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lunes, 4 de febrero de 2019

Gente del mar


   Cuando se dieron cuenta, el faro ya no estaba ahí.  Había sido destruido  por los vientos del huracán que había barrido la zona durante al menos dos días completos. El faro  era uno de los edificios más importantes de toda la zona:  había sido allí que había empezado el comercio de pescado. Durante al menos tres siglos los pescadores habían obtenido todo lo necesario para sus vidas en el fondo del mar: ostras, peces, langostas, cangrejos y otros muchos animales. Las perlas eran vendidas en los mercados cercanos.

 Las mujeres ricas de las grandes ciudades se habían ataviado durante generaciones con las hermosas perlas pescadas en esa región. Ellas solo preguntaban el nombre del sitio, les parecía muy exótico y luego  lo olvidaban  para siempre. A nadie le importaba recordar el nombre o el aspecto de las personas que vivían allí. A la larga, no eran nada importante para ellos. Lo único que querían saber eran cuantas perlas podían pescarse el año. Todas las otras consideraciones eran irrelevantes.

 Claro que no era así para la gente de la región, para ellos las ostras y sus perlas no eran sino una de las riquezas del mar. Lo que más les gustaba a los hombres era desafiar su fuerza pescando algún gran pez como un atún o un tiburón pequeño. No eran los presas más recurrentes pero eran aquellos que garantizaban un gran reconocimiento por parte de la comunidad. Lo que más anhelaban las mujeres eran las conchas diferentes tamaños y formas. Las usaban para crear artesanías que usaban en sus propios cuerpos.

 El evento más grande en la comunidad era el festival honrando a los dioses  del mar. Armaban barcos enormes adornados con flores y conchas del mar. Quienes remaban hacia el interior del océano en los botes eran las mujeres, los hombres en cambio tenían el deber de construir las barcas.  Su tarea consistía en hacerlas resistentes a todo:  el mar,  su sal y los vientos fuertes que castigaban la región constantemente.  La idea era que los hombres garantizaran el retorno de sus mujeres a  casa, a ellos y a sus hijos.

 El festival podía durar una semana, dos e incluso se había sabido que podía durar incluso un mes. Todo dependía del mar, de lo que estuviera dispuesto a dar y recibir de la gente. A veces las tormentas impedían cualquier interacción con  el agua. En cambio, otros días el sol brillaba en lo alto y el mar era calmo, como un animal que quiere que lo acaricien. Era una relación particular entre los seres de la tierra y aquellos que vivían en el océano. Por generaciones se cultivó esa relación, se hizo más fuerte y se garantizó su existencia, a través de ritos, supersticiones y diferentes medios religiosos.

 Sin embargo, el mundo había cambiado de manera drástica. Después de tantos años, las cosas habían cambiado para siempre. El clima allí siempre había sido variado, pero lo conocían y sabían predecirlo, a pesar de todo. Ya no es así.  La naturaleza ya poco quería tener algo que ver con el hombre. La destrucción es clara y ya no hay manera de echar para atrás. Muchos creen que todavía había tiempo pero ese tiempo ya se acabó. O mejor dicho, se acabó hace ya mucho rato sin que nadie se diera cuenta.

 Los hombres de las ciudades quisieron ayudar a las comunidades de esa remota región pero su misión fue un fracaso. Único que podían hacer era remediar algunos pocos daños ya hechos. Se podían plantar arboles, se podía detener a los pescadores que trabajaban en zonas prohibidas e incluso se podía ayudar a algunas especies a no morir inmediatamente.  Pero para aquellos que ya no existían, ya no había ninguna salvación. Pasarían a ser una hoja más en la larga lista de especies desaparecidas para siempre.

 Muchas de esas especies habían sido compañeras por generaciones de los hombres y las mujeres de esa región. Habían estado allí con ellos cuando su modo de vida apareció por primera vez. La leyenda decía que habían venido del otro lado del mar, de un lugar lejano bañado por el sol, lleno de arena blanca y frutos del mar abundantes. Pero un cataclismo los hizo salir de sus tierras para siempre buscando un nuevo lugar donde asentarse. Esa era la región que ahora muere, lentamente.

