A esas horas, ya no había nadie en el museo.
Las salas que hasta hace algunos minutos habían estado llenas de turistas y
entusiastas del arte, ahora estaban en silencio extremo. El equipo de trabajo
del museo estaba reunido en las oficinas del primer piso, por lo que el resto
del lugar estaba completamente solo. O eso parecía porque en el tercer piso,
del lado oriental, una extraña sombra se formaba en frente de uno de los
cuadros más representativos del expresionismo. La sombra era como una imagen
distorsionada, como si la realidad tuviese una arruga.
Pasados cinco minutos, la “arruga” en el aire
se hizo mucho más notoria, hasta que tomó forma humana y se solidificó allí
mismo, delante de incontables obras de arte que tenían un valor incalculable.
En las cámaras de seguridad no aparecía nada porque todo había sido pensado con
cuidado, incluso la ropa que vestía el hombre, porque parecía hombre, que
apareció de la nada en la mitad del corredor.
La luz artificial que iluminaba el museo en
las últimas horas de apertura todavía estaban encendidas y no se apagarían
hasta que la reunión en las oficinas terminara. Por lo que el hombre que había
aparecido tenía la mejor visión de todos los cuadros. Pero, por alguna razón,
no parecía interesado en ninguno de ellos. Casi sin moverse, como si flotara
sobre el suelo, se desplazó por la hermosa galería hasta un ventanal enorme
lleno de colores y formas. Con cuidado, miró a través del vidrio.
El “hombre” tenía los ojos rojos, como si
estuvieran siendo consumidos por un fuego increíble. El hecho de que no
caminara como la gente normal lo hacía todavía más raro y había algo más: no
parecía respirar. Es decir, su pecho no bajaba y subía como el del resto de las
personas normales. Estaba quieto todo el rato. Ni siquiera parecía ser capaz de
hablar pues no movía la boca para nada. Parecía que la tenía sellada, apretada
por alguna razón que nadie entendería.
Estuvo mirando por entre los vidrios de
colores un buen rato hasta que, por fin, las luces del museo se apagaron. Justo
después se sintió un zumbido en el aire y la criatura, fuese lo que fuese, supo
que los protocolos de seguridad estaban en marcha, por lo que debía apurarse.
Incluso si las cámaras no lo detectaban y pudiese evitar los puntos de presión
y detectores de movimiento, todavía existían los vigilantes de carne y hueso
quienes seguramente lo verían sin problema.
Todo había sido previsto. La criatura, que
parecía tanto un ser humano pero era obvio que no lo era, se desplazó como una
pieza de ajedrez hasta el otro lado del corredor, quedando en el nodo donde la
gente bajaba o seguía subiendo escaleras. Allí, hizo algo impresionante:
atravesó el suelo.
Su cuerpo apareció en el piso de abajo como si
nada. Lo volvió a hacer y entonces estuvo en el primer piso, también sumido en
la oscuridad. Flotó con agilidad hasta la recepción del edificio, donde la
gente compraba sus entradas y recibían información, y se quedó allí mirando el
suelo y todo lo que había a su alrededor. Era obvio que veía algo que los seres
humanos comunes y corrientes no podían ver, pues parecía absorto, como
procesando una cantidad de información increíble.
Lo que pasaba era que podía ver las huellas,
el rastro biológico dejado por los miles de turistas que habían visitado el
museo ese día. Y con solo eso, podía ver sus rostros, reconstruir sus cuerpos y
saber quienes eran y en que estaban pensando cuando habían entrado al lugar.
Era algo que requería mucha concentración y fortaleza, pues recibir tanto
información podía hacer colapsar a cualquiera. Pero la criatura aguantó con
facilidad y se alejó de allí de golpe, flotando hacia las oficinas.
Estas estaban ubicadas en un pasillo
restringido a un costado de la tienda de recuerdos. La criatura se desplazó más
lentamente por allí, pues parecía sentir algo, como si estuviese recibiendo
información mientras caminaba. Pasó de largo una, dos y tres puertas hasta que
llegó a una escalera y se quedó quieto. Miró el suelo por unos minutos y
entonces, de nuevo, se deshizo en el suelo y atravesó dos pisos como si fuera
lo más normal del mundo.
