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viernes, 28 de octubre de 2016

Sangre como prueba

   El lugar estaba repleto de policías y de personal de varias entidades del gobierno. Era seguro que un apartamento tan pequeño, nunca había estado tan lleno de gente. Unos salían con bolsas, otros con papeles que acababan de llenar con la información que debían proveer. Los forenses eran los únicos que no habían salido desde el momento en el que habían entrado. El cuerpo que había en el lugar tenía que ser sacado de manera muy delicada pues se podrían comprometer pruebas si no se le daba el trato adecuado. Tenían que ser cuidadosos.

 Era el cuerpo de un hombre, de unos treinta años de edad. Estaba completamente desnudo aunque, alrededor de la cintura, tenía la marca del caucho de un bóxer, lo que quería decir que había tenido puesto uno no mucho antes de ser asesinado. Estaba en el centro de la sala de estar, estrellado contra una mesa de vidrio que se había roto en mil pedazos apenas el cuerpo había chocado con ella. Los pedazos habían volado a cada rincón del apartamento. El pobre hombre podía haber muerto por la pérdida de sangre o por el impacto, era difícil definirlo.

 Cuando habían llegado, ya todos los oficiales tenían los papeles del apartamento que ponían de propietario al hombre desnudo de la sala. Alguien había entrado en su casa y lo había asesinado con rabia. Era una escena horrible pues la alfombra blanca se había teñido de rojo y el olor a metal del hierro en la sangre era bastante fuerte. Uno de los ayudantes del equipo médico vomitó apenas entró al apartamento y tuvo que ser sacado al instante pues había comprometido la escena del crimen. No era fácil para gente nueva en el tema.

 La detective Martínez, en cambio, llevaba años trabajando en casos igual o mucho más violentos que ese. De hecho, este parecía un poco más fácil que otros pues parecía que habían robado algo y el propietario del lugar estaba muerto. Con solo atrapar a una persona, ya tendría resuelto el crimen. Era algo que no pasaba muy a menudo. Normalmente estos casos de asesinato tenían una y mil vueltas que a veces terminaban en lugares en los que nadie se hubiese esperado terminar. Así de difícil era la vida de un detective, contemplando a diario vidas que habían sido cortadas de tajo.

 La mujer caminó de nuevo hacia la habitación del apartamento y vio como los cajones y el armario habían sido casi destrozados, como por alguien que busca algo con desespero. La cama estaba destendida pero solo el cubrecama estaba en el suelo. No había rastro de sabanas por ningún lado. La detective corrió a la lavadora que había en la cocina y encontró que estaba encendida y las sábanas adentro todavía no habían secado por completo. Es decir, que alguien había puesto a lavarlas hacía relativamente poco y podía apostar que no había sido el dueño del lugar.

 Envió las sábanas al laboratorio y las hizo revisar. El agua caliente seguramente había destruido cualquier evidencia pero no se perdía nada con intentar. Mientras se llevaban la ropa de cama, la mujer volvió a la habitación y empezó a revisar cada rincón con mucho cuidado. Encontró varios pelos que guardó en una bolsita de plástico. Cuando los vio contra la luz de la mañana, se dio cuenta de algo que seguramente le diría una revisión a profundidad: no era el cabello del hombre de la sala. El de la bolsa estaba teñido de azul y el del hombre era completamente castaño.

También envió los cabellos al laboratorio y les dijo que lo hicieran rápido porque había cosas que no estaban claras respecto a todo lo que tenía que ver con ese apartamento. Lamentablemente, no había persona de seguridad en el edificio así que no había a quien preguntarle nada y como era una de esas viejas estructuras rehabilitadas del centro de la ciudad, no tenía cámaras de vigilancia todavía, solo en los niveles de parqueo y el hombre muerto no tenía ningún vehículo a su nombre. Había muy pocas maneras de resolver el misterio.

 Después de terminar con varias fotos del cuerpo y de cada una de las evidencias potenciales, los oficiales se llevaron todo en bolsas y los forenses, con el mayor cuidado posible, pusieron el cuerpo en una bolsa y se lo llevaron para revisión exhaustiva. La mujer detective se quedó un rato más, mirando por todos lados. El espejo roto del baño ya lo había visto y habían tomado la sangre que había en el suelo Probablemente el invasor había empujado la cabeza del hombre muerto contra el espejo, rompiéndolo y seguramente causándole alguna fractura.