 De alguna manera los hombres y las mujeres sabiendo que iba suceder. Sabían que en algún momento la naturaleza se cansaría de ellos o que ellos si cansarían de ella. Algo pasaría que cambiaría por completo su concepción de la vida misma y qué haría qué todo lo que habían conocido, sus ancestros y ellos mismos,  se convirtieran en puros recuerdos. Cosas bonitas en el cerebro pero inútiles a la hora de salvarse.  Era una relación hermosa pero condenada al más grande fracaso. Lo habían esperado así.

 Con el tiempo fueron dejando que hombres y mujeres de otros lugares vinieran a ayudar e Incluso que vinieran a disfrutar de lugar como si fuera un patio de recreo. Tenían que sobrevivir de alguna manera y si la naturaleza iba a cambiar, ellos tendrían que cambiar con ella.  No había manera de que las cosas quedaran como siempre habían sido pues ese mundo ya no existía.  El mundo que veían ahora era uno muy diferente, uno que ninguno de sus ancestros podía haber imaginado jamás. Pero allí estaban y tenían que sobrevivir, era su obligación con los espíritus que los protegían.

 Con el tiempo fue imposible seguir viviendo allí. Uno de los huracanes más potentes de la historia de la humanidad arrasó con fuerza la costa, arrancando árboles, levantando piedras y destruyendo todos los edificios que aún quedaban por ahí. Quienes no murieron,  le exigieron al gobierno,  por primera vez en sus vidas, que les ayudara de alguna manera.  Esto por supuesto tuvo una larga demora. Al fin y al cabo, los hombres de las ciudades no eran conocidos por su rapidez. Pero el caso es que ayudaron.

 Fue así que la gran comunidad del mar, como se había nombrado a si mismos durante generaciones, se fue dispersando por un lado y por el otro. Algunos habían ido dar a la capital,  otros a ciudades mucho más pequeñas y algunos, incluso, nunca volvieron a ver el mar salvo en la televisión y en las películas. La relación que habían tenido con este aspecto de la naturaleza desapareció para siempre al mismo tiempo que sus casas y sus creencias más profundas. A todo se lo fue comiendo la arena empujada por el viento.

 Sin embargo,  los más ancianos trataban de ir una vez más en la región que los había visto nacer antes de morir. Sentían que era su deber pedirle perdón al mar así como a la naturaleza para haber salido corriendo de allí, por haber dejado que otros hicieran con ella lo que quisieran.  Se sentían culpables pues creían que podían haber hecho algo para detenerlos, para aconsejarles que dejaran sus fábricas, que dejaran en paz a la naturaleza. Era muy tarde para lamentarse pero aún así lo hacían, al menos por un tiempo.

 Los hombres de las ciudades trataron de convertir el lugar en uno de sus centros de entretenimiento falso, de esas que están llenos de hoteles, de juego, de placeres sexuales y de todo lo que pudiera querer una persona. Pero no les funcionó por mucho tiempo: las tormentas parecieron quedarse allí para siempre, a pesar de que había algunos días soleados y todavía amables. Era muy caro mantener esas construcciones con tanto viento y tanta lluvia atacándolos a diario.  Pronto sólo hubo ruinas.

 Lo mismo pasó con el resto del mundo. Todo fue desapareciendo, cambiando o evolucionando hacia algo que el ser humano jamás había visto. Eran los resultados de sus acciones, los resultados de no haber querido ver la realidad que nuestra relación con nuestra verdadera creadora.

viernes, 11 de enero de 2019

El volcán


   Lo que caía del cielo era ceniza. El volcán cercano había empezado su proceso de erupción. Parecía ser una montaña gentil, como las personas que vivían a su alrededor, puesto que no había habido erupciones sorpresivas ni ningún tipo de explosión. Sin embargo, había despertado a todos por la noche cuando había empezado a escupir ceniza. Hacia las diez de la mañana, el cielo parecía como si fuera mucho más tarde o, mejor dicho, como si el tiempo no hubiera avanzado para ninguna parte.

 La capa en el cielo hecha de ceniza era muy gruesa y parecía estar atrayendo lo peor que podía suceder en ese momento: una tormenta de fuego y piedras que podría destruir todo lo que existía y siempre había estado ahí hacía milenios. Las personas, aunque conocían la montaña y de lo que era capaz, habían elegido quedarse. Por extraño que pareciera, estaban seguros que la montaña no los dañaría a ellos o al menos no de manera permanente. No veían lo que otros sí veían a kilómetros de allí.

