Otra vez lo vi. Estaba en uno de esos
callejones largos, de esos que parecen no tener fin. A un lado y al otro había
afiches viejos, cayéndose a pedazos al suelo mojado. También algunos grafitis,
tanto de aquellos que quieren desligarse de la sociedad como de aquellos que
quieren integrarse, que buscan desesperadamente dejar su marca en el mundo para
así decir “Aquí estuve”. Pero yo paso corriendo por entre la suciedad,
salpicando agua llena de mugre a un lado y al otro. Es entonces que me doy
cuenta que estoy descalzo.
¿Qué estoy
haciendo? ¿Dónde estoy? No sé responder a ninguna de esas preguntas esenciales.
No recuerdo como llegué hasta allí ni porque corro con los pies descubiertos.
Solo sé a quién persigue y siento, sé, que él está allí adelante. Tal vez no me
espera y tal vez ni siquiera sepa que lo estoy buscando, pero estoy tan cerca
de lograrlo que la verdad solo me concentro en mi mismo y en nadie más. Sigo
mojando mis pies hasta que por fin llego al final de ese largo corredor
mugriento, que resulta ser una sala de estar.
Cuando volteo a ver, ya no hay rastro del
corredor ni de la calle ni del agua mugrienta. Sin embargo, mis pies siguen
descalzos, aunque secos. Por un breve momento me quedo mirando mis pies, mis
dedos en movimiento. Sé que algo quiere decir pero solo me rio como un tonto y
alzo la vista para ver donde estoy ahora. Sí, es una sala de estar con todo y
televisor, sofá, una ventana bien iluminada, cuadros varias e incluso
fotografías. Cuando me acerco a verlas, caigo en cuenta de que los personajes
en ellas son miembros de mi familia.
Pero esa casa no es una que yo reconozca. Sé
que nunca jamás había estado allí pero, al mismo tiempo, siento que la conozco
de alguna manera. Es cuando me siento en el sofá por un momento cuando me doy
cuenta de dónde conozco el lugar. De nuevo me rio como tonto, pues estoy
sentado en el sofá de una familia famosa que nunca conoceré. Mi mente está
jugando conmigo de la manera más extraña, a menos que no sea mi mente la que
está haciendo todo esto. Tal vez algo más está ocurriendo y no me estoy
enterando.
Un sonido en el cuarto contiguo me alerta de
la presencia de alguien más. Algo me dice que es él. Corro hacia allí, viendo
como hay platos rotos en el suelo y la puerta del patio está abierta. Cuando
salgo por ella, la casa animada desaparece y me encuentro en un lugar más
familiar pero alterado dramáticamente. Parece como si una guerra hubiese
estallado y no hubiesen quedado sino escombros de los edificios y casa que
conocía. Era mi barrio, el de siempre, el que había conocido caminando de un
lado al otro, el que había visto desde mi ventana en incontables ocasiones.
Estaba todo destruido, con montones de piedras
humeantes a un lado y al otro. No sabría decirlos a un lado y al otro de qué,
puesto que ya no puedo ver calles ni cuadras ni nada por el estilo. Solo veo
rocas unas encima de las otras y nada más. Sin embargo, sé que él está ahí.
Recuerdo de golpe su sonrisa, que es lo único que me queda de él. Puedo ver su
rostro con toda claridad, esbozando esa sonrisa que ha quedado marcada en mi
mente. Casi siento que puedo extender una mano y tocarlo pero no es así. El
mundo está ahí.
Camino por lo que se sienten como horas hasta
que por fin encuentro una salida de ese lugar tan horrible. Es una tienda,
grande, de esas que venden de todo. Está tan sola como el resto de ese mundo
pero al menos está de pie. La puerta suena al abrirla, lo que me estremece un
poco, pero sigo de todas maneras. Adentro, todo está tal como debería de estar
en un día de mucho movimiento. La única diferencia es que el lugar parece estar
abandonado. No hay ni un solo cliente ni un solo vendedor.
Y sin embargo, toda la ropa está perfectamente
organizada, todos los colores y las luces vibran con un felicidad extraña y las
máquinas funcionan como si nada raro estuviese ocurriendo. Me acerco lentamente
a una escalera eléctrica y leo en un panel que la sección de hombres está en el
tercer piso. De alguna manera, no me pregunten cual, sé que él está allí. Tal
vez esté comprando algo para sí mismo o incluso, temo incluso pensarlo, está
adquiriendo algo para mí. Pero lo único cierto es que no estoy seguro de nada.
