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miércoles, 1 de junio de 2016

Cumpleaños

   Técnicamente, no tengo todavía la edad que cumplo hoy. Es culpa de la diferencia horaria y de que no recuerdo muy bien a que hora fue que nací. Creo que fue a las ocho de la mañana o eso es lo que dice en mi certificado de nacimiento. Pero supongo que esa es una hora general y no la exacta. El caso es que, en donde estoy, cumplo años más tarde.

 No es que importe porque no planeo celebrarlo de ninguna manera especial. Había planeado ir a comer a algún lugar especial pero no tengo mucho dinero y de todas maneras al ser miércoles no me entusiasma mucho la idea. Creo que hoy será un día común y corriente, sin nada verdaderamente distinto. Ya comeré algo especial el fin de semana y tal vez compraré algo que me guste y camine por ahí mirando que hay en la ciudad.

 Aquí estoy solo y cumplir años hoy, mañana o cuando sea, no vale mucho la pena. Es decir, no cambia en nada las cosas puesto que no tengo nadie con quien celebrarlo, nadie con quien compartir un momento y brindar o comer o lo que sea que se pudiese hacer. Solo estoy yo y por eso prefiero celebrar el fin de semana, días después, pero al menos un día en el que salir a algún lado a comer tiene más sentido. Me sentiré menos triste, creo yo.

 Hoy solo cumplo años. No es más que eso. Es el cierre de un ciclo. Tengo que decir un número diferente cuando me preguntan mi edad aunque, a estas alturas de la vida, creo que no hay nadie que lo haga. ¿Ya para qué van a peguntar mi edad? A los únicos que les interesaría sería a los documentos oficiales o algo así y lo pueden calcular tranquilamente con mi fecha de nacimiento. El caso es que da igual.

 Cumplir la edad que tengo solo me acerca más al “siguiente piso”, a un nivel diferente de la cronología del ser humano. Cuando pase los treinta, en teoría, tendré que tener ciertas cosas y ciertas prioridades. Lo raro es que solo faltan dos años y no siento que nada de eso vaya a cambiar en este tiempo. No creo que por un milagro todo se solucione y mis treinta sean un paseo por el parque. No hay manera de creer que eso va a pasar.

 No me gusta cumplir años. O, mejor dicho, no me gusta el día de mi cumpleaños. Que pase el tiempo es inevitable y da igual si me gusta o no, de todas maneras seguirá ocurriendo sienta lo que yo sienta o piense lo que piense. Pero el día como tal no me gusta. Normalmente existe la atención innecesaria de muchas personas y eso siempre me ha molestado bastante. Personas que en todo un año no se acuerdan de que existes pero de pronto el día de tu cumpleaños te envían algún mensaje, como si ese detalle los hiciera mejores personas. Y la verdad es que no, los hace persona comunes y corrientes, no mejores que nadie en ningún aspecto. Pero el día de hoy no será así.

 Ayer, por razones tan estúpidas que no quiero explicar, mi cuenta de Facebook dejó de funcionar. Ahora está bloqueada o algo por el estilo, no entiendo muy bien. El caso es que nadie va a poder escribirme nada así lo quiera. Y estoy seguro que la cantidad de gente que escribirá será menor de lo normal puesto que ya hace un tiempo eliminé mi fecha de nacimiento del perfil que tengo en ese sitio. Es decir, que mi cumpleaños no aparece en los perfiles de las demás personas, no van a recibir una alerta de que es mi cumpleaños.

 O al menos esa es la idea. Es una medida simple para deshacerme de todos esos mensaje que no significan nada. Estando aquí yo solo, quiero únicamente expresiones reales de cariño porque no quiero que se me baje el ánimo a causa de otros mensajes que no tienen sentido.

 Porque mi cumpleaños es causa suficiente para una baja de ánimo completa. De pronto porque, socialmente, hay una obligación de que un cumpleaños sea de una cierta manera. Se supone que tienes que tener muchos amigos y a tu familia y hacer una fiesta y salir a festejar y tener muchos regalos. Todo eso se supone que es parte de una celebración de cumpleaños real. Pero yo no tendré hoy nada de eso. Ni hoy ni el día que lo celebre más.