 Varios medios, cadenas de televisión y emisoras de radio, habían llegado al pueblo para informar a todo el mundo de lo que allí sucedía. No era todos los días que una montaña parecía estar a punto de causar un nivel de destrucción como ese y estaba claro que a las personas les interesaba mucho saber de que aquellos eventos que causaban muerte y destrucción. Las noticias alegres u optimistas no eran las que vendían más y eso lo sabían muy bien los dueños de los varios medios que habían corrido allí en bandada.

 Se habían agolpado en el pueblo más grande de la zona y desde allí hacían todas las tomas que querían, posaban frente a la montaña y hacían entrevistas a todo el que estuviera dispuesto a responder preguntas que ya todo el mundo había respondido. Exploraban la zona reportando sobre la ceniza que seguía cayendo y las rocas incandescentes que caían de vez en cuando destruyendo algún tejado o bicicleta mal estacionada. Eran incansables repitiendo lo mismo una y otra y otra vez.

 Sin embargo, la montaña no parecía estar muy de acuerdo con las personas que habían venido. Solo echaba cenizas y rocas pero no había explosión ni erupción ni nada por el estilo. Lo más cercano era cuando volaban los drones encima de la caldera y podían observar algo de lava. Pero esta no se movía ni salía por ninguna parte. Se consultaba a los científicos de manera diaria, pero ellos no encontraban ninguna evidencia de que el volcán fuera a reaccionar de manera diferente de un día para el otro. Esto causó más problemas que si la montaña de verdad explotara de un momento a otro.

 El turismo que había crecido alrededor de la inminente destrucción de toda la zona fue amainando en los días siguientes y cuando la ceniza dejó de surgir de la montaña, todos se fueron casi sin dejar rastro. Los pueblos quedaron vacíos de nuevo y los campos tan calmados como antes. Eventualmente la lluvia lavó los campos de la ceniza y las rocas incandescentes que habían aterrizado de cuando en cuando, se habían convertido en simples piedras inertes que en la mayoría de los casos solo estorbaban.

 Los últimos en salir de la zona fueron los científicos, que quisieron quedarse más tiempo para verificar el estado de la montaña. Algunos estuvieron allí incluso dos semanas más pero no encontraron nada que indicara que la montaña se iba a comportar de forma violenta. Hicieron estudios exhaustivos y utilizaron una gran cantidad de máquinas, trabajando día y noche. Sin embargo, no encontraron nada y terminaron por irse como todos los demás, dejando al pueblo tan alejado como antes.

 Después de todo el revuelo, las personas de la región volvieron a sus campos y a sus animales, a cuidar de todo y a aprovechar la fertilidad que la ceniza había traído después de ser absorbida por el suelo. Las flores y los frutos crecieron de forma espectacular durante la siguiente temporada y todos, incluso los más pobres de entre ellos, pudieron comer como nunca antes lo habían hecho. Esto, por supuesto, nunca llegó a las noticias. No era de interés de la gente de lejos que otros vivieran bien.

 En una ceremonia después de la cosecha se honró a los espíritus de la montaña y a aquellos que vivían dentro del volcán. Por muchos años se les había honrado con ofrendas de distintos tipos pero esta era la primera vez que de verdad podían agradecer a la naturaleza por darles tanto. Es que habían podido comerciar de verdad, vender sus productos en sitios lejanos y ganar dinero para invertirlo en la región. Como lo habían hecho ellos mismos, no habían tenido que depender de los políticos y sus mentiras de turno.

 Sin embargo, vivir a la sombra de semejante gigante era algo que no se podía predecir ni entender por completo si no se vivía en el lugar por mucho tiempo. A veces la montaña se comportaba de manera reacia con los vecinos y otras veces podía ser muy generosa. Ellos habían comprendido que era una criatura viva y era así que se lo explicaban a otros, muchos de los cuales no creían ni una sola palabra pero les parecía “bonito” que los campesinos pensaran así acerca de un volcán que para muchos en el planeta no era nada más sino un destructor en potencia.

 Así siguieron las cosas hasta que un día los campesinos empezaron a notar algunos cambios en su entorno. Todo parecía haber cambiado en pocos días y la respuesta de quienes vivían allí era simplemente dejar de trabajar de manera tan intensiva el campo. En algunos sitios encontraron rajas en el suelo y en otros fumarolas que exhalaban un olor podrido que provenía del mismísimo centro del volcán. Cuando el olor fue demasiado para la mayoría, las personas solo empezaron a irse de la región.

