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lunes, 17 de octubre de 2016

Identidad

   Estuve sentado en esa silla por varios minutos hasta que el gerente del banco vino a verme en persona. Había solicitado su presencia varias veces pero al parecer estaba muy ocupado. Ahora parecía que esa situación había cambiado o que la mía iba a cambiar de una manera que no esperaba. Me ofrecieron bebidas e incluso algo de comer. Todos se veían nerviosos, algo tensos y con sudor en la frente, la nariz o encima del labio superior. No entendía que pasaba pero seguramente era algo malo. Cuando el gerente vino, lo confirmó.

 Por alguna razón, el banco no podía verificar mi identidad. Mejor dicho, no podían determinar si mi cuenta era verdaderamente mía o de alguien más. Al comienzo lo tomé como un error. Les di mi identificación y les pedí que compararan con toda la información que debían de tener almacenada. Seguramente tendrían una copia de ese mismo documento y además mi foto y tal vez muchos más documentos. Pero el gerente no los tomó y me miró otra vez con esa expresión que no me gustaba nada. Había más sorpresas por revelar.

 Según él, mi cuenta aparecía a nombre de otra persona y registrada hace mucho tiempo. Yo, inevitablemente, solté una carcajada. Le dije que eso no tenía ningún sentido y que yo llevaba con esa misma cuenta desde que había salido de la universidad. La utilizaba para ahorrar lo poco que ganaba y así poder comprar cosas que me gustaran después, cosa que quería hacer ahora y por eso estaba en el banco. Con trabajos horribles había ahorrado lo suficiente para un viaje que había soñado por años pero ciertamente no contaba con esta situación.

 Como vi que mi risa no relajaba a la gente del banco, decidí mostrarles en mi celular los extractos bancarios que me llegaban cada mes. Ahí estaban mi nombre y mi número de cuenta y todos los datos que ellos quisiera verificar. Apenas le mostré eso, el gerente tomó mi celular y se fue al computador más cercano. Estuvo allí tecleando como loco por un buen rato hasta que me hizo señas para que me sentara frente a él. Me dijo que esa cuenta en efecto ahora tenía otro nombre y otros datos pero el número de registro de los extractos era real. Mejor dicho, había algo raro.

 De un momento a otro el hombre tomé el teléfono que había en el escritorio y marcó un número que no pude ver. Esperó un momento y pidió hablar con un hombre. Yo solo esperé, mirándolo a ratos a él y a ratos a los demás empleados del banco, que nos echaban miradas de miedo y tensión. Yo mismo había trabajado en un banco hacía tiempo y me salí porque detestaba vestirme de oficina. Nunca me ha gustado apretarme el cuello con una corbata. Siento como si estuviera a punto de ser colgado en la plaza principal.

 El gerente colgó. No me había dado cuenta que habían pasado unos diez minutos. Creo que mi mente se fue por ahí, mirando los alrededores. No era algo que me pasara poco, más bien al contrario. Lo miré y me dijo que había llamado a la policía, a uno en especial que conocía y que resolvió crímenes tecnológicos. Tenían manera para saber si alguien había hackeado el sistema del banco y había cambiado los datos de mi cuenta. Lo malo es que se iba a demorar pues no era algo simple. En otras palabras, no tendría mi dinero pronto.

 Los planes de viajar se cayeron ese día. El gerente me dijo que esperara una semana y que ellos mismos me llamarían para hacerme saber qué había pasado. Ese día regresé a mi casa muy deprimido. Mis padres me preguntaban que me pasaba pero no quise contarles ese mismo día. Solo quería echarme en mi cama y pensar en mi miserable vida. Pensar en todo lo que había estudiado y como había terminado haciendo los peores trabajos porque el conocimiento ya no sirve para nada. No lloré pero creo que fue la rabia la que me arrulló esa noche.

 Fue al otro día que les conté a mis padres y obviamente recibieron muy mal la noticia. Les parecía indignante y grave, igual que a mi. Pero yo ya había tenido tiempo de asimilarlo y la única opción que tenía era esperar a ver que pasaba con la famosa investigación. En la cuenta tenía buen dinero. No eran millones y millones pero sí una cantidad que creo que muchas personas no creerían que yo tenía. Se puede decir que soy tacaño pero también que soy un muy buen ahorrador.

