Parecía que toda la lluvia del mundo, toda
el agua en existencia, estaba cayendo sobre la ciudad. Estaba claro que el
huracán solo ganaba fuerzas y para cuando tocará tierra sería un desastre de
proporciones inimaginables. Era difícil conducir así pero de todas manera
Marcela tenía que hacerlo. No tenía más opción sino ir hasta el laboratorio y
cerciorarse de que todo estuviera en orden.
Verán, Marcela era la médico en jefe de un
laboratorio de fertilización. Básicamente trataban de ayudar a las mujeres que
tuvieran problemas concibiendo un hijo. Para la doctora este era un trabajo
realmente gratificante, ya que podía ver el agradecimiento en las caras de sus
pacientes al ser notificados del milagroso embarazo. Aunque no era un milagro
precisamente, sino un trabajo arduo y delicado que requería de la más alta
atención.
Pero Marcela sabía que no todo el mundo se
tomaba el trabajo de la misma manera y por eso estaba en camino a ver que todo
estuviera bien. Raquel, su asistente, llevaba apenas dos meses en el trabajo y
la doctora todavía no sabía cuanto podía confiar en ella, sobre todo en
relación al cuidado de cada tratamiento que guardaban en frío. Raquel estaba
encargada de que todo estuviera propiamente ordenado pero en esos pocos días de
trabajo había probado ser una mujer distraída.
Mientras Marcela estacionaba su auto en el
parqueadero techado del edificio de oficinas donde estaba el laboratorio, se
acordaba de Irene. Era una mujer de edad y había sido su asistente desde hacía
años. Pero un buen día y sin aviso, dijo que renunciaba ya que se sentía
demasiado vieja para seguir trabajando. Marcela le había rogado que se quedara
pero Irene simplemente no cedió. Se fue, apenas despidiéndose. Esto para
Marcela fue un golpe porque Irene no era solamente una asistente sino una
amiga. Nunca la vio más.
En el ascensor, la doctora alistó su tarjeta
de seguridad, que tenía su foto y una banda magnética especial para abrir
puertas restringidas. Ella tenía una y
Raquel debía haber guardado la otra en su escritorio. Nadie más podía entrar.
Cuando se abrió el ascensor, frente a un gran ventanal, Marcela pensó que el
clima parecía haber empeorado en apenas un par de minutos. Todo era de un gris
oscuro enfermizo y las gotas de lluvia parecían del tamaño de balas.
Se encaminó entonces al laboratorio pero se
detuvo antes. Su oficina estaba abierta. Marcela bajó el brazo en el que tenía
su tarjeta de seguridad y caminó lentamente hacia su oficina. No había nadie
pero la puerta estaba completamente abierta, algo que ella jamás hacía. De
hecho, siempre le ponía el seguro a la puerta antes de salir. En uno de los
cajones guardaba algo de dinero y regalos de algunos pacientes. Sacó un par de
llaves y abrió con ellas los cajones. Todo estaba en orden.
Estuvo a punto de irse cuando se dio cuenta de
que habían movido su archivero. Era grande y metálico pero cuando se halaba
para abrirlo se movía un poco. Alguien había entrada en su oficina, Marcela
ahora estaba segura de ello. Pero quien? No podía ser alguien del trabajo ya
que casi todos sabían del dinero y los regalos. Y, revisando rápidamente el
archivero, no había ningún expediente perdido ni fuera de lugar. Algo raro
estaba pasando.
Marcela se decidió
entonces a ir al laboratorio. Tal vez Raquel había venido también, dándose
cuenta de que no había asegurado bien los tanques de enfriamiento o algo pro el
estilo. Eso debía ser. Pasó entonces la tarjeta de seguridad para abrir la
puerta pero esta no abrió. Intentó de nuevo y esta vez sí sirvió pero algo
ocurrió que ella no esperaba: la puerta se abrió rápidamente y del otro lado
salió alguien quien la golpeó en la nariz. Marcela cayó al suelo, sangrando.
La persona que había salido entonces se le
acerco hábilmente y le puso algo en la nariz. Marcela sabía que era pero no
tuvo tiempo de pensar en mucho más pues se desmayó casi al instante. Tuvo un
sueño extraño, sin imágenes, casi como si estuviera encerrada. Cuando abrió los
ojos, se dio cuenta de que ya no estaba en el laboratorio y que estaba
amarrada, de pies y manos. No tenía la boca tapada pero tampoco sentía muchos
ánimos para hablar. Afuera llovía, el viento rugía.
