Aunque mucha gente no lo creía, ser guía de
museo era un trabajo que se podía hacer a tiempo completo, sobre todo si se
toma en cuenta que hay que saber mucho de todo, tanto de las piezas que hay en
el lugar así como de la historia de cada uno de los periodos de la humanidad
que venían a encontrarse en el museo. Felipe sabía lo suficiente de todo para
poder dar un tour agradable y lleno de información curiosa que los visitantes
podrían encontrar interesante y así pasar el conocimiento a otros. Él hablaba
cuatro idiomas, por lo que su ingreso en el puesto había sido bastante
sencillo, y eso que había estado buscando trabajo por varios meses. Pero allí
por fin había encontrado un ambiente agradable y la verdad era que no se había
fijado lo mucho que le agradaban las personas.
No era el tipo más social de la vida, jamás lo
había sido. Nunca le habían gustado las aglomeraciones y mucho menos si había
ancianos que no podían oír o niños que no paraban de hacer ruido. Pero se dio
cuenta que, en un museo, las condiciones cambiaban y todo el mundo se
comportaba de repente como si estuviese en un lugar sagrado. Y según el jefe de
personal del museo, eso era precisamente lo que ellos como guías debían tener
en mente: el respeto por el lugar y transmitírselo a los visitantes para que no
hubiera ningún tipo de incidentes en las visitas. Y en su primer mes, no hubo
nada de eso. La gente se había comportado a la altura de las circunstancias y
pensaba que siempre iba a ser así.
Después, con el pasar del tiempo y el cambio
de temporada, Felipe se dio cuenta que no toda la gente era la misma. De pronto
empezaron a llegar más turistas de otras ciudades e incluso algunos de otros
países y entonces los grupos se volvieron algo más difícil de manejar. Sus
paseos guiados por el museo normalmente tomaban una hora entera, pues
apreciaban ciertas obras, se explicaba la organización del museo, el sentido de
cada cosa y las etapas históricas y en fin. En esos días de alta afluencia,
hacer un recorrido tan largo era un karma pues la gente se dispersaba o hablaba
en su mismo volumen de voz o simplemente gritaban como locos, como si estuviera
en una pista de carreras o algo por el estilo.
Pero, haciendo como le habían dicho, Felipe
continuaba con el tour y la gente, o al menos la mayoría, lo seguía y cortaba
su vida social mientras él explicaba lo que tenía que explicar. Sin embargo,
era muy difícil cuando la mitad del grupo estaba distraído, los extranjeros
preocupados por ver si tenían suficientes fotos, los nacionales haciendo comparaciones
odiosas museos en sus ciudades o con ciudades en las que nunca habían estado y
siempre un niño o infante llorando o quejándose por algo. Era casi un milagro
que Felipe pudiese recordar todo lo que tenía que decir. Cuando esos tures
guiados terminaban, descansaba de sobre manera.
Sin embargo, un día llegó un grupo
particularmente grande y tuvo que ser dividido en dos. Inmediatamente, Felipe
supo que se había quedado con la peor parte pero prefirió no quejarse y hacer
lo mismo de todos los días. El clima ese día era particularmente cálido, de ese
calor que parece pegarse por todos lados. Apenas empezó el recorrido, Felipe
escuchaba la voz lejana de un hombre que parecía que tuviera un tambor en la
garganta. Era una voz demasiado grave y todo el mundo la escuchaba con
facilidad, incluso con el barullo que se formaba en el atrio principal del
museo. Durante los primeros quince minutos, el vozarrón fue constante. Felipe
trataba de ignorarlo pero era como ignorar un abejorro gigante que no hace sino
zumbarte en las orejas y hacerte cosquillas.
Llegaron a un salón circular, en el que había
una hermosa estatua antigua, y mientras Felipe les explica a los más
interesados el porqué de esa ubicación para esa pieza en particular, el
vozarrón empezó a escucharse con más fuerza y en un momento la voz del guía
quedó apagada, aún más cuando, por primera vez en su tiempo como guía
turístico, perdió por completo el hilo del a conversación y tuvo que quedarse
callado, dándole paso completo a la voz tan horrible que ocupaba cada rincón
del lugar. No fue difícil identificar al monstruo dueño de la voz, al cual se
acercó tocándole el hombro. La mola se dio vuelta, sin dejar de hablar, y se
quedó mirando a Felipe como si fuera un insecto especialmente repugnante.
