El trabajo de verano era bastante sencillo: había
que recoger las hojas de laurel con mucho cuidado e irlos depositando en un cesto
de mimbre. Al final de la tarde cada persona debía escribir en un gran tablero la
cantidad de cestos que había logrado llenar a lo largo del día. Lo normal era
que pudieran llenar al menos una quincena de cestos, sino es que mucho más. El
pago era dado cada semana y se hacía en efectivo, en una pequeña ventanilla que
había a la entrada de la casa principal. Según se decía, era una tradición de
hacía muchos años.
Pero para la mayoría de los que estaban allí,
era solo un trabajo de verano, el trabajo pasajero que terminar y al cabo de
tres meses. La cosa era que para la mayoría también, aquel era un lugar
totalmente nuevo y desconocido. Algunos lo habían elegido por estar más cerca
del campo y, al mismo tiempo, de las playas Y algunos de los centros nocturnos
veraniegos las populares de toda la región. Algunos otros deberían hacer
grandes exploraciones de la metrópoli cercana que tenía todo lo que ellos
pudieran desear.
Estaba claro que para muchos de los
trabajadores permanentes no era nada atractivo ir pueblo, y mucho menos a la
ciudad. Para ellos esos lugares eran sólo sitios atiborrados de automóviles, de
gente y de comida que sabía más a plástico que a cualquier otra cosa. La
primera gran experiencia que les dieron a los nuevos trabajadores fue la de
cocinar una cena especial el primer día de su llegada al trabajo. Era una cena
comunitaria en la que todos ayudaron a cocinar a partir de los alimentos
recogidos en las granjas cercanas.
La idea era que se relacionarán de una manera
más cercana con todos los alimentos que iban ayudar a recolectar. Al fin y al
cabo, quiénes habían pedido la ayuda de jóvenes extranjeros eran los miembros
de un colectivo creado por varios granjeros de la zona. Algunos cultivaban
pimientos, otros tomates y algunos otros laurel y un mucho su otras especias
usadas en la cocina. Lukas, por ejemplo, estaba más que todo interesado en el
cultivo del azafrán Y había querido trabajar en una de las plantaciones que
había visto en fotografías.
Sin embargo, ese año los cupos para la
plantación de azafrán estaban llenos y no hubo lugar para que Lukas
participara. Fue así como llegó a la plantación de laurel en la que empezó a
trabajar con gran entusiasmo. Envidió a aquellos que habían elegido sus
plantaciones desde hacía mucho antes, pero la verdad era que Lukas no había
sabido nada del programa sino hasta hacía muy poco. Su madre le había insistido
desde el invierno en planear algo para el verano pues la familia no tendría
dinero para irse de vacaciones, pero tal vez sí podrían reunir algún dinero
para enviarlo a un lugar no muy lejano, donde pudiera hacer algo útil.
Lukas no tuvo problema alguno en adaptarse
rápidamente a su nuevo sitio de vivienda. De alguna manera, las personas le
recordaron mucho a sus abuelos que vivían en una comunidad rural no muy lejos
de su ciudad natal. A veces, cuando eran jóvenes él y su hermana, sus padres
los llevaban allí para que pasaran algunos días con sus abuelos disfrutaran de
los beneficios del campo, como eran el aire limpio, el contacto con los
animales y el hecho de poder aprender muchas cosas que tal vez le servirían en
algún momento de sus vidas.
Pero tras algunas semanas, de hecho sólo dos,
Lukas se dio cuenta de que todo no podía tratarse del campo y de los alimentos
que esté proporcionaba. Al fin y al cabo, era un chico bastante joven, en edad
de divertirse con otras personas de su misma edad. Apenas iba en tercer
semestre en la universidad, no sabía mucho de nada y esperaba que, con viajes
como ese, sumados a su educación, le brindaran todo lo necesario paren verdad
saber quién era y para donde se suponía que debía ir en la vida. Ciertamente, no
era algo fácil de concluir.
Por eso decidió visitar el pueblo en uno de
los más calurosos días desde que había llegado. Hasta ese día se dio cuenta de
que el pueblo era un gran imán de turistas de toda la región incluso de otros
países. Resultaba que el mar no sólo proporcionaba grandes cantidades de peces
y mariscos para los muchos restaurantes, Sino que también había kilómetros y
kilómetros de playas, alguna cerca del casco urbano y otras alejadas del todo
por campos de piedras filosas. Incluso sendero de una playa nudista muy
particular.
