Hacía muchos años que no las veía, que no
hablábamos frente a frente y hablábamos de aquellos cosas triviales justo
después de hablar de las cosas más serias de la vida. Había pasado mucho tiempo
pero seguíamos siendo tan amigos como siempre, sin ningún cambio en nuestra
relación aunque sí varios cambios en nuestras respectivas vidas. Y es que la
vida nunca se detiene y todo siempre tiene una manera de seguir hacia delante
sin detenerse. No éramos exactamente las mismas personas que se habían visto en
un pequeño café de nuestra ciudad natal hacía casi tres años. Habíamos todos
aprendido un poco más de la vida, éramos tal vez más maduros pero en esencia
los mismos de siempre. Era muy cómico pero, a pesar de todo, había cosas que
nunca cambiaban.
Por ejemplo, la efusividad en nuestros
abrazos, nuestros besos, nuestra honesta alegría al vernos allí parados. No era
que temiéramos que cada uno fuese a desaparecer de un momento para otro, sino
que la vida daba tantas vueltas que cuando nos vimos después de tanto tiempo,
sabíamos que había mucho que decir, mucho que contar. Nos vimos en un
restaurante, nada muy pretencioso. La idea era subir un escalón respecto a lo
que habíamos hecho en el pasado, cuando nos reuníamos para tomar una cerveza o
un café en los lugares más simples del mundo. Esta vez, decidimos juntarnos
para comer, pasando por cada plato y con postre, para tener oportunidad de
hablar de todo lo que teníamos que hablar y de preguntar lo que tanto queríamos
saber del otro.
Ese día, yo estaba muy emocionado. Mi esposo,
con el que llevaba un año de casado, estaba sorprendido de verme tan nervioso
pero a la vez tan contento. Esa mañana, cuando notó mi actitud mientras me
vestía, me tomó de la cintura y me dio un beso como solo él lo sabe dar. Me
abrazó y me dijo que le encantaba verme así, tan feliz como nadie más en el
mundo. Él no conocía a mis amigas pero quería que fuera pronto, que todos nos
conociéramos entre todos para, tal vez, hacer otros planes en parejas o algo
así. Ese día tenía que trabajar como cualquier otro, pero era viernes así que
se me pasó rápidamente y cuando fueron las cinco salí corriendo de vuelta a
casa.
Allí me cambié de ropa y para ir al
restaurante tomé el autobús. Mi esposo me dijo que si lo necesitaba me podía
llamar para recogerme pero yo le dije que de seguro no iba a ser necesario pero
que lo tendría en cuenta. El tráfico del viernes en la tarde me hizo demorar un
poco y ya estaba algo nervioso, aunque no sé porqué. Tal vez era ansiedad de
verlas, de todo lo que no sabía. Al fin y al cabo ellas eran como una parte de
mi familia que quería aún más que a mi familia extendida por sangre. De hecho
podía jurar que teníamos conexiones más grandes que la misma sangre.
Cuando entré al restaurante, me di cuenta de
que había llegado primero así que aparté la mesa y esperé tan solo cinco
minutos hasta que llegó una de mis amigas. El saludo debió ser bastante efusivo
pues varias personas en otras mesas se dieron la vuelta para ver que pasaba.
Pero a mi eso no me importaba. Era Rosa, mi amiga que se había casado primero.
Y al parecer se veían los frutos pues estaba embarazada. Era asombroso ver como
aquella joven que conocía desde sus veinte años estaba ahora embarazada frente
a mi. Me decía que tenía casi cinco meses y que estaba muy feliz. No le habían
dado nauseas graves ni nada por el estilo, aunque estar de pie si le afectaba
mucho, así que nos sentamos rápidamente, yo ayudándola un poco con la silla.
Me contó que había vivido fuera del país por
unos meses pero que simplemente no había funcionado. Su esposo era extranjero y
lo habían hecho para que él retomara raíces que había perdido luego de venirse
a vivir al país con ella, después del matrimonio. Pero ya el cambio había
sucedido y no tenían razones para volver así que dieron pasos para atrás y se
quedaron en su casa de siempre, donde ya había espacio para el bebé. No se
sabía el sexo aún y a Rosa no le importaba con tal de que fuese un niño calmado
y no de esos que gritan y patalean y hacen escandalo por todo. Ella sufría de migrañas
ocasionales y esperaba no tener que lidiar con ello y con el bebé al mismo
tiempo.
En ese momento llegó mi otra amiga, Tatiana.