 En parte es porque no tengo amigos aquí, mi familia está lejos y, al ser miércoles, salir a cualquier sitio no tiene mucho sentido. Pero también es porque me deprimiría bastante tratar de celebrar algo, como forzando a ajustarme a una cierta cantidad de normas que no cumplo ni de cerca. Solo cuando era más joven, de pronto de unos doce años para abajo, mi cumpleaños era algo que esperaba. Obviamente por los regalos pero también por la fiesta y porque sentía que era un día solo para mí.

 Con el tiempo, esa visión de las cosas fue cambiando porque en un momento ya fui muy grande para ciertas cosas y la sorpresa  y todos los detalles ya no tenían el mismo efecto. De hecho, hay gente que planea su día con meses de anticipación. Sabe donde irá y hace reservaciones y busca los regalos que quiere y hace de su día algo muy especial porque creen todavía que el día de cumpleaños es su día.

 Yo ya no creo que sea mi día. Es una día común y corriente y más aquí donde nadie sabe que es mi cumpleaños. Y así lo supieran, creo que les daría igual porque no son amigos ni familiares, son solo personas que están ahí, haciendo de personajes secundarios o tal vez de extras en mi vida. Así que, en mi visión de las cosas, lo que ellos piensen o sepan es poco importante.

 Lo único que hice, aunque lo hice ayer, fue cortarme el pelo. Lo hice más porque hacía meses que no lo hacía y porque se supone que empezará a hacer calor, cosa que no he sentido. Ni siquiera el clima parece celebrar mi cumpleaños. Aunque eso suena demasiado deprimente y no me gusta como suena. Olviden eso.

 Regalos no habrá o al menos nada especial. Hay un par de cosas que debo comprar y normalmente los regalos no son cosas que se deban comprar si no objetos sorpresa, muchas veces inútiles que la gente le regala a uno con el ánimo de hacer reír o de hacer referencia a alguna cosa. Lo mío lo compraría igual así no fuese mi cumpleaños. Y de todas maneras no tengo dinero para ponerme a hacer un día de compras ni nada por el estilo. Como buen estudiante, tengo calcular que no me pase mucho o sino empieza a faltar dinero por otros lados.

 Es un poco triste esa parte pero hace un bien tiempo que no recibe regalos, incluso estando cerca de familia y amigos. Creo que han entendido que no me gustan los regalos o algo así, cosa que es falsa. Lo que no me gusta mucho son las sorpresas pero esos son detalles. Al menos, con o sin regalo, podría tomarme algo con gente que no me da lo mismo.

 Pero bueno así son las cosas cuando se hace una elección. Hay que aceptarla hasta el último día y eso es lo que he hecho, tratando de no colapsar en ningún momento. En cierto sentido estoy aquí por eso mismo, porque un día colapsé y no pude más y tuve que hacer un cambio extremo a lo que estaba haciendo porque o sino me hubiese vuelto loco o mucho peor.

 Estar lejos ahora es una de los soluciones que encontré y creo que ha servido en ese sentido. Ahora mismo no me siento como entonces y eso es muy bueno. Aunque hoy, por ser mi cumpleaños, es posible que los sentimientos vuelvan lentamente y se instalen al menos un rato en mi cabeza, como probando mi resistencia, como tratando de recordarme quién soy porque, uno siempre es lo bueno y lo malo, no se puede elegir.

 El caso es que hoy no haré nada especial. De pronto salir a caminar un rato, de pronto salir al supermercado o algo así, como para ver gente y variar un poco. Encima es día de pagar el alquiler así que obligatoriamente tengo que quedarme aquí para pagarlo. No tengo muchas opciones de todas maneras.


 En todo caso es mi cumpleaños. Ese detalle no se puede cambiar porque así fueron las cosas. Son veintiocho años, que para algunos son muchos y para otros pocos. Y para mí… Es lo que es. Y nada más.

sábado, 23 de abril de 2016

Reconstrucción

   Conocía la ciudad como la palma de su mano. Así que cuando le dijeron que tenía que esperar hasta la tarde para que procesaran su pedido de información, supo adonde ir. La ciudad, como el resto de ciudades, había sido devastada por la guerra y ahora se reconstruía poco a poco, edificio por edificio. Había grúas por donde se mirara, así como mezcladoras y hombres y mujeres martillando y taladrando y tratando de tener de vuelta la ciudad que alguna vez habían tenido.