 De resto no había mucho que ver. No habían fotos enmarcadas ni nada por el estilo. Justo cuando iba de salida, un oficial le informó a la detective que se había encontrado un portátil estrellado contra el suelo en la parte trasera del edificio. Era de suponer que quien hubiese entrado al apartamento, lo hubiese tirado por una ventana, la del baño que era la que daba para ese lado. Al preguntar si habían encontrado un celular, el oficial negó con la cabeza. Era muy inusual que alguien de la edad de la victima no tuviese un teléfono consigo.

 La mujer salió del edificio y tiró los guantes en el asiento del copiloto de la patrulla que manejaba. Se dirigió a la estación a hacer algo de papeleo y luego se encaminó a su casa, donde su marido y su hija estaban a punto de dormir. Había veces que no los veía tanto como quisiera. Persiguió a su pequeña por el cuarto, jugando un poco antes de acostarse a dormir. Cuando la estaba metiendo en la cama le vibró el celular pero no lo miró hasta que su hija estuviese dormida.

 Al parecer habían encontrado algunos pelos en las sabanas de la lavadora y eran de la misma persona que poseía los pelos que estaban en la habitación, Lo interesante, es que esa persona no era el dueño del apartamento. Martínez se disculpó con su marido y él la besó y la abrazó antes de irse. Le pidió que se cuidara y que le contase todo cuando pudiera. Sabía que eso la ayudaba a mantenerse cuerda con semejante trabajo. En cuestión de minutos estuvo en los laboratorios de la policía, donde también habían determinado que el hombre sí había muerto por desangramiento.

 Sin embargo, se habían encontrado en su cuerpo varios rastros de golpes, incluso costillas rotas. Alguien lo había golpeado y lo había lanzado contra la mesa, matándolo lentamente. La mujer suponía que tal vez el hombre había peleado con su atacante y por eso no estaba vestido. Su ropa interior habían sido encontrada en las sábanas y parecía que había estado manchada pero lo poco que quedaba no era suficiente para identificar nada. El asesino había sido cuidadoso de no dejar rastro. O casi porque en las sabanas si encontraron sangre.

 Pero al revisar con los aparatos, se dieron cuenta que no era la sangre del muerto sino de alguien más. Tal vez era del asesino. Pero cuando la trataron de contrastar con la base de datos de los servicios de salud, salió que era propiedad de un joven que no parecía tener la fuerza para luchar contra la victima. Además, según la revisión que habían hecho, la sangre estaba mezclada con algo más. Era semen lo que había en las sábanas con las manchas rojas y que la lavadora no había limpiado a fondo. Lo que tenían, sin embargo, había sido deteriorado por el agua y el detergente.

 Martínez reconstruyó lo que parecían ser los hechos: la victima había estado con alguien en su cama y lo había hecho sangrar. Pero eso no explicaba su muerte. Fue entonces cuando los forenses definieron que la muerte de la victima había ocurrido hacía unas quince horas. Por los ajustes de la lavadora y la humedad de las sabanas, saltaba a la vista que la victima ya estaba muerta cuando la ropa de cama fue manchada de semen y de sangre. Lo oído por los testigos lo comprobaba pues habían escuchado gritos y el estallar del portátil contra el suelo, algo más tarde.


 En ese computador encontraron fotos que aclararon un poco la investigación: el hombre muerto tenía muchas fotos de carácter romántico con el joven que habían encontrado por información del sistema de salud. Al parecer tenían una relación de hace meses. Pero si no había sido el occiso el que había tenido relaciones con el otro joven, ¿entonces quien había sido? Martínez suspiró y se dio cuenta de que estaba no solo contemplando un caso de asesinato sino, seguramente, también uno de violación.

martes, 11 de agosto de 2015

Hacia una nueva vida

   Claudia tomó las llaves de la camioneta y salió corriendo lo más rápido que pudo. No había más opción sino escapar lejos y que nadie nunca supiera su nombre o que había pasado con ella. Podía ser una victima pero ella pensaba que todos la condenarían por ser una prostituta, una mujer en los que pocos confiarían si dijera una u otra cosa acerca de un hombre. Mientras se subía a la camioneta y arrancaba, todavía con algunas manchas de sangre en la ropa, Claudia sabía muy bien que no tendrá más opción que cambiar de vida, de ciudad y de nombre si era necesario. Lo primero era ir a su casa… No, era mejor no volver allí pues seguramente la policía estaría vigilando. Era mejor idea encontrar a alguien que le vendiera papeles falsos para así comenzar de nuevo.

