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miércoles, 1 de junio de 2016

Cumpleaños

   Técnicamente, no tengo todavía la edad que cumplo hoy. Es culpa de la diferencia horaria y de que no recuerdo muy bien a que hora fue que nací. Creo que fue a las ocho de la mañana o eso es lo que dice en mi certificado de nacimiento. Pero supongo que esa es una hora general y no la exacta. El caso es que, en donde estoy, cumplo años más tarde.

 No es que importe porque no planeo celebrarlo de ninguna manera especial. Había planeado ir a comer a algún lugar especial pero no tengo mucho dinero y de todas maneras al ser miércoles no me entusiasma mucho la idea. Creo que hoy será un día común y corriente, sin nada verdaderamente distinto. Ya comeré algo especial el fin de semana y tal vez compraré algo que me guste y camine por ahí mirando que hay en la ciudad.

 Aquí estoy solo y cumplir años hoy, mañana o cuando sea, no vale mucho la pena. Es decir, no cambia en nada las cosas puesto que no tengo nadie con quien celebrarlo, nadie con quien compartir un momento y brindar o comer o lo que sea que se pudiese hacer. Solo estoy yo y por eso prefiero celebrar el fin de semana, días después, pero al menos un día en el que salir a algún lado a comer tiene más sentido. Me sentiré menos triste, creo yo.

 Hoy solo cumplo años. No es más que eso. Es el cierre de un ciclo. Tengo que decir un número diferente cuando me preguntan mi edad aunque, a estas alturas de la vida, creo que no hay nadie que lo haga. ¿Ya para qué van a peguntar mi edad? A los únicos que les interesaría sería a los documentos oficiales o algo así y lo pueden calcular tranquilamente con mi fecha de nacimiento. El caso es que da igual.

 Cumplir la edad que tengo solo me acerca más al “siguiente piso”, a un nivel diferente de la cronología del ser humano. Cuando pase los treinta, en teoría, tendré que tener ciertas cosas y ciertas prioridades. Lo raro es que solo faltan dos años y no siento que nada de eso vaya a cambiar en este tiempo. No creo que por un milagro todo se solucione y mis treinta sean un paseo por el parque. No hay manera de creer que eso va a pasar.

 No me gusta cumplir años. O, mejor dicho, no me gusta el día de mi cumpleaños. Que pase el tiempo es inevitable y da igual si me gusta o no, de todas maneras seguirá ocurriendo sienta lo que yo sienta o piense lo que piense. Pero el día como tal no me gusta. Normalmente existe la atención innecesaria de muchas personas y eso siempre me ha molestado bastante. Personas que en todo un año no se acuerdan de que existes pero de pronto el día de tu cumpleaños te envían algún mensaje, como si ese detalle los hiciera mejores personas. Y la verdad es que no, los hace persona comunes y corrientes, no mejores que nadie en ningún aspecto. Pero el día de hoy no será así.

 Ayer, por razones tan estúpidas que no quiero explicar, mi cuenta de Facebook dejó de funcionar. Ahora está bloqueada o algo por el estilo, no entiendo muy bien. El caso es que nadie va a poder escribirme nada así lo quiera. Y estoy seguro que la cantidad de gente que escribirá será menor de lo normal puesto que ya hace un tiempo eliminé mi fecha de nacimiento del perfil que tengo en ese sitio. Es decir, que mi cumpleaños no aparece en los perfiles de las demás personas, no van a recibir una alerta de que es mi cumpleaños.

 O al menos esa es la idea. Es una medida simple para deshacerme de todos esos mensaje que no significan nada. Estando aquí yo solo, quiero únicamente expresiones reales de cariño porque no quiero que se me baje el ánimo a causa de otros mensajes que no tienen sentido.

 Porque mi cumpleaños es causa suficiente para una baja de ánimo completa. De pronto porque, socialmente, hay una obligación de que un cumpleaños sea de una cierta manera. Se supone que tienes que tener muchos amigos y a tu familia y hacer una fiesta y salir a festejar y tener muchos regalos. Todo eso se supone que es parte de una celebración de cumpleaños real. Pero yo no tendré hoy nada de eso. Ni hoy ni el día que lo celebre más.