 El ruido era enorme, entonces Andrés decidió alejarse de la mayoría del ruido pero eso probó ser imposible. Tuvo que tomar uno de los buses viejos que habían puesto a funcionar (los túneles del metro seguían obstruidos y muchos seguirían así por años) y estuvo en unos minutos en el centro de la ciudad. Definitivamente no era lo mismo que hacía tiempo. El ruido de la construcción había reemplazado el ruido de la gente, de los turistas yendo de un lado para otro.

 En este mundo ya no había turistas. Eso hubiese sido un lujo. De hecho, Andrés había viajado con dinero prestado y solo por un par de días, los suficientes para reclamar solo un documento que le cambiaría la vida y nada más. No había vuelto a ver como estaban los lugares que había conocido, los edificios donde había vivido. Ese nunca había sido el interés del viaje. Pero la demora con el documento le daba un tiempo libre con el que no había contado.

 Lo primero era conseguir donde comer algo. Caminó por la avenida que en otros tiempos viviera llena de gente, casi toda ella peatonal casi exclusivamente para los turistas. Ahora, con tantos edificios arrasados, la avenida parecía respirar mejor. Para Andrés, la guerra le había servido a ese pequeño espacio del mundo. Además, no había casi personas. Las que habían iban y venían y parecían tener cosas más importantes que hacer que recordar el pasado.

 Andrés por fin encontró un restaurante y tuvo que armarse de paciencia pues estaban trabajando a media marcha. Al parecer habían cortes de luz a cada rato y no podían garantizar que los pedidos llegaran a las mesas completos o del todo. Andrés pidió un sándwich y una bebida que no requería refrigeración y se la trajeron después de media hora, pues habían tenido que buscar queso en otra parte.

 La vida era difícil y la gente de la ciudad no estaba acostumbrada. En otros tiempos había sido una urbe moderna y rica, con problemas muy particulares de aquellas ciudades que lo tienen todo. Pero ahora ya no tenía nada, ahora no había nada que la diferenciara de las demás y eso parecía ser un duro golpe para la gente.

 Cuando por fin tuvo el sándwich frente a sus ojos, Andrés lo consumió lentamente. La luz iba y venía, igual que el aire acondicionado. Por eso se había sentado al lado de la ventana que daba a la calle, para que siempre tuviese luz y no se sintiera demasiado desubicado. Miraba la gente que pasaba y todos parecían estar muy distraídos. Ninguno oía el caos causado por las máquinas ni parecía que les importase en lo más mínimo. La guerra había hecho estragos de muchas maneras.

 Apenas terminó de comer, Andrés dejó el dinero exacto en la mesa y se retiró. Quería seguir caminando porque, por alguna razón, quedarse quieto demasiado tiempo lo hacía sentirse ahogado. Recordó el mar y caminó por la avenida con buen ritmo hasta llegar a los muelles. Las gaviotas habían vuelto pero no los barcos. Solo había algunas lanchas de pescadores y, donde antes habían habido tiendas de lujo, ahora se había formado un mercadillo de pescado y marisco.

 Andrés entró al lugar y se dio cuenta del olor tan fuerte que desprendía todo aquello. Pero le gustó, porque era un lugar que, a diferencia del resto de la ciudad, parecía tener personalidad. Era más calmado que afuera y los compradores apenas negociaban. La gente no tenía energía para pujar o pelear o siquiera convencer. Solo vendían y compraban, sin escándalos de ninguna índole. Era diferente pero Andrés no supo si eso era bueno o malo. Solo era.

Cuando salió del mercado, decidió caminar por la orilla del muelle y se dio cuenta que algunas cosas todavía seguían de pie: un edificio antiguo sobre el que se habían izado muchas banderas, el monumento a un tipo que en verdad no había descubierto nada pero la gente pensaba que sí varios locales de comida mirando al mar. Lo único era que estos últimos estaban casi todos cerrados y los edificios en pie estaban sucios y esa no era una prioridad.

 Eventualmente, siguiendo los muelles, llegó a la playa. No había nadie, ni siquiera un salvavidas y eso que hacía el calor suficiente para meterse al agua un rato. Andrés lo pensó, de verdad que lo pensó pero prefirió no hacerlo. Sin embargo se quitó los zapatos y las medias y camino por la arena un buen rato, barriéndola con los pies y recordando la última vez que había sentido arena.