 Ella conocía a un tipo pero vivía en la ciudad a la que ella no quería volver. Así que no era una opción. Manejó sin parar por varias horas, hasta que llegó y la noche y el vehículo empezó a pedir gasolina. Ella no tenía mucho dinero y solo había podido robarse lo que tenía el muerto con él. Las tarjetas las había lanzado por la ventanilla de la camioneta, todo el mundo sabía que si las usaba la iban a rastrear en dos segundos. Así que usó los pocos billetes que ese miserable tenía guardados para tanquear y comprar algo de comer. La estación de servicio estaba desierta, solo vivía el que atendía la tiendita que más que todo tenía dulces y comida chatarra. Claudia compró unas papas fritas y una botella de agua, que era lo único decente que vendían.

 Cuando pagó, el tipo parecía no estar muy interesado en ella. Al menos eso fue hasta que le dio el cambio y le cogió la mano, apretando con fuerza. La mujer le pidió que la soltara pero el tipo no cedía y le decía que ella era la puta que habían matado, era idéntica. El tipo trató de halarla hacía él pero ella le pegó un puño en la cabeza y salió corriendo a su camioneta. Apenas arrancó el vehículo, se dio cuenta del error tan obvio que había cometido: todas las estaciones de servicio tenían cámaras y ese  episodio seguramente sería de interés para cualquiera que lo viera. Iban a saber que ella había estado allí y tendrían idea de hacia donde se dirigía. Pero Claudia se prometió conducir toda la noche y perderlos.

 Al otro día, llegó a un pueblito pequeño que parecía descansar en el filo de un acantilado. Dejó la camioneta en el parque principal y caminó por ahí, contando su dinero y viendo que posibilidades tenía. Por lo pronto tenía que llegar a una ciudad grande y tratar de encontrar como tener documentos falsos. El otro problema era el del dinero, que escaseaba bastante. Eso sí, se negaba a volver a su viejo trabajo. Eso era algo que hacía la Claudia de antes. La de ahora no se iba a quitar ni las medias por ningún hombre y menos para complacerlo de ninguna manera. Caminando por el pueblo, se dio cuenta de un odio que empezaba a nacer dentro de ella, como un cáncer expansivo. Era un odio por lo hombres, por todos y cada uno de ellos.

 Claudia llegó a un parque ubicado en el filo del acantilado. Era un lugar hermoso, desde donde se podía ver toda la extensión de un hermoso cañón que había debajo. Era un espectáculo increíble, más grande que nada que hubiese visto antes en su vida. Se olvidó de sus sentimientos por un momento y empezó a imaginar que era un ave y que podía surcar los vientos sobre y en el cañón, explorando cada rincón de las creaciones de la naturaleza y siendo, por una vez en su vida, totalmente libre. El aire era totalmente puro y se sintió de repente insignificante y pequeña. Algunas lágrimas rodaron por su mejilla y entonces decidió sentarse en una de las bancas para simplemente observar algo que jamás antes hubiese querido o podido observar.

 Entonces se dio cuenta de que ese odio que sentía podía no ser para siempre y no ser contra todos los hombres. Creía que era algo del momento, algo completamente normal si se tomaba en cuenta que un maniático la había secuestrado y torturado por varios días. También la había violado pero, lamentablemente, eso era algo que ella ya conocía del pasado. Su cuerpo era tremendamente resiste a esos ataques a la fuerza y ella sabía que no habría nada que pudiese vencerla, a menos que se rindiera sin dar pelea. Y la había dado, aprovechando una cuchilla de afeitar mal ubicada y un momento de compasión de un asesino de mujeres. Le había cortado el cuello con fuerza y odio y el cuerpo todavía no había sido encontrado.

 Se puso de pie, y trató de despejar su mente de camino a la camioneta. En la plaza principal había muchas personas reunidas y parecía que iba a haber un baile o algo por el estilo. Pero Claudia prefirió seguir su camino y no detenerse hasta ser otra. Cuando llegó a una ciudad algo más grande, empezó a buscar los agujeros que ella tanto conocía de su ciudad natal. Siempre habían huecos horribles donde los más oscuros y tenebrosos personajes se ocultaban, así como aquellos que hacían una u otra cosa ilegal y querían mantenerse fuera de la vista de las autoridades. Buscó toda la noche, quitándose varios de encima, hasta que dio con uno.