El joven le preguntó al hombre, casi a gritos
porque este no paraba de hablar y estaba a punto de girarse de nuevo, si él
había pagado por el recorrido con guía o si estaba por su cuenta. Por fin el
hombre dejó de hablar y fue como si la presión saliera por todas las puertas
pero en verdad la presión solo subía porque la forma en que el tipo veía a
Felipe era cada vez más ofensiva. Al no responder nada, Felipe preguntó de
nuevo y todos los que estaban en el salón habían dejado de hablar, llorar, ver
sus celulares o apreciar el arte. Todos se quedaron mirando al pequeño y algo
flacucho Felipe frente al dinosaurio que tenía en frente, que parecía una gran
roca con piernas y brazos.
El hombre por fin respondió que había pagado
por el recorrido guiado a lo que Felipe le respondió que, en ese caso, debía
guardar silencio durante las explicaciones porque o sino se perdería de la
información. El tipo se rió y le argumentó que esa información era la misma que
estaba en varios de los letreros por todo el museo y que Felipe no debería
sentirse tan especial por estar repitiendo información como si fuese un loro.
Con un control envidiable, Felipe le dijo que por favor evitara hablar o al
menos hablara en voz baja pues no dejaba que los demás disfrutaran el
recorrido. El hombre se dio la vuelta e ignoró a Felipe y este hizo lo mismo y
prosiguió con el recorrido.
Pasaron otros quince minutos cuando otra vez
la voz parecía no tener rivales. Tuvo que advertirle de nuevo al tipo y algunas
personas lo apoyaron esta vez, pues Felipe estaba contando una historia de
romance y traición muy interesante relacionada con el cuadro más grande que
tenían en el museo. Pudo seguir con la historia e incluso relacionarse más con
algunos turistas pues el grupo era una mezcla increíble de gente que estaba
allí para aprender más y otros que solo habían venido porque lo sentían como
una obligación al venir a la ciudad. Lo bueno era que muchos del segundo grupo
se limitaban a mirar sus celulares y poco más y eso no lo molestaba en absoluto
pues no estorbaban a nadie con eso.
Solo en un cuarto oscuro que luego se aclaraba
para revelar objetos antiguos y sagrados para las tribus que solían vivir en la
zona, solo allí todo el mundo se quedó callado y quedó fascinado con lo que
vio. Pero entonces el tipo de la voz gruesa comenzó de nuevo. La gente ya no
estaba para eso pues el recorrido ya casi iba a terminar y muchos le pedían que
se callara. Felipe pensó que el tipo iba a hacer caso, como en las otras
ocasiones, pero no fue así. Cuando el joven se dio cuenta, el tipo grande había
cruzado la mitad de la sala en la penumbra en la que estaban y le había pegado
un puño en el estomago a uno de los otros miembros del recorrido. Cuando Felipe
lo vio, estaba en el piso.
Corrió a su lado y le pidió a algunos otros
turistas que lo ayudaran para que se levantara y vieran que pasaba. Entonces
Felipe se dio la vuelta e interrumpió el silencio casi ceremonial de todos en
la sala. En voz tan alta como pudo, le preguntó a la mole que clase de persona
golpeaba a alguien en la oscuridad y en un museo. Felipe tomó su comunicador
pero cuando iba a hablar el tipo se lo quitó y le pegó un puño en la cara. La
gente empezó a gritar y a pedir que abrieran la sala, que se sellaba automáticamente
cada cierto tiempo para que la gente viviera una experiencia única, aunque no
exactamente como la que estaban viviendo en ese momento.
El hombre se acerco a Felipe pero este le tomó
del brazo y, con una agilidad que asombró a muchos, tomó al grandote por detrás
y trató de someterlo como pudo, aunque la diferencia de alturas y de pesos no
estaban ayudando en nada a Felipe. Entonces empezó la pelea real: se daban
puños y golpes bajos y la gente ayudaba apoyando, casi todos, al guía. Una
mujer incluso le pegó al grandote con su bolso y un tipo que salió de la nada
le pegó un puño en el costado a Felipe. El caso fue que alguien le cogió el
comunicador y los de seguridad abrieron rápidamente la sala pero Felipe les
impidió la salida pues se había cometido un delito y no podían salir así no más
como si nadie hubiese visto nada.
La policía llegó y le tomaron declaración a
todos. El tipo que lo había golpeado en el costado era el amigo al que el
grandulón le había hablado todo el tipo. El señor que había sido golpeado primero
no se veía bien y su esposa explicó que sufría del estomago. Felipe tenía
moretones y tuve que ser atendido por paramédicos. Pensó que iba a ser
despedido sin duda porque no era normal que un guía y un turista se cogieran a
puño limpio pero lo que no recordaba era que en la sala oscura había cámaras y
él había quedado como un héroe, el héroe del museo.