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viernes, 15 de abril de 2016

Un extraño

   Al principio no quería mirarme al espejo. Siempre había tenido miedo de ver quién me devolvía la mirada. Era una tontería, pero sentía que la persona en el reflejo y yo simplemente no éramos el mismo. Él siempre parecía más desafiante, más enojado, superior de alguna manera, siempre un paso adelante. No tiene sentido, lo sé, pero así lo había sentido siempre. Hasta que conocí a G.

 Desde que nos conocimos, me pidió que lo llamara por esa letra y por nada más. La verdad es que jamás supe su nombre aunque sí sabía que tenía que ser alguien importante o al menos con el poder suficiente para hacer posibles cosas que muy poca gente puede hacer posible. Debía ser rico o algo por el estilo y debía de tener muchos problemas o muy pocos.

 Lo conocí de la manera más confusa jamás. Había estado caminando por horas en una ciudad desconocida. Cuando viajo es algo que hago con frecuencia: trato de perderme un poco por lugares que no conozco aunque en verdad no me pierdo como tal, solo busco sentir el lugar como lo sienten las personas que viven allí. Camino y camino y de pronto tomo fotos y tomo notas mentales de todo lo que veo. No tomo notas en lápiz o algo así porque no vivo en un libro ni nada parecido, además que las perdería fácilmente de esa manera.

 El caso es que estaba a miles de kilómetros de casa y ese día sí me perdí de verdad. Mi teléfono celular se apagó y no volvió a encender y el mapa que tenía no abarcaba la zona donde estaba. La gente no hablaba inglés y mucho menos español y no había manera, por muchas señas que hiciese, de hacerles entender adonde quería ir. Por lo visto la dirección de mi hotel era también demasiado confusa.

 Como suele pasar cuando las cosas se ponen mal: se ponen peor de alguna manera antes de mejorar. Empezó a llover a cántaros al mismo tiempo que brillaba un sol infernal. Era el clima más confuso que había visto en mi vida y me confundía aún más el saber que no tenía donde meterme ni alguien que me ayudara. Corrí por varias calles hasta que encontré una tienda y entré sin mirar. Estaba mojando el piso y entonces decidí salir de nuevo antes de que me echaran pero una mano se puso sobre la mía y me impidió la salida.

 Me puse rojo al girarme y darme cuenta de que G estaba a pocos centímetros de mi cara. Hay que decirlo: es un hombre bastante atractivo, que sabe mucho de cómo vestirse y arreglarse. Lo primero que noté, y lo recuerdo claramente, fue su perfume. Luego me contaría que era una receta personal que mandaba a elaborar. Pero en ese momento solo lo miré a los ojos y sentí algo extraño en mis entrañas. No, no amor. Algo más fuerte.

 Me dijo que no saliera y que me quedara adentro. Por un momento pensé que él atendía la tienda pero entonces vi al verdadero comerciante, que no se veía muy feliz por el agua en su suelo. G le habló en el idioma local y el hombre solo asintió y se fue, supuse yo que a buscar algo con que limpiar mi desastre. G me habló al oído: “Acompáñame”. Me lo dijo en inglés. No sé de donde pensó que era pero no dije nada, solo moví mi cabeza afirmativamente y lo seguí.

 Era un anticuario, con una luz brillante en el cuarto delantero pero la típica luz algo mortecina en un cuarto, más grande, en la parte posterior. Había cuadros hermosos y esculturas y objetos de todos los tamaños y procedencias. Traté de guardar fotografías mentales de todo y entonces recordé que tenía una cámara pero pensé que sería un poco grosero ponerme a tomar fotos en un lugar donde entré solo a escaparme de la lluvia. Además, a juzgar por las etiquetas en algunos objetos, necesitaría morir y volver a nacer para tener dinero suficiente para comprar algo en ese lugar.

 Al fondo del cuarto posterior bajamos unos escalones a una especie de sótano y nos encontramos en una pequeña habitación que estaba debajo del nivel de la calle. Se podía ver por unas ventanas como la lluvia todavía caía con fuerza. En ese cuarto también había muchos objetos muy hermosos. Me distraje mirándolos y solo cuando sentí sus manos en mi espalda fue supe que se había ido por un momento.

 Me había puesto una toalla sobre los hombros y había dejado sus manos allí. Se sentían cálidas y fuertes. Era extraño sentirme así. Es decir, me gustaba, pero me sentía fuera de lugar. Me hice a un lado y me sequé tan bien como pude. Él me miraba y yo trataba de mirar los objetos porque su mirada me quemaba, era como si pudiera ver a través de mi cuerpo o muy dentro de mi cerebro.

