Mostrando las entradas con la etiqueta guerra. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta guerra. Mostrar todas las entradas

martes, 10 de marzo de 2015

La película de mi vida

  Su tumba estaba cubierta de hierbas y tierra. Las letras en la piedra se habían borrado casi por completo y si no fuera por los surcos en el mármol, no se podría saber quien yacía allí, en ese pequeño rincón del cementerio. Pero yo sabía quien era porque yo lo había amado más que a nadie en este mundo y, naturalmente, había sido yo quién había elegido este pequeño lugar para que su cuerpo descansara. Me había dicho que le tenía miedo a la incineración y que prefería que su cuerpo se degenerara naturalmente.

 Suena bastante tétrico decir que alguna vez hablamos del tema pero lo que pasa es que hablábamos de todo lo que se pudiese hablar. En nuestro exilio no teníamos nada más que nuestras voces y, en el campo, era mejor hablar de aquello que aquejaba nuestra mente o que siempre nos había interesado profundamente. La muerte lo preocupaba y creo que puedo decir que tuve la fortuna de aliviar un poco  esa preocupación, de calmar su miedo.

 Yo no le tenía miedo a la muerte sino a morir solo, que es muy distinto. Pero ahora que lo tenía a a disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. fortuna de siempre nos habél esa preocupación se había disipado en el aire y era como si, por arte de magia, pudiese respirar con libertad. Los tiempos de correr y escapar y pensar en que todo terminaría pronto parecían lejanos aunque en verdad no lo estuviesen tanto. Nos teníamos el uno al otro y eso bastante en ese entonces. Nada más era necesario.

 Limpié la tumba lo mejor que pude y, con un marcador que había traído, traje a la luz todos los detalles que había escritos en el mármol: su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de muerte. Cuando terminé, me quedé mirando los números, dándome cuenta que era la primera vez que veía la fecha de su muerte frente a mi. Yo no tenía conciencia de ello y, sin embargo, allí estaba.

 Recuerdo haber visto como su cuerpo caía al suelo y como todos los sonidos que me llegaban de alrededor se mezclaban en mi cabeza. De hecho sé que lo vi caer pero pensé que lo había soñado o imaginado. Días después tuve que enterarme de la noticia y estoy seguro cuando digo que estuve al borde de la locura. Las semanas siguiente estuve medicado, internado en un hospital donde incluso me amarraron a la cama para que no lastimara a mi mismo ni intentara nada radical.

 Si hubiera podido morir en ese momento, lo hubiese hecho. A veces cuando estoy especialmente deprimido, siento que debí haber ido con él en ese momento, cuando el dolor era más profundo y lo sentía todavía tan cerca. En cambio ahora el dolor era distinto porque sentía que él se había ido muy lejos de mi y que incluso la muerte no nos reuniría porque yo había sido egoísta en los años siguientes, no hablando del tema y  esforzándome por sacar adelante una vida que no sé si tenga algún valor.

 Miré alrededor y vi que había poca gente en el cementerio. Después de la guerra, a pesar de tantos caídos, la gente había preferido incinerarlos y poner sus recuerdos en el viento. Los habían dejado ir. En parte él había querido ser enterrado por su familia, quienes no creían en el concepto de la incineración. Siempre me había resultado cómico tomara tan en cuenta a su familia, en especial cuando ellos siempre me habían odiado. Yo lo sabía muy bien. Siempre me habían culpado de la muerte de su hijo mayor y no me perdonaban habérmelo llevado a la guerra, como si él hubiese sido un idiota antes de yo conocerlo.

 No, no lo era. Era el hombre más valiente que yo haya visto. Era inteligente pero siempre pensando en el bien de los demás. Evitaba lastimar a la gente si podía, evitándoles dolor y sufrimiento. Yo nunca pude ser como él y, sin embargo, nos quisimos como sé que nadie más se quiso por mucho tiempo. Ya nadie parece creer en otros como yo creí en él. Yo dependía de él aunque no sé si se lo dije alguna vez. Su muerte arrancó de mi ser algo que no sabía que tenía pero que ahora extraño más que nada en la vida.