 El problema por entonces era que había renunciado a mi último trabajo para irme de viaje, así que ahora no tenía nada. Y si buscaba un nuevo trabajo tendría que tener una cuenta bancaria por lo que tendría que abrir otra y la verdad no estaba de humor. Esa semana fue la más larga de mi vida. No sabía que hacer, donde ponerme o que pensar para que el tiempo pasara más deprisa o al menos de una manera menos tensa. La verdad era que me sentía muy mal pero hacía ejercicio o lo que fuese para no pensar en ello, pues las noches ya eran una tortura.

 Creo que cada una de esas noches dormí, por mucho, cuatro horas. Casi siempre me quedaba hasta tarde viendo alguna película o leyendo algún libro. Haciendo cosas que distrajeran mi mente del problema. Pero cuando apagaba y cerraba todo, me ponía a pensar: la posibilidad de que no me devolvieran nada estaba en la mesa y eso significaba que diez años de trabajos denigrantes serían tirados por la borda y no significarían nada. Todo ese esfuerzo y paciencia no tendrían ningún sentido. Y estaría más perdido que nunca.

 A la semana, nadie me llamó. Decidí que debía ir yo mismo al banco y preguntar por una respuesta definitiva. No podía seguir viviendo así, al borde de un verdadero ataque de nervios o de algo peor. Mi espalda me dolía de solo pensar en el dinero y tenía dolores de cabeza con frecuencia. Caminando hacia el lugar me di cuenta que respiraba de una manera extraña, como si el aire estuviese cada vez más escaso. Respiraba profundo pero no sentía que sirviera de nada. Tuve que detenerme un par de veces y luego seguir.

 Cuando por fin llegué, pedí hablar con el gerente. De nuevo hubo esa ola de tensión entre los empleados y no me gustó para nada. Aún así, traté de respirar lo más calmadamente posible y esperé tratando de no saltar de la silla. Cuando por fin vino el gerente, no quise saludarlo de mano, aunque él tampoco estiró la suya. Las noticias eran tan malas como lo había previsto: la policía no había encontrado evidencia de que la cuenta hubiese sido atacada por un hacker. Ni esa cuenta parecía ser mía ni parecía que había habido nunca una cuenta mía.

 El gerente empezó a contarme que podría abrir una nueva cuenta con beneficios y no sé que más cosas. La verdad no escuché nada de lo que decía. Le pregunté donde estaba la cifra que tenía la última vez que había revisado mi cuenta. El hombre no supo decirme nada. Se puso tenso de nuevo y yo, para mi sorpresa, me sentí más relajado que nunca. Tomé la mochila que llevaba conmigo y saqué una pistola que tenía dentro. Le hice seña al gerente para que no hiciese ruido pero ya se sabe que la gente hace lo que se le da la gana.

 Así que me di la vuelta y le disparé al guardia de seguridad y a la mujer que me había dicho, con una sonrisa torcida, que mi cuenta no existía. Ella no me había creído como muchos otros y ahora tenía su merecido. Miré al gerente y le pregunté, de nuevo, donde estaba mi dinero. Temblaba y no decía nada coherente así que le disparé también. A los demás les dije que hicieran lo que quisieran: correr o llamar a la policía o lo que se les diera la gana. Al fin y al cabo ya habían tirado mi inútil vida por la borda así que ya nada importaba.


 Algunos salieron corriendo a la salida y los dejé ir. Disparé al cajero que se había reído el día que no encontró mi cuenta. Oí llegar a la policía y decidí que no quería estar allí. Me dirigí a la parte trasera del banco, a un espacio que servía para que calentaran café y demás. Allí me di cuenta que mucha de mi tensión se había ido pero todavía quedaba un poco. Sin vacilar, me puse la pistola en la sien y disparé. Mi sangre cubrió todo el pequeño espacio. Cuando la policía me encontró, mi cuerpo sonreía.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Detective privado

   El pequeño ventilador daba vueltas sobre la mesa, llegando en un ángulo casi recto sobre la cara de quién estaba allí esperando, con los brazos cruzados y una expresión de profunda preocupación. Para cuando el detective Flores entró de nuevo a la habitación, la persona que había estado esperando ya no estaba. Solo había dejado una nota diciendo que volvería pero no ponía ni el nombre ni un número de contacto.