 Pronto, no hubo nadie o casi en esas tierras. Los últimos que se quedaron fueron los más ancianos, los que sabían lo que iba a ocurrir y simplemente no les importaba. A ellos les daba igual que pasase una cosa o la otra, puesto que ya estaban listos para la siguiente etapa de sus vidas. Nadie los visitó cuando la región se vació de gente, nadie informó acerca de los extraños sucesos que allí tenían lugar. Nadie dio aviso cuando las personas se fueron ni cuando los ancianos trabajaron solo por meses.

 Un día, el cielo se volvió negro y el volcán explotó con una violencia inusitada. Rocas, cenizas, el campo mismo y las personas volaron por todos lados. Los que habían sido los costados de la montaña ahora eran ríos de lava y la gruesa ceniza ocultó todo lo que había existido allí. Por casi un día entero, todo fue un infierno y no hubo nada que recordara la hermosa región de campos de colores y de vastos cultivos que alguna vez había existido allí. Eso se había terminado para siempre, o al menos eso parecía.

 Todo terminó para cuando los medios por fin llegaron a reportar lo sucedido. Lo único que pudieron mostrar fueron los campos calcinados y la lava ya endurecida bajo el sol de la mañana. Toda la zona había quedado destruida, tanto los pueblos como los campos. Al comienzo se reportó que la mayoría de habitantes había muerto por culpa de la explosión de la montaña, pero con el tiempo se pudo verificar que no estaban allí ni una cuarta parte de los cuerpos que deberían haber sido encontrados.

 Nunca se encontraron a las demás personas que habían vivido allí tantos años. Era como si se hubieran desvanecido de un momento de a otro, por arte de magia o de los muchos ritos que allí habían practicado por tantos años. Muchos buscaron y buscaron pero nunca encontraron nada.

 La montaña, eventualmente, se curó a si misma y a los campos alrededor. Ninguna destrucción de ese tipo se da así no más, sin razón o consecuencias. Algún día, volvería a ser un lugar del cual estar orgulloso y donde poder vivir una vida feliz. Pero había que esperar, como antes otros lo habían hecho.

lunes, 7 de enero de 2019

Proyecto


   Los fuegos artificiales estallaban a un ritmo constante, asombrando a la multitud que veía el cielo con ojos bien abiertos y bocas casi siempre igual de abiertas. Niños, mujeres y hombres, también ancianos e incluso mascotas veían el espectáculo que se desplegaba muy por encima de la ciudad. Era algo jamás visto por todos ellos y por eso casi todos habían salido a ver todo con sus propios ojos en vez de verlo por televisión o en línea. Pero no todos estaban viendo el cielo, más bien al contrario.

 Un par de personas estaban abriendo una de las bóvedas más seguras de toda la ciudad en ese mismo momento. Como no había nadie en la cercanía, no tenían porqué preocuparse. El sitio además no tenía seguridad física sino solo por cámaras de seguridad y otros dispositivos que habían sido desactivados con gran facilidad antes de entrar al lugar. Por eso la pareja estaba tecleando con tranquilidad todo el código que debían de utilizar para terminar de bajar todas las medidas de seguridad que quedaban.

 Cuando por fin pudieron entrar al corazón de la bóveda, escucharon más estallidos en la lejanía. La gente seguía mirando al cielo. Era seguro entrar y sacar las dos cajas metálicas por las que habían venido. Las abrieron con una llave maestra que habían creado en una impresora especial y luego trasladaron el contenido a una simple mochila algo raída, que no parecía ser la ideal para llevar contenido de alto valor. Todo fue hecho en unos momentos y pronto estuvieron los dos en la calle, caminando hacia el espectáculo.

Se metieron entre una multitud en el parque y se sentaron en un pequeño lugar que encontraron sobre el césped para ver lo último que quedaba de lo que ocurría. Sacaron de la misma mochila raída dos botellas de cerveza y brindaron por lo que habían hecho, aunque la mayoría de las personas creyeron que celebraban por el fin de año. Sus sonrisas pasaron desapercibidas, aplaudieron como todo el resto y se besaron y abrazaron como la gran mayoría de las personas que estuvieron allí.

