Mostrando las entradas con la etiqueta laboratorio. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta laboratorio. Mostrar todas las entradas

miércoles, 21 de marzo de 2018

África


   El calor era insoportable. A pesar de ser un jeep con techo, el plástico del que estaba hecho hacía que adentro del vehículo hiciera más calor. Sin embargo, bajarse no era una opción puesto que todos estaban allí esperando a que algo pasara. Cuando por fin llegaron los elefantes, que caminaban en fila a cierta distancia, la mayoría de las personas dentro del jeep se emocionaron y empezaron a salir del vehículo uno por uno, acercándose a los animales de diferentes maneras.

 Algunos tenían cámaras y otros aparatos que registraban diferentes comportamientos. Los únicos que se quedaron en el jeep fueron Otto, el conductor, y Nelson, un joven venido de Europa por solicitud de la universidad en la que estudiaba. En clase tenía el mejor promedio y fue por eso que el profesor titular de la carrera lo pidió a él para ir en esa misión de un mes para investigar el comportamiento de los elefantes en un parque nacional sudafricano. Negarse hubiese sido impensable.

 Pero Nelson sí lo pensó, al menos por unos minutos. Sin embargo, sus padres se enteraron pronto y ellos casi lo empujaron a decir que iría. Estaban tan emocionados que ellos mismos prepararon su equipaje y compraron todo lo que podría necesitar. Incluso arreglaron en una mochila su equipo de investigación, así como cuadernos nuevos para tomar notas. La mayor sorpresa fue la cámara de última generación que le compró su padre, para que les mostrara cuando volviera las maravillas que había visto.

 Ellos dos también habían estudiado biología pero la diferencia era que habían terminado haciendo uno de los trabajos más simples en todo ese campo y ese era trabajar con gérmenes y otras criaturas minúsculas. Trabajaban para un laboratorio farmacéutico y ganaban buen dinero pero no era ni remotamente emocionante, definitivamente nada parecido a lo que ellos siempre habían tenido en mente al pensar en una vida como biólogos, estando siempre en lo salvaje con animales interesantes.

 Por eso casi saltaron al saber de la oportunidad de su hijo y se apresuraron a arreglarlo todo por él, sin preguntarle. Para ellos era obvio que su hijo aceptaría pero se les olvidaba, al menos temporalmente, que a Nelson jamás le había interesado lo salvaje, ni escarbar la tierra ni ensuciarse de ninguna manera posible. Era un hecho que era un estudiante brillante y seguramente sería un profesional de grandes descubrimientos, pero él sí quería una vida tranquila y poco o nada le interesaba irse al otro lado del mundo a ver animales en vivo y en directo. El laboratorio era su lugar predilecto.

 Otto encendió la radio pero no pudo sintonizar nada. Era un joven como de la edad de Nelson pero se dedicaba a conducir por todo el parque nacional a los visitantes que quisieran ver unos y otros animales. No hablaba mucho, o al menos Nelson no había escuchado su voz. El joven se limpió el sudor de la frente y se movió hacia delante, pasando por entre los dos asientos delanteros. A lo lejos, vio como todos los demás caminaban emocionados detrás de la fila de elefantes. Nelson recordó su cámara, que colgaba del cuello.

 Tomó unas cuantas fotos, olvidando por completo que había pasado al asiento delantero. Cuando terminó de tomar fotos, sintió cerca de Otto que miraba por encima de su hombro la pantalla de la cámara. Nelson apagó el aparato y Otto le dijo que las fotos eran bastante buenas, algo inusual para un científico. Eso hizo que Nelson sonriera un poco. Otto pidió prestada la cámara y le echó un ojo a todas las fotos que Nelson tenía allí guardadas. Eran las que había tomado en el último par de días.

 Había fotos de insectos y plantas, así como de animales enormes e incluso algunas del grupo de científicos. Cada cierto rato se reunían todos en alguna parte del hotel o campamento en el que estuvieran y se armaba una pequeña fiesta que siempre incluía música y baile, así como alcohol, que parecía salir del suelo pues Nelson nunca veía llegar a nadie con bolsas o cajas. Los científicos eran hombres y mujeres en general solitarios que amaban la compañía de seres humanos afines a sus gustos.