Ya abajo, en el segundo sótano, se desplazó
hacia la puerta marcada: LABORATORIO. Al atravesar la puerta, sintió de golpe
algo extraño en su espalda y entonces la expresión de su rostro cambió
dramáticamente. Ya no era una expresión calmada y en paz sino más bien una
mueca horrible de miedo que parecía no poder controlar. Miró a un lado y a otro
y de pronto se lanzó sobre una nevera, al mismo tiempo que se abría la puerta y
un vigilante entraba con la pistola en alto.
El hombre gritó: “¿Quien anda ahí?”, pues
estaba seguro que había visto algo, que incluso lo había sentido mientras hacia
su ronda por el pasillo. Como estaba oscuro no sabía lo que había sido, pero
años de experiencia le decían que no era su imaginación y que no había nada
sólido por esos lados que se sintiera como lo que había tocado hacía un rato.
Apuntó su pistola a cada uno de los objetos
del laboratorio, pero no había nada fuera de lo normal. Encendió una pequeña
linterna y revisó las mesas, los archiveros, las neveras con especímenes en
pruebas e incluso el inmaculado suelo blanco. No había nada. De pronto se lo
había imaginado todo pero había sido tan real…
Apenas salió del lugar, la criatura atravesó
de nuevo la nevera para posarse en el centro de la habitación. Volvía a tener
su expresión de tranquilidad y se quedó allí, probablemente pensando en su
siguiente movimiento. Pero no era pensar lo que hacía, era más analizar sus
opciones pues había llegado al lugar que había estado buscando. Volteó a mirar
la pantalla de una computadora de mesa apagada y de golpe esta se encendió y
pareció operar a máxima velocidad.
Se abrieron archivos de todo tipo de golpe y
parecía que la criatura controlaba todo con su mente, abriendo y cerrando
archivos fotográficos, lo que parecían ser reportes de campo, descripciones de
objetos y cuadras y demás detalles que debían hacer parte del enorme catalogo
del museo. Lo revisó todo en unos minutos y, cuando terminó, supo donde estaba
lo que buscaba.
De un salto, atravesó el techo varias veces
hasta llegar al segundo piso. Allí flotó a toda velocidad, pasando por el lado
de otro agente de seguridad que estuvo seguro de haber visto una sombra pasar
frente a él pero como después no vio nada, lo atribuyó a su nueva dieta que no
le permitía comer tanto como antes. La criatura llegó a una sala pequeña, donde
habían en exhibición varios objetos de una antigua cultura, cosas como platos,
vasijas, armas y utensilios de belleza.
Los miró con sus ojos rojos fascinado. Estaba
cerca de lo que buscaba pero era difícil no distraerse con siglos, tal vez
milenios de culturas que no conocía y que hacían de su viaje algo mucho más
interesante. Fijó su atención en una abertura muy bien disimulada en uno de los
muros de la habitación y, una vez más, cruzó la pared hacia el otro lado. Llegó
entonces a un cuarto pequeño y frío, una bodega, donde había dos armarios
metálicos y tres cajas de seguridad.
Las miró con atención y eligió la caja de
seguridad que estaba más al a izquierda. No necesitaba combinaciones ni nada
por el estilo. Con solo pensarlo era suficiente. Metió la mano en la caja y la
sacó con lo que había estado buscando por todo ese rato, con aquello que tanto
necesitaban él y su gente para poder sobrevivir en su tiempo.
Era una moneda maya, de un tamaño más grande
del de una moneda normal. Tallado encima estaba el famoso calendario que, para
la criatura, develaba todos los misterios que necesitaba responder. Era de suma
importancia que llevara ese objeto de vuelta pues era, al parecer, el único que
podía ayudarlos para evitar una catástrofe de proporciones apocalípticas.
De repente, se oyó un disparo y la criatura se
sintió de pronto débil. Dejó caer la moneda al suelo, la cual se partió en tres
pedazos. Su última visión fue la de un hombre aterrorizado, con una pistola en
alto, mirándolo como si fuera alguna clase de monstruo.