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viernes, 25 de enero de 2019

Reglas de vida


   La gente está tan acostumbrada a la rutina, a que todas las vidas sean iguales, que simplemente no entienden cuándo la vida de una sola persona se sale de ese carril que se supone todos debemos seguir. Se dice que esa persona es rara, se dice que es su culpa que no funcione su vida ya que no quiere mantenerse en esos carriles definidos o claros. Con el tiempo, algunos de esos “raros” han sido empujado dentro de los límites de la vida que todos conocemos, pero siguen habiendo personas que simplemente no se acoplan.

 Desde una edad temprana es evidente que todos van hacia un mismo lado, de la misma manera. La libertad es una ilusión después de la más tierna infancia. Cuando se pone a un niño en un centro de educación, eso inevitablemente lo interna en esas reglas que las personas han creado para vivir vidas “normales”. Desde la primaria los niños saben quienes son “raros” y cómo detectarlos. Hay gusto normales y gustos anormales, hay manera de hacer que se aceptan y maneras que simplemente no son aceptables.

 Esto empeora de manera grave en la adolescencia, pues los seres humanos saben que saldrán de la protección de sus padres al finalizar esa etapa y entonces todo será por su cuenta y no podrán depender de nadie para tener éxito en las reglas de la vida que han sido impuestas hace mucho tiempo, por personas que necesitaban una serie de normas que estabilizaran el mundo a su alrededor y lo hicieran tener mayor sentido. Ahí fue que la adolescencia adquirió esa importancia falsa que tiene hoy en día.

 Pero en todo caso pelean, pelean por sus vidas echando a unos a un hueco eterno del que tal vez nunca salgan. Claro que factores externos pueden tener incidencia en quitar a ciertas personas, a los anormales, del camino pero la vida no es buena ni mala, solo es. Así que muchas personas siguen y deben competir con aquellos que por su vida y su empeño han adquirido todo lo necesario para triunfar por encima de los demás, una y otra vez, sin detenerse un solo momento a cambiar su camino.

 Es impensable hacerlo. No ocurre y por eso los que están del lado equivocado del camino lo tienen muy difícil para de pronto entrar al camino donde existen los problemas pero no son tan graves como para los que viven en los bordes de la sociedad y de la existencia. Es una tontería negar que unas personas tienen ventajas que otros no tienen, pero hay quienes dicen que esto es mentira y otros deciden justificar estas diferencias, diciendo que no todos pueden tener acceso a las mismas ventajas pues entonces no habría personas en todos los niveles de trabajo y vida en el planeta, algo que ellos dicen es necesario.

 Es el puto trabajo el que termina de dividirnos, de clasificarnos y de hacernos nada más sino una etiqueta. Miren el caso, por ejemplo, de las amas de casa. Muchas personas hoy en día todavía no creen que sea un trabajo que merezca nombrarse en reuniones y fiestas como todos los demás, por el único hecho de que la persona no recibe un salario. Trabajar así no es algo que ellos crean que tiene valor alguno y aunque lo nieguen, una y otra vez, es algo que es porque ellos lo han hecho así.

 Y ni hablemos de la clasificación de las personas por la cantidad de dinero que ganen en un tiempo determinado. No es solo la cantidad de dinero que ganen por su salario contractual, sino también en cuanto tiempo se gana ese dinero. Es mucho más impresionante ganar una gran cantidad de dinero en un tiempo que se piensa limitado que ganarlo todo una vez por una razón o por otra. Clasificamos entonces a las personas así y las pensamos en referencia a lo que ganan. Lo que son o lo que piensan es irrelevante.

 El dinero es una de esas manos invisibles que mueve el mundo y siempre lo ha hecho. A la gente le gusta pensar que esto es algo reciente y que antes no sucedía, pero el poder y el dinero siempre han ido de la mano controlando todo lo que existe y lo que creamos y hacemos. Nuestra libertad siempre ha sido limitada y una bonita ilusión que permite que aquellos que siguen el camino principal piensen que su felicidad es plena y que no hay margen de duda para que lleguen a pensar que puede haber algo que no cuadra.