 Otto le dijo que todas las fotos eran hermosas. Le contó a Nelson que su hermana Akaye quería ser fotógrafa cuando fuera adulta, pero apenas estaba cursando la secundaría así que le tomaría más tiempo saber si ese sueño podría realizarse. Le explicó a Nelson que ser fotógrafa no era un sueño muy rentable en un país como el de ellos, puesto que lo más urgente era que cada miembro de la familia aportara algo de dinero para ayudar a todo lo que había que pagar y hacer en el hogar.

 Sin embargo, Akaye seguía con sus sueños y Otto la entendía por completo. Él había querido ser mucho más que un simple conductor pero no había tenido la oportunidad pues había tenido que trabajar. Su madre era la única que había trabajado por años y cuando Otto tuvo edad suficiente, ella misma le pidió conseguir un trabajo para ayudar en la casa. Así fue que terminó siendo conductor de jeeps en el parque, un lugar que quería mucho pero en el que a veces se aburría demasiado. Para él, debería ser un lugar cerrado lejos de la gente, para no molestar a los animales.

 Nelson asintió. Él quería encontrar una manera de ser biólogo sin tener que estar cerca de animales vivos. No solo le daban miedo sino que había aprendido a respetar sus fuerzas y su independencia. Estaba de acuerdo en que esos santuarios de fauna deberían ser sitios alejados en los que nadie debería tener permiso para entrar, al menos no con la frecuencia con la que iban los científicos a ciertos lugares en África. Muchos animales se estaban acostumbrando a ellos y eso no era nada bueno.

 Le contó a Otto que cuando era pequeño lo había atacado un cerdo bastante grande en la casa de campo de sus abuelos. El animal no le hizo nada más que apretarlo un poco pero el trauma causado le había dejado un temor casi irracional hacia los animales, en especial aquellos que eran salvajes o incontrolables de una u otra manera. Ese suceso había causado en Nelson que prefiriera quedarse en ciertos lugares con poco gente o con nadie, haciendo un trabajo poco estresante.

 Otto sonrió al oír la historia. Nelson también lo hizo, en parte porque se sentía un poco apenado. Otto le propuso seguir a los demás en el jeep un poco más adelante, pues ya había desaparecido la fila de elefantes y no se veía ningún científico en los alrededores. El jeep avanzó lentamente y más gotas de sudor rodaron por la cara de ambos hombres. Cuando por fin divisaron algo, soltaron un grito ahogado. No vieron la fila de elefantes ni a los científicos esperándolos sino algo completamente inesperado.

 Era una gran charca de agua grisácea y en el borde unos tres cocodrilos enormes. Por un momento, no entendieron qué había pasado. Los científicos tenían que estar cerca. Ese misterio fue resulto momentos después, cuando oyeron gritos provenientes de un único árbol grande en la cercanía. En él se habían subido siete de las ocho personas que se habían bajado del jeep a seguir a los elefantes. Otto paró el vehículo y del costado de la puerta sacó un rifle que apuntó por el lado en el que estaba sentado Nelson.

 Fue entonces cuando vieron lo que había sucedido. Una zona revolcada denotaba el paso de animales grandes y algo parecido a una pelea. Los animales grandes ya no estaban, solo los cocodrilos, pero había algo más que hizo que Otto aflojara su postura y que Nelson ahogara un grito.

 Había pedazos del profesor Wyatt por todo el margen de la charca. Un pedazo de brazo estaba entre las fauces del más grande de los cocodrilos, que parecía tomarse su tiempo para terminar su comida. Era el profesor titular. Otto puso una mano sobre el hombro de Nelson, que no dijo nada en horas.

lunes, 11 de julio de 2016

Aquello en el museo

   A esas horas, ya no había nadie en el museo. Las salas que hasta hace algunos minutos habían estado llenas de turistas y entusiastas del arte, ahora estaban en silencio extremo. El equipo de trabajo del museo estaba reunido en las oficinas del primer piso, por lo que el resto del lugar estaba completamente solo. O eso parecía porque en el tercer piso, del lado oriental, una extraña sombra se formaba en frente de uno de los cuadros más representativos del expresionismo. La sombra era como una imagen distorsionada, como si la realidad tuviese una arruga.