 Se sentía hacía siglos. Había estado casado entonces y había sido feliz como nadie en el mundo. Ahora estaba solo y sabía que nunca sería tan feliz como lo había sido entonces. Y estaba en paz con eso, porque las cosas eran como eran y no tenía sentido pretender cambiarlas. Su caminata le sacó una sonrisa y un par de lágrimas.

 Por fin, mirando al mar, su celular le vibró. El hombre del archivo le había prometido enviarle un mensaje cuando tuviera listo su documento. Así que se limpió los pies, se puso los zapatos y las medias y buscó algún paradero de bus en el que hubiese una ruta que pasara por el archivo. Solo tuvo que devolverse un poco sobre sus pasos y lo encontró.

En el bus iba muy nervioso. Se cogió una mano con otra y se las apretaba y las estiraba y abría y cerraba. No entendía porqué se sentía así si solo iba por un papel. Pero al fin y al cabo que ese simple pedazo de hoja blanca le iba a cambiar la vida pues tenía encima escrito que su matrimonio había sido real, que no había sido una ilusión y que tenía validez legal pues las leyes que habían estado vigentes en el momento de la unión no eran leyes temporales, de guerra o impuestas. Eran las de siempre y había que respetarlas.

 Cuando llegó al archivo, el hombre que le había ayudado lo recibió en su pequeño cubículo y le entregó una carpeta de papel con tres papeles dentro. El primero era el que había pedido, un certificado de matrimonio como cualquier otro. El siguiente era un resumen de las leyes de la región y el tercero una ratificación formal de que la guerra no había cambiado nada y que todo lo hecho a partir de las leyes vigentes antes de la guerra, seguía siendo vigente después.

 El hombre le contó que su caso era muy particular pues esa ley había empobrecido a muchos y había creado conflictos graves. Pero estaba contento de que a alguien le hubiese servido. Andrés se sintió un poco mal por eso pero el hombre le puso una mano en el hombro y le dijo que así era la vida y que no lo pensara mucho. Solo tenía razones para estar feliz así que todo lo demás era secundario.

 Se despidieron estrechándose la mano y Andrés caminó de vuelta a la parada del bus, pensando en que ahora solo tenía que regresar a casa y vivir una vida algo mejor. Seguramente no sería todo fácil pero de eso se había encargado el amor de su vida. Y esos documentos le daban el pase especial para que todo empezara a funcionar.

 En poco tiempo estuvo en su hotel y decidió solo salir al otro día para el aeropuerto y no ver más de la ciudad. Había visto lo suficiente. Confiaba en que todo se reconstruyera o al menos aquello que le daba vida a la ciudad. Necesitaban renovarse y utilizar la tragedia como un momento para el cambio. Era lo mismo que necesitaba hacer él.

 Esa noche casi no duerme, pensando en el pasado y en lo que había ocurrido no muy lejos hacía tanto tiempo.


 En un parque idílico, con árboles enormes y flores hermosas y el sonido del agua bajando de lo más alto de una colina hacia el mar, allí se había casado con la persona que lo había hecho más feliz en la vida. No sabía si había aprovechado el tiempo que había tenido con aquella persona pero eso ya no importaba. Lo importante es que estaba en su mente y de allí nunca saldría. Había cambiado su vida y se lo agradecería para siempre.

sábado, 26 de marzo de 2016

Acabo de despertar

   Acabo de despertar y lo primero que pensé fue: “Que excelente sueño”. Todo parecía tan bien hecho, todo era tan emocionante e interesante. Nada daba miedo ni parecía puesto allí porque sí. No sé cómo lo hizo mi cerebro. Tal vez vi algo antes de dormir que estimuló mi mente o tenía algo guardado en el fondo de mi cerebro que ayudó a la creación de lo que pude ver y sentir.

 Cuando me desperté estaba casi envuelto en mis sabanas, cosas que no pasa nunca. Un poco más y me enrollo en ellas como un cigarrillo. Personas de mi familia duermen así siempre. A mi no me pasa. Doy muchas vueltas, a un lado y a otro, pero siempre separado de las sábanas, como si yo mismo tuviera cuidado de no enredarme con ellas mientras estoy dormido. Es muy cómico o al menos así me lo parece a mí. Esta vez dormí la mitad de la noche, o eso creo, sin camiseta. Me desperté quién sabe a qué hora a ponérmela de nuevo, por el frío, y a taparme muy bien.

