía pensar en nada más sino en todo el asunto. En todo lo demás que hacía se notaba una baja de rendimiento, que varias personas me hicieron notar. Yo me disculpaba echándole la culpa a la dichosa gripa que tenía pero sabía muy bien que lo que tenía no era una enfermedad real sino que era el miedo, la preocupación de verme envuelto en algo que no tenía nada que ver conmigo.

 Pasó casi un mes y mi cuerpo empezó a relajarse. Los nudos en mi espalda desaparecieron lentamente, con ayuda de masajes y la práctica casi diaria de yoga y otros métodos de relajación. Sobra decir que no volví a utilizar el internet sino para cosas tontas que hace la gente todos los días como revisar fotografías de personas con las que ni hablan o escribir alguna cosa. No volví a bajar nada que no fuera mío, incluso las películas y la música que siempre buscaba gratis.

 Muchas personas notaron ese nuevo cambio también y empecé a preocuparme un poco por eso. Si la gente que no tenía nada que ver conmigo, muchos de los cuales ni me conocían bien, entonces en casa seguramente todos se habrían dado cuenta que algo me pasaba. Pero nunca dijeron nada ni dieron indicios claros de que así era. Eso sí, los miraba a diario y me daban muchas ganas de llorar. No quería que ellos sufrieran por mi culpa, que se sintieran avergonzados de mí.

 Cuando la calma pareció empezar a tomarse todo lo que me rodeaba, recibí una llamada en mi casa. Cuando contesté, la persona del otro lado de la línea habló con una voz normal. Preguntó por mí. Cuando dije que era yo el que hablaba, su actitud cambió. Era un hombre y quería que supiera que sabía lo que yo supuestamente había hecho. Me fui a un lugar seguro y le pregunté como sabía lo que había pasado y que todo era un error. El hombre no me escuchaba, solo me amenazaba, sin pedir nada.

 Las llamadas se repitieron una y otra vez a lo largo de dos semanas hasta que tuve que ponerme duro, a pesar del nuevo miedo que me habían infundido. Pregunté que era lo que quería porque no podía creer que alguien estuviese llamando a sobornar solo porque sí. Alguna razón de peso tenía que haber para su actitud, algo tenía que querer. Las primeras veces me insultó y dijo que gente como yo debería estar muerta, ojalá asesinados de las maneras más horribles que alguien se pudiera imaginar. Sin embargo, su discurso cambió al cabo de algunas llamadas.

 De pronto ya no quería verme muerto, o al menos no lo decía. Ahora quería dinero, una cantidad que era mucho más de lo que yo pudiese dar en una situación similar pero no lo tanto que me negara. Le dije que podía reunir el dinero y me citó en un parque de la ciudad muy temprano una mañana. Hice todo lo que pude para reunir el dinero, todavía con nervios pero tontamente confiando en que el dinero arreglaría todo el asunto. Intercambiaría una cosa por la otra y todo terminaría.

 Fue en ese parque donde me vi con el hombre y le di el sobre. Pero no estaba solo y me rodearon con facilidad. Mi respiración se aceleró y mi ojos iban de una figura oscura a otra, pues era difícil de verlos bien en la oscuridad de la noche. Solo vi la cara del hombre que me había citado y supe que era él porque reconocí su voz. Me dijo que era policía pero que ellos no querían hacer nada contra mí y por eso él había decidido tomar las riendas de todo el asunto. Fue entonces cuando el circulo se cerró aún más.

 No venían por el dinero, eso estaba claro. Cuando los tuve muy cerca, empujé a uno y golpee al otro pero no había nada que hacer. Yo era y soy un hombre promedio, igual de débil y de estúpido que la mayoría. En un momento dejé caer el dinero y no supe que pasó con él. Estaba en una bolsa que no estaba cuando me desperté, con un dolor físico mucho mayor al que había sentido en cualquier momento anterior. Me patearon hasta que se hartaron, en todo el cuerpo.