Se me acercó de nuevo y entonces tomó la toalla y me secó el pelo, siempre mirándome a los ojos. Entonces me secó el cuello y cuando puso la toalla alrededor de mi cuerpo me di cuenta de que lo estaba dejando hacer y de que no decía nada. Traté pero no pude. Era como si estuviese hipnotizado o algo por el estilo. No podía dejar de mirarlo y él hacía lo mismo, mientras me apretaba suavemente.

 Entonces recobré el sentido o desperté o lo que fuese y di un paso hacia atrás. Le agradecí pero le dije que debía volver a mi hotel. Me preguntó si viajaba con alguien y no pude mentirle. Cuando le dije que no, sonrió. Me dijo que quería invitarme a comer algo, si se lo permitía y para ese momento estaba temblando, sintiendo como de nuevo perdía la voluntad al mirar sus grandes ojos y su cara perfecta.

 Minutos después habíamos salido a la calle con una sombrilla del dueño y nos subimos a un coche último modelo. No sé nada de carros y esas cosas pero supe que debía costar unos cuantos millones. Olía a nuevo y me dio pena mojarlo. Incluso me dio pena sentarme allí con mi ropa que debía costar lo de una llanta de semejante máquina. Él, sin embargo, no dejaba de sonreír. Cuando arrancó, no lo dejaba de ver y al mismo tiempo pensaba que estaba haciendo algo estúpido al subirme al coche de un extraño.

 Llamó a alguien por el teléfono integrado del automóvil. Habló en el idioma local así que no entendí nada de lo que dijo pero sí me pregunté si de pronto era un rico local. Hablaba muy bien inglés pero perfectamente podría ser por una probable excelente educación. Nada en su rostro lo hacía parecer de algún lado en particular así que nunca se sabía. Apreté mi mochila un poco cuando pude dejar de mirarlo y me di cuenta del miedo que sentía.

 Al poco tiempo llegamos a un portal que se abrió automáticamente y dio paso a una casa enorme, una mansión. Pero contrario a las películas, donde había millonarios, nadie salió a nuestro rescate. Él salió primero del coche y creo que iba a impedirme mojarme pero yo no soy un mujer del siglo XIX, así que salí de golpe y lo dejé atrás. Subí unos escalones enormes hasta estar bajo el techo de la entrada de nuevo. Él me siguió y no dijo nada.

 Cuando entramos no pude evitar dejar salir una exclamación: el sitio era hermoso pero simple. No era recargado ni con demasiadas antigüedades. Era perfecto. Me tomó de la mano y me puse rojo pero no lo solté. Me llevó a la cocina y allí fue cuando empezamos a hablar de verdad mientras él hacía un delicioso pollo con especias. Le fui tomando confianza y creo que él a mi.

 Al final de la comida me preguntó que había en mi mochila y le mostré. Tomó la cámara sin preguntar y empezó a mirar las fotos que había tomado. Me dijo que tenía buen ojo pero que me hacían falta mejores fotografías. Y entonces enfocó el lente y me tomó una foto. Todavía la tengo guardada en algún lado. Le dije que no me gustaba tomarme fotos y me preguntó por la razón y le dije que nunca me había gustado mucho mi apariencia.

 Me tomó otra foto. Esa la borré. Me pidió que lo acompañara a su habitación favorita y eso hice. Él llevó la cámara y yo solo caminé detrás suyo. La habitación que mencionaba tenía algunas pinturas colgadas y otro par en caballetes. Me dijo que era su afición y que le gustaba mucho porque lo hacía soñar y disfrutar de todo lo que había en la vida que le gustaba. Y entonces me dijo que le gustaría pintarme alguna vez. Yo no dije nada. Me apretó la mano y entonces me besó. Hicimos el amor en ese cuarto por primera vez pero lo haríamos más veces, en otras ocasiones.

 No sé explicarlo, pero sabía todo sobre mí o lo intuía. En el sexo supo complacerme como nadie nunca lo hizo y llegué a pensar que le interesaba más mi placer que el propio y que yo le gustaba de verdad. Me pintó entre esas ocasiones de sexo casual, en un viaje que yo había alargado con dinero que G había invertido, o así le llamaba.