 Eso me gusta. Despertarme como si fuera un pequeño intermedio, estar semiconsciente y luego volver al sueño como si nada. No digo que eso sea exactamente lo que pasó pero lo sentí así y me gustó. Ahora mismo siento mucho frío y me pregunto cómo es que no me duele la garganta o algo así. Si me enfermo será culpa mía por creer que de la nada una de estas frías noches no va a ser tan fría como las demás. Me tienen un poco aburrido pero, qué se le va a hacer.

 El sueño no era nada espectacular y obviamente ya lo recuerdo todo. Creo que se trataba de alguna intriga del tipo misterioso. Alguien estaba tratando de ocultar algo y yo y alguien más tratábamos de descubrirlo todo. Parecía tan real, en serio que sí. Siempre sucede que me siento cómodo en los sueños y se ponen a cambiar tan rápido que no tengo tiempo de disfrutarlos al máximo. Puede que sean un tipo de analogía de la vida o algo así porque son muy efímeros.  ¿Será que dormí más hoy que otros días? Puede que eso haya ayudado en algo.

 Me encanta que todo parece tan personal, tan mío. En un momento camino por alguna playa de agua cristalina, pateando ligeramente el mar con los pies. Y me encanta. Y me doy cuenta que a veces me gusto más en los sueños pues me siento más valiente e incluso mejor parecido. Es una tontería, pero como puedes hacer lo que quieras en tu mente, creo que a veces mi subconsciente me da un regalito, como para que no me desanime. Después, y pasa seguido, estoy en algún edificio majestuoso, lleno de detalles que me gusta admirar pero a los que no me acerco por temor de hacer caer el fantástico castillo de naipes que construyo en mi mente. Es simplemente genial.

 Sí, lo sé. Me estoy echando flores a mi mismo. Al fin y al cabo soy yo el que hace esos sueños. Pero no se siente así y creo que es lo que cuenta. ¿Acaso no es lo máximo despertarse en la mañana y sentir que no solo estás descansado sino que también, por alguna razón, estás feliz? A mi eso me fascina y me pone de buen humor por un buen rato. No sé si todo el día pero si por algunas horas, antes de que la realidad me patee con su sus mortales piernas de karateca.

 En los sueños, otro personaje recurrente es el que me gusta llamar el conejo blanco, como el de Alicia en el país de las maravillas. Es ese personaje que está seguido ahí y que a veces no puedes ver bien o siempre parece tener la cara borrada o fuera de foco. Siempre es un misterio que la verdad es inútil porque al fin y al cabo es solo una creación de tu mente, puede que solo sea una copia de alguien que viste alguna vez en la calle o de algún amigo o de un compañero de algo.

 Pero creo que a veces está la esperanza de que, por algún medio fantástico y sobrenatural, el cerebro sea capaz de recibir, de vez en cuando, imágenes del futuro de cada persona, en este caso del mío. Que tal que ese conejo, o mejor dicho, ese hombre borroso sea el que en un futuro me va a hacer sentir lo que nunca he sentido por nadie. Que tal si mi mente ha recibido la imagen de alguna manera y ahora la guarda con recelo hasta de mi mismo, por miedo a que me emocione demasiado y quiero adelantarme a hecho que no han ocurrido.

 ¡Que loco! Lo de conejo también es porque ese personaje siempre entra y sale de mis sueños a su antojo. Cuando lo quiero ver no aparece. Es como esos personajes en las películas que ves al fondo de la escena y que parecen metidos en la trama y los ves luego de nuevo y otra vez y otra vez y entonces es difícil no imaginar que algo pasa con ello. Son ágiles para desaparecer y la mayoría de veces son solo un espejismo lejano que no dejan ni que les toques la mano ni dicen media palabra.