 Era un niño casi, o al menos eso parecía por su rostro que era más el de un bebé que el de un adulto hecho y derecho. El niño decía que él y su cómplice hacían las mejores falsificaciones del país, que incluían todas las barreras de seguridad posibles como tirillas magnéticas y códigos de barras. Hacían cédulas, tarjetas de identidad, registros civiles, pasaportes, … En fin, de todo. Claudia le dijo que solo necesitaba una cédula para ella y nada más. El niño le dijo cuanto le costaría y que solo necesitarían sus nuevos datos y una foto. Menos mal el dinero que le quedaba alcanzaba para justo eso. El chico le dijo que guardara el dinero y que solo le pagase cuando tuviese el documento en sus manos.

 Afortunadamente, eso no tomó nada de tiempo. El chico la llevó a un sitio clandestino donde le tomó las fotos como lo hacían en los sitios oficiales y le dijo que llenara un papel con los datos. Después le pidió tres días para que tuvieran la identificación lista. En esos días Claudia tuvo que rebuscarse el dinero como pudo, ayudando en restaurantes o en el mercado de la ciudad. No eran trabajos muy buenos y pagaban horrible pero eran ahorros para cuando pudiera iniciar su nueva vida. La camioneta la mantenía guardada en un barrio bastante feo, donde nadie nunca la notaría cubierta de hojas y basura. Llegó el día de recoger su identificación y se alegró de ver lo auténtica que parecía. Le pagó al chico que desapareció al instante y se dio cuenta que ya no era Claudia. Ella había muerto.

 Al otro día, Daniela sacó la camioneta del barrio donde la había guardado y decidió realizar la última parte de su plan que consistía en manejar hasta una ciudad costera y allí hacerse una vida. Abandonaría la camioneta en algún lado y seguiría a pie, tratando de conseguir que hacer y como seguir por ella misma. Fueron seis horas de recorrido por carretera en las que soñó mucho y, por primera vez, sonrió ante la adversidad que se cernía sobre ella. Ya no tenía porque tener miedo ya que todo lo que podía pasarle le había pasado y ya nadie más tendría ese poder sobre ella. Daniela, una mujer nueva, no iba a dejar que nadie la pisoteara nunca y haría de su vida la mejor que pudiese, luchando como siempre.

 Cuando llegó a la ciudad costera, más o menos del mismo tamaño que en la que había adquirido su nueva vida, decidió venderla la camioneta a la primera persona que le ofreciera dinero afuera del mercado principal de la ciudad. No estuvo más de una hora allí de pie, cuando un hombre con cara sospechosa le ofreció un buen dinero por la camioneta, que estaba en muy buen estado. El tipo debía ser algún tipo de delincuente, de eso Daniela estaba segura, pero con tal de deshacerse del pasado, no le importaba. El tipo se fue feliz y ella igual, pues tenía un dinero con el que no había contado. Buscó trabajo en el mercado pero no había y una mujer le dio la idea de ir al de mariscos.

 Allí encontró trabajo quitándole las tripas al pescado y las venas a los camarones y ese tipo de cosas. El olor era invasivo pero aprendió a quererlo de todas maneras. Consiguió un cuarto en un barrio modesto y rápidamente se adaptó, siendo Daniela en cuerpo y alma. Hizo amigas en su trabajo y antes de terminar el primer año de su nueva vida, podía considerarse una mujer feliz y realizada. Al menos eso fue hasta que vio que en la televisión habían hecho un reportaje del asesino que ella había ultimado. No quería volver atrás pero necesitaba saber que era lo que la gente sabía.


 Lo contaron todo, los detalles de lo que hacía y donde. El cuerpo lo encontraron y supieron que lo habían matado. Y entonces revelaron que en el patio de su casa, que quedaba en el campo, había una fosa común llena de mujeres. Lo investigadores concluyeron que Claudia estaría allí también y Daniela se juró a si misma, que esa era la verdad. Por fin podía estar totalmente en paz, feliz como nunca antes y segura de que lo había hecho no había sido malo. Había sobrevivido y muy pocas podían decir lo mismo.