 Mientras las personas se retiraban del lugar, ellos se tomaron de la mano y caminaron despacio hacia su hogar. Fueron caminando hacia su hogar, en vez de tomar el tren o el tranvía. Miraron las vitrinas apagadas de los comercios y las luces que todavía brillaban aquí y allá. Ya todos habían recibido sus regalos y pronto los mayores regresarían al trabajo y los niños volverían a la escuela. Y ellos también tendrían que hacerlo, a sus verdaderos trabajos que nada tenían que ver con lo que habían hecho con anterioridad esa noche. Cuando llegaron, quedaron dormidos rápidamente.

 Al día siguiente, revisaron lo que habían tomado de la bóveda encima de la mesa del comedor, una pequeña mesa circular al lado de la ventana de la cocina. Había algunos documentos pero lo más importante eran dos pequeños elementos de plástico, uno azul y otro rojo. Eran memorias para computadora que contenían información esencial para un proyecto que ellos tenían desde hacía mucho tiempo. Era código clave que alguien había diseñado para crear programas de computadora innovadores.

 Técnicamente habían robado pero al mismo tiempo estaban seguros que nadie nunca sabría que esos elementos ya no estaban en la bóveda del banco. Eso lo sabían porque conocían al dueño de la bóveda y estaba claro que él nunca querría abrir esas cajas. Su novia era la persona que había diseñado el código y ella le había pedido que lo guardara para siempre, pues creía que las personas no estaban listas para manejar lo que ella había creado. Pensaba que los usos que se le darían no serían los mejores.

 Sin embargo, era lo que necesitaba la pareja que había extraído la información del banco. Con cuidado, habían podido ir averiguando más y más detalles de todo el asunto. Habían tenido que ser muy pacientes hasta que por fin sintieron tener lo suficiente para hacer el siguiente paso. El robo había sido muy fácil de ejecutar y de planear, pues el último día del año era el día ideal para algo de ese estilo. La gente estaría distraída y no notaría ligeros cambios en la seguridad de un banco que no tenía mucho de especial.

 Por suerte, no era un lugar donde la gente con dinero guardara sus cosas o dónde se escondieran muchos secretos. Era solo un banco más, como había cientos o miles por todo el país y la ciudad. Así que nadie tenía porque estar mirando justo ahí y en ese momento. Eso sin decir que ellos no eran del tipo del que nadie sospecharía para hacer algo semejante. Eran gente promedio. Ni resaltaban de la multitud ni eran extraños. Eran solo personas como muchas otras y eso era todo.

 En la cocina, aprovecharon que era un día festivo y empezaron a meter el código en un portátil que habían construido ellos mismos comprando partes a lo largo de varios meses. Los dos conocían muy bien lo que tenían que ir haciendo y estaban muy pendientes de no usar el programa de forma errónea ni de dejar rastros detrás de lo que hacían. La concentración tenía que ser óptima y por eso habían decidido que una persona debía trabajar en ello a la vez, para minimizar interrupciones y evitar equivocaciones en momentos clave que podrían cambiar el producto final de su pequeño proyecto.

 El programa había sido diseñado, en un principio, para mejorar la vida de las personas. Lo que hacía, para decirlo de manera directa, era simplificar la vida de todos haciendo que los trámites que todo el mundo debía hacer en la vida fueran más sencillos, unificándolo todo en una sola plataforma rápida, eficiente e inteligente. Sin embargo, el código requería muchos elementos clave y ahí recaía el problema con el que se había encontrado la diseñadora original. No había contemplado el problema ético.

 Ella era una de esas personas que solían pensar siempre en los mejores aspectos de una persona, siempre tenía en mente el potencial de los seres humanos y creía que todas las personas siempre tenían presente hacer lo mejor para y por todos. Sin embargo, era obvio que la realidad era otra y se había dado cuenta muy tarde. El código requería datos que parecían inofensivos pero que podían destruir la vida de una persona con sorprendente facilidad. Era algo tan inocente que a ella no le había parecido evidente.

 Pero lo era para todos los demás. Su mismo novio le había hecho caer en cuenta que su programa tenía un potencial destructivo enorme, que podría incluso acabar con la vida normal y corriente de las personas. Alguien con otras intenciones, podría destruir las vidas de muchos con facilidad y arreglarlo sería casi imposible. Por eso la diseñadora decidió echarse para atrás, guardándolo todo en una bóveda de banco para que alguien en algún momento pudiera aprender de ello, si es que alguien lo descubría.