 Pasados cinco minutos, la “arruga” en el aire se hizo mucho más notoria, hasta que tomó forma humana y se solidificó allí mismo, delante de incontables obras de arte que tenían un valor incalculable. En las cámaras de seguridad no aparecía nada porque todo había sido pensado con cuidado, incluso la ropa que vestía el hombre, porque parecía hombre, que apareció de la nada en la mitad del corredor.

 La luz artificial que iluminaba el museo en las últimas horas de apertura todavía estaban encendidas y no se apagarían hasta que la reunión en las oficinas terminara. Por lo que el hombre que había aparecido tenía la mejor visión de todos los cuadros. Pero, por alguna razón, no parecía interesado en ninguno de ellos. Casi sin moverse, como si flotara sobre el suelo, se desplazó por la hermosa galería hasta un ventanal enorme lleno de colores y formas. Con cuidado, miró a través del vidrio.

 El “hombre” tenía los ojos rojos, como si estuvieran siendo consumidos por un fuego increíble. El hecho de que no caminara como la gente normal lo hacía todavía más raro y había algo más: no parecía respirar. Es decir, su pecho no bajaba y subía como el del resto de las personas normales. Estaba quieto todo el rato. Ni siquiera parecía ser capaz de hablar pues no movía la boca para nada. Parecía que la tenía sellada, apretada por alguna razón que nadie entendería.

 Estuvo mirando por entre los vidrios de colores un buen rato hasta que, por fin, las luces del museo se apagaron. Justo después se sintió un zumbido en el aire y la criatura, fuese lo que fuese, supo que los protocolos de seguridad estaban en marcha, por lo que debía apurarse. Incluso si las cámaras no lo detectaban y pudiese evitar los puntos de presión y detectores de movimiento, todavía existían los vigilantes de carne y hueso quienes seguramente lo verían sin problema.

 Todo había sido previsto. La criatura, que parecía tanto un ser humano pero era obvio que no lo era, se desplazó como una pieza de ajedrez hasta el otro lado del corredor, quedando en el nodo donde la gente bajaba o seguía subiendo escaleras. Allí, hizo algo impresionante: atravesó el suelo.

 Su cuerpo apareció en el piso de abajo como si nada. Lo volvió a hacer y entonces estuvo en el primer piso, también sumido en la oscuridad. Flotó con agilidad hasta la recepción del edificio, donde la gente compraba sus entradas y recibían información, y se quedó allí mirando el suelo y todo lo que había a su alrededor. Era obvio que veía algo que los seres humanos comunes y corrientes no podían ver, pues parecía absorto, como procesando una cantidad de información increíble.

 Lo que pasaba era que podía ver las huellas, el rastro biológico dejado por los miles de turistas que habían visitado el museo ese día. Y con solo eso, podía ver sus rostros, reconstruir sus cuerpos y saber quienes eran y en que estaban pensando cuando habían entrado al lugar. Era algo que requería mucha concentración y fortaleza, pues recibir tanto información podía hacer colapsar a cualquiera. Pero la criatura aguantó con facilidad y se alejó de allí de golpe, flotando hacia las oficinas.

 Estas estaban ubicadas en un pasillo restringido a un costado de la tienda de recuerdos. La criatura se desplazó más lentamente por allí, pues parecía sentir algo, como si estuviese recibiendo información mientras caminaba. Pasó de largo una, dos y tres puertas hasta que llegó a una escalera y se quedó quieto. Miró el suelo por unos minutos y entonces, de nuevo, se deshizo en el suelo y atravesó dos pisos como si fuera lo más normal del mundo.

 Ya abajo, en el segundo sótano, se desplazó hacia la puerta marcada: LABORATORIO. Al atravesar la puerta, sintió de golpe algo extraño en su espalda y entonces la expresión de su rostro cambió dramáticamente. Ya no era una expresión calmada y en paz sino más bien una mueca horrible de miedo que parecía no poder controlar. Miró a un lado y a otro y de pronto se lanzó sobre una nevera, al mismo tiempo que se abría la puerta y un vigilante entraba con la pistola en alto.

 El hombre gritó: “¿Quien anda ahí?”, pues estaba seguro que había visto algo, que incluso lo había sentido mientras hacia su ronda por el pasillo. Como estaba oscuro no sabía lo que había sido, pero años de experiencia le decían que no era su imaginación y que no había nada sólido por esos lados que se sintiera como lo que había tocado hacía un rato.