 Flores sabía que la persona había esperando durante mucho tiempo para la confirmación de la información que parecía tener pero su archivero estaba hecho un desastre y pro eso se demoraba demasiado con cada persona y la gente terminaba yéndose. Solo sus amigos se quedaban y eso que era solo para burlarse, sin decir nada de ayuda. Sin embargo, pronto se dio cuenta que no llegaría ningún lado como iba.

 Había abierto su consulta privada hacía ya varios meses y la verdad era que siempre le había ido de manera regular. Por eso vivían en el barrio en el que vivían: a la gente no le importaba lo que hiciese o como lo hiciese con tal de que fuese efectivo y ayudara de verdad a las personas que lo necesitaban. Pero el trabajo era demasiado para una sola personaje. A veces lo ayudaban amigos o familiares pero ellos no entendían sus métodos y lo único que sucedía era que terminaban enterrando el poco prestigio que ganaban al solucionar casos interesantes.

  El detective se decidió y puso un aviso en el periódico de mayor circulación en la ciudad. Le había costado bastante dinero pero esperaba tener la mejor respuesta y así por fin encontrar a la persona perfecta para ayudarle a crear un ambiente de trabajo idóneo en el que el caso no tenga que sufrir por culpa del archivo, el clima, que tan ocupado esté Flores y todo esos detalles que hacen que alguien elija a un detective privado sobre otro.

 Un centenar de mujeres respondieron al aviso por correo electrónico y Flores tuvo que leer cada uno de ellos y hacer una selección del os que le parecían mejor. Quería alguien con al menos algo de experiencia en alguna profesión similar y también pensaba que la imagen decía más que mil palabras. Personas que parecieran buscar un puesto de modelo quedaban automáticamente por fuera.

  A pesar de su mejor esfuerzo,  tuvo que dividir las entrevistas en dos días. Durante ese tiempo tuvo que dejar el trabajo de lado para poder elegir de la mejor manera posible y, ojalá, rápidamente. Siendo un independiente, no tenía tampoco mucho  tiempo para desperdiciar e iba a ser muy sencillo ver si había “química” laboral o si simplemente no encontraba alguien que lo inspirara para crear un lazo fuerte a nivel laboral.

 El primer día de entrevistas comenzó terriblemente mal con varias personas que no tenían ni idea de lo que significaba un despacho de detective privado. Una de las “pruebas” que Flores tenía era un montón de fotos en las que mostraba diferentes cosas que la persona podrían encontrar en el trabajo. Algunos fotos eran de cadáveres, otras fotos sexualmente explicitas y otras apenas infrarrojas. Le parecía que ver la reacción de las personas al ver las imágenes podría decirle mucho de cada una de las personas.

 Obviamente, todo el que gritara con los cadáveres o se escandalizara por los desnudos, quedaba automáticamente por fuera. Los que ganaban puntos eran quienes, a pesar de ver lo que veían, tenían la capacidad de ordenarlo todo en su mente y hacer conexiones entre las fotos pues Flores no las había ordenado al azar. Un par de personas lo sorprendieron de esa manera, dándole toda la información que no había pedido pero que estaba allí para que cualquiera pudiese descubrirla.

 Llegaban hombres y mujeres y eran de todas las edades. No había un rango de edad más indicado que el otro. Para el detective eso no importaba porque la persona que iba a contratar debía estar dodo el día en la oficina, su trabajo primordial siendo el de mantener todo en orden allí mientras el detective estuviese fuera. Necesitaba un compañero pero también una secretaria. Tenía que ser una persona muy completa y para eso la edad era algo casi secundario.

 El segundo día fue un poco mejor, con personas que incluso lo asustaron un poco con el nivel de conocimientos que tenían del mundo forense y del espionaje como tal. Hubo una mujer a la que le dijo que todo estaba bien pero que supo que jamás iba a llamar de vuelta pues a pesar de saber muchas cosas, parecía tener una obsesión muy particular con los asesinos en serie. No era muy inteligente trabajar con alguien así en casos graves.