 Y ahora la pareja lo estaba actualizando y cambiando algunos de los aspectos más arriesgados del programa. Debían trabajar en el proyecto con constancia, por varios días hasta que lo tuvieran a punto para hacer lo que necesitaban hacer. No sabían las consecuencias ni querían pensar mucho en ello. Lo único que sabían era que necesitaban hacerlo, tenían que hacerlo porque era la única vía que encontraban para lograr su proyecto que no era nada más sino algo que veían como de vida o muerte.

 Cuando terminaron, usaron el programa para usarlo contra ellos mismos. La idea era destruir por completo su propia existencia. Cada una de las informaciones que existían sobre los dos, desaparecerían con un solo clic. En pocos minutos, todo rastro de su vida desaparecería. Cada imagen, cada escrito, cada rastro de educación o trabajo, cada lazo de parentesco o de amistad, serían borrados para siempre. Ellos quería dejar de existir y probar por una vez algo que la mayoría de las personas nunca probarían en sus vidas: la verdadera libertad, la sensación de no tener limites ni restricciones.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Mi nombre…


Mi nombre… Mi nombre no es importante. Es el mismo que tienen muchos otros millones. La verdad no sé si sean millones o cuantos millones sean exactamente, pero es un nombre bastante común y corriente así que confío en que seamos millones. El punto es que no tiene ninguna importancia. Podría llamarme de mil otras maneras y daría exactamente lo mismo. A lo que voy es que, como la mayoría de gente en este mundo, vivo en el anonimato. Nadie de verdad sabe quién soy. Creen que sí pero no.

 Es algo complejo de pensar. Saber y entender que tu existencia solo es relevante para un puñado de personas en el mundo y que todos ignoramos la existencia de tantos otros. Si estuviésemos de verdad conscientes de ello, creo que no podríamos pensar de manera adecuada, la vida sería una carga todavía más pesada y las posibilidades que tendríamos en la vida fluctuarían de manera precipitada. Al fin y al cabo, es bueno ser anónimos pero también tiene su aspecto complicado.

 Lo bueno es fácil de resumir: podemos hacer varias cosas sin que miles o millones de otras personas se enteren. Claro que esto no abarca lo ilegal, pero todo lo demás casi siempre queda en lo que llamamos “la vida privada”. Hoy en día esa vida privada puede tener varios aspectos públicos, como pequeñas ventanas que se les abre a la gente para que vean por un momento algo de lo que somos por dentro o al menos de lo que pensamos de vez en cuando. No lo hacen todos, por supuesto, pero es algo que existe.

 Lo malo de ser anónimo es que, en un mundo que se siente cada vez más grande, se nos hace más difícil interactuar los unos con los otros. Cada vez es más complicado tener una relación de pareja significativa o, para no ir tan lejos, tener una amistad verdadera que se base en algo más que en coincidencias geográficas. El anonimato nos quita la posibilidad de expandir más nuestra mente y también nuestro cuerpo, no impide abarcar más con nuestros limitados cuerpos y mentes humanas.

 Y sin embargo, así hemos vivido toda la vida, entre una cosa y la otra. Nos gusta tener secretos pero casi todos estaremos de acuerdo en que, la parte más divertida de un secreto, es revelarlo. Claro que siempre es preferible cuando el secreto revelado es nuestro, así no hay nadie que se enoje por nada. Pero rebelar la vida de los demás también tiene un interés algo prohibido que lo hace aún más interesante de lo que probablemente sea. Los secretos son cosas que casi nunca tienen gran importancia pero que la adquieren precisamente porque decidimos que es información clasificada.

 Por eso es que cosas como nuestros nombres o nuestros datos personales, tienen solo significado para efectos oficiales. Solo al gobierno le importa tener en cuenta todo eso. Pero a la gente le da un poco lo mismo. Solo los idiotas creen que por tener alguien un nombre pueden clasificar a una persona en una categoría determinada. Y peor aún es cuando las personas con ciertos nombres deciden hacer caso de esto y se comportan como las mejores ovejas en existencia. Es patético e inútil.

 Pero así es la humanidad. No podemos mentirnos y decir que todos tenemos el mismo valor y que todos tenemos el mismo potencial. Cualquier persona que piense de verdad sabe que eso no es cierto. Hay diferentes habilidades que diferentes tipos de personas poseen, eso es cierto. Pero eso no quiere decir, ni de cerca, que todos tengamos las mismas capacidades o qué, mejor dicho, todos en verdad podamos llegar a cumplir lo sueños que tenemos o a hacer realidad las esperanzas que tenemos para un futuro.

