Las cosas cambian en la vida, no todo puede
quedarse exactamente igual, como si nada sucediera. Siendo jóvenes, todos
pensamos que lo que vendrá después será mucho menos divertido, menos atractivo
y ni un poco interesante. Algunos se lo toman a pecho entonces y deciden hacer
todo lo posible para hacer sus juventudes memorables y así tener “algo que
contar” cuando sean mayores y viejos, por allá a los cuarenta.
Gloria, a quién no le gustaba mucho su nombre
pues todo el mundo decía que era de señora mayor, estaba en ese momento de su
vida, en la frontera entre la juventud y las responsabilidades. Había seguido
estudiando después de terminar la carrera de cine, pues en ese ámbito ella
creía que había que especializarse en algo o sino nunca destacaría en nada.
Además, había estado buscando trabajo como loca por un tiempo y no había
encontrado nada, así que no era mala idea seguir estudiando mientras salía
algo.
Por fin, a pocos meses de terminar su
especialización, la llamaron de una productora y le dijeron que buscaban a
alguien para que los ayuda en la producción de varios tipos de productos
audiovisuales. Ella supo que, aunque sonaba como un cargo lleno de
responsabilidades y trabajo, seguro no lo sería pues no le darían el mejor
lugar a una novata. Pero igual fue a la entrevista y se llevó muy bien con el
hombre que le hizo las preguntas. Ese hombre, que terminaría por contratarla,
se llamaba Raúl y sería su jefe directo. Todo lo que hiciese, debía
reportárselo a él.
El trabajo era sencillo y, más que todo, de
oficina. Debía redactar documentos, pasar cifras de un lado a otro, hacer
presupuestos y cosas por el estilo. Raúl le dijo que, por el momento, no iba a
ver mucho de rodajes o cosas así pero que eventualmente podría pasar que la
necesitaran para visitar locaciones y negociarlas o con actores o cosas por el
estilo.
Ella estaba feliz y compartió la noticia de su
nuevo trabajo con sus amigos. La verdad era que el plural parecía ser demasiado
extenso para el caso porque eran solo dos sus amigos de la universidad, Laura y
David. Fueron a tomar algo juntos y se dieron cuenta que ya no eran jovencitos,
ya no eran los que habían sido cuando se habían conocido años atrás en la
universidad. Cada uno estaba haciendo lo suyo con su vida, a su manera, y había
crecido acorde. La verdad era que, por alguna razón, parecía una conversación
triste pero no lo era.
Decidió celebrarlo saliendo a bailar el
siguiente viernes. Se dieron cita en un bar, desde donde saldrían a la
discoteca que Laura había propuesto. Ella llegó con su novio, David solo y
Gloria también. En el bar tomaron unas cervezas y hablaron de tonterías,
chismes de la televisión y noticias recientes, nada muy elevado.
A las dos horas estaban en la discoteca y
Gloria se dio cuenta allí, de golpe, que la idea tal vez no había sido la mejor
del mundo. La música estaba tan fuerte que era más ruido que música. Había
mucho humo en la entrada, de toda la gente que salía a fumar y adentro casi no
había lugar para moverse: si alguien bailaba como era debido era casi seguro
que golpearía a varias personas sin habérselo propuesto.
En el lugar se encontraron con un grupo de
personas de la universidad. Los saludaron como mejor pudieron (gritando y
sonriendo) y se unieron a ellos como por no hacerles el desplante de quedarse
aparte. Era una de esas cosas que uno hace por no caerle mal a los demás, como
si eso fuera lo peor que pudiese pasarle en la vida. A Gloria le venía mal
porque tuvo que contarle a cada persona la razón por la que estaban festejando
y tuvo que aguantar los falsos deseos de cada uno de ellos. Ninguno la conocía
más que de vista entonces sabía que eran deseos infundados.
Hacia las dos o tres de la mañana, la joven y
sus amigos salieron por fin de la discoteca. Pero del otro grupo uno llamado José,
que conocían mejor pues habían estudiado la carrera con
él, les preguntó si querían ir a a
su casa, que quedaba cerca, a tomar algunas más y allí esperar a la llegada de
la mañana, cuando era menos peligroso moverse por la ciudad. A Gloria no le
llamaba nada la atención irse a la casa de nadie, pero Laura y su novio le
recordaron los robos y demás crímenes que habían tenido lugar en los días
pasados. Era mejor cuidarse.
La casa de José era tan cerca que caminaron.