 Las entrevistas y las pruebas demoraron mucho tiempo y, durante ambos días, consumieron casi todo el tiempo del que disponía Flores. Eso no le gustaba nada pues debía trabajar constantemente o no tendría dinero para pagar el alquiler de la oficina y menos aún para pagarle un sueldo a una eventual persona que quisiera venir a ayudarlo. Por eso al tercer día, a pesar de tener mucho que pensar, tuvo que volver a los casos.

 Para la semana siguiente llamó a los finalistas, citándolos a los cinco en la oficina para que hablaran entre todos. Pensaba que lo mejor sería ver como se defendían bajo presión y con algo real. Y justo el día siguiente a las entrevistas le había llegado un caso bastante importante que podría ser la prueba ideal para determinar quién podría ser la mejor persona para ayudarle en el trabajo.

 El caos parecía simple de entrada: una mujer había asesinado a su esposo y a su amante al descubrirlos juntos en su casa, llegando de un viaje largo de vacaciones. La mujer era rica pero no por su esposo, así que no podía tener nada que ver con el dinero. La razón más obvia era venganza. Sin embargo, había decidido matar al marido después de matar al amante, a quién ahorcó con la corbata de su esposo. El cliente en este caso era la madre del amante del hombre.

 Lo que se debía determinar era simple: porqué había asesinado la mujer a los dos y porque había matado primero al amante y luego a su esposo. ¿Qué había hecho el esposo mientras mataba al amante? La idea era desenredar el caso para esclarecer si la mujer no tenía razón más allá de las evidentes para hacer las cosas como las había hecho.

 Le dio a cada uno los documentos necesarios y les pidió que volvieran al día siguiente con las soluciones al caso. Algunos se le quedaron mirando, como esperando algo. Antes de que pudieran preguntar, él respondió que ya había resuelto el caso pero que ellos tendrían la oportunidad de cambiar su conclusión antes de que hablara con la madre del amante para establecer el camino legal a seguir. Flores ya tenía todo solucionado pero quería ver como lo hacían los demás, cual era su razonamiento de todo.

 Al día siguiente, pudo ver con placer que los candidatos parecían cansados. Revisaban frenéticamente notas y parecían recitar palabras en voz baja, recordando qué era lo que tenía que decir. Uno a uno, expuso lo que había encontrado y su conclusión. Flores asentía solamente pero no decía nada más, ni de manera negativa ni positiva. Solo bebía café y movía la cabeza para que supieran que ponía atención.

 Una vez terminaron, hizo pasar a la madre del amante. Todos estaban expectantes pues querían ver en que estad estaba la pobre. Pero se sorprendieron al ver que no entró nadie a la oficina. Flores cerró la puerta tras él, se sentó y los miró fijamente. Les dijo que todos sus razonamientos tenían sentido pero que todos habían olvidado una de las reglas esenciales de una investigación: están lidiando con seres humanos y los seres humanos dicen mentiras.


 Nunca hubo caso, todo era inventado. Le explicó que muchas veces venía gente con mentiras, buscando que él validara esas mentiras para tapar sus fechorías y eso debía evitarse pues estaba en juego su nombre. Los candidatos estaban sorprendidos, tanto que ni hablaban. Flores les dijo que podían descansar pues todos iban a trabajar con él. La paga sería pésima pero tener un equipo era mejor que estar en pareja. Todos aceptaron, entusiasmados. Sin duda sería una experiencia única para todo ellos.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Probabilidad de cuento

   Fue entonces que el hombre, vestido de chaqueta color verde oliva, se levantó de su trono hecho de ladrillo y me preguntó que probabilidad había para un cuento. Lamentablemente no tuve tiempo de responder porque justo en ese momento mis ojos se abrieron y lo único que tenía enfrente era mi mesa de noche con las mil y una cosas que le ponía encima. Por un momento quise volver a soñar pero, como todos sabemos, no es tan fácil volver a entrar en un sueño particular. Así que me incorporé, anoté esa última frase en mi celular y me puse a escribir sobre otra cosa.

 Ahora que lo pienso, sé que el sueño era mucho más largo, había sido incluso extenuante porque cuando abrí los ojos mi cuerpo y mi mente estaban cansados. Había sido uno de esos sueños en los que corres y saltas y hablas y pasan demasiadas cosas que nunca dudas pero que sabes que en la realidad jamás harías o porque son imposibles o porque la cobardía suele ganar la partida cuando todo es verdad.

