El lugar estaba repleto de policías y de
personal de varias entidades del gobierno. Era seguro que un apartamento tan
pequeño, nunca había estado tan lleno de gente. Unos salían con bolsas, otros
con papeles que acababan de llenar con la información que debían proveer. Los
forenses eran los únicos que no habían salido desde el momento en el que habían
entrado. El cuerpo que había en el lugar tenía que ser sacado de manera muy
delicada pues se podrían comprometer pruebas si no se le daba el trato adecuado.
Tenían que ser cuidadosos.
Era el cuerpo de un hombre, de unos treinta
años de edad. Estaba completamente desnudo aunque, alrededor de la cintura,
tenía la marca del caucho de un bóxer, lo que quería decir que había tenido
puesto uno no mucho antes de ser asesinado. Estaba en el centro de la sala de
estar, estrellado contra una mesa de vidrio que se había roto en mil pedazos
apenas el cuerpo había chocado con ella. Los pedazos habían volado a cada
rincón del apartamento. El pobre hombre podía haber muerto por la pérdida de
sangre o por el impacto, era difícil definirlo.
Cuando habían llegado, ya todos los oficiales
tenían los papeles del apartamento que ponían de propietario al hombre desnudo
de la sala. Alguien había entrado en su casa y lo había asesinado con rabia.
Era una escena horrible pues la alfombra blanca se había teñido de rojo y el
olor a metal del hierro en la sangre era bastante fuerte. Uno de los ayudantes
del equipo médico vomitó apenas entró al apartamento y tuvo que ser sacado al
instante pues había comprometido la escena del crimen. No era fácil para gente
nueva en el tema.
La detective Martínez, en cambio, llevaba años
trabajando en casos igual o mucho más violentos que ese. De hecho, este parecía
un poco más fácil que otros pues parecía que habían robado algo y el
propietario del lugar estaba muerto. Con solo atrapar a una persona, ya tendría
resuelto el crimen. Era algo que no pasaba muy a menudo. Normalmente estos
casos de asesinato tenían una y mil vueltas que a veces terminaban en lugares
en los que nadie se hubiese esperado terminar. Así de difícil era la vida de un
detective, contemplando a diario vidas que habían sido cortadas de tajo.
La mujer caminó de nuevo hacia la habitación
del apartamento y vio como los cajones y el armario habían sido casi
destrozados, como por alguien que busca algo con desespero. La cama estaba
destendida pero solo el cubrecama estaba en el suelo. No había rastro de
sabanas por ningún lado. La detective corrió a la lavadora que había en la
cocina y encontró que estaba encendida y las sábanas adentro todavía no habían
secado por completo. Es decir, que alguien había puesto a lavarlas hacía
relativamente poco y podía apostar que no había sido el dueño del lugar.
Envió las sábanas al laboratorio y las hizo
revisar. El agua caliente seguramente había destruido cualquier evidencia pero
no se perdía nada con intentar. Mientras se llevaban la ropa de cama, la mujer
volvió a la habitación y empezó a revisar cada rincón con mucho cuidado.
Encontró varios pelos que guardó en una bolsita de plástico. Cuando los vio
contra la luz de la mañana, se dio cuenta de algo que seguramente le diría una
revisión a profundidad: no era el cabello del hombre de la sala. El de la bolsa
estaba teñido de azul y el del hombre era completamente castaño.
También envió los
cabellos al laboratorio y les dijo que lo hicieran rápido porque había cosas
que no estaban claras respecto a todo lo que tenía que ver con ese apartamento.
Lamentablemente, no había persona de seguridad en el edificio así que no había
a quien preguntarle nada y como era una de esas viejas estructuras
rehabilitadas del centro de la ciudad, no tenía cámaras de vigilancia todavía,
solo en los niveles de parqueo y el hombre muerto no tenía ningún vehículo a su
nombre. Había muy pocas maneras de resolver el misterio.