 Alejándome del cementerio en el coche, decidí ir hasta el primer lugar que habíamos compartido. Mejor dicho, el lugar donde nos conocimos. Era un domingo entonces el tráfico no era problema. En menos de una hora estuve en la plaza principal de la ciudad, llena de gente, de niños riendo y de palomas volando bajo por todos lados. Caminé hasta una de las esquinas y luego por una cuadra más hasta llegar a un viejo edificio de oficinas que había sido sede del Gobierno antes de la guerra. Allí nos habíamos conocido, parecía que hace una vida entera de ello.

 Es extraño. Siempre que puedo paso por allí, recordando ese día como si corriera el riesgo de olvidarlo todo de no caminar esas calles con frecuencia. Pero tantas cosas en mi vida habían dependido de ese día que era imposible olvidarlo. Fui luego a tomar un café y traté de no pensar más en el pasado. Después de todo el presente no era tan malo: la ciudad estaba en constante construcción y eso ponía los nervios de puntas pero parecía que todo iba mejor que antes. Mi apartamento no estaba muy lejos de la plaza y tenía un trabajo como gerente de un pequeño cine donde se proyectaban desde películas taquilleras a cortometrajes de chicos empezando su carrera.

 El cine siempre había sido un escape para mí y creo que por eso ese trabajo era perfecto para mi. Era fácil hacer de gerente así que el trabajo no era pesado y me encantaba presentar las películas en su día de estreno. A la gente parecía gustarle también entonces traté de que fuese algo frecuente y que quienes vinieran sintieran que no era solo una sala de cine sino también un espacio para disfrutar y compartir.

 Hace un tiempo, unos chicos que venían seguido descubrieron quien era yo. A pesar de todo lo ocurrido, yo había participado en la batalla más grande de la guerra y había estado en el bando de los ganadores. Me temo que todos saben mi historia, incluido mis primeros días, mi escape y el exilio con el hombre que más extraño en el mundo. Esos chicos empezaron a hacerme preguntas casuales que yo respondía por decencia pero luego empezaron a proponerme cosas. La idea general de ello era que compartiera detalles íntimos con ellos para realizar una producción al respecto.

 Mi vida en el cine. Algo así era lo que querían. Ellos, siempre emocionados, decían que era el relato ideal para su tesis que debía ser un largometraje hecho por sus propias manos. Faltaba años para entregarlo pero querían tenerlo todo listo y trabajarlo en las vacaciones que tuviesen para tener la mejor película de todas. Además, todos y cada uno de ellos tenían una curiosidad extraña por la historia de mi vida.

 Después entendí que eran niños que habían crecido bajo el régimen anterior, que no conocían muchas cosas que para mi era comunes y corrientes. Veían mi romance con otro hombre como algo digno de hacer visible, así como el hecho de que, según ellos, yo fuera uno de los muchos héroes de la liberación. No había hecho mucho pero sí había participado, cegado por la rabia que tenía en el cuerpo tras la muerte  de la persona más importante en mi vida.

 Después de mucha insistencia, acepté. Les dije que les contaría todo lo que quisieran pero que yo debía tener alguna influencia en el guión para poder decir que podían y no podían mostrar. Pero después de un tiempo me di cuenta que no tenía nada que objetar y que todo lo quería ver allí, porque lo que había ocurrido era tan inverosímil y tan particular, que por primera vez quise que todo el mundo supiera.

 Eran jóvenes muy hábiles y para cada locación real encontraron un reemplazo no muy lejos de la ciudad: tenían que rodar nuestro exilio en un páramo desolado, nuestra batalla contra el régimen en la ciudad, nuestro escape al puerto y nuestros viajes en barco. Por supuesto, también la batalla en la que él murió. La verdad es que no sé muy bien como lo lograron pero cada vez que podían llegaban a mi casa con pedazos para que los viera. Buscaban aprobación pero yo no podía decir nada. Lo habían hecho maravillosamente.

 En su tesis obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les habia ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽is obtuvieron calificaciones perfectas e incluso recibieron propuestas para comercializar el largometraje, que les había costado dinero y esfuerzo. Sus únicas exigencias fueron que no se cambiara nada de la película y que yo fuese invitado especial en el estreno. Ese día es otro que jamás olvidaré, probablemente por lo emocional que fue para mí y porque, por primera vez en muchos años, sentí que él, el amor de mi vida, estaba allí conmigo.