 Camino de un lado a otro de mi pequeña habitación, tratando de entender esa última frase. Mis pies descalzos barren el piso, que limpio de polvo a diario y a diario se ensucia, un ciclo eterno. Por mucho que doy vueltas, que me siento en la cama y trato de pensar en otra cosa, que me distraigo con videojuegos o con películas, me persigue esa misteriosa frase: “Que probabilidad hay para un cuento?”.

 Nunca entenderé que era exactamente lo que ese hombre, que no recuerdo quién era, quiso decir con eso. Bueno, debo decir que seguramente el tipo tenía la cara de alguien que yo he visto antes, pues así funciona el cerebro. Pero podría no tener nada que ver con nada. Podía haber tenido la cara de un profesor de la infancia, de un hombre que miré alguna vez en un bus o incluso ser la mía con modificaciones hechas por mi cerebro. Es un una herramienta de mucho poder pero a veces me frustra que no funcione muy bien como cámara de vídeo.

 Quisiera poder sacar el archivo y ver toda la película, todo lo que pasó en el sueño para ver si se podría explicar esa pregunta tan rara y tan adecuadamente preguntada al final del sueño, como si ese hombre… O, mejor dicho, como si yo supiese que me iba a despertar en unos minutos y debía saber eso antes de que fuera demasiado tarde. Todo eso hace pensar que, al menos esta vez, estuve plenamente consciente de que estaba dormido. De hecho, creo que en la mayoría de los sueños que tengo estoy completamente consciente de ello. Incluso en el pasado he sido capaz de salir de un sueño, de una pesadilla, por voluntad propia.

 No es algo fácil de hacer pues te sientes como en una prisión, como amarrado por una camisa de fuerza. Te das cuenta entonces que los sueños, que pueden llegar a ser muy bellos, también se comportan como trampas letales que tu mismo te pones en tu cerebro. La vez que más recuerdo, era una pesadilla horrible y quería salir. Quise gritar pero no podía y entonces fui consciente de verdad de mi cuerpo y del sueño y me forcé a controlar mis brazos y piernas para liberarme del cautiverio. Casi no puedo romper el velo entre ambos mundos pero por fin mi mano logró atravesar y desperté, sudando y cansado, pero aliviado de haber logrado lo que había querido hacer.

 Otras veces no hay tanta suerte. No estoy tan consciente de las cosas, y debo dejarme llevar hasta donde el sueño quiera llevarme. Sea el lugar que sea, sea lo que sienta en eso momentos, muchas veces solo hago de espectador. Es gracioso, pero en varios sueños que he tenido (de los que me acuerdo) he sido más espectador que protagonista y eso que es mi mente! Suena ridículo pero mi cerebro al parecer muchas veces prefiere que me quede quieto y aprenda de otros, de personajes que yo estoy poniendo en escena para hacer quién sabe que cosas. Suena muy raro pero ese es el mundo de los sueños.

 En la ducha también pienso en el hombre del trono de ladrillo. Es una figura misteriosa. Apenas recuerdo la habitación pero estoy seguro que estaba hecha también de ladrillos y sé que él estaba vestido con esa chaqueta oliva y creo que llevaba jeans. Mejor dicho, era un tipo de lo más normal pero estaba sentado ahí como si fuese el rey de algo, como si tuviera algún poder especial sobre alguien o algo. Y sin embargo, lucía como cualquiera y me hablaba a mi con una curiosidad que estoy seguro era verdadera.

Tal vez, y el agua podía estar ayudando, quería que escribiera el sueño al completo en un cuento, que lo convirtiera en una ficción escrita para que otros pudieran identificarse o incluso reconocer lugares y personajes. No era tan increíble pensar que otras personas soñaran lo mismo y tal vez reconocieran ese mundo que yo no recordaba pero que estaba seguro de haber visitado.