 Nunca vi la pintura terminada. Un día me dijo que debía irse pues esa casa solo era un casa de verano. Debía volver a su vida real y yo también. La última vez que nos vimos me dio un beso que no logro olvidar y me dijo que si me viera al espejo alguna vez, de pronto vería todo lo que él veía.


 No supe más de él. No creo que piense en mí pero yo sí que pienso en él, en el cuadro que debe estar en esa casa y en lo que me dijo. Por eso me desnudo frente a espejos y me miro por varios minutos, esperando ver lo que él vio para entender lo que pasó en ese lugar tan lejano.

sábado, 26 de marzo de 2016

Acabo de despertar

   Acabo de despertar y lo primero que pensé fue: “Que excelente sueño”. Todo parecía tan bien hecho, todo era tan emocionante e interesante. Nada daba miedo ni parecía puesto allí porque sí. No sé cómo lo hizo mi cerebro. Tal vez vi algo antes de dormir que estimuló mi mente o tenía algo guardado en el fondo de mi cerebro que ayudó a la creación de lo que pude ver y sentir.

 Cuando me desperté estaba casi envuelto en mis sabanas, cosas que no pasa nunca. Un poco más y me enrollo en ellas como un cigarrillo. Personas de mi familia duermen así siempre. A mi no me pasa. Doy muchas vueltas, a un lado y a otro, pero siempre separado de las sábanas, como si yo mismo tuviera cuidado de no enredarme con ellas mientras estoy dormido. Es muy cómico o al menos así me lo parece a mí. Esta vez dormí la mitad de la noche, o eso creo, sin camiseta. Me desperté quién sabe a qué hora a ponérmela de nuevo, por el frío, y a taparme muy bien.

 Eso me gusta. Despertarme como si fuera un pequeño intermedio, estar semiconsciente y luego volver al sueño como si nada. No digo que eso sea exactamente lo que pasó pero lo sentí así y me gustó. Ahora mismo siento mucho frío y me pregunto cómo es que no me duele la garganta o algo así. Si me enfermo será culpa mía por creer que de la nada una de estas frías noches no va a ser tan fría como las demás. Me tienen un poco aburrido pero, qué se le va a hacer.

 El sueño no era nada espectacular y obviamente ya lo recuerdo todo. Creo que se trataba de alguna intriga del tipo misterioso. Alguien estaba tratando de ocultar algo y yo y alguien más tratábamos de descubrirlo todo. Parecía tan real, en serio que sí. Siempre sucede que me siento cómodo en los sueños y se ponen a cambiar tan rápido que no tengo tiempo de disfrutarlos al máximo. Puede que sean un tipo de analogía de la vida o algo así porque son muy efímeros.  ¿Será que dormí más hoy que otros días? Puede que eso haya ayudado en algo.

 Me encanta que todo parece tan personal, tan mío. En un momento camino por alguna playa de agua cristalina, pateando ligeramente el mar con los pies. Y me encanta. Y me doy cuenta que a veces me gusto más en los sueños pues me siento más valiente e incluso mejor parecido. Es una tontería, pero como puedes hacer lo que quieras en tu mente, creo que a veces mi subconsciente me da un regalito, como para que no me desanime. Después, y pasa seguido, estoy en algún edificio majestuoso, lleno de detalles que me gusta admirar pero a los que no me acerco por temor de hacer caer el fantástico castillo de naipes que construyo en mi mente. Es simplemente genial.

 Sí, lo sé. Me estoy echando flores a mi mismo. Al fin y al cabo soy yo el que hace esos sueños. Pero no se siente así y creo que es lo que cuenta. ¿Acaso no es lo máximo despertarse en la mañana y sentir que no solo estás descansado sino que también, por alguna razón, estás feliz? A mi eso me fascina y me pone de buen humor por un buen rato. No sé si todo el día pero si por algunas horas, antes de que la realidad me patee con su sus mortales piernas de karateca.

 En los sueños, otro personaje recurrente es el que me gusta llamar el conejo blanco, como el de Alicia en el país de las maravillas. Es ese personaje que está seguido ahí y que a veces no puedes ver bien o siempre parece tener la cara borrada o fuera de foco. Siempre es un misterio que la verdad es inútil porque al fin y al cabo es solo una creación de tu mente, puede que solo sea una copia de alguien que viste alguna vez en la calle o de algún amigo o de un compañero de algo.