 En parte es porque no tengo amigos aquí, mi familia está lejos y, al ser miércoles, salir a cualquier sitio no tiene mucho sentido. Pero también es porque me deprimiría bastante tratar de celebrar algo, como forzando a ajustarme a una cierta cantidad de normas que no cumplo ni de cerca. Solo cuando era más joven, de pronto de unos doce años para abajo, mi cumpleaños era algo que esperaba. Obviamente por los regalos pero también por la fiesta y porque sentía que era un día solo para mí.

 Con el tiempo, esa visión de las cosas fue cambiando porque en un momento ya fui muy grande para ciertas cosas y la sorpresa  y todos los detalles ya no tenían el mismo efecto. De hecho, hay gente que planea su día con meses de anticipación. Sabe donde irá y hace reservaciones y busca los regalos que quiere y hace de su día algo muy especial porque creen todavía que el día de cumpleaños es su día.

 Yo ya no creo que sea mi día. Es una día común y corriente y más aquí donde nadie sabe que es mi cumpleaños. Y así lo supieran, creo que les daría igual porque no son amigos ni familiares, son solo personas que están ahí, haciendo de personajes secundarios o tal vez de extras en mi vida. Así que, en mi visión de las cosas, lo que ellos piensen o sepan es poco importante.

 Lo único que hice, aunque lo hice ayer, fue cortarme el pelo. Lo hice más porque hacía meses que no lo hacía y porque se supone que empezará a hacer calor, cosa que no he sentido. Ni siquiera el clima parece celebrar mi cumpleaños. Aunque eso suena demasiado deprimente y no me gusta como suena. Olviden eso.

 Regalos no habrá o al menos nada especial. Hay un par de cosas que debo comprar y normalmente los regalos no son cosas que se deban comprar si no objetos sorpresa, muchas veces inútiles que la gente le regala a uno con el ánimo de hacer reír o de hacer referencia a alguna cosa. Lo mío lo compraría igual así no fuese mi cumpleaños. Y de todas maneras no tengo dinero para ponerme a hacer un día de compras ni nada por el estilo. Como buen estudiante, tengo calcular que no me pase mucho o sino empieza a faltar dinero por otros lados.

 Es un poco triste esa parte pero hace un bien tiempo que no recibe regalos, incluso estando cerca de familia y amigos. Creo que han entendido que no me gustan los regalos o algo así, cosa que es falsa. Lo que no me gusta mucho son las sorpresas pero esos son detalles. Al menos, con o sin regalo, podría tomarme algo con gente que no me da lo mismo.

 Pero bueno así son las cosas cuando se hace una elección. Hay que aceptarla hasta el último día y eso es lo que he hecho, tratando de no colapsar en ningún momento. En cierto sentido estoy aquí por eso mismo, porque un día colapsé y no pude más y tuve que hacer un cambio extremo a lo que estaba haciendo porque o sino me hubiese vuelto loco o mucho peor.

 Estar lejos ahora es una de los soluciones que encontré y creo que ha servido en ese sentido. Ahora mismo no me siento como entonces y eso es muy bueno. Aunque hoy, por ser mi cumpleaños, es posible que los sentimientos vuelvan lentamente y se instalen al menos un rato en mi cabeza, como probando mi resistencia, como tratando de recordarme quién soy porque, uno siempre es lo bueno y lo malo, no se puede elegir.

 El caso es que hoy no haré nada especial. De pronto salir a caminar un rato, de pronto salir al supermercado o algo así, como para ver gente y variar un poco. Encima es día de pagar el alquiler así que obligatoriamente tengo que quedarme aquí para pagarlo. No tengo muchas opciones de todas maneras.


 En todo caso es mi cumpleaños. Ese detalle no se puede cambiar porque así fueron las cosas. Son veintiocho años, que para algunos son muchos y para otros pocos. Y para mí… Es lo que es. Y nada más.

domingo, 24 de enero de 2016

Yo sólo me fui

   Yo sólo me fui. No quería saber nada más de la vida perfecta de nadie más, no quería saber si estaban felices porque, en mi concepto, no lo merecían. O tal vez era más bien que yo lo merecía tanto como ellos y no entendía como podían estar allí, tan relajados, tan tranquilos, diciéndome todas esas cosas como si yo fuera un muy bonito mueble al que le gusta escuchar de la vida de los demás. Si así fuese, simplemente preguntaría. No esperaría a que me lo dijeran al oído o que simplemente alguien me lo dijera, como quién lo hace cuando necesita desahogarse y le cuenta un gran secreto a su perro.