 Puños en el estomago y en la cara, en los costados y en la espalda. Hubo uno que me pegó un rodillazo en los testículos y fue por eso que caí al suelo y me molieron a golpes allí. Me desangré un poco pero me encontraron más tarde, gracias al perro de una señora que lo había sacado a orinar. Cuando llegué al hospital, la policía estaba allí. Ninguno de ellos era el hombre que me había citado. Pensé que estaban allí por una cosa pero estaban por la otra. De todas maneras, lo confesé todo.

 En este momento no sé cual sea mi futuro. Tomé una decisión, una mala decisión, y es casi seguro que pague por ella. No sé si sea justo que pague como los que de verdad quieren hacer daño, como los que de verdad gustan de semejantes cosas.


 Pero ya no tengo nada. No hay nadie a mi lado y el futuro no pinta de ningún color favorable. Lo único que puede pasar es lo predecible o un milagro y francamente no creo en estos últimos. Para alguien como yo, no sé si exista semejante cosa.

lunes, 19 de junio de 2017

El sofá

   Para cualquiera que pasara por ese lugar, el sofá clavado en el barro era una visión interesante y ciertamente extraña. Aunque no era difícil ver muebles tirados en un lugar y en otro, siempre se les veía un poco trajinados, con partes faltantes, sucios y vueltos al revés. En cambio, el sofá del que hablamos estaba perfecto por donde se le mirara, excepto tal vez por el lado de la limpieza, pues estando clavado en el barro era difícil que no estuviera sucio, más aún en semejante temporada de lluvias.

 Había quienes detenían el automóvil a un lado de la carretera solamente para tomarse una foto con el extraño mueble. Su color marrón no era el más atractivo, pero su ubicación sí que lo era. Muchos de los que paraban se daban cuenta que, cuando uno se sentaba en el sofá, se tenía una vista privilegiada del valle que cruzaba aquella carretera. Era una vista hermosa y por eso casi todas las fotos que se tomaba la gente allí, eran fotos que todos guardaban por mucho tiempo.

 Cuando hubo una temporada especialmente dura de lluvias, acompañada de truenos, relámpagos, mucho agua y barro hasta para regalar, vecinos y visitantes se dieron a la tarea de proteger el sofá. Se había convertido, poco a poco, en algo así como un monumento. Por eso primero lo protegieron con sombrillas, que salieron volando con el viendo, y luego con un toldo de plástico que duró más en su sitio pero también se fue volando por la dura acción del viento en la zona.

 Eventualmente, lo que hicieron fue construir una estructura alrededor del sofá. La hicieron con partes metálicas, de madera y de plástico, casi todas de sus propias casas o de lo que la gente traía en su automóvil. Se usaron cuerdas de las que usan los escaladores para llegar a las cumbres más altas y también cuerda común y corriente, que le daba varias vueltas al mueble para que se quedara donde estaba y no fuera victima del clima tan horrible que hacía en el valle.

 El sofá resistió la temporada de lluvias y se le recompensó con más visitas de parte de las personas que viajaban a casa o hacia algún balneario. Los vecinos ayudaron de nuevo, esta vez podando alrededor del sofá para que el pasto crecido no fuese un problema para las personas que quisieran tomarse una foto en el lugar. También se sembraron flores de colores y, en un aviso con forma de mano, se escribió en letras de colores el nombre del lugar donde estaba ubicado el importante sofá. La zona se llamaba Estrella del Norte, un nombre ciertamente apropiado en noches de luna llena.

 Sin embargo, cuando algunos quisieron cambiar la tela del sofá por otra, para que resistiera más tiempo, muchos se opusieron diciendo que se perdería la esencia original si se cambiaba el color marrón. Hasta ese momento, lo que habían hecho era coser los huecos y arreglar el relleno de espuma de la mejor forma posible, sin tener que abrir el objeto ni nada por el estilo. Lo hacían todo con el mayor cuidado posible pero se sabía que el pobre sofá no duraría para siempre.

 Resolvieron consultar la opinión de los visitantes. En la ladera donde estaba el sofá se instalaron dos cajas, parecidas a buzones de correo. En cada uno estaba escrito algo. En el de la derecha decía “cambiar” y en el de la izquierda decía “conservar”. Se les pedía a las personas dejar una piedrita dentro del buzón que expresara su opinión respecto al dilema. Un vecino vigilaba atentamente que nadie hiciese trampa. El experimento tuvo lugar a lo largo de un mes entero, todos los días.