 Apuntó su pistola a cada uno de los objetos del laboratorio, pero no había nada fuera de lo normal. Encendió una pequeña linterna y revisó las mesas, los archiveros, las neveras con especímenes en pruebas e incluso el inmaculado suelo blanco. No había nada. De pronto se lo había imaginado todo pero había sido tan real…

 Apenas salió del lugar, la criatura atravesó de nuevo la nevera para posarse en el centro de la habitación. Volvía a tener su expresión de tranquilidad y se quedó allí, probablemente pensando en su siguiente movimiento. Pero no era pensar lo que hacía, era más analizar sus opciones pues había llegado al lugar que había estado buscando. Volteó a mirar la pantalla de una computadora de mesa apagada y de golpe esta se encendió y pareció operar a máxima velocidad.

 Se abrieron archivos de todo tipo de golpe y parecía que la criatura controlaba todo con su mente, abriendo y cerrando archivos fotográficos, lo que parecían ser reportes de campo, descripciones de objetos y cuadras y demás detalles que debían hacer parte del enorme catalogo del museo. Lo revisó todo en unos minutos y, cuando terminó, supo donde estaba lo que buscaba.

 De un salto, atravesó el techo varias veces hasta llegar al segundo piso. Allí flotó a toda velocidad, pasando por el lado de otro agente de seguridad que estuvo seguro de haber visto una sombra pasar frente a él pero como después no vio nada, lo atribuyó a su nueva dieta que no le permitía comer tanto como antes. La criatura llegó a una sala pequeña, donde habían en exhibición varios objetos de una antigua cultura, cosas como platos, vasijas, armas y utensilios de belleza.

 Los miró con sus ojos rojos fascinado. Estaba cerca de lo que buscaba pero era difícil no distraerse con siglos, tal vez milenios de culturas que no conocía y que hacían de su viaje algo mucho más interesante. Fijó su atención en una abertura muy bien disimulada en uno de los muros de la habitación y, una vez más, cruzó la pared hacia el otro lado. Llegó entonces a un cuarto pequeño y frío, una bodega, donde había dos armarios metálicos y tres cajas de seguridad.

 Las miró con atención y eligió la caja de seguridad que estaba más al a izquierda. No necesitaba combinaciones ni nada por el estilo. Con solo pensarlo era suficiente. Metió la mano en la caja y la sacó con lo que había estado buscando por todo ese rato, con aquello que tanto necesitaban él y su gente para poder sobrevivir en su tiempo.

 Era una moneda maya, de un tamaño más grande del de una moneda normal. Tallado encima estaba el famoso calendario que, para la criatura, develaba todos los misterios que necesitaba responder. Era de suma importancia que llevara ese objeto de vuelta pues era, al parecer, el único que podía ayudarlos para evitar una catástrofe de proporciones apocalípticas.


 De repente, se oyó un disparo y la criatura se sintió de pronto débil. Dejó caer la moneda al suelo, la cual se partió en tres pedazos. Su última visión fue la de un hombre aterrorizado, con una pistola en alto, mirándolo como si fuera alguna clase de monstruo.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Insectos

   Desde pequeña, siendo nada más un bebé, Sofía ya demostraba su fascinación por el mundo de los insectos. Se sentaba horas en el piso jugando, donde la dejaba su madre mientras hacía sus quehaceres, y allí observaba a las variadas criaturas que cruzaban el suelo del patio de un lado a otro. Las primeros que observó fueron las hormigas, que le parecían puntos móviles. Luego fueron los escarabajos, mucho más grandes y vistosos y luego muchos otros como las cochinillas y las mariquitas. Incluso los que volaban sin previo aviso le fascinaban.

Cuando ya pudo caminar bien y sostener objetos, se dedicó a cazar insectos y a guardar a varios de ellos por algunas horas en tarros de vidrio. Solo los atrapaba un rato puesto que le parecía cruel dejarlos encerrados allí. Además, todavía no aprendía que comía cada insecto así que no sabría como tenerlos de mascotas.