Me subo a uno de los escalones y hago lo mismo
con los siguientes tramos de escaleras eléctricas. Solo subo y espero que me
lleven al siguiente nivel, sin pensar en moverme para nada. Algo me dice que
estoy cerca pero también puede ser que me esté imaginando cosas. Más cosas,
quiero decir. Cuando llego al tercer piso, atravieso el área con los trajes
formales y paso por enfrente de las corbatas y corbatines. Por alguna razón,
mis pies desnudos caminan con premura hacia un rincón de la tienda.
Paso casi volando por entre la ropa deportiva,
viendo algo de desorden en esa zona. Me intriga y me dan ganas de detenerme a
investigar porqué esa es la única zona desordenada en toda la tienda, pero mis
pies no me dejan detenerme. Ellos me llevan y yo no puedo rehusarme. Entramos
al sector de la ropa interior y mis pies se detienen frente a un muro lleno de
paquetes de diferentes tipos de calzoncillos y pantalones cortos para hombre.
Miro mis pies y parecen estar bien. Pero yo no entiendo qué es lo que me
quisieron decir. Sé que algo buscaban, lo sé. Pero ciertamente no es evidente.
Toco la pared, tocando también las cajas de
ropa interior, todas con fotos de hombres inconcebibles en las portadas. Trato
de no mirarlos pero algo me hace observar sus expresiones. Al comienzo, es como
ver a través de una ventana sucia. Pero cuando dejo de empujar y de tocar y me
alejo un poco, caigo en cuenta de algo que hace que me tape la boca y diga una
grosería en voz baja. El hombre inconcebible en todas las cajas es el mismo y
su cara es idéntica, o mejor dicho, es la del hombre que he estado siguiendo
todo este tiempo.
Justo entonces, oigo el sonido de una puerta
que se abre ligeramente, a unos pocos metros de donde estoy. Cuando me acerco,
veo que da acceso a una escalera interna, como las que se usan para evacuar
gente durante un incendio. Sé que tengo que subir lo que sea necesario y allá
arriba lo encontraré por fin. Mientras subo los escalones, sin apuro, me
pregunto si de verdad lo podré ver y si podré escuchar su voz. Creo que eso
sería demasiado pedir pero, como dicen algunos, soñar no cuesta nada. Una
mentira pero ayuda.
Cuando por fin llego al último rellano, abro
la puerta que hay allí y salgo directamente al techo del edificio. Pero no
parece ser el techo de una tienda por departamentos, en especial porque cuando
entré era de día y ahora es de noche. Además, hay varios edificios altos
alrededor, todos construidos con una idea arquitectónica bastante definida.
Terminan en punta y están adornado por todos lados con figuras de piedra que se
ven incluso más aterradoras a la luz de la Luna, que empieza a salir de entre
las nubes.
Camino un poco y entonces lo veo. Es él. Me
acerco lentamente y me pongo a su lado. Lo miro y sonrío. Está vestido de forma
extraña, con un disfraz completamente negro, completo con capa y máscara. Sé
que es él, pero está disfrazado de uno de mis ídolos de la niñez. Parece
apropiado y por eso me quedo allí de pie, en silencio, mientras él vigila la
ciudad desde lo alto. Siento cierto tensión entre los dos y me gustaría
preguntarle si él siente lo mismo, pero no quiero interrumpir lo que hace, pues
parece ser importante.
Pasados unos minutos, el hombre disfrazado
voltea la cabeza y me mira. Su sonrisa no está pero sé que es él. Me mira
directo a los ojos, como tratando de sondear mi alma a través de ellos, a ver
si yo de verdad sí soy yo. Instintivamente, tomo una de sus manos, esperando
que me reconozca.
Y lo hace. Se acerca a mi y me da un beso
suave y reconfortante. No dura mucho pero es el abrazo posterior el que sella
el momento para mí. Me pongo a llorar sin razón alguna y es entonces cuando el
se separa un poco, me acaricia el rostro y luego salta del edificio. Allá va de
nuevo. Nos volveremos a ver.