De pronto entro al
cuarto donde estaba una mujer y Marcela se dio cuenta que era Raquel. Por un
momento se sintió aliviada pero rápidamente cayó en cuenta que eso no podía ser
bueno. Había sido secuestrada y Raquel no podía estar allí por pura
coincidencia. La mujer se le acercó, sin expresión alguna en su rostro, y la
ayudó a sentarse.
-
Como se siente?
Marcela no pudo hablar
entonces solo asintió. Raquel pareció comprender y se alejó de ella. Al otro
lado del cuarto parecía haber una camilla de hospital. La asistente se sentó en
un banquito al lado de la camilla y empezó a revisar algunos papeles. Marcela
los reconoció como archivos de la clínica. Raquel seguramente los había sacado
de su oficina.
-
Que…
Pero Marcela no podía
decir más. Sentía como si una mano invisible le estuviera apretando el cuello
cuando intentaba hablar. Pero Raquel la había oído y se le acercó de nuevo. Le
puso los papeles en el regazo a la doctora y se cruzó de brazos, como
esperando. Marcela revisó los papeles pero no entendió nada.
Se trataba de una pareja que había venido hacía
algunos meses. Iban por su segundo intento y Marcela estaba muy optimista
respecto a sus posibilidades. Pero además de los datos de siempre, no había
nada especial en ese caso. Releyó los nombres de la pareja pero no los conocía
de otra parte. Miró a Raquel, con cara de no entender que pasaba.
-
Ella me envió.
Marcela frunció el
ceño. Eso no tenía sentido. Intento hablar de nuevo pero el dolor volvió y
cerro la boca sin haber dicho nada.
-
La inyectó con un suero que impide el uso de las cuerdas
vocales. – dijo Raquel. – Pasa su efecto en un día.
La doctora tomó los
papeles y los sacudió. No entendía y estaba frustrada por no poder hablar.
Entonces Raquel fue hasta el banquito, lo arrastró hasta la cama donde estaba
Marcela y se sentó. La miró con ojos tristes y empezó a hablar.
Resultaba que esa mujer, una tal Florencia,
era amiga de Raquel. Su esposo era peor que borracho o algo por el estilo. Ese
hombre la había violado varias veces y ella no lo denunció nunca. No fue sino
hasta que tuvo un problema serio de salud, que Florencia habló con Raquel. El
hombre la había golpeado porque ella no había sido capaz de darle un hijo. Así
que la iba a obligar a tener uno.
Dejar pasar algunos meses para que las heridas
sanaran y luego llegaron al consultorio de la doctora Marcela. Cuando Raquel se
enteró, le dijo a Florencia que ese hombre estaba enfermo si pensaba forzarla a
tener un hijo. Así que Raquel inventó un plan: amenazó varias veces de muerte a
Inés para que dejara de trabajar, la reemplazó como asistente de la doctora y
ahora estaba dentro del hospital.
Marcela estaba anonadada. Como era posible que
no se hubiera dado cuenta de que algo así estaba pasando? Había sido muy
negligente al no ver algo de ese calibre
pero entonces dudó. Sería verdad?
Raquel dijo que ella había alterado los óvulos
para que no sirvieran en el primer proceso pero que eso no había sido
suficiente. Su plan era distinto. Y ahí entraba Marcela. La doctora dio un
respingo al ver que Raquel la miraba con ojos desorbitados y un aparente
desespero por ayuda.
Como asistente, Raquel
sabía que los hombres también eran revisados. Y sabía que la doctora era
experta en urología así como en obstetricia. Así que necesitaba de ella un
favor.
De repente alguien más
entro en la habitación. Era un mujer delgada y temblorosa. Debía ser Florencia.
Halaba otra camilla y en esa estaba recostado un hombre. Era grande por donde
se le viera y con cara de animal. Sin duda era el marido.
-
Es simple la verdad.
Marcela dio un respingo
al escuchar la voz de Raquel.
-
Podríamos matarlo pero sería muy fácil. Queremos que hagas
algo más.
La doctora no entendía
nada pero entendió, al verse allí sin voz, que esas mujeres eran capaces de
mucho y que ella no tendría opción alguna: tendría que hacer lo que le
ordenaran.