 Hoy en día, soy un hombre ya viejo, que solo espera por el final perfecto a una historia que parece haberse prolongado por más tiempo del necesario. De vez en cuando los veo a ellos, a esos locos jóvenes que me llevaron de vuelta al lugar de mi vida donde fui más feliz que nadie. Me hicieron darme cuenta que él me espera del otro lado. Me he ganado el boleto para tener una cita con la mejor persona del mundo y no pretendo llegar tarde. Sé que me está esperando.

jueves, 29 de enero de 2015

Azúcar

  Cuando lo vi, tuve que detenerme y mirar alrededor. Ver algo así, con tantos colores y tan llamativo era tan extraño en este mundo dominado por el gris, el negro y el blanco. . No había nadie alrededor así que rápidamente me agaché, lo tomé con cuidado y me lo guardé en uno de los bolsillos del abrigo. No me atrevía a tocarlo mucho con las yemas de los dedos pero lo hice un par de veces de camino al trabajo. Que hacía allí ese caramelo?

 Era bien sabido por cualquier persona mayor de treinta años que los productos con azúcar habían dejado de existir hacía mucho tiempo. Una de las grandes pestes del siglo había destruido con voracidad toda las plantas de las que se extraía el azúcar. No se habían salvado ni los ingenios ni las plantaciones de remolacha. Todo lo que tenía azúcar dentro se había extinguido. Y sin embargo allí estaba ese caramelo, como desafiando a la Historia en mi bolsillo.

 Cuando llegué al trabajo me puse a hacer lo de siempre: corregir artículos cortos. Los revisaba para ver si tenían algún error y luego los reenviaba a mis jefes, quienes organizaban todo lo que saldría en el periódico del día siguiente. Los artículos siempre eran de lo mismo: las consecuencia de la guerra que, sin haberlo buscado, había propiciado la extinción del azúcar y de otros alimentos y animales. Armas químicas y biológicas salidas de control que nos habían costado mucho a todos.




 Ustedes tal vez no lo sepan o no lo recuerden pero esa guerra, rápida pero difícil de olvidar, fue la causa de la instalacin de ﷽﷽﷽﷽﷽, fue la causa de la instalaciuerden pero esa guerra, r periodicotos con azucar bajo. Que hacón de variadas dictaduras un poco por todas partes. La gente ya no confiaba en nada ni en nadie así que hombres más inteligentes habían tomado, sutilmente, las riendas de las naciones así como de sus economías. La sociedad es hoy poco más que esclavos de estos nuevos gobiernos.

 Y fueron ellos, o eso dicen, que propiciaron la extinción de tantas especies. Dicen que el miedo es el arma más grande que hay y creo que eso es verdad. El mundo entró en pánico al ver que todo alrededor se estaba muriendo y ahí todos imploramos por que parara. Y sí, se detuvo. Pero costó mucho más de lo que pensábamos. Los que habían causado el mal, lo eliminaron. Pero ya era demasiado tarde.

 Con la democracia murieron grandes extensiones de bosques, de vida marina y de productos que antes habían sido tan comunes. De esto hace unos veinte años. Yo era pequeño entonces pero lo recuerdo todo como si fuera una película dentro de mi cabeza que no puedo dejar de ver, una película que me obsesiona y me frustra porque no hay nada que pueda hacer al respecto.

 Ese día, después del trabajo, me detuve en el mercadito que había a una cuadra de mi casa. La verdad es que no es ningún mercado sino una tienda y una bastante desprovista de cosas. Solo compré una botellita de jugo de uva (sin azúcar, por supuesto), una bolsa de leche y dos paquetes de sopa instantánea. Cuando llegué a mi casa me puse a calentar el agua y me serví algo de leche. Me acerqué a una de las dos ventanas de mi pequeño apartamento y miré hacia fuera.

 Algunas otras personas llegaban del trabajo pero, pasada una media hora, ya no había nadie en la calle. Esa es otra de las nuevas reglas: solo se puede circular después de las siete de la noche con un permiso especial. Hay que pedir permisos para todo en estos días. Lo bueno es que son bastante fáciles de solicitar si uno en verdad los quiere pero es obvio que la policía y quien sabe quien más investiga hasta a la abuelita paterna para decidir si dan o no dan el permiso.