 Aunque hay otras veces que sí hablan, con voces que nunca podría explicar en voz alta. Hablo de ellos en plural porque no sé si es uno solo o son muchos, al fin que son muchas las veces entonces puede que no sea solo uno. ¡Que optimista soy! En fin. No solo sus voces sino lo que dicen me llega al alma. Me ponen nervioso, igual que cuando alguien que me gusta en la realidad se me acerca demasiado. Otras veces es una visión totalmente cercana, que me abraza y me besa y a la que me siento totalmente conectado. Por eso despertarme muchas veces es una tragedia, pues la conexión se pierde y ya no lo puedo ver ni sentir más. Y duele porque en la siguiente ocasión será diferente y ya no se sentirá igual.

  Hoy creo que no hubo conejo. O tal vez lo hubo pero supo mantenerse alejado de mi. Puede que mi cuerpo estuviese más ocupado lidiando con el frío exterior y con el misterio interior para ponerse a inventar más líos de los que puedo manejar. Me gusta cuando mi mente me deja caminar por ahí, entre jardines densos llenos de flores que nunca he visto o por el borde de otra playa, está cubierta de pasto mullido. A veces estoy descalzo, a veces desnudo y a veces vestido, no sé cual sea la diferencia entre las tres, que las activa. Pero no me interesa ponerme a preguntarme cada cosa que pasa porque creo que eso daña los sueños.

 Esta vez no me molestó tanto despertarme y eso que fue por alarma. Y pongo alarma porque o sino dormiría más y no tendría tiempo de escribir esto y si no escribo todo el tiempo a la misma hora, siento que el poco orden que tengo a mi alrededor se viene abajo y eso no lo puedo soportar. En mis sueños no me importa nada pero en la realidad algo me tiene que mover las entrañas, algo me tiene que hacer sentir que no todo se va a ir a la mierda y una de esas cosas que me mantiene sano son las alarmas y los horarios y el control sobre lo que pueda controlar.

 Parece un tanto psicótico, y puede que lo sea, pero me da igual. Si me sirve a mi, es lo que interesa. Ya en mis sueños puedo ser libre de verdad y dejar que todo vaya por todos lados. Puedo ser el centro de atención y sobre el que gire todo lo que tiene sentido en el mundo. En los sueños lo bonito es que tu eres su estrella principal y sin ti no hay nada. Incluso si se trata de una pesadilla, si no fuera porque estás allí, no habría manera de que fuese una pesadilla efectiva. Nadie nunca piensa en los sueños así y creo que vendría bien pues muchas personas creen que cuando duermen se someten a si mismos y no deberían pensar así, o sino fijo viene la pesadilla al ataque.

 Yo tengo algunas, a veces, y son frustrantes.  No me gusta despertarme a los quince minutos muerto del miedo y cubierto de sudor, a nadie le gusta. Pero hay que saber cómo evitarlo. No comer mucho, tratar de mantener la mente rodando y no dejar que cosas que en verdad no tienen tanta importancia te afecten el cerebro. Eso es lo más importante porque a veces nos volvemos un torbellino sin pies ni cabeza por líos sobre los que no tenemos control o que son de fácil solución. Hay que ser práctico, creo yo.

 Dormir, en todo caso, es uno de los placeres de la vida. Mucha gente dice que no duermen pues lo harán cuando mueran pero eso no es verdad porque cuando duermes estás vivo así que no es lo mismo ni de cerca. Además cuando sueñas es como si trabajaras con un gemelo en un proyecto muy especial y cuando despiertas podrías tener las claves para realizar ese proyecto u otro en la realidad. Además, los sueños son lugares de ocio increíbles, mejor que muchas discotecas.


 En todo caso, creo que amanecí contento. Y lo triste es que sé que no me va a durar mucho pero no importa. Nada está hecho para durar tanto tiempo, nada humano en todo caso. De pronto me quedaré en la cama algo más de tiempo o dormiré una pequeña siesta más tarde. Ya quiero soñar otra vez.

sábado, 5 de marzo de 2016

Niebla de Año Nuevo

   A lo lejos se oyeron las campanas de alguna iglesia y por cada una de las callecitas se escucharon los gritos de jubilo de todos los que estaban afuera esperando que el año nuevo llegase. Había gente con amigos esperando con unas cervezas, familias con niños besándolos y premiándolos con algún dulce, como si un nuevo año tuviese que empezar premiándolos por nada. También había muchas personas de otros lugares, con otras tradiciones, a las que el año nuevo les daba un poco lo mismo. Sin embargo, algunos estaban en la calle con el resto de sus amigos que sí celebraban o porque estaban de turismo y deseaban unirse a la fiesta o simplemente porque eran dueños de algún negocio y tenían que aprovechar cada momento.