La mayoría de sus amigos fueron también. En el camino, Gloria llamó a su madre
y le aviso que llegaría más tarde y que descansara tranquila. Cuando colgó, ya
estaban entrando al edificio. El apartamento era típico de un hombre solo: todo
por el piso, como esperando que algún fantasma se pusiera a recoger todo y
ponerle en su lugar. La cocina se veía asquerosa, con platos acumulados y otros
con comida a medio terminar.
Se sentaron en dos sofás viejos y los amigos
de el dueño de casa repartieron cervezas que habían comprado de camino al
lugar. Gloria les dijo que no tenía dinero para pagarles y ellos le dijeron que
no se preocupara. Entonces vio como empezaban a hablar de cosas que ella no
entendía mucho y terminó por darse cuenta que hablaban de drogas, tema que ella
nunca habían entendido bien pues alguna vez había fumado marihuana con Laura y
David y le había parecido lo más aburrido del mundo.
Sin hacerse esperar, empezó a aparecer la
consabida droga y fueron pasándola como si se tratase de la piedra filosofal.
Gloria la pasó y la verdad era que ya se
arrepentía de haber venido. Tenía sueño, le dolía el cuerpo y prefería
descansar para poder aprovechar el sábado. Pensaba organizar un poco su cuarto,
invitar a su madre a comer algo sencillo y de pronto ver con ella una de las
películas que tenía por ahí guardadas.
Ni Laura, ni su novio ni David fumaron
marihuana pero todos ellos vieron a los demás fumar y tomar y fumar y tomar por
unas tres horas al menos. El tiempo parecía no querer avanzar y lo peor no era
eso sino el nivel de la conversación del grupo de personas que tenían en
frente. Hablaba cada uno de sus proezas con el alcohol y las drogas, qué, cómo,
cuando y dónde habían consumido y que les había sucedido entonces. Por lo visto
había algo que Gloria no entendía porque dichas anécdotas le resultaban de una
estupidez extrema. Y no porque se pensara mejor que ellos sino porque en toda
la noche no habían hablado de nada más interesante.
Fue más tarde, cuando Gloria se sintió más visiblemente molesta, pues los hombres y las mujeres habían empezado a hablar por separado y mientras que las chicas hablaban de superficialidades de rigor, los hombres habían comenzado a hablar de chicas y la forma en que lo hacían daba asco. Gloria los escuchó, a José y un amigo de él, cuando fue al baño un momento y estuvo a punto de salir a golpearle en el estomago, pero se controló.
Sin embargo, cuando el dueño de casa le dijo que era una
“aburrida” por no fumar marihuana, Gloria solo le dirigió una mirada de asco,
se levantó y se fue de allí. Casi corriendo, sus amigos la siguieron. Cuando la
alcanzaron, ella ya estaba pidiendo un taxi por su celular. Mientras esperaban,
ella les explicó que ya había pasado ese tiempo en que la gente deja que le
digan lo que se les de la gana a la cara, en que todo hay que tragárselo por
temor a que los demás crean que nos es alguien interesante, como ellos creen
serlo.
Durante el viaje a casa, que fue más bien
rápido, los amigos no se hablaron entre sí. Cada uno pensaba en sus cosas, la
pareja incluida. Después de dejar a Gloria dejarían a Laura y después los
hombres llegarían a sus casas, algo más tarde. Más tarde ese día, Gloria supo
que había madurado pues se dio cuenta que se había puesto de pie cuando jamás lo había hecho, había defendido su voz frente a los demás. Eso la hacía sentirse orgullosa de si misma, como si fuera nueva.
Le hizo el desayuno a su madre y juntas
hablaron toda la mañana de varios asuntos, desde el pan con el que comieron los
huevos hasta la crisis de refugiados. Y el lunes siguiente pasó lo mismo con
las personas del trabajo. No solo hablaron del trabajo sino también del cine y
de sus gustos personales y aficiones, de sus familias y de cosas que parecían
ser tontas pero que en verdad no lo eran.
Así fueron todos los días en los que Gloria
trabajó allí. Conoció mucha gente que valía la pena y que tenía algo que decir
en el mundo. Si tenían miedo, no se les notaba pues hablaban de lo que hablaban
con una seguridad inmensa y una calma ejemplar. A Gloria se le fue pegando algo
de eso, fue aprendiendo a ser una persona más construida, mejor.
Con sus amigos se veía seguido y habían
decidido siempre hacer planes que siempre disfrutasen y no obligarse a nada.
Además, y todos tenían responsabilidades y la verdad era que esa estabilidad,
después de la inseguridad de la juventud, era bienvenida. Tenían cosas que
decir, no se enorgullecían de estupideces que no significaban nada, tenían la
fuerza para aprovechar la vida y golpear a los miedo en la cara, en vez de justificarse por cada paso que
tomaban. Al fin de cuentas, habían crecido.