 Cuando por fin contaron las piedras, tuvieron que reírse en voz alta pues el resultado no era uno inesperado. El buzón de “conservar” era de lejos el más lleno y no era de sorprender la razón de esto. A la gente le gustaba como se veía el sofá y como se había convertido en un símbolo de la zona de la noche a la mañana. Si lo cambiaran demasiado, ya no sería lo mismo, incluso si lo reemplazaran por uno completamente nuevo. Todo cambiaría dramáticamente y la gente lo sabía.

 Era raro, pero se sentía algo así como una magia especial cuando uno veía al pobre sofá, manchado de barro y mojado en partes. No era agradable sentarse en él y por supuesto que había muchos muebles en este mundo que eran mucho mas agradables a la vista. Incluso, esa panorámica del cañón que había valle abajo era algo que había en otros lugares del mundo y con muebles y toda la cosa, no era algo que fuese único que de ese rincón del mundo. Esas cosas eran hasta comunes.

 Esa magia venía de lo absurdo, de lo extraño que era ver un objeto tan cotidiano y reconocible como un sofá en la mitad de la nada. Porque no había pueblos ni ciudades cerca, solo casitas esparcidas por el eje de la carretera y poco más. Era esa visión extraña de un sofá clavado en ninguna parte el que atraía tanto a las personas y los hacía tomarse las fotos más ridículas pero también las más creativas en el lugar. Por eso se podría decir que el lugar se había convertido en un lugar de peregrinación. Se había convertido en un símbolo para la gente de algo que habían perdido.

 Lamentablemente, el romance no duró tanto como la gente esperaba. En una temporada de lluvias especialmente fuerte, toda la ladera de la montaña fue a parar abajo, al río que bramaba con fuerza, tallando más y más el cañón. El sofá fue a dar allí y eventualmente quien sabe adonde. De pronto al fondo del río o tal vez había flotado de alguna manera hasta llegar a algún punto río abajo. No se sabía a ciencia cierta pero los vecinos ciertamente sintieron mucho la partida de su monumento.

 Les gustaba imaginarse que su sofá había ido a dar a alguna orilla arenosa río abajo, donde otras personas descubrirían su magia especial. Tal vez lo alejaran un poco del margen del río para protegerlo y ayudar a que secara. Los niños, estos más morenos que los de la ladera, jugarían alrededor del sofá todos los días, dándose cuenta de sus particularidades, imaginando a su vez su larga historia y posible recorrido. Esa manera de producir cuentos era parte de la magia del sofá.

 La otra posibilidad era que hubiese quedado clavado al fondo del río. Ese pensamiento era menos agradable pero igual de posible. Solo los peces del río turbio serían capaces de tocar su superficie, de estrellarse contra él al nadar de un lugar a otro. Sería uno de esos muchos tesoros que quedan perdidos para siempre solo unos metros por debajo del nivel del agua. Los pescadores pasarían por encima y nunca se enterarían de la extraña visión de un sofá entre los peces.

 Eso sí, nadie nunca se imaginaría que la historia del mueble había empezado de la manera más común y corriente posible. Un hombre, queriendo descansar de su labor diaria, había decidido tomar el viejo sofá donde su padre se había sentado tantas veces a mirar por la ventana y lo había puesto en un sitio donde de verdad se pudiese apreciar la majestuosidad del lugar donde vivía. Se sentaba con una cerveza en la mano y contemplaba con pasión y mucho amor por el campo.

 Ese hombre y su padre habían muerto hacía mucho. Incluso su pedazo de tierra ya era de otras personas y fue así como se perdió el origen del sofá, no que ha nadie le importara mucho saberlo. El punto que es que logró captar la imaginación y las pasiones humanas, las risas y las lágrimas, el orden y el desorden. Y todo lo hizo siendo apenas un sofá viejo y gastado, golpeado una y otra vez por las increíbles fuerzas de la naturaleza.