 Las mariposas fueron su obsesión durante ese tiempo y no hacía sino dibujarlas. Cada vez que sus padres le pedían un dibujo o lo hacía su maestra en la escuela, ella dibujaba una mariposa. Eso sí, siempre era de colores diferentes y eran dibujos algo más detallados de los que haría normalmente un niño de esa edad. Sus padres la alentaban yendo al zoológico y al museo de ciencias donde podía aprender más sobre lo que le gustaba. Así, en cierto modo, empezó la carrera de Sofía como entomóloga.

 Sofía, con el tiempo, estudió biología y luego se especializó en la rama de los insectos, para lo que tuvo que irse a vivir a otro país, lejos de su familia. Los extrañaba mucho y hablaba con ellos seguido pero se olvidaba de su tristeza cuando iba a clase y aprendía sobre varios tipos de insectos que se habían descubierto recientemente. En clase, analizaban los hallazgos de varias expediciones, algunas sucedidas hacía tres siglos y otros hace tres meses. Era muy emocionante analizarlo todo y estudiar comportamientos en los insectos. Pero Sofía quería hacer ella misma los descubrimientos, en vez de analizar los de los otros.

Eventualmente terminó sus estudios y se inscribió en el programa de pasantes para una de las universidades que hacía más expediciones como en las que ella estaba interesada. Su objetivo era estar allí algún día, viajando a alguna selva pérdida al otro lado del mundo y descubriendo por cuenta propia varias nuevas especies para la ciencia. En secreto, incluso tenía el anhelo de que uno descubrimientos llevase su nombre. Le daba vergüenza incluso pensarlo pues se les había enseñado que la ciencia no podía basarse en la vanidad.

 Sofía solo quería hacer lo mejor para todos y trabajar para mejorar la comprensión del mundo acerca de los insectos.

 Fue elegida como pasante y lo celebró con una visita de sus padres, que la invitaron a cenar al mejor restaurante que encontraron. Además le reglaron libros sobre insectos, más que todo libros de hermosas fotografías tomadas a lo largo de varias expediciones alrededor del mundo. Sus padres sabían bien que ella ya se había leído cada uno de los libros científicos acerca de su tema favorito. Por eso le regalaron tres libros que eran más arte que nada más. Lo que más le gustaba de los libros era que los animales se veían vivos, se veían como eran de verdad y eso le encantaba.

 Cada noche después de volver de su trabajo como pasante, el cual era pago pero con un salario que todavía merecía la ayuda económica de sus padres, Sofía analizaba una de las fotos de uno de los libros durante una hora, anotando en una libreta todo lo que podía recordar sobre ese insecto. Era su manera de probarse a si misma que sí estaba hecha para el trabajo y que tendría mucho que mostrar cuando llegara la oportunidad.

 Lamentablemente, la oportunidad parecía no querer llegar. La primera expedición que organizaron se oía emocionante, era a la salva de la isla de Borneo en el sudeste asiático. Pero la universidad decidió no enviar a ningún pasante y solo autorizó que fueran algunos de los profesores que siempre iban. Al parecer era por un tema de seguridad. Sofía se sintió algo decepcionada, pero siguió su trabajo como si nada.

 Se dedicaba a estudiar especies nativas de la ciudad a ver como había evolucionado y mutado en los últimos cien años. La universidad llevaba un estudio acerca de cómo se amoldaban los insectos a las grandes ciudades, especialmente criaturas que no hubiesen sido ya muy estudiadas. Era interesante, pero Sofía solo pensaba en el día en el que pudiese tomar fotos como las que veía todas las noches en libros, al menos observar insectos que se viesen aún más reales que los de las fotografías.

 La segunda expedición fue hacia las Filipinas y el grupo que enviaron fue más bien grande. Sofía estaba tan emocionada, y tan segura de si misma, que no dudó que la elegirían para el viaje pues su dedicación al trabajo era ejemplar y sus informes siempre estaban más que completos, siendo los mejores que ningún pasante había nunca escrito.

 Sin embargo, no la eligieron y esa vez Sofía estaba tan histérica, que presentó una queja formal ante el comité que hacía las elecciones de pasantes. Básicamente, eran los científicos que iban a liderar la expedición y Sofía tuvo que enfrentarse a ellos para argumentar su posición y tratar de que pudieran cambiar de opinión. Pero era hombres mayores, muy obstinados, y le dijeron que su trabajo académico era demasiado bueno pero que podría no ser lo mismo una vez que estuviera en el campo y tuviese que hace mucho más que solo ponerse a escribir informes. Le dijeron que se necesitaba una vocación especial que no les parecía que ella tuviera.

