La gente está tan acostumbrada a la rutina,
a que todas las vidas sean iguales, que simplemente no entienden cuándo la vida
de una sola persona se sale de ese carril que se supone todos debemos seguir.
Se dice que esa persona es rara, se dice que es su culpa que no funcione su
vida ya que no quiere mantenerse en esos carriles definidos o claros. Con el
tiempo, algunos de esos “raros” han sido empujado dentro de los límites de la
vida que todos conocemos, pero siguen habiendo personas que simplemente no se
acoplan.
Desde una edad temprana es evidente que todos
van hacia un mismo lado, de la misma manera. La libertad es una ilusión después
de la más tierna infancia. Cuando se pone a un niño en un centro de educación,
eso inevitablemente lo interna en esas reglas que las personas han creado para
vivir vidas “normales”. Desde la primaria los niños saben quienes son “raros” y
cómo detectarlos. Hay gusto normales y gustos anormales, hay manera de hacer
que se aceptan y maneras que simplemente no son aceptables.
Esto empeora de manera grave en la
adolescencia, pues los seres humanos saben que saldrán de la protección de sus
padres al finalizar esa etapa y entonces todo será por su cuenta y no podrán
depender de nadie para tener éxito en las reglas de la vida que han sido
impuestas hace mucho tiempo, por personas que necesitaban una serie de normas
que estabilizaran el mundo a su alrededor y lo hicieran tener mayor sentido.
Ahí fue que la adolescencia adquirió esa importancia falsa que tiene hoy en
día.
Pero en todo caso pelean, pelean por sus vidas
echando a unos a un hueco eterno del que tal vez nunca salgan. Claro que
factores externos pueden tener incidencia en quitar a ciertas personas, a los
anormales, del camino pero la vida no es buena ni mala, solo es. Así que muchas
personas siguen y deben competir con aquellos que por su vida y su empeño han
adquirido todo lo necesario para triunfar por encima de los demás, una y otra
vez, sin detenerse un solo momento a cambiar su camino.
Es impensable hacerlo. No ocurre y por eso los
que están del lado equivocado del camino lo tienen muy difícil para de pronto
entrar al camino donde existen los problemas pero no son tan graves como para
los que viven en los bordes de la sociedad y de la existencia. Es una tontería negar
que unas personas tienen ventajas que otros no tienen, pero hay quienes dicen
que esto es mentira y otros deciden justificar estas diferencias, diciendo que
no todos pueden tener acceso a las mismas ventajas pues entonces no habría
personas en todos los niveles de trabajo y vida en el planeta, algo que ellos
dicen es necesario.
Es el puto trabajo el que termina de
dividirnos, de clasificarnos y de hacernos nada más sino una etiqueta. Miren el
caso, por ejemplo, de las amas de casa. Muchas personas hoy en día todavía no
creen que sea un trabajo que merezca nombrarse en reuniones y fiestas como
todos los demás, por el único hecho de que la persona no recibe un salario.
Trabajar así no es algo que ellos crean que tiene valor alguno y aunque lo
nieguen, una y otra vez, es algo que es porque ellos lo han hecho así.
Y ni hablemos de la clasificación de las
personas por la cantidad de dinero que ganen en un tiempo determinado. No es
solo la cantidad de dinero que ganen por su salario contractual, sino también
en cuanto tiempo se gana ese dinero. Es mucho más impresionante ganar una gran
cantidad de dinero en un tiempo que se piensa limitado que ganarlo todo una vez
por una razón o por otra. Clasificamos entonces a las personas así y las
pensamos en referencia a lo que ganan. Lo que son o lo que piensan es
irrelevante.
El dinero es una de esas manos invisibles que
mueve el mundo y siempre lo ha hecho. A la gente le gusta pensar que esto es
algo reciente y que antes no sucedía, pero el poder y el dinero siempre han ido
de la mano controlando todo lo que existe y lo que creamos y hacemos. Nuestra
libertad siempre ha sido limitada y una bonita ilusión que permite que aquellos
que siguen el camino principal piensen que su felicidad es plena y que no hay
margen de duda para que lleguen a pensar que puede haber algo que no cuadra.