 Decidí caminar en la noche, sintiendo el frío en mi rostro. Me puse el gorro de la chaqueta en la cabeza, también con ganas de que nadie me viera la cara. No sé porqué fue eso, pero creo que sentía que en el rostro se veía lo que estaba pasando dentro de mi en el momento. El odio y la confusión y el sentirme, de nuevo, perdido y siempre en desventaja, como si fuera un estúpido juego en el que jamás pudiese estar arriba, de primero, pues siempre que muevo una ficha, las demás ya no están en sus mejores posiciones.

 Y eso era precisamente lo que me sucedía. Había tomado una actitud proactiva con la vida y había decidido que, aunque lo que hacía no era exactamente lo que me hacía más feliz en la vida, intentaría utilizarlo, convertirlo en algo útil para poder hacer esas cosas que sí me quitaban el sueño. Había decidido que este problema o situación simplemente no impidieran mi desarrollo como una persona y que no tuvieran la capacidad de hacerme sentir menos que los demás por el simple hecho de no estar interesado.

 Y ahora, que todo parecía estar estable de nuevo, venía la vida a recordarme lo solo que estaba. No puedo ser injusto y decir que él me echó en cara su vida y su amor y todo lo perfecto que vivía. No puedo porque no sucedió así, aunque debo decir que en algún punto de mi mente sí lo sentí así, de pronto porque había tratado de hablar con él alguna vez y no había ocurrido nada, tal vez porque me había gustado en secreto. El caso es que saber de su vida me produjo simple rabia aunque creo que era más envidia.

 Era lo mismo que ocurría al encender el portátil y pasearme por páginas de fotos y simplemente caer en una fotografía de alguna persona, de algún hombre mejor dicho, con el que alguna vez hubiese salido y encontrarlo allí sonriendo como un idiota de la mano de alguien más. Eso me daba una rabia increíble, a menos que hubiese pasado hacía mucho tiempo. Era algo que me ponía a pensar, pues siempre me preguntaba porque era yo siempre la llanta de repuesto, la que se pone mientras pasa el accidente y ya después se cambia por una que sí corresponda mejor al modelo del vehículo.

 Yo era esa llanta. O bueno, se puede hacer la analogía que quieran, el caso es que era siempre la persona que alguien elige para estar algunos momentos, algún rato, para diversión. Mientras caminaba creo que me reí, porque recordé esas palabras e imágenes de las prostitutas del siglo XIX y extrañamente me identifiqué con ellas. Aunque a ellas les pagaban, a mi solo me dejaban el corazón cada vez más vacío. Pero ambos, ellas y yo, no éramos lo que el mundo prefería, no éramos el ejemplo sino los errores.

 De pronto abrí los ojos de verdad y me di cuenta que no sabía en que calle estaba. Revisé el celular y retomé el buen rumbo. Donde dormía quedaba a unos dos kilómetros y los iba a caminar todos pues no tenía ganas de buses o nada por el estilo. Quería tener tiempo de pensar y no solo en la cama, quería poder despejar mi mente si es que eso era posible, aunque la verdad siempre que deseaba aquello nunca se cumplía. Solo llegaba al mismo punto muerto de siempre y entonces tenía que quedarme dormido con ese sentimiento de fastidio por todo. No era la mejor manera de dormir.

 No podía aplaudir a los demás por sus vidas, en especial si eran como yo. Era como celebrar lo bien que lo habían hecho todo, a diferencia del desastre que tenía yo en mi vida, en mi cabeza. Se iban a vivir juntos, compraban muebles, tenían trabajos, eran artistas y seguramente el sexo era mejor que en cualquier película pornográfica hecha por los seres humanos. Porqué habría de celebrar eso en la vida de alguien más? Porqué habría de enaltecer a alguien y así seguir permitiendo que yo mismo, e incluso los demás, me sometieran a estar siempre en el fondo.