 Para Sofía, esas palabras fueron como una bofetada. Ese día no volvió al trabajo luego de la audiencia ni tampoco el día siguiente o el resto de la semana. No pensaba volver nunca. Se fue a casa y se echó en la cama y no hizo más que estar allí echada, despierta o durmiendo. Esa semana evitó a sus padres y no quería saber nada de nada. Si la querían echar no podían porque solo era pasante y sus padres podían esperar.

 Decidió vivir un poco y un día se fue a una discoteca y trató de pasarlo bien. Hacía mucho no salía, puesto que sus amigas vivían lejos y durante su especialización no había tenido mucho tiempo para hacer vida social. Tomó bastante licor y bailó sola y acompañada, sin que le importase nada. Al otro día no supo como había llegado a casa, pero estaba bien y tenía todas sus cosas. Durmió bastante ese día y el lunes siguiente volvió al trabajo como si nada.

 La siguiente expedición planeada fue al desierto de Namibia pero Sofía no aplicó para ese viaje ni para el siguiente. Algunos de sus compañeros en los laboratorios se asombraron y le preguntaban si estaba bien y ella les respondía que sí, sin mirarlos a los ojos. Había decidido ser una científica de ciudad y dejarles la selva a otros que, al parecer, tener mejores capacidades para afrontar esas travesías. Ella se quedaría allí, analizando alas de mariposas muertas.

 Fue un día que llegó al trabajo que sintió que había algo extraño. Todo el mundo le sonreía como idiota y la saludaban. Incluso alguien fue más allá y la felicitó dándole la mano y diciéndole varias palabras de admiración. Pero Sofía no entendía nada hasta que llegó a su puesto de siempre en el laboratorio. En el lugar donde en días anteriores habían habido varios especímenes clavados con alfileres, esta vez había un informe de grosor medio, de tapa azul. Cuando llegó a su puesto leyó que ponía “Expedición Tíbet”.

 No había acabado de procesarlo cuando un joven científico entró al laboratorio y la felicitó. El joven no era tan joven pero sí mucho más que sus compañeros en las altas esferas. Había sido él el organizador de la expedición al Tíbet y él había elegido específicamente a Sofía para que fuese la única pasante del viaje. Es más, iban a ser solo cinco en total así que sería un grupo pequeño que debería trabajar duro todos los días para lograr los objetivos propuestos en el informe que Sofía apretaba con sus manos, todavía en shock.

 Meses después, escribía a sus padres desde Lhasa. El hotel era un asco pero no estarían mucho tiempo en la ciudad. Pronto seguirían el complejo trazado de su expedición que los llevaría un poco por todas partes en el Tíbet, desde el altiplano hasta las cumbres del Himalaya. Sofía había tenido poco tiempo para practicar sus habilidades de escalada pero según el profesor Kent, no habría problema.


 Sofía terminó el mensaje con un “te amo” y lo envío aprovechando el internet inalámbrico del lugar. Al rato vino uno de sus compañeros. Saldrían a cenar, para celebrar el inicio de la expedición y luego a dormir, para empezar de verdad con la primera luz del día.

viernes, 21 de agosto de 2015

¡ Muerte !

  Era difícil darnos la mano para subir por las grandes rocas que cubrían el ascenso. Su mano estaba cubierta de sangre y la mía se resbalaba un poco por el asco pero también por lo fresca que estaba. Podía sentir el olor a hierro por todos lados, como si no fuera sangre sino algún tipo de liquido metálico que se nos hubiera untado en el camino. Peor no estábamos de paseo o por gusto en semejante lugar. El bosque era hermoso pero era el escenario de nuestro escape del lugar más horrible del que jamás hubiéramos oído y en el que habíamos tenido la desgracia de sobrevivir por más días de los que podíamos contar en la cabeza. De hecho, yo no estaba seguro desde hace cuanto no veía el sol.