 Pero los que están en los márgenes y más allá, saben muy bien que todo o es tan bonito como lo cuentan. Claro que la vida tiene cosas buenas y cosas malas, pero es mucho más oscura cuando no hay luz y no demasiado clara cuando sí la hay. La vida es compleja, es una maraña de caminos y de ideas que nunca terminan y que nos hemos encargado de ir limitando día tras día, al ir restringiendo lo que somos y como podemos llegar a serlo. Dejamos de ser libres porque nosotros lo decidimos.

 Fuimos nosotros los que le cortamos las alas a la humanidad y lo hicimos porque sabíamos que no podíamos permitir que todos volaran demasiado alto. De nuevo, las personas pensaron que no todos tienen el derecho de poder volar por encima de los demás, sea por un tiempo limitado o por la duración de toda una vida. Y en esto muchos estuvieron de acuerdo incluso existiendo en lugares diferentes de la sociedad. Los ricos y los pobres acordaron que tienen que seguir existiendo ambos grupos porque no hay otra manera de seguir existiendo para ellos, no conciben el mundo de otra manera.

 Y sí, claro que muchas de las cosas que suceden son cumpla nuestra, de nosotros como individuos únicos e independientes. Al menos en gran medida. Somos nosotros los que tomamos las pequeñas decisiones, aquellas que pueden corregir el curso de nuestras vidas en ciertos momentos, sin importar si son decisiones exitosas o desastrosas. Es nuestra culpa cuando fracasamos y casi siempre es por nosotros que alcanzamos el éxito. No todos estarán de acuerdo pero en general esa es la realidad de las cosas.

 Por supuesto que cuando nuestra vida es un fracaso, en gran parte la culpa es nuestra. Somos nosotros los que decidimos ser diferentes, los que vimos que estábamos en los márgenes y decidimos seguir hacia allá, sin mirar que nos alejábamos cada vez más del centro que todos aspiran a seguir. Estuvimos completamente conscientes de que estábamos alejándonos de lo que todo el mundo debe hacer y hay que aceptar las consecuencias de esa decisión, lo que ocurre cuando nos empeñamos en ser distintos.

 Las cosas no funcionan igual porque no tenemos las cualidades para saber navegar las aguas de la vida, de la vida que se ha asignado a nosotros por quienes somos y de dónde venimos. Tenemos un destino definido y si no lo cumplimos, está claro que vamos a fracasar una y otra vez. La única opción que tenemos es tratar de volver al camino trazado pero eso es más fácil decirlo que hacerlo. Es casi imposible entrar en un lugar en el que nunca has estado y donde hay gente que compite contigo.

 Y no solo compite. No se trata de perder y ganar. Porque la verdad es que nunca se gana y siempre se pierde, de maneras diferentes e incluso los más exitosos. La meta siempre cambia de lugar y por eso hay que seguir y seguir y urge tener todas esas ventajas que se entregan en la infancia. No hay un final claro y fracasar o tener éxito no tienen ningún significado en el gran esquema de las cosas, es solo cuando lo experimentamos que creemos que tienen alguna importancia pero no la tienen.

 El caso es que todo esto causa el síndrome de la gran cantidad de fracasados que somos y vivimos en este mundo. Personas que no llegamos a ningún lado, que no somos nada más sino un estorbo y que nunca podemos ser lo que nadie necesita ni quiere ni busca. Solo somos y no suele ser fácil.

 Hacemos lo que tenemos que hacer y, en algún momento pasa una de dos cosas: o nos dejan en paz y nos dejan vivir en un rincón de este mundo o salimos de él por nuestra propia voluntad o, a veces, por la de algún otro. Es simplemente la realidad de las cosas, de lo que a veces no queremos ver.