 Pero creo que a veces está la esperanza de que, por algún medio fantástico y sobrenatural, el cerebro sea capaz de recibir, de vez en cuando, imágenes del futuro de cada persona, en este caso del mío. Que tal que ese conejo, o mejor dicho, ese hombre borroso sea el que en un futuro me va a hacer sentir lo que nunca he sentido por nadie. Que tal si mi mente ha recibido la imagen de alguna manera y ahora la guarda con recelo hasta de mi mismo, por miedo a que me emocione demasiado y quiero adelantarme a hecho que no han ocurrido.

 ¡Que loco! Lo de conejo también es porque ese personaje siempre entra y sale de mis sueños a su antojo. Cuando lo quiero ver no aparece. Es como esos personajes en las películas que ves al fondo de la escena y que parecen metidos en la trama y los ves luego de nuevo y otra vez y otra vez y entonces es difícil no imaginar que algo pasa con ello. Son ágiles para desaparecer y la mayoría de veces son solo un espejismo lejano que no dejan ni que les toques la mano ni dicen media palabra.

 Aunque hay otras veces que sí hablan, con voces que nunca podría explicar en voz alta. Hablo de ellos en plural porque no sé si es uno solo o son muchos, al fin que son muchas las veces entonces puede que no sea solo uno. ¡Que optimista soy! En fin. No solo sus voces sino lo que dicen me llega al alma. Me ponen nervioso, igual que cuando alguien que me gusta en la realidad se me acerca demasiado. Otras veces es una visión totalmente cercana, que me abraza y me besa y a la que me siento totalmente conectado. Por eso despertarme muchas veces es una tragedia, pues la conexión se pierde y ya no lo puedo ver ni sentir más. Y duele porque en la siguiente ocasión será diferente y ya no se sentirá igual.

  Hoy creo que no hubo conejo. O tal vez lo hubo pero supo mantenerse alejado de mi. Puede que mi cuerpo estuviese más ocupado lidiando con el frío exterior y con el misterio interior para ponerse a inventar más líos de los que puedo manejar. Me gusta cuando mi mente me deja caminar por ahí, entre jardines densos llenos de flores que nunca he visto o por el borde de otra playa, está cubierta de pasto mullido. A veces estoy descalzo, a veces desnudo y a veces vestido, no sé cual sea la diferencia entre las tres, que las activa. Pero no me interesa ponerme a preguntarme cada cosa que pasa porque creo que eso daña los sueños.

 Esta vez no me molestó tanto despertarme y eso que fue por alarma. Y pongo alarma porque o sino dormiría más y no tendría tiempo de escribir esto y si no escribo todo el tiempo a la misma hora, siento que el poco orden que tengo a mi alrededor se viene abajo y eso no lo puedo soportar. En mis sueños no me importa nada pero en la realidad algo me tiene que mover las entrañas, algo me tiene que hacer sentir que no todo se va a ir a la mierda y una de esas cosas que me mantiene sano son las alarmas y los horarios y el control sobre lo que pueda controlar.

 Parece un tanto psicótico, y puede que lo sea, pero me da igual. Si me sirve a mi, es lo que interesa. Ya en mis sueños puedo ser libre de verdad y dejar que todo vaya por todos lados. Puedo ser el centro de atención y sobre el que gire todo lo que tiene sentido en el mundo. En los sueños lo bonito es que tu eres su estrella principal y sin ti no hay nada. Incluso si se trata de una pesadilla, si no fuera porque estás allí, no habría manera de que fuese una pesadilla efectiva. Nadie nunca piensa en los sueños así y creo que vendría bien pues muchas personas creen que cuando duermen se someten a si mismos y no deberían pensar así, o sino fijo viene la pesadilla al ataque.

 Yo tengo algunas, a veces, y son frustrantes.  No me gusta despertarme a los quince minutos muerto del miedo y cubierto de sudor, a nadie le gusta. Pero hay que saber cómo evitarlo. No comer mucho, tratar de mantener la mente rodando y no dejar que cosas que en verdad no tienen tanta importancia te afecten el cerebro. Eso es lo más importante porque a veces nos volvemos un torbellino sin pies ni cabeza por líos sobre los que no tenemos control o que son de fácil solución. Hay que ser práctico, creo yo.

 Dormir, en todo caso, es uno de los placeres de la vida. Mucha gente dice que no duermen pues lo harán cuando mueran pero eso no es verdad porque cuando duermes estás vivo así que no es lo mismo ni de cerca. Además cuando sueñas es como si trabajaras con un gemelo en un proyecto muy especial y cuando despiertas podrías tener las claves para realizar ese proyecto u otro en la realidad. Además, los sueños son lugares de ocio increíbles, mejor que muchas discotecas.