 Pero ahora era ese mismo sol el que me ardía en el rostro y sin duda ya me había quemado la cara. Correr y subir y bajar en semejantes condiciones era inhumano pero así eran ellos. Nos habían atrapado, o eso creíamos, y nos habían internado en ese lugar, construido parcialmente bajo el lecho de un lago. Alrededor solo había este bosque, que parecía continuar por varios kilómetros. Sentí el roce de una bala por el hombro izquierdo y menos mal me dejé caer pues una bala iba hacia mi cabeza pero falló su meta. Él me tomó de la mano de nuevo y me haló. Era mucho más atlético que yo y podía correr casi sin respirar o pensar. Llegué a pensar que era un robot hasta que cayó sobre unas piedras y algo de sangre empezó a brotar.  No hablábamos, solo corríamos.

 Los guardias nos seguían con sus armas mortales y el deseo obvio de matarnos y yo solo quería que todo parara. Era ese mismo sentimiento el que me había llevado a escaparme en un principio y por pura coincidencia, por raro que parezca, él estaba huyendo en ese mismo instante. Nos unimos y asesinamos a muchas persona, entre personal con batas médicas y guardias descuidados. Lo hicimos con cuchillos que encontramos, instrumentos médicos que habían utilizado en nuestros cuerpos o las armas que ahora usaban para cazarnos como animales. Era increíble, pero matar se me hacía fácil, tal vez porque yo no los veía a ellos como seres humanos. Para mi ellos eran los robots, los autómatas que cada noche nos torturaban.

 Metían cosas en nuestros cuerpos, o quitaban partes para poner otras o para no poner nada. Yo tenía cicatrices que no recordaba y, de hecho, ese era mi más grande problema y al parecer el de todos en el laboratorio. Todo el que podía gritar, incluyéndolo a él, decían que no podían recordar nada. De hecho eso fue lo único que me dijo antes de tomar mi mano y echarnos a correr. Y yo estaba igual, con la mente totalmente en blanco o en negro o como se diga. No había nada allí adentro, ningún recuerdo de mi vida anterior al laboratorio. Era como si se hubiesen asegurado de que nunca indagara sobre mi mismo para así pertenecerles para siempre. Pero eso ya no era así.

 Seguimos corriendo hasta que encontramos un abertura entre las rocas y nos metimos allí. Él tenía un cuchillo y yo una arma eléctrica. Si se acercaban, debíamos matarlos y al menos así tendríamos algo menos de que preocuparnos. Pero nunca llegaron adonde estábamos escondidos. Esperamos horas y horas pero parecía que o se habían dado por vencidos o simplemente estaban esperando a que saliéramos para darnos el tiro de gracia al aire libre. Era poco probable que nos quisieran vivos, pues nuestra memoria de corto plazo nos indicaba que cada día llegaban nuevos cuerpos para usar en experimentos. No digo pacientes porque no lo éramos y tampoco prisioneros. Esclavos se parece más pero no es correcto.

 Me dejé caer sobre el suelo arenoso de la cueva y empecé a llorar. No me importó hacer algo de ruido y, al parecer, a él tampoco. Me sentía vacío, impotente, incapaz de salir de ese ciclo. Me dolía el cuerpo ahora más que nunca y la verdad era que yo no quería escapar sino que quería morir. Para que saber que era la vida después de todo lo que me habían hecho. Porque muchas cosas las recordaba con claridad y eran esos recuerdos los que quería eliminar para siempre, arrancarlos de mi cerebro. Pero eso no era posible así que lo mejor era suicidarme y dejarlo todo atrás. Haciendo más ruido, cargué al máximo el arma eléctrica y me dispuse a dispararme en la frente pero entonces él pateó el arma al mismo tiempo que los guardias irrumpieron en la cueva.

 El arma le dio a uno de lleno en la frente y lo dejó revolcándose en el piso, retorciéndose de forma grotesca y echando espuma por la boca. El otro se abalanzó sobre mi pero él me protegió y le clavó el cuchillo en el estomago varias veces. De nuevo me tomó la mano pero esta vez me dijo que debíamos alejarnos lo más posible ya que solo enviarían más guardias si se daban cuenta que los que habían salido no llegaban. Según él, teníamos hasta la puesta de sol  para alejarnos. Eso me dio algo de energía para correr de su mano y tratar de no respirar tal como él lo hacía. Varias ramas no pegaban en el rostro y los pies los teníamos destrozados con tanta cosa tirada en el suelo del bosque.