 Eso sí, él no me había preguntado por una “posibilidad”. No me había preguntado si era probable, es decir, si era casi seguro que lo fuese a resumir en palabras. Me preguntó sobre la “probabilidad” como si fuera algo exacto y matemático. Y también, y esto lo pensé solo con medias puestas, creo que se refería a que tan probable era que yo decidiera contar lo que tenía dentro de mi mente. Que tan probable era que quisiera compartir algo tan intimo con mucha gente.

 En ese momento sonreí pues me estaba halagando a mi mismo. Lo que escribo no lo leen cientos de personas sino muchos menos, así que no tendría porque tener miedo de haberle respondido al hombre en el trono de ladrillo que las probabilidades eran bastante altas. Creo que estaba cuestionando mi voluntad de hacerlo, de desnudar un parte de mi que no puede estar tan expuesta como el cuerpo. Para que alguien vea lo que yo veo y entienda lo que yo entiendo, tengo que darle un pase gratis al interior de mi cerebro y eso solo se puede hacer escribiendo acerca de lo que sea que me haya pasado o que yo haya reflexionado respecto de algo.

 Sacudí la cabeza y terminé de vestirme. De nuevo traté de distraerme con algunos videos graciosos y funcionó por un buen rato, por lo menos hasta que la preocupación volvió a invadirme y me pregunté a mi mismo si la probabilidad a la que se refería el hombre del trono de ladrillo era otra. Que tal si no se refería a ese sueño sino a ciertos pensamientos, a ciertas reflexiones que yo tenía a veces? Que tal si ese hombre no era un hombre (no lo era en todo caso) sino que era la representación de mi subconsciente queriéndome empujar a hacer algo  que conscientemente jamás haría?

 No, todo esto ya estaba sonando demasiado loco y simplemente no podía ser tan así. Hacía tempo que yo me había dado cuenta que no era un persona interesante y lo digo sin pena ni gloria. Me ofenden las personas que no pueden asumir lo negativo como asumen lo positivo. No soy interesante y no tengo porqué serlo. De pronto el mensaje era más sobre eso, sobre escribir sobre mi experiencia de ser yo y mostrar qué se siente, sea o no de interés alguno.

 Pero no, eso no podía ser puesto que ya lo había hecho. Es más, lo hago con tanta frecuencia que es probable que la gente ya esté hasta el copete del maldito tema. Como dije antes, no soy tan interesante como para escribir cuarenta libros y hacer mil entrevistas y perfiles y esas cosas que llaman crónicas, que cualquier hombre del sur las reclama como propias. No, no era sobre mi, era sobre mi sueño que quería ese hombre que escribiera y por eso ahora lo hago.

 Bueno, no escribo del sueño como tal porque ese ya está perdido en los pliegues internos de mi mente. Es esa burbuja que explota cuando te despiertas y que solo en ocasiones muy particulares sigue flotando momentos después de despertar, como para darte la oportunidad de cogerla o de sentir una parte de su simple complejidad.

 Decidí entonces escribir alrededor del sueño y esto es lo que leen (los que leen lo que escribo) en este momento. Eso sí, la búsqueda por el significado de la frase sigue puesto que todavía no estoy seguro de que quiso decir y, tal vez, jamás pueda estarlo a menos que me lo encuentre en otro sueño y recuerde preguntarle.


 Mientras tanto, creo que iré a comer algo pues tanto pensar da hambre y la comida ayuda esclarecer la mente. Es entonces que recuerdo una cosa más del sueño, un detalle ínfimo pero que parece tener la importancia de este y otros mundos: justo cuando terminó de preguntar, el hombre de la chaqueta verde oliva, que ahora lo veía yo con una barba de tres días, me sonrió. Y no era yo y no recordé conocerlo. Quién y porqué?

lunes, 20 de julio de 2015

Desde el borde

   Siempre ha habido alguien al borde de todo. Alguien que no estaba con el grupo, que tenía que quedarse al margen para no comprometer a otros y a sí mismo. Eso es lo que hace el odio y la ignorancia y no podemos decir que sea cosa del pasado. Se ha avanzado bastante en todo lo relacionado con la igualdad y la aceptación pero eso no quiere decir que ya todos seamos iguales para todo el mundo. Las cosas no funcionan así porque siempre habrá quién no entienda, no acepte o simplemente no quiera pensar de la misma manera que los demás y, si se pone uno a pensar, tienen todo el derecho de no estar de acuerdo. No podemos imponerle ideas a nadie, así sepamos o creamos que son las correctas.