 No es que en el fondo se esté tan mal, porqué no es así. Hay veces que es mejor estar aquí, donde nada duele de verdad. Donde nada parece ser tan en serio y hay posibilidades de error. Donde la gente es de verdad, de carne y hueso. Y sí, todos somos apenas sombras de lo que podríamos ser pero al menos somos algo. Aquí abajo no nos exigimos, aquí abajo no somos todos unos hipócritas, que cuando pasan al otro nivel se hacen los que nunca han bajado, como si yo no los conociera. Los he visto, he visto sus miradas que me atraviesan, he sentido sus manos que en verdad jamás me tocan y saboreado sus besos que son casi imperceptibles.

 A veces cambio la visión de las cosas y me digo a mi mismo que no está mal estar solo y estar siempre al margen de las cosas, no está tan mal ser eternamente la opción número dos. Me trato de convencer que así me divierto más, que así todo se trata del control que soy capaz de ejercer sobre alguien más, porque estoy seguro que tengo todas las de ganar en una relación que se trate sobre el control absoluto. No hay nadie que me pueda contradecir, que me pueda quitar ese convencimiento de mi cabeza.

 Y sin embargo cuando llego a mi casa, que comparto con gente que no me interesa en lo más mínimo, me encierro en la habitación que pago con dinero que no es mío y me quito la ropa imaginándome como lo he hecho cuando he estado con cada uno de ellos. Con los hombres que he conocido, y me doy cuenta de que, a excepción de algunos, siempre he sido yo el que me he quitado la ropa, nunca nadie me ha ayudado ni ha sentido las ganas de compartir ese momento ritual tan privado como es quitarse la ropa.

 Lo tiro todo al piso, pues no tengo ganas de ponerme a ordenar nada. En ropa interior me meto debajo de las cobijas y le pido a mi cerebro que el sueño llegue pronto pues no quiero seguir pensando más, no quiero que siga divagando de un lugar a otro, no quiero seguir sintiendo ese maldito puñal que siendo desde hace años apretándose contra mi pecho. No quiero volver a ese momento en el que todo me falló y tuve que caer para recomponerme. La verdad es que no creo sobrevivir otra caída, simplemente no podría.

 De pronto es la cerveza hablando, de pronto es la rabia que tengo contra todos esos desgraciados que simplemente sonríen y parece que todo les cae del cielo. Todo lo que tienen es perfecto y yo vivo mirándome al espejo y en fotos que me tomo y solo veo una cascara vacía, la sombra de alguien que simplemente no es, y probablemente, jamás será nadie. Y no es pesimismo sino un sentimiento que me sube por la espalda y que se expande en el estomago como una bacteria. Simplemente me hace saber las cosas. Me hace saber que no hago parte de ese grupo de risas y abrazos y felicidad eterna. No me tocó ese billete.

 Doy vueltas. En parte por el imbécil que cree que las cuatro de la mañana es la mejor hora para hablar a viva voz con la ventana abierta pero también porque mis pensamientos me acosan, me acorralan y me hacen sentir culpable, incluso recordándome las ocasiones en las que sé que hice lo mejor posible y que cualquier otra opción simplemente hubiese terminado en algo mucho peor. Ellos seguro no piensan en mi porque, para qué? Pero yo si pienso en ellos y sé que les hice un favor, sé que cuando se terminan esos minutos en los que me necesitan, debo dar la vuelta y volver a las sombras, antes de que caiga ese regalo del cielo que a todos les toca menos a mi.

 Aunque bueno, tengo otros regalos y por eso quejarme se siente tan mal. Tengo a mi familia, que siento cerca todos los días, y tengo estabilidad mental por ahora. Lo primero jamás me fallará y lo segundo… Lo segundo seguramente lo hará en algún momento pero prefiero cerrar los ojos y tratar de vivir un día por vez. Trato de respirar con calma, trato de calmar a los dragones y creo que lo logro porque, al fin y al cabo, tengo experiencia en esto.