Ella estaba también muy cambiada, pues se había bronceado ligeramente y tenía
una expresión en su rostro que nunca le había visto. Nos saludamos con fuertes
abrazos, durante los cuales más gente volteó a mirar y luego nos sentamos y
hablamos un poco de ella. La razón por la que estaba contenta era porque hacía
unos días había firmado un contrato excepcionalmente bueno y la habían halagado
bastante para que firmara y aceptara. Ella sabía desde el comienzo que lo iba a
hacer pero era ese esfuerzo de ellos de cortejarla lo que le encantó pues la
querían a ella y no a ninguna otra. Serían algo más de horas pero un salario mucho
mejor y más abierto a posibilidades.
Cuando llegaron las cartas, nos tomamos el
tiempo para decidir y mientras lo hacíamos hubo bromas y anécdotas del pasado
que se nos venían a la mente. De golpe, recordábamos momentos que pensábamos
perdidos en nuestro subconsciente pero veíamos que allí estaban, tan claros y
especiales como siempre. Cada uno pidió una entrada, una plato fuerte y algo de
tomar. Ya después miraríamos lo del postre, que para nosotros era una
tradición. Casi siempre que nos veíamos comíamos algo dulce o algo que
pudiésemos compartir, así que era casi una obligación hacerlo, como para no
perder la costumbre.
Tatiana también nos contó que salía con un
tipo pero que no era nada serio, o al menos no aún. Eso sí, estaba feliz
también por ello pues hacía mucho rato no tenía nada con nadie y el tipo
parecía ser diferente a los que ya había conocido. Lo que la emocionaba aún más
es que con el nuevo pago podría terminar de pagar el apartamento que había
comprado hacía relativamente poco. El lugar me lo había mostrado por internet:
tenía dos habitaciones pero era tipo loft, así que no había paredes excepto las
del baño. Quedaba en un lugar bonito y lo había decorado muy bonito, tanto que
todo el mundo se lo decía cuando la veían. Algunos solo habían visto fotos de
su vista desde el apartamento y eso era suficiente para enamorarse del lugar
sin jamás haber estado allí.
Rosa, en cambio, todavía no se decidía por
comprar y yo estaba en el mismo proceso. Estuvimos hablando del tema un buen
rato, hasta que estábamos a la mitad de nuestros platos fuertes. Ya éramos
adultos, hablando de nuestros hogares y de dinero como si siempre hubiera sido
así, pero obviamente cuando éramos estudiantes no había dinero y mucho menos
propio. Las relaciones con otras personas no eran ni remotamente igual de
formales y serias como ahora. Era gracioso hablar de cómo dos de nosotros estábamos
casados y, lo que lo hacía gracioso era que éramos los dos que menos pintábamos
para estar casados. Por mi parte, nunca pensé que fuese hacerlo pero pues, como
dice la película, nunca digas nunca.
Reímos bastante cuando hablamos de todas esas
personas que recordábamos de la universidad y de otros sitios. De algunos de
ellos sabíamos cosas porque siempre estaban las redes sociales e incluso porque
los habíamos visto alguna vez. Aunque no lo decíamos, cada uno había revisado
un poco su conocimiento respecto de la vida de los otros para venir con la información
más reciente y más interesante. Al fin y al cabo al vernos teníamos que cubrir
todas las bases y hablar de todo lo que pudiéramos hablar. Sabíamos que después
nos veríamos, pero teníamos que aprovechar pues yo hacía poco que había llegado
de fuera del país y la movilidad de Rosa cada vez sería más limitada.
Eso sí, prometimos visitarla seguido para ver
el progreso de su barriga y el nacimiento del bebé. Yo no había estado para su
boda y necesitaba estar para ese otro gran momento, pues sentía que le debía
aunque ella decía que no. Y con Tatiana debía hablar más seguido pues su vida
cambiaba de manera tan rápida que lo que era una realidad hoy, ya no lo era la
semana siguiente. Necesitábamos vernos
más seguido y aprovechar que las distancias no estaban pues había poco gente
que nos conociera tan bien como nos conocíamos entre nosotros mismos. Nos
conocíamos las caras, las mañas, los gustos y hasta la manera de disgustarnos.
Sabíamos lo que los otros querían, lo que nos hacía felices y lo que nos
derrumbaba.
Lo que éramos se llamaba amigos. Y eso no
quiere decir que estemos todo el tiempo unos encima de otros. Hay veces que
pasamos sin vernos un mes o dos pero cuando nos vemos de nuevo es como si el
tiempo jamás hubiera avanzado y como si todo lo que siempre fue cierto lo
siguiera siendo, porqué así es. Los amigos, cuando son de verdad y auténticos,
son así. Duran para siempre y no se van por que haya distancias o peleas o el
tiempo trabaje en contra. Los amigos son los amigos y punto.