Ese primer día, Lukas decidió comportarse como
todo un turista: visitó todo lo que se suponía que tenía que ver, después trató
de perderse entre las callejuelas apretadas del pueblo y al final compró
algunos recuerdos para llevar a casa, a su madre, a su hermana e incluso un par
de tonterías para su abuela. Sabía que todos estarían muy felices de recibirlas,
puesto que no era algo muy común en su familia salir del país y conocer
culturas diferentes. Y fue entonces cuando se dio cuenta de qué debía ser más
que un simple turista.
El fin de semana siguiente decidió hacer algo
que jamás haría con su familia o, de hecho, con ninguno de sus amigos o
conocidos. Compró un mapa y emprendió camino hacia la playa nudista. Llevaba en
su espalda un maletín con todo lo que creía necesario para esa aventura. Sabía
que iba a tener que caminar bastante por lo que tenía una gran botella de agua
helada y algunas cosas para comer que había comprado en el pueblo. En el camino
vio a muchos turistas y también algunos lugareños que pescaban al borde del
mar. Pero imposible no quedarse viento de vez en cuando a las solas que se
movían, a veces gentiles y otras veces no tanto.
El camino debidamente cuidado desapareció un
momento otro para darle paso a un gran campo de piedras que parecían dispararse
de un lado al otro. Entre ellos pasaban cangrejos y otros pequeños animalitos.
Lukas no podía evitar tomarle fotos a todo. Para él era algo tan diferente creía
que muchas personas no entenderían su emoción. Pero algo lo sacó de ese momento
para llevarlo a otro lugar, uno que nunca se había atrevido a explorar. De
entre unos matorrales secos provenía el inigualable sonido de los gemidos
humanos.
Por un momento tuvo miedo de ver quiénes serán
las personas que producían aquellos distintivos sonidos de placer. Se acercó
poco y pudo distinguir claramente que se trataba de dos hombres Y uno más que
el otro era quien hacía tremendo ruido. Fue cuando se le resbaló una de sus
sandalias que decidió retomar el camino hacia la playa, tratando de no mirar
hacia atrás por miedo de ver a uno de los dos hombres, incluso los dos, tratando
de ver quién era la persona que había interrumpido su apasionado encuentro.
Cuando llegó a la playa, el primero que vio
fue un pequeño puesto de madera en el camino una tabla con todas las reglas del
lugar. Se disponía a leerlas cuando un tipo salió de detrás del mostrador y le
sonrió, mostrando una gran cantidad de dientes supremamente blancos que
contrastaban con su piel morena. El hombre fue muy amable en explicarle todo a
Lukas. Le dijo que las reglas más importantes era no vestir nada y simplemente
divertirse en el que, según él, era el mejor sitio en miles de kilómetros.
Lukas no pudo sino sonreír.
Aunque él comienzo sintió algo de vergüenza,
terminó quitándose la ropa completamente sin ningún tipo de problema. Busco un
lugar cerca de la orilla Y se echó ahí a leer un libro que había traído. Antes
de hacerlo miró a un lado y el otro: la playa no estaba muy llena las únicas
personas que había allí era hombres, todos completamente desnudos. Aunque algo
lo había hecho imaginar que serían todos modelos de revista u hombres viejos,
no era así para nada. La diversidad en cuanto a tipos de cuerpo era francamente
fascinante.
Esa tarde, Lukas se dedicó a leer, a comer lo
que había llevado y a hacer algunas amistades al meterse al mar, por primera
vez, completamente desnudo. Conoció a otros chicos que también trabajaban en plantaciones
y se prometieron salir a beber algo una de aquellas noches calurosas en las que
una cerveza era necesaria.
La mejor parte llego al atardecer, cuando
todos se reunieron alrededor de una fogata y bailaron y rieron y bebieron,
brindando por la felicidad de todos. Caminando de vuelta, habló más con otro
chico que había conocido y, por ironías de la vida, terminó siendo él otra de
las personas que gemía de placer entre los arbustos secos cercanos a la playa,
lo que le sacó una gran sonrisa a la mañana siguiente, recogiendo laurel.