 Cuando por fin duermo, mi mente me trata mal, es cruel conmigo. Pues estoy en una pradera y más allá se ve el mar. Camino y estoy al borde de un acantilado y entonces, a lo lejos, veo a alguien. No puedo ver su cara pero me saluda y ese saludo me sacude todo lo que tengo dentro. Ese saludo me destroza y al mismo tiempo me hace sentir real, me hace sentir que existo y que estoy aquí. Entonces corro hacia él pero el sueño se desvanece y pasa a ser todo solo una más de esas nebulosas mentales, de esas que clavan el puñal un poco más dentro de mi carne.

jueves, 15 de enero de 2015

Hombre libre

   Mientras hacía el desayuno pensó que, por primera vez en mucho tiempo, cocinaba algo para si mismo. La verdad era que ya no tenía ni tiempo de alimentarse bien por culpa de la carga laboral y los fines de semana siempre surgía algún trabajo extra o la familia molestaba con algo para hacer. Siempre tenía que recibir comida de extraños o familiares, pero hecha por ellos y, con el asco que todo le daba al pobre de Damián, era una incongruencia que no tuviera el tiempo para hacerlo todo él mismo.

Su pequeño apartamento se llenó rápidamente del olor de las salchichas de pavo que tostada en una sartén. Al lado tenía una tortilla de huevo en proceso y en la mesa estaba ya servido un buen jugo frío natural de naranja. Todo parecía demasiado perfecto y la verdad era que esperaba que alguien lo interrumpiera, en el peor momento. Así que cuando sirvió todo y se sentó, fue natural que esperara un par de minutos para ver si no sonaba el teléfono o el intercomunicador con la portería del edificio.

Pero ninguno de los dos hizo ruido alguno. Así que Damián empezó a comer con gusto, como si hubieran pasado años desde que había probado el último bocado de comida. Y esto aplicaba si se hablaba de comida casera y decente. Siempre le parecía que lo que comía carecía de algo, sea de sabor, preparación o incluso presentación. La verdad era que a él le gustaba mucho lo bueno que tenía la vida, esos detalles tontos que le arreglan a uno la existencia. Pero tenía tan poca oportunidad de disfrutarlos, que era natural su jovial entusiasmo.

Mordió una de las puntas de una salchicha y le pareció haber pegado un salto: el sabor era delicioso. Se le ocurrió algo y se puso de pie. Buscó en la cocina y sacó de la alacena una botellita plástica que contenía mayonesa. Puso un poco en el plato y untó allí la salchicha. El siguiente mordisco le arrebató senda sonrisa de la cara, como si jamás en la vida hubiera comido. Por un segundo, se sintió tonto. Pero no le importaba. Disfrutar la vida no le hacía daño a nadie y se lo ponía a l muy feliz.ie y se lo ponea. Disfrutar la vida sinti ocurrina del plato, mo.nte. Siempre le parecél muy feliz.

Siguió pues con la tortilla, que había mezclado en un bol con algo de espinaca que le sobraba. Además le había echado bastante pimienta así que el sabor resultó ser exactamente el que él buscaba. En nada difería de lo que su imaginación había querido elaborar. Incluso, se podía decir que sabía mejor de lo pensado. Se mandó otro bocado, pensando que si hubiera querido ser chef, hubiera tenido bastante éxito. Incluso podría haber tenido un restaurante pequeño, de esos que no ponen ramitas de cosas sobre la comida sino que se preocupan por el sabor y no como se ven las cosas.

Pero no era cocinero ni nada parecido y ese era solo un sueño que no cumpliría por culpa de su problema más grande: el tiempo. Trabajar como un esclavo (no, no es exageración) en un banco en el que nadie se responsabilizaba por nada pero a todos se les culpaba de cualquier error cometido, era verdaderamente un fastidio. Damián siempre se burlaba de esas películas que mostraban como la gente hacía amigos y había un sentido extraño de comunidad en las oficinas. Pues bien, eso era una asqueroso mentira, al menos en su caso.

Mientras comía despacio, disfrutando cada pedacito casi sagrado de comida, Damián se ponía serio al pensar en su trabajo y sus amistades. La verdad era que amigos como tal, no creía tener. Había uno que otro, no más que el número de dedos en una mano, que a veces lo llamaban o le hablaban por el computador o el teléfono móvil. Cada mucho tiempo, cuando no estaba muerto del cansancio, salía con ellos a beber algo y hablar de las típicas tonterías que habla uno con la gente cuando no se quiere hablar de trabajo o responsabilidades. Así que casi siempre las conversaciones iban de sexo.