 En todo caso, creo que amanecí contento. Y lo triste es que sé que no me va a durar mucho pero no importa. Nada está hecho para durar tanto tiempo, nada humano en todo caso. De pronto me quedaré en la cama algo más de tiempo o dormiré una pequeña siesta más tarde. Ya quiero soñar otra vez.

viernes, 11 de marzo de 2016

Ocurrió en el 11B

   Algo extraño ocurría en aquel apartamento pero nunca se supo que era. Varias personas, reconocidas en el mundo de lo paranormal, habían ido a visitarlo en varias ocasiones y siempre decían tener la solución al misterio de la casa pero en verdad no tenían nada de nada. Era solo una manera de ganar fama gratis pues el misterio del 11B era algo que nadie nunca podría comprender del todo.

 Claro, había personas, científicos de verdad, que decían que lo que sucedía en la casa nada tenía que ver con fantasmas ni con criaturas misteriosas. Según algunos de ellos, lo que pasa es que el edificio estaba mal construido y por eso los fenómenos tan raros. Además, y como siempre pasa, culpaban a los dueños del inmueble de lo que hubiesen visto. Los acusaron una y mil veces de ser una parranda de drogadictos, de alcohólicos y de no sé que más cosas. Todo eso inventado para que la gente no tuviera que creer en lo que no entendía.

 Tantas habían sido las acusaciones que la familia, lo que quedaba de ella en todo caso, había decidido irse de la ciudad y no decir a nadie adonde habían ido a parar. Y lo hicieron bien pues nadie nunca supo que pasó con ellos, ni los que habían sido sus amigos, ni los vecinos más cercanos ni siquiera los familiares que habían dejado atrás y que habían estado con ellos durante los momentos más difíciles de todo el proceso. Porque lo que sucedió no pasó en un día sino en muchos.

 Sobra decir que nunca hubo un muerto o al menos no en el sentido definitivo. El único afectado del 11B había sido el padre de la familia que, en circunstancias que solo el hijo mayor conocía, había quedado paralizado frente a la puerta principal de la casa. Sus ojos se movían pero su cuerpo no y así seguía todavía en el hospital general de la ciudad. La familia no había dejado nada para que lo cuidaran y fue la ciudad la que se encargó de él. No costaba mucho hacerlo pues era un cuerpo tieso en una cama que a veces giraban a un lado o al otro y bañaban un par de enfermeras con cuidado. Nadie creía que pudiese durar mucho más.

 Lo que más daba miedo es que decían, y es que nadie había visto al padre en mucho tiempo como para saber si era verdad, que todavía podía mover los ojos a pesar de tener el cuerpo congelado. Eso le daba a uno la impresión de que había quedado paralizado del susto y que no se había muero por alguna anomalía que nadie nunca sabría que era. El hijo mayor estaba en shock cuando el resto de la familia los sacó del edificio y pudieron llevarlos a un hospital. El hijo lloraba casi todo el tiempo y por las noches gritaba. No soportaba ya la oscuridad y si lo dejaban solo por mucho tiempo, pues pasaba lo mismo. Una enfermera tuvo que quedarse a su lado todo el tiempo que estuvo en el hospital.

 Al cabo de un par de semanas, el chico se mejoró pero no quiso decir nada de lo sucedido. Regresó a casa apenas le dieron de alta y nunca salió hasta que se fueron definitivamente de la ciudad. Cabe decir que ellos no vivían en el 11B. Ese era un apartamento que tenían en arriendo. La familia vivía en el 11C, que quedaba justo cruzando el pasillo. Cuando ocurrió lo que nadie sabía explicar, los hombres de la familia habían estado revisando cuales eran los arreglos que habría que hacerle al lugar para por fin poderlo alquilar.

 Los inquilinos más viejos se acordaban de ellos cuando habían llegado al edificio, hacía apenas unos cinco años. Eran de esa gente feliz, de esos que viven saludando y con una gran sonrisa en la boca. Eran amables como pocos e incluso invitaron a una pequeña fiesta cuando se mudaron. Ese día fue en el que empezó todo pues el 11B era el lugar elegido para la fiesta en medio de la tarde. Por piso edificio tenía solo tres apartamentos, así que cada uno era bastante grande y con varios cuartos y pasillos. Esto era porque era un edificio de los viejos, de los que ya no se hacen y por eso la familia quiso reformar para poder alquilar.