 En uno de esos negocios estuvo P unos diez minutos antes de que sonaran las campanas. Vendían allí muchas cosas pero lo que él compró fue un gofre cubierto de chocolate liquido y calientito. Era lo mejor para una noche tan fría y para distraerse mientras eran las doce de la noche. Había decidido salir a pasear a esas horas solamente porque hubiese resultado muy triste irse a dormir antes o pasar la medianoche en la cama con los ojos abiertos, pues sabía que iba a estar despierto de todas maneras.

 Más temprano había salido a dar una vuelta por ahí, visitando algún museo o no sé qué. El caso es que había caminado mucho y ya estaba cansado de sentir los pisos de piedra de las calles antiguas del centro de Bruselas, donde estaba solo de visita. Era una ciudad curiosa, como comprimida en un pequeño valle, casi se podía decir que era una ciudad en miniatura, pues todo parecía haber sido puesto ágilmente por las manos de un gigante, nada parecía nuevo pero seguro que había muchas cosas que no tenía sino meses de existir o menos.

 Comiendo el gofre, paseó por las calles que ya se sabía de memoria y vio como ya había borrachos, turistas despistados y una fila enorme para entrar en la plaza principal y ver las luces y el  show musical. Como ya lo había visto otras noches, ni siquiera intentó entrar. Mucho menos sabiendo que no iba a haber juegos artificiales ni nada por el estilo. Todo iba a ser muy normal, muy sobrio. Caminaría hasta que la medianoche lo encontrase, terminaría de comer y se iría al hotel a dormir. P ya lo había pensado así y no pensaba cambiar de plan.

 Sin embargo las cosas nunca pasan exactamente como uno las prevé. Caminando por ahí, pensando en su familia y sus amigos, tan lejos de allí, P se dio cuenta de pronto que estaba en un barrio que no conocía. De hecho, no sabía cuanto había caminado desde el centro de la ciudad para encontrarse allí. Sacó el celular para buscar la ruta más corta al hotel pero el aparato no servía, la pantalla no se encendía. Siguió caminando por miedo a quedarse solo en la mitad de la nada y entonces lo vio.

 Salió de un bar, o lo que parecía un bar. La verdad era que todo su entorno tenía algo raro, como si lo estuviera viendo a través de una botella o de un vidrio empañado por el frío. Pero apenas lo vio, supo que era él. En sus sueños siempre lo sentía, no lo veía nunca lo suficientemente claro. Pero esta vez lo veía completo y era lo más hermoso que hubiese visto nunca. Su nombre era Q, lo sabía. Sacó él su celular y contestó una llamada y eso le causó curiosidad a P, pues el suyo seguía sin servir. Se acercó con cuidado para no asustarlo y cuando Q colgó, P lo saludó.

 Ambos entrecerraron los ojos. Al parecer el fenómeno visual lo sentía todo el mundo. Pero cuando Q lo tuvo en frente, se le dibujó una sonrisa enorme y se le lanzó encima a abrazarlo y besarlo. Y P no hizo nada para detenerlo, al contrario, le correspondió tanto el abrazo como el beso. Fue un tanto extraño pues no conocía bien a Q, al menos no en persona, en al realidad. Pero ahí estaban los dos abrazándose, Q diciéndole que menos mal que había decidido venir pues no le gustaba cuando peleaban. Le preguntó a P si había estado en la casa todo el tiempo y P asintió, sin saber de que le hablaba.

 Fue todo tan confuso, que P solo se dejó llevar de la mano hacia el interior del local donde los esperaba gente que no conocía pero que lo saludaron como si ellos sí lo conocieran. A algunos creyó reconocerlos de alguna parte y a otros no los había visto jamás. Estaban apenas bebiendo algo y decían que después de las doce era la hora perfecta para comer. El sitio no era un bar sino un restaurante y el dueño era uno de ellos que empezó a acercar fuentes y platos y bandejas con comida deliciosa. Q le dio otro beso a P antes de atacar las berenjenas gratinadas y otro más antes de los corazones de pollo con especias.