 Cuando la luz empezó a cambiar, llegamos a unas colinas que subían cada vez más. Cuando no hubo más luz, estábamos en la cima de la colina más alta de todas. Estaba bien cubierta de musgo y matorrales pequeños y desde ella se veía el lago que tornaba verdosa la luz del laboratorio. No se veían la entrada del sitio, por donde habíamos escapado matando a mucha gente, ni tampoco se veía a los guardias que ya debían de haber salido a buscarnos. Caminamos un poco más, hasta estar del otro lado de la colina, un sitio cubierto por algunos charcos de agua estancada y árboles increíblemente altos que parecían salir de un cuento ya olvidado hace mucho.

 Con algo de asco tomamos agua de uno de los charcos entre las manos y tomamos. No sabía bien pero tampoco era horrible y sin duda era mejor que deshidratarse. La comida que nos daban en el sitio era intravenosa así que cualquier tipo de liquido era una mejora. Yo no sabía bien de donde había adquirido la fuerza para aguantar semejante escape pero sabía que no era algo natural o por lo menos de mi cuerpo. Era algo más, como adquirido de la nada o tal vez a través de los experimentos hechos. Estaba cansado pero sentía que podía seguir corriendo si era necesario. Él se veía mucho mejor. Se había quitado la poca ropa, que era solo la bata que nos ponían de color rojo, y se metió en uno de los estanques, el que parecía menos sucio.

 Yo lo imité y me di cuenta de porqué el había hecho eso. El agua parecía calmar de golpe todos los dolores. Mi herida de bala, los golpes, muchos cortes,… Todo parecía sellarse y desaparecer gracias al agua. No tenía idea como él sabía de las propiedades de los estanques pero preferí no dudar de la única persona que me había ayudado hasta ahora. Sin duda este escape sería mucho más complicado sin alguien quien me apoyara como él lo había hecho. No sé que me hizo hacerlo, pero me le acerqué y nos besamos. Fue como si algo se moviera en mi mente pero desapareció de golpe. Lo vi en sus ojos también pero solo fue un brillo, un pequeño destello que podía no significar nada y, a la vez, todo.

 Salimos del estanque y acordamos seguir desnudos hasta encontrar nueva ropa que vestir. Enterramos las bastas rojas en un hueco hecho a mano y nos retiramos. El sol empezó a desaparecer Se iba el calor por el que agradecí estar sin ropa y sin pelo. Los dos habíamos sido rapados por la gente del laboratorio. No recordaba haber tenido mucho cabello antes pero algo me decía que sí había sido así. Mientras bajábamos hacia un valle profundo recogimos algunas frutas de los árboles y arbustos cercanos. No nos importó si eran venenosas ya que nada peor de lo que habíamos vivido podíamos pasarnos ya. Mientras caminábamos, descubrí cicatrices en mi cuerpo que ya había olvidado. Él también tenía bastantes.

 Ya en la parte más baja del valle, con el sonido de un riachuelo y la luna en el cielo, nos relajamos un poco. Seguimos caminando, porque parecía lo único que podíamos hacer, pero lo hacíamos más lento, observando el entorno. Él dijo entonces que tal vez si seguíamos el río podríamos llegar a otro sitio con seres humanos, tal vez menos agresivos y sádicos que los del laboratorio. La sola idea de un lugar lleno de humanos fue suficiente para hacerme parar mi caminata. No quería eso para mí, no quería vivir con miedo toda mi vida, no quería tener nada que ver con otros. Él era el único que quería cerca, de resto todo podían morir o perderse en la infinidad del mundo, eso no era mi problema.


 Pero entonces oí el silbido que había oído antes. Pero ya no fue sobre mi hombro sino sobre mi cabeza. Para cuando caí en cuenta que pasaba, ya había ocurrido lo peor que podía pasar: él había sido impactado por varios proyectos y caía, lentamente, a algunos metros frente a mi. Como yo me había detenido, ellos habían fallado. Mi instinto me dijo que corriera pero también que lo mirara en sus últimos momentos. No tenía armas, pues las habíamos dejado atrás. Así que solo me entregué a mi destino. Primero me puse de rodillas juntos a él y le di un segundo y último beso. Luego, me puse de pie y grité con todas mis fuerzas: “¡Muerte!”. Y entonces ella vino por mi como una amiga que no conocía, llena de compasión, sabiduría y amor.