Después de terminar con varias fotos del
cuerpo y de cada una de las evidencias potenciales, los oficiales se llevaron
todo en bolsas y los forenses, con el mayor cuidado posible, pusieron el cuerpo
en una bolsa y se lo llevaron para revisión exhaustiva. La mujer detective se
quedó un rato más, mirando por todos lados. El espejo roto del baño ya lo había
visto y habían tomado la sangre que había en el suelo Probablemente el invasor
había empujado la cabeza del hombre muerto contra el espejo, rompiéndolo y
seguramente causándole alguna fractura.
De resto no había mucho que ver. No habían
fotos enmarcadas ni nada por el estilo. Justo cuando iba de salida, un oficial
le informó a la detective que se había encontrado un portátil estrellado contra
el suelo en la parte trasera del edificio. Era de suponer que quien hubiese
entrado al apartamento, lo hubiese tirado por una ventana, la del baño que era
la que daba para ese lado. Al preguntar si habían encontrado un celular, el
oficial negó con la cabeza. Era muy inusual que alguien de la edad de la
victima no tuviese un teléfono consigo.
La mujer salió del edificio y tiró los guantes
en el asiento del copiloto de la patrulla que manejaba. Se dirigió a la
estación a hacer algo de papeleo y luego se encaminó a su casa, donde su marido
y su hija estaban a punto de dormir. Había veces que no los veía tanto como
quisiera. Persiguió a su pequeña por el cuarto, jugando un poco antes de
acostarse a dormir. Cuando la estaba metiendo en la cama le vibró el celular
pero no lo miró hasta que su hija estuviese dormida.
Al parecer habían encontrado algunos pelos en
las sabanas de la lavadora y eran de la misma persona que poseía los pelos que
estaban en la habitación, Lo interesante, es que esa persona no era el dueño
del apartamento. Martínez se disculpó con su marido y él la besó y la abrazó
antes de irse. Le pidió que se cuidara y que le contase todo cuando pudiera.
Sabía que eso la ayudaba a mantenerse cuerda con semejante trabajo. En cuestión
de minutos estuvo en los laboratorios de la policía, donde también habían
determinado que el hombre sí había muerto por desangramiento.
Sin embargo, se habían encontrado en su cuerpo
varios rastros de golpes, incluso costillas rotas. Alguien lo había golpeado y
lo había lanzado contra la mesa, matándolo lentamente. La mujer suponía que tal
vez el hombre había peleado con su atacante y por eso no estaba vestido. Su
ropa interior habían sido encontrada en las sábanas y parecía que había estado
manchada pero lo poco que quedaba no era suficiente para identificar nada. El
asesino había sido cuidadoso de no dejar rastro. O casi porque en las sabanas
si encontraron sangre.
Pero al revisar con los aparatos, se dieron
cuenta que no era la sangre del muerto sino de alguien más. Tal vez era del
asesino. Pero cuando la trataron de contrastar con la base de datos de los
servicios de salud, salió que era propiedad de un joven que no parecía tener la
fuerza para luchar contra la victima. Además, según la revisión que habían
hecho, la sangre estaba mezclada con algo más. Era semen lo que había en las
sábanas con las manchas rojas y que la lavadora no había limpiado a fondo. Lo
que tenían, sin embargo, había sido deteriorado por el agua y el detergente.
Martínez reconstruyó lo que parecían ser los
hechos: la victima había estado con alguien en su cama y lo había hecho
sangrar. Pero eso no explicaba su muerte. Fue entonces cuando los forenses
definieron que la muerte de la victima había ocurrido hacía unas quince horas.
Por los ajustes de la lavadora y la humedad de las sabanas, saltaba a la vista
que la victima ya estaba muerta cuando la ropa de cama fue manchada de semen y
de sangre. Lo oído por los testigos lo comprobaba pues habían escuchado gritos
y el estallar del portátil contra el suelo, algo más tarde.
En ese computador encontraron fotos que aclararon
un poco la investigación: el hombre muerto tenía muchas fotos de carácter romántico
con el joven que habían encontrado por información del sistema de salud. Al
parecer tenían una relación de hace meses. Pero si no había sido el occiso el
que había tenido relaciones con el otro joven, ¿entonces quien había sido? Martínez
suspiró y se dio cuenta de que estaba no solo contemplando un caso de asesinato
sino, seguramente, también uno de violación.