 En todo caso eso nunca llegó a ningún lado y hoy el 11B sigue igual o peor de derruido que siempre. En la fiesta de bienvenida pasó lo primero: según una de las niñas de los vecinos, ella jugaba en un cuarto con otros niños y entonces empezó a sentirse rara. La mamá le preguntó si había tenido dolor de estomago o mareo y le dijo que era otra cosa, más difícil de explicar. El caso es que juró haber visto algo así como una mancha moviéndose por la pared y entonces una raja empezó a aparecer allí frente a ella, una grieta enorme que casi parte la pared en dos.

 La alegre familia se dio cuenta entonces que tenía un reto más que grande encima, puesto que el edificio entero parecía tener problemas estructurales. La niña obviamente estaba muerta de miedo pero nadie le dio mayor importancia a lo sucedido. Y entonces empezó todo de verdad: los niños de la familia sintieron algo que los acosaba de noche, que los tocaba y los empujaba y a veces los halaba. Las luces se prendían o apagaban cuando querían, el agua a veces se comportaba extraña. Fue la madre la que dijo haber visto gotas flotando en el baño.

 Pero de esto solo hablaron después, en los pocos días que hubo entre el accidente del padre y la salida definitiva del edificio. Fueron la madre y la hija mayor las que hablaron al respecto pues sentían que debían hacerlo ya que sus mentes estaban demasiado torturadas, necesitaban hablar de todo lo que habían visto o enloquecerían. Además, ninguno de los hombres estaba en condición de decir nada.

 Esto lo hablaron con algunas personas de confianza y fueron ellos quienes pasaron la información a los medios y a otras personas, así que jamás se podrá estar muy seguro de la veracidad de todo. Incluso si la madre y la hija sí hubiesen dicho esas cosas, habría que creerles y eso ya era una tarea monumental pues lo que decían no tenía ningún sentido. Se les preguntó porque nunca denunciaron o porque simplemente no se fueron antes y ellas respondieron que siempre pensaron que todo eso pasaría y que podrían haber sido ideas de ellas.

 Pero entonces las imágenes que se veían, las respiraciones, los gritos lejanos y demás, empezaron a ser más y más frecuentes e incluso la familia decía que los notaba desde su apartamento. Era como una energía oscura, algo muy extraño que parecía tener la cualidad de atraerlos de una manera que los hacía sentir enfermos pero casi lujuriosos de ver que era lo que sucedía en el 11B. Por eso los hombres decidieron ir a arreglar en medio de la noche, algo a lo que nadie nunca le encontró una explicación que tuviese el mínimo sentido.

 Se supone que querían arreglar las conexiones eléctricas y por eso el padre se quedó en la sala desarmando varios enchufes y el hijo fue a la cocina a hacer funcionar la lavadora y la nevera. Al comienzo, no pasó nada y todo empezó a funcionar como debía. Pero cuando estaban celebrando con gritos de jubilo, las luces se apagaron en todos lados excepto donde cada uno estaba. Entonces empezaron los ruidos en la cocina. Las puertas de la alacena se abrían, caían al suelo sin hacer ruido y el chico veía adentro serpientes y arañas y demás criaturas horribles. Con otro estruendo, el piso cedió y media nevera se incrustó en el piso.

 Entonces fue que vio unos ojos amarillos en un rincón oscuro y ese oven gritó como jamás nadie volvió a gritar en el mundo. Su sangre hirvió y lo ayudó a correr hasta la sala por entre la oscuridad, en la que sintió manos y piernas y voces que le decían cosas que jamás podría repetir. Cuando llegó a su padre, este ya estaba como congelado frente a la puerta. El cuerpo tenía las manos extendidas y en la puerta había arañazos. Su padre se veía tensionado y entonces fue que puso ver que los ojos todavía se movían. Lo hacían con velocidad, rápidamente y como alertando de algo que venía.

 Y entonces el muchacho se dio la vuelta y no se sabe más. Al menos no de parte de ninguno de ellos. Las mujeres, madre e hija, y los dos otros niños pequeños, escucharon desde el 11C un estruendo enorme como si algo se hubiese derrumbado al otro lado de la puerta. Pero cuando abrieron para ver que pasaba, encontraron que la puerta del 11B había volado del marco y solo estaban allí el padre petrificado y el hijo muerto del susto, temblando.