 Cuando el agua hirvió, la serví en un bol grande donde ya había pesto el contenido de una de las sopas instantáneas. Me senté a la mesa con el vaso de leche y, como adorno, saqué el caramelo del bolsillo de mi abrigo y lo puse exactamente enfrente mío, cerca de la leche. No lo quería tocar mucho porque sabía que los caramelos se volvían pegajosos con el calor o la humedad pero era imposible no mirarlo. Había pasado mucho tiempo desde que había visto algo parecido y era casi como ser hipnotizado por un objeto.

 Era un caramelo en forma de rueda pero sin un hueco en el centro. Y por los lados tenía líneas, sutiles tiras de color blanco. De pronto sonreí. Los colores del pequeño caramelo me llevaron rápidamente a otro recuerdo, a otro evento que ya había muerto, casi tan rápido como el atún del Atlántico. Esos colores eran los de la Navidad.

 Verán, hoy en día ya no celebramos nada a excepción, claro está, del día de la Nación. Ese día hay desfiles militares en todas las ciudad y grupos de ciudadanos organizan fiestas y conversatorios y conciertos en alusión a la grandeza de nuestro país. No sé si alguien más se da cuenta pero nuestro país, de hecho ningún país, tiene hoy en día nada de grande. Es bien sabido que todos estamos muriéndonos de hambre lentamente y no parece que se pueda hacer nada para impedirlo.

 Mi última Navidad fue el mismo año en que vi el último dulce, antes que este que poseo hoy en día como una reliquia del pasado. Esa Navidad la pasé en un pueblito, lejos de esta ciudad gris y sucia. Olía a verde, a pasto y árboles. Había llovido cuando abrí mis regalos. No recuerdo que eran. Me gustaría poder recordarlo. Lo que sí  vuelve a mi mente con claridad es la sonrisa de mi madre y las carcajadas sonoras de mi padre. Como los extraño…

 Ellos murieron a raíz de la hambruna que siguió a la guerra. Yo me terminé de criar con una hermana de mi padre y luego empecé a trabajar y a estudiar al mismo tiempo. Esto es lo normal ahora: cualquier chico o chica de dieciocho años trabaja y estudia. El estudio, o mejor dicho la carrera, no la elegimos nosotros. Existen unos exámenes que dejan claro para todos en que se destaca cada persona y según eso asignan la carrera y después, un puesto de trabajo.

 Supongo que está bien que ya no haya desempleo. Aunque esto es solo porque ya no somos tantos como antes. De pronto por eso esta ciudad se siente tan seguido como un pueblo fantasma. Casi diez millones, dicen algunos libros, vivían en esta ciudad. Incluso dicen que era más verde y colorida antes pero de eso no me acuerdo. Es como si mi mente ya no concibiera los colores vivos. Y sin embargo, tengo la prueba de que existen.

 El caramelo lo guardo en un lugar secreto de mi casa. No escribo en donde exactamente por si estas palabras cayeran en las manos equivocadas. Solo digo que lo saco cada cierto tiempo y lo miro, muchas veces por horas. Ver algo tan pequeño, tan único, me hace pensar que hay mucho más en el mundo de lo que podemos ver o, por lo menos, lo había.

Se podría decir que el caramelo ha mejorado un poco mi vida. En esta sociedad no es deseable ser alguien muy feliz pero siempre está bien visto que las cosas que hagas se hagan con gana. Y el caramelo ha hecho eso por mi. No sé si es esperanza pero ese pequeño objeto vestido de Navidad  me ha hecho ver el mundo de otra manera y creo que eso se refleja en mi entusiasmo en el trabajo.

 Odio lo que hago. Lo detesto. Corregir un articulo tras otro lleno de afirmaciones estúpidas que a nadie le interesan. Pero así es este mundo, no hablamos de lo que podría causarnos dolor, sea en el alma o en el cuerpo. Simplemente lo evitamos y seguimos de largo, como si nada hubiera pasado y muchos creen que así es.


 Hay días que llego a casa y corro para ver si el caramelo todavía existe. Y cuando lo veo a veces lloro, desesperado. Recuerdo a mis padres y los extraño. Entonces me golpea la realidad: tengo casi cuarenta años y no tengo hijos ni pareja. Eso es casi intolerable en esta sociedad. Pero no me importa. No quiero compartir con nadie todo lo que siento porque todo esto es mío y solo yo tengo derecho a sentirlo.