 Era surreal pero P quería estar allí todo lo necesario y aprovechaba cada segundo para verle la cara a Q, para recordar cada detalle de su rostro para que nunca la olvidase: tenía el pelo suave y algo más claro que él, era más alto y con una sonrisa enmarcada por unos labios color rosa. Tenía la nariz ligeramente grande pero muy bonita y la línea de la mandíbula marcada pero sin ser brusca. Su cuello era el de un hombre trabajador así como sus hombros. Sus manos eran suaves y él, todo él, olía a una mezcla de mandarinas y vainilla, algo fantástico.

 Entonces P se giró a la puerta y esperó que entraran miembros de su familia y sus amigos, gente a la que extrañaba profundamente. Pero ellos no venían. Pensó en qué estarían haciendo y esperó que no estuvieran solos, que no pasaran esa noche mirando las estrellas o durmiendo para escapar de la realidad, que es dura y fea.

 Sirvieron lasaña y hubo más besos de parte de Q, que se dio cuenta que P estaba algo triste. Solo dijo la palabra “familia” y eso lo hizo acreedor de un beso suave y largo, que les mereció burlas bienintencionadas del resto de los comensales. Fue ahí que P se dio cuenta pero no le importó. La lasaña estuvo deliciosa, así como el postre después e incluso la cidra casera. Se despidieron de los demás hacia la una y media de la mañana. A esa hora, las calles estaban cubiertas de niebla pero Q parecía tan seguro caminando que P solo se dejó llevar, una vez más.

 De la mano fueron hablando y compartiendo silencios. El camino pareció durar una eternidad pero no podía haber sido mucho tiempo. En ese lapso hablaron de su vida futura, de si comprarían por fin esa mascota de la que tanto hablaban o si siquiera la tostadora que a veces hacía tanta falta. A P le encantaba como Q era gracioso pero sin exagerar, era romántico pero lo justo y era autentico, cuanto podía serlo. Y P estaba más que feliz.

 Llegaron entonces a un edificio que parecía ser de eso que no llevaban meses en la ciudad y P siguió a Q cuando sacó unas llaves y abrió la puerta principal. Subieron dos pisos por las escaleras y luego Q abrió otra puerta y P trató de disimular que había quedado sin habla. Mientras P guardaba un vino que les habían regalado y hablaba de lo delicioso de todo en la cena, P se quedó en el recibidor y contempló algo que nunca había visto: su casa. Había fotos de él y de Q, en algunas juntos y en otras no porque había fotos de hacía muchos años. Cuando estaba en el colegio, por ejemplo. Q lo pilló viéndolo las fotos y no dijo nada, solo se le acercó en silencio y le tomó la mano.

 Lo llevo a la habitación y allí empezaron a besarse más y abrazarse y tocar los cuerpos del otro. Una a una, las prendas de vestir fueron cayendo al suelo formando montoncitos con los que nunca tropezaban. Primero las bufandas que se habían puesto para el frío, después las camisetas, después los zapatos seguidos de los pantalones. Al final las medias y la ropa interior, justo antes de cubrirse con la gruesa colcha blanca de la cama de matrimonio. Hicieron el amor. Así se llamaba lo que hicieron con tanta pasión y dulzura y cariño. No se podía negar nada. Cuando terminaron, se dieron muchos besos y se abrazaron, quedando encadenados bajo el hechizo del sueño que llegó justo al final.

 Cuando P se despertó, hizo un esfuerzo consciente para no abrir los ojos, hundiendo su cara en la almohada. Pero sabía que eso no podía durar. Entonces afrontó la realidad y contempló con pesar la habitación del hotel. Estaba desnudo y era ya más de mediodía. Pero eso le daba igual. Su mente lo había traicionado, le había jugado una mala pasada.


 O tal vez, solo tal vez, había visto un pedazo de su futuro y su cerebro y algo en el mundo se habían aliado para darle a probar un bocado de lo que podría suceder. Era muy conveniente verlo así pero así tenía que ser, justo en un momento en el que ya no quería seguir adelante, en el que estaba cansado de un esfuerzo que parecía inútil. Los extrañaba a todos y por eso lloró luego de despertarse. Porque también lo extrañaba a él, a Q, y ni siquiera sabía quién era.