Esto último era algo bastante gracioso ya que Damián no era precisamente un erudito al respecto. Había tenido su primera relación sexual ya estando en la universidad, con veinte años de edad. Y después de eso, si se hacía una lista exhaustiva de las mujeres con las que había estado en diez años, el número no llegaba a ser mayor de ese mismo número: diez. Y eso era confiando en su memoria, que no era muy buena que digamos. Tenía más facilidad para los números en el momento que para recordar eventos que habían ocurrido hacía tiempo. Si había números en juego era otra cosa pero jamás recordaba un día en particular del pasado.

Los números eran su ventaja pero a la vez su maldición. Le habían dado el trabajo que tenía y algunos bonos que había recibido, hacía ya tiempo, por haber resuelto problemas especialmente intrincados. Pero esta habilidad poco o nada servía con las mujeres que siempre querían que Damían recordase todo, desde el primer momento que se habían visto, y eso para él era imposible. De hecho, él siempre argumentaba que todo eso no tenía interés ya que el quería vivir ahora y no hace un mes. Pero la mayoría no pensaba igual. Por eso estaba soltero y la verdad era que no le molestaba.

Su pequeño apartamento era su orgullo. Tomando un buen sorbo de jugo, miró a su alrededor y se dio cuenta de que el sueño de tener un hogar podía darse por cumplido. Desde que estaba en la universidad, había soñado con tener un lugar propio, donde fuera pero que fuese para él solo, que fuera una especie de santuario personal, en el que él gobernara como quisiera. Y así era hoy su hogar: pequeño pero bien decorado, ordenado y limpio pero sin excentricidades. Su cama, eso sí, siempre parecía el nido de un pájaro enorme ya que eran pocas las veces que la arreglaba apropiadamente.

Pero hoy estaba tendida y hacía que el cuarto pareciera el de un hotel modesto. Esto alegraba a Damián, ya que disfrutaba de lujos como ese: el de quedarse en un buen hotel y sentirse atendido y hasta mimado. Hacía un año exactamente, había usado buena parte de sus ahorros en un viaje extraordinario por las islas hawaianas y no había escatimado en gastos. El hotel en el que se había quedado era un palacio, con todo incluido y lo mejor era que había probado y hecho muchas cosas que siempre había pensado hacer pero que no había podido.

Aunque era cierto que el trabajo era el culpable de la mayoría de sus desgracias, también era el que le proporcionaba el dinero para hacer muchas de las cosas que más le gustaban. Técnicamente él se proporcionaba el dinero pero eso era otra cosa. Lo malo era que solo daba dinero pero no tiempo. De aquello, muy poco. Y su familia absorbía mucho de su tiempo libre aunque no los juzgaba por ello. Pero hubiera querido que no fueran tan dependientes o tan unidos. Parecía malo pensarlo así, pero Damián necesitaba tiempo para él mismo.

Alguna vez le había dicho esto a sus padres y ellos habían asegurado comprender pero al siguiente fin de semana le pidieron que los ayudase a colgar algunos cuadros y arreglar una ducha que no estaba funcionando bien. Los amaba, eso no estaba bajo discusión. Pero los podría amar igual si dejara de verlos así fuera por un fin de semana al mes. Eso hubiera sido perfecto.

De hecho, sería algo así como este fin de semana. Al terminar de comer su desayuno, Damián no pudo evitar pensar si sus padres tendrían problemas serios o si el banco no hubiera podido comunicarse con él por alguna razón. Lavó los platos, ya inquieto por la falta de molestias y, cuando se terminó de sacar las manos, revisó su correo de trabajo que era el que usaban para darle tareas dominicales. Pero no había nada. Buscó su celular para llamar a sus padres pero entonces se dio cuenta que le habían dejado un mensaje de voz.

Aquí vamos – pensó.

En el mensaje su madre le decía que iban a pasar el fin de semana con su padre en una pequeña finca que tenían unos vecinos así que no lo necesitarían para nada. Le mandaban besos y abrazos y habían colgado, sin más.

Damián necesitó de algunos momentos para entender que, por primera vez, no solo había cocinado su propio desayuno sino que también era un hombre libre. Así que, sin un plan trazado, se duchó, se puso algo cómodo y salió por la puerta, no sin antes acordarse de dejar su teléfono móvil en casa: nadie le iba a quitar el placer de no tener que hacer nada, al menos este fin de semana.