 Todos somos diferentes, en muchos niveles, y eso es en parte lo interesante de ser un humano. Esas cosas que nos apartan los unos a los otros, las que usan para clasificarnos como si fuéramos fruta en una fábrica, son detalles que nos definen y nos hacen, a cada uno de nosotros, una persona completamente distinta y válida precisamente por esas diferencias. Pero eso tampoco hace que todos seamos iguales. Somos únicamente iguales en que somos tan diferentes en nuestro intelecto, si es que eso tiene sentido.

 En cuanto a lo físico, es obvio que todos somos básicamente la misma cosa. Las mujeres, por lo general, tienen vagina y senos y los hombres, también por lo general, tienen pene y testículos externos. Esa es una verdad biológica pero todos sabemos, ahora más que nunca, que pueden existir excepciones y todo porque tenemos hoy en día la capacidad de modificarnos a nosotros mismos para estar más cerca de quienes somos en realidad. Corregimos lo poco que la naturaleza no hace bien a la primera.

 Y eso no debería hacer enojar a nadie ni debería causar debates interminables sobre cosas que casi nadie entiende nada, excepto aquellos involucrados. Solo deberíamos  darnos cuenta que no somos el paquete en el que vienen las cosas sino que somos las cosas que están adentro del paquete. Esas cosas son diferentes en cada uno, son únicas si se quiere pensar de esa manera. Y es en eso que deberíamos concentrarnos cada vez que nos enojamos con el mundo o con sus dioses, cuando queramos darnos esperanzas que no sean falsas sino que tengan un sustento en la realidad de la vida.

 Disculpen, a veces tiendo a irme por la tangente pero saben muy bien lo que quiero decir con este tema de la igualdad y de las diferencias. Hay temas que simplemente ya deberíamos estar muy viejos, como civilización, para seguir discutiendo. Nos estancamos en idioteces y no exploramos más allá, nos da miedo seguir a hacia lo más profundo de nosotros mismos porque sabemos que allá abajo no todo es esperanza y felicidad, no hay corazones y lindas sonrisas y cuerpos esculturales. Nada de eso.

 Allá abajo está otra parte de nosotros, aquella que ha sido moldeada por siglos de ser ignorada y por el hecho de no querer verla. Creo que así es como nacen los asesinos. Eso que hay en su profundidad se pudre porque nadie quiere reconocerlo. Y cuando algo tan hondo en tu ser empieza a dañarse, simplemente no hay vuelta atrás y se manifiesta en maneras que pueden causar grandes daños y perjuicios. De cierta manera, la sociedad misma ha creado a quienes la destruyen de vez en cuando.

 Si nos atreviéramos a ver en lo más profundo de nuestro ser, si cerrar los ojos ni voltear la cara, podríamos encontrar partes que siempre hemos considerado perdidas o inexistentes. Podríamos ser más hábiles para curarnos a nosotros mismos de aquellas aflicciones que con mucha frecuencia afectan nuestros sentimientos y nuestra manera de ver el mundo. Si fuésemos valientes, podríamos de verdad ayudar a las personas que lo necesitan, en vez de juzgarlos y creernos héroes sin serlo.

 La humanidad necesita dejar de lado su falsedad, esa cantidad de muros y fachadas que han construido a su alrededor para mantener todo como siempre ha sido. Nos cuesta entender que el punto mismo de la evolución es el de nunca quedarnos en el mismo sitio por mucho tiempo. Como seres humanos, estamos obligados a seguir adelante, a emprender nuevos desafíos y a constantemente explorarnos a nosotros mismos y no solo a lo que nos rodea. La evolución vienen desde adentro, no al revés.

 Hoy en día, estamos estancados en un mundo en el que muchos se niegan a dar un paso más hacia delante. Se han vuelto perezosos y cobardes, prefieren tener lo que tienen ahora, amarrarse a lo que conocen en vez de lanzarse a lo desconocido y descubrir miles de millones de nuevas cosas.

 Si seguimos igual, nuestra humanidad empezará a infectarse cómo esos sentimientos que no vemos en lo profundo. Y en un momento no habrá vuelta atrás para ninguno de nosotros. Será el fin de nuestra especie, habiendo sido incapaz de entender que debemos cambiar para avanzar cada vez más.