Pero los que están en los márgenes y más allá,
saben muy bien que todo o es tan bonito como lo cuentan. Claro que la vida
tiene cosas buenas y cosas malas, pero es mucho más oscura cuando no hay luz y
no demasiado clara cuando sí la hay. La vida es compleja, es una maraña de
caminos y de ideas que nunca terminan y que nos hemos encargado de ir limitando
día tras día, al ir restringiendo lo que somos y como podemos llegar a serlo.
Dejamos de ser libres porque nosotros lo decidimos.
Fuimos nosotros los que le cortamos las alas a
la humanidad y lo hicimos porque sabíamos que no podíamos permitir que todos
volaran demasiado alto. De nuevo, las personas pensaron que no todos tienen el
derecho de poder volar por encima de los demás, sea por un tiempo limitado o
por la duración de toda una vida. Y en esto muchos estuvieron de acuerdo
incluso existiendo en lugares diferentes de la sociedad. Los ricos y los pobres
acordaron que tienen que seguir existiendo ambos grupos porque no hay otra
manera de seguir existiendo para ellos, no conciben el mundo de otra manera.
Y sí, claro que muchas de las cosas que
suceden son cumpla nuestra, de nosotros como individuos únicos e
independientes. Al menos en gran medida. Somos nosotros los que tomamos las
pequeñas decisiones, aquellas que pueden corregir el curso de nuestras vidas en
ciertos momentos, sin importar si son decisiones exitosas o desastrosas. Es
nuestra culpa cuando fracasamos y casi siempre es por nosotros que alcanzamos
el éxito. No todos estarán de acuerdo pero en general esa es la realidad de las
cosas.
Por supuesto que cuando nuestra vida es un
fracaso, en gran parte la culpa es nuestra. Somos nosotros los que decidimos
ser diferentes, los que vimos que estábamos en los márgenes y decidimos seguir
hacia allá, sin mirar que nos alejábamos cada vez más del centro que todos
aspiran a seguir. Estuvimos completamente conscientes de que estábamos
alejándonos de lo que todo el mundo debe hacer y hay que aceptar las
consecuencias de esa decisión, lo que ocurre cuando nos empeñamos en ser
distintos.
Las cosas no funcionan igual porque no tenemos
las cualidades para saber navegar las aguas de la vida, de la vida que se ha
asignado a nosotros por quienes somos y de dónde venimos. Tenemos un destino
definido y si no lo cumplimos, está claro que vamos a fracasar una y otra vez.
La única opción que tenemos es tratar de volver al camino trazado pero eso es
más fácil decirlo que hacerlo. Es casi imposible entrar en un lugar en el que
nunca has estado y donde hay gente que compite contigo.
Y no solo compite. No se trata de perder y
ganar. Porque la verdad es que nunca se gana y siempre se pierde, de maneras
diferentes e incluso los más exitosos. La meta siempre cambia de lugar y por
eso hay que seguir y seguir y urge tener todas esas ventajas que se entregan en
la infancia. No hay un final claro y fracasar o tener éxito no tienen ningún
significado en el gran esquema de las cosas, es solo cuando lo experimentamos
que creemos que tienen alguna importancia pero no la tienen.
El caso es que todo esto causa el síndrome de
la gran cantidad de fracasados que somos y vivimos en este mundo. Personas que
no llegamos a ningún lado, que no somos nada más sino un estorbo y que nunca
podemos ser lo que nadie necesita ni quiere ni busca. Solo somos y no suele ser
fácil.
Hacemos lo que tenemos que hacer y, en algún
momento pasa una de dos cosas: o nos dejan en paz y nos dejan vivir en un
rincón de este mundo o salimos de él por nuestra propia voluntad o, a veces,
por la de algún otro. Es simplemente la realidad de las cosas, de lo que a
veces no queremos ver.