 Pero su magia no se la quitaría nunca nadie, en ninguna parte.

viernes, 14 de octubre de 2016

En ropa interior

   Cuando las luces se apagaron y alguien me pasó una bata para que no sintiera frío, me di cuenta que nunca hubiese esperado estar en un lugar como ese y menos haciendo lo que estaba haciendo. Mientras la gente recogía cosas frenéticamente a mi lado, yo caminaba por entre los equipos mirando el techo y las paredes del majestuoso salón. Seguramente lo habían usado hacía muchos años como salón de fiestas o como lugar de reunión de la familia. Era un habitación con techo muy alto, paredes finamente decoradas y varias ventanas rectangulares, hasta el techo.

 Se me acercó la asistente del director y me dijo que las tomas de exterior ya se habían descartado por completo. Era lo obvio con la cantidad de lluvia que caía. Dentro del edificio parecía una cueva pues habían apagado las luces y de afuera casi no entraba nada. La magia se rompió el momento que alguien prendió la luz y todo quedó como aplastado contra las paredes. Así la habitación ya no estaba tan hermosa, no se veía ni tan grande, ni tan majestuosa ni nada. Se veía casi como cualquier otra habitación de casa antigua.

 La asistente me dijo que podía ir a la habitación que me había asignado para cambiarme al siguiente atuendo. Serían las últimas fotos y terminaríamos por completo. Eso me hacía feliz y a la vez no porque quería decir que ya se acababa esta increíble aventura que todavía me costaba entender. Estaba cansado de mantener poses y de tratar de no reír o de no hacer nada inapropiado pero la verdad era que había sido una oportunidad tan única que lo que podía sentir de verdad era mucho agradecimiento por la manera en que habían confiado en mi.

 Todo empezó porque yo estaba desesperado. Llevaba más de un año buscando trabajo y no encontraba donde meterme. Al comienzo, por mis experiencias pasadas y mi educación, me limité a buscar trabajos que casi estuviesen hechos a mi medida. Fui a varias entrevistas y en todas, al parecer, siempre había alguien más impactante, que hablaba más basura de una manera u otra. Eso los convencía y elegían siempre al de la personalidad explosiva y nunca a alguien con la experiencia y el conocimiento que yo tengo.

 Siempre pensé que ser modesto con los conocimientos adquiridos es una estupidez. Si uno sabe algo que los demás no o conoce el mundo un poco mejor, no tiene nada de malo hacerlo ver. Eso sí, tampoco se trata de usar eso para ser malo con la gente o algo así. El caso es que por mucho que supiese de la vida y del mundo, nadie quería contratarme y estaba muy desesperado porque no tenía dinero para nada. Vivía con mi familia pero esa era otra situación que podía ponerse mal cualquier día porque ellos pensaban lo mismo que él: ¿Cuándo se irá a hacer su vida?

 Pero el mundo no quería ofrecerme ninguna de las oportunidades disponibles. Tuve que bajar la cabeza y buscar trabajos pequeños, haciendo cualquier cosa. Hubo un tiempo que trabajé medio tiempo en una tienda de helados y el resto del día doblaba ropa en una gran tienda por departamentos. También limpié los pisos de una oficina en las noches y trabajé en uno de esos centros de llamadas donde se reciben pedidos de domicilio del otro lado del mundo. Cada uno de esos trabajos era temporal, por pocos meses. Y la paga era miserable.

 Con lo poco que tenía no me alcanzaba para vivir solo. De hecho, escasamente me alcanzaba para comprar las cosas necesarias para la vida diaria como desodorante, cargar el celular y cosas por el estilo. Era muy triste y hubo un momento en que seriamente consideré que mi suerte siempre había sido la misma y que más valdría muerto que vivo. Afortunadamente, ese fue un pensamiento de pocos segundos y nunca se hizo fuerte ni real.

 Fue mucho después cuando, tomando algo en un bar, escuché a dos personas hablando de cómo pagaban muy bien por desnudarse frente a una cámara. Los que hablaban del tema obviamente jamás lo habían hecho y lo decían más como para hablar de algo curioso e interesante. Pero a mi me interesó de verdad pues era una de esas opciones que no había contemplado. Busqué en internet hasta que di con el nombre de una agencia que proveía ese servicio. Los contacté e hicimos una cita para el día siguiente. Se supone que solo hablaríamos.