 Las mujeres hablaron solo una vez y después no se les vio más. A las dos semanas se fueron de la ciudad con el hijo que todavía no podía pronunciar palabra. Y el apartamento sigue allí. El 11B sigue produciendo ruidos y ocurrencias extrañas que solo los niños metiches ven y luego no saben como manejar. Y también está el 11C y su desolación máxima, pues todo sigue allí tal cual lo dejaron. De hecho, hay algo que cambió. Y es que lo que sea que hay en el 11B, terminó pasando el pasillo y conquistó el territorio de la que alguna vez fue una familia feliz.

viernes, 22 de enero de 2016

Para la eternidad

   La última parte de la casa que consumió el fuego fue el ático. Aquel lugar mágico que durante tanto tiempo había sido el refugio del artista y sus modelos. Porque no fue uno sino muchos pero el último fue el más importante, sin duda. Las llamas avanzaron lentamente, consumiendo casi con placer cada una de las pinturas terminadas que se encontraba enrollada en algún lado o enmarcada y contra la pared, sin nunca haber intentado siquiera ser colgada como debería serlo una obra de arte.

 De pronto era porque estas imágenes eran de carácter privado y solo habían sido exhibidas una vez y con esa vez había sido suficiente para ellas y para su artista. Él ya no existía y su modelo estaba lejos. Cuando se enteró del incendio, solo sintió y siguió con su vida porque no había nada más que hacer. Lo que habían vivido en ese lugar era algo de ellos, algo que no quería compartir con nadie más así que simplemente se alejó.

 La verdad es que solo una de las pinturas sobrevivió intacta. Por alguna razón el artista había sido muy cuidadoso con esa pieza en particular y la había guardado en uno de esos tubos que sirven para guardar planos de arquitectura y demás obras de gran tamaño. El tubo no estaba hecho de cartón ni de nada parecido, así que para cuando el incendio fue apagado por los bomberos, todavía resistía el calor abrasador de las llamas. Fue, de hecho, uno de los investigadores de la policía el que sacó el tubo de entre las cenizas y contempló la pintura. Fue la primera vez que alguien lo hizo, después de muchos años.

 Al policía le encantó la imagen: era un hombre completamente desnudo en lo que parecía una pose de gran felicidad, tenía los brazos en el aire y una sonrisa enorme en la cara. El estilo era bastante particular, no fiel a la realidad pero lo suficiente como para sonreír al mismo tiempo que se veía la sonrisa en la cara del modelo.

El policía no sabía nada de arte pero sabía que le gustaba mucho la obra y quiso quedársela pero eso no pasaría a menos que alguien reclamara las posesiones de la casa, cosa que parecía que no iba a pasar pues pronto pasaron los días, un par de semanas, y nadie aparecía para decir nada del lugar. Lo único que el policía hizo en ese tiempo fue llevar la imagen a un experto en arte y preguntarle si conocía la obra o al menos el estilo.

 El critico dijo que estaba fascinado con la técnica y ese extraño sentimiento que daba la pintura pero lamentablemente no sabía quién era el artista. Revisó cada milímetro de la pintura y encontró, en la parte trasera, un código que normalmente se usaba para clasificar obras en galerías así que lo más posible es que había sido expuesta en algún lado. Encontrar al artista era posible.

 El detective era un hombre casado hacía poco y con poca experiencia en el mundo policial. Por ser “el nuevo” lo alejaban de los grandes casos como eran los que tenían que ver con secuestros u homicidios o cualquier cosa que pudiera ser un verdadero reto para un detective. Así que la mayoría de las veces se dedicada a hacer el papeleo de los demás o a casos que para él no significaban un avance significativo en su carrera como la pérdida de una mascota o de algún bolso en una estación de metro.

 El caso de la incendio y de la pintura misteriosa era suyo porque a nadie le interesaban los incendios en que solo se quemaban las cosas y no moría nadie. Así que no había ni un solo interesado en quitarle el control de la investigación. Se puso entonces a buscar en internet el código que había detrás de la pintura, además de investigar quién era el dueño de la casa, aunque eso había probado ser un callejón sin salida pues era una empresa la dueña y no una persona.

 La empresa se llama Daisy y lo que hacía era exportar flores a todo el mundo. El gerente general ni siquiera sabía que la empresa poseía esa propiedad e incluso dudó que fuera cierto, tal vez un error en los archivos de la policía. Esto el detective se lo tomó mal pues habiendo estado sumergido por tanto tiempo en los bajos fondos de la policía, sabía que eso de los errores no pasaba tan seguido como la gente creía. Pasaba más que los archivos estuviesen incompletos, eso era ya otra cosa.