 Mi sorpresa fue que me pidieran desnudarme a los cinco minutos de haber llegado. Según el encargado, tenían que ver que si pudiese registrar bien en cámara. Yo, como un tonto, accedí. Hice lo que ellos llaman una audición y por ese día terminó todo. Yo me sentía muy extraño al haberme quitado la ropa frente a unos tres desconocidos que lo único que hacían era decirme que hacer pero de la forma más seca y desinteresada. Creo que notaron mi incomodidad porque nunca me llamaron ni me contactaron de vuelta. Sin embargo, eso me llevó al presente.

 Un hombre me contactó de otra agencia y básicamente me decía que sabía la “audición” que había hecho para otra compañía pero que quería que hiciese una para la suya. Yo me puse nervioso y le confesé que yo no era modelo ni actor ni nada por el estilo. Yo solo estaba desesperado por buscar trabajo, algo estable para poder tener una vida propia y digna. El hombre insistió y le dije que sí porque, al fin y al cabo, nadie más me estaba brindando ningún tipo de oportunidades así que no tenía nada que perder.

 El lugar al que fui al otro día era muy distinto al de la primera vez. Ese sitio era básicamente una casa con ciertas habitaciones adecuadas para funcionar como oficina. En cambio la de Carlos, mi actual jefe, es en un edificio renovado que funciona exclusivamente para su empresa. El primer día que fui estaba muy nervioso porque no sabía que esperar. No sabía para qué estaba allí, solo que la persona que me había llamado sabía de las fotos que me habían tomado el día anterior. ¿Habría visto esas fotos o solo le habrían comentado mi experiencia?

 Cuando por fin me hicieron pasar a su oficina, Carlos me explicó que ellos tomaban todo tipo de fotos para varios tipos de publicaciones. Aunque sí hacían desnudos, trataban de que no fueran grotescos y más que todo artísticos. Pero no me había llamado a mi para eso sino porque le estaba urgiendo una persona que modelara una nueva línea de ropa interior. El problema que tenían era que necesitaban modelos variados y no el típico hombre muy alto y lleno de músculos. El cliente quería hacer énfasis en que todo el mundo puede usar su producto.

 En el momento no supe si sentirme bien o mal al respecto de lo que me dijo. Pero la necesidad tiene cara de perro y de uno muy maltratado, así que acepté hacer una prueba ahí mismo. Me tomaron muchas fotos y de nuevo alegaron que me contactarían si pasaba cualquier cosa. Casi me caigo de la cama cuando, al otro día muy temprano, me llamó el mismo Carlos para decirme que mis fotos le habían gustado mucho al cliente y que me quería para más fotos. Y así fue como resulté en este hermoso edificio vestido con solo ropa interior de varios colores.

 Nunca he sido modelo y la verdad siempre había tenido una relación un poco extraña con mi cuerpo. Mejor dicho, siempre pensé que podía ser mejor. Durante mucho tiempo hice ejercicio para mantenerme distraído y no enloquecerme por la búsqueda de un trabajo que parecía no existir para mi. Nunca hubiese pensado que ese cuerpo que muchas veces me había dado pena mostrar en una playa o en un piscina, iba a ser el que tendría la clave para que yo pudiese empezar a salir de mi casa a vivir mi propia vida. Es que se me olvidaba decir que pagan muy bien.


 Las últimas fotos fueron al lado de un ventanal hermoso en una escalera de caracol muy amplia y lujosa. Era un lugar fantástico. Cuando terminamos, Carlos me agradeció y me dijo que teníamos que hablar sobre otros proyectos. Yo asentí feliz pues él se había ganado mi confianza. De la nada también salió un hombre rubio alto de barba que me abrazó y me dijo muchas cosas bonitas, lo que me hizo sentir algo incómodo. Resultó ser el diseñador de la ropa interior que me prometía un lugar en su nueva línea de ropa para el verano y la playa. Acepté sin dudarlo.