 Acto seguido, se dirigió a la dueña de la empresa. Vivía en una casa de campo y fue allí que encontró la primera pista. La mujer tenía unos setenta años pero se encontraba muy bien de salud y de hecho le pidió al detective que no la demorara pues tenía una fiesta de beneficencia a la que debía llegar y no podía dejar de ir. Al mencionar la casa, el detective se dio cuenta que había despertaba un recuerdo en la mujer, pues su apuro se desvaneció y se tuvo que sentar. Uno de sus empleados le trajo un vaso de agua y el detective tuvo que esperar hasta que la mujer hubo tomado mejor color.

 Resultaba que esa era la casa donde ella había crecido. El barrio donde estaban ahora las ruinas era uno de los más tradicionales de la ciudad y en su época había sido el centro de la vida de élite pero ahora era un barrio de estudiantes y artistas. A ella le cayó muy mal el hecho de saber que su casa de infancia ya no existía y no entendió nada de la pintura o del artista. Le aseguró al detective que no sabía nada de nadie que viviese allí pues ella recurría a una agencia inmobiliaria para que manejara sus bienes raíces. De hecho, ella ni recordaba que la casa seguía bajo su posesión. El detective la dejó entonces, todavía afectada por la noticia.

 Se dirigió entonces a la agencia inmobiliaria y allí fue casi imposible recibir una respuesta directa. Primero porque todo el mundo parecía inmerso en sus asuntos, en su trabajo y en todo lo que tenía que ver con lo que hacían allí. Incluso parecía que ni habían visto que el detective estaba allí de pie, como una lámpara. Cuando por fin detuvo a alguien para preguntar lo que necesitaba preguntar, le dijeron que esa información era confidencial. Él mismo tuvo que llamar a la dueña de la casa para aprobar que abrieran el archivo pero no sirvió de mucho: el lugar parecía estar subarrendado pues la persona que en teoría vivía allí era otra mujer mayor que ahora estaba en un hogar para gente mayor.

 Frustrado, el policía solo tenía a su esposa para explicarle lo mucho que quería solucionar todo eso. Sentía que la sonrisa del hombre era como la de la Mona Lisa, guardando un gran misterio que quién sabe si sería posible conocer alguna vez. Ella lo consolaba y le dijo que de pronto el fuego había consumido todo menos ese cuadro precisamente para perpetuar esa imagen tan poderosa que nadie nunca podría descifrar. Pero entonces el detective tuvo una idea. Besó a su mujer y le dijo que volvería en un rato.

 Cuando llegó al edificio donde trabajaba, no se dirigió a su oficina sino al archivo, donde se guardaban todos los objetos que encontraban en las escenas de los muchos crímenes que había en la ciudad. Pidió la llave de siempre y se dirigió a una caja donde estaba el tubo pero también otros objetos. Su mujer le había hecho caer en cuenta que el tubo no había sido el único sobreviviente del incendio. Había objetos pequeños que también habían sido recogidos por la limpieza de la escena, nada muy importante. Lo revisó todo con cuidado pero no encontraba lo que quería hasta que dio con un celular quemado.

 Pidió herramientas para sacar de él una memoria que no estaba dañada y allí encontró unas cien imágenes. La mayoría eran de sitios, de paisajes y demás. Pero había una en la que un hombre devolvía la mirada. No era el del cuadro pero era, tal vez, otro misterio resuelto. Era el artista, con manchas de pintura y sus pinceles, sentado en un taburete y sonriendo.

 Al día siguiente, por fin pudo el detective determinar que el nombre del artista era Jonás Hegel. Parecía un nombre extranjero pero no lo era. Era sobrino de la mujer que debía vivir en la incendiada, ella misma terminó recordando que lo dejó vivir con ella y que a veces invitaba a sus modelos para pintar en el ático. Pero recordaba también que al final era solo uno y por eso decidió irse, pues sabía que Jonás se había enamorado y pensaba que necesitaría todo el lugar para formar una familia. Lamentablemente, eso nunca pasó. Jonás murió después de esa exposición de arte, que había sido su primera y la única.


 Del modelo nunca se supo nada. La vieja mujer no recordaba su nombre y por mucho que el detective revisó fotos, archivos y demás, no pudo encontrar ni su imagen ni su nombre por ningún lado. Era como si la vida no quisiera que se supiera nunca quién había sido. Lo único que quedaba de él era esa pintura, ese cuerpo danzarín y esa sonrisa que duraría para toda la eternidad.