 Una vez, todo fue porque Iris y Jorge se tomaron de la mano. Era una ciudad pequeña, no hace mucho tiempo, así que cualquiera se hubiera podido imaginar la reacción de la gente. Iris era una mujer negra y no hay porqué decirlo de otra manera. La gente se ofende con palabras que dicen la verdad porque tienen miedo de que lo que es sea tomado como insulto, cuando solo son palabras. Iris era muy hermosa y había trabajado en la compañía de telefonía de la ciudad por varios años. Cuando llegó Jorge, hacía poco que ella había terminado una relación de varios años. Jorge era blanco y, para ser sinceros, nada muy especial. Es decir, no era un hombre feo pero no era ningún galán de cine. Eso nunca le impidió, sin embargo, conseguir mujeres con frecuencia.

 Jorge era un mujeriego y con Iris se conocieron una noche y tuvieron relaciones horas después. Todo fue relativamente rápido pero con la debida protección y entre dos personas que no tenían compromisos con más nadie. Los dos pensaron que nunca más se verían pero resulto que Jorge no podía dejar de pensar en ella ni Iris en Jorge. Cada vez que podían, durante los seis meses que Jorge vivió en el pueblo. Lo hicieron sin pensar y cuando se dieron cuenta una tarde, todo el mundo los miraba como si tuvieran la peste. Por gente chismosa se entero la familia de Iris quienes le prohibieron verse con Jorge pero lo peor fue que se enteró el tipo con el que ella había estado saliendo.

 El tipo era enorme y un día, cuando estaban comiendo algo los dos, llegó al lugar y los interrumpió golpeando a Jorge en la cara y reclamando que Iris era de su propiedad y que él solo la había dejado ir por unos días para que ella se diera cuenta de que era a él a quién ella necesitaba. El tipo estaba más que loco y Jorge, aunque peleó, no pudo con él. Lo otro fue que nadie ayudó a nada, nadie lo detuve e incluso la policía del lugar no hizo nada. Jorge resultó con cuatro costillas rotas y otras fracturas menores. Lamentablemente el amor no fue tan fuerte y él simplemente nunca volvió. Se dio cuenta que nada valía la pena si había que morir para conseguirlo. Así que Iris quedó sola y nunca más tuvo nada con nadie.

 Algo parecido pasó con Ricardo y Gabriel. Se conocieron en una discoteca y también tuvieron relaciones, estas sin protección, esa misma noche. Esto fue en una ciudad grande y con dos personas ya de la edad suficiente para decidir sobre sus asuntos. Ricardo era algo nuevo en todo el concepto de salir a discotecas y la verdad era que, con excepción de haber conocido a Gabriel, el asunto no le había gustado nada. Gabriel en cambio salía con frecuencia y conocía todos los sitios y a casi todos los gays de una ciudad tan grande como en la que vivían. Ricardo se reía de sus apuntes porque en verdad parecía conocer a todos y cada uno de los que allí bailaban o tomaban algo.

 A diferencia de Iris y Jorge, Ricardo se quedó esa noche en la casa de Gabriel y empezaron ahí mismo una relación que tenía más de una lado que de otro. Estaba claro que Ricardo era más inocente y por lo tanto sus sentimientos eran más verdaderos. Para Gabriel tomó más tiempo, pues él estaba acostumbrado a vagar por el mundo sin tomar en cuenta cosas en las que no creía como el amor. El caso fue que tan solo seis meses después de conocerse, los dos no podían dejar de verse por mucho tiempo. Para Ricardo era casi como respirar estar con Gabriel y para este era lo mejor estar con Ricardo en casa y solo hablar y compartir cosas que le gustaran fuera de la fiesta y el alcohol. De hecho, todo eso lo fue dejando.

 Cumplieron el primer año juntos y se dieron cuenta que jamás se habían tomado la mano en la calle y, una noche que salieron a comprar víveres, decidieron hacerlo pues el camino no era muy largo y quería ver que se sentía pasearse con total libertad. Lo que nunca consideraron fue que el barrio donde vivían era uno de muchas vertientes tanto políticas como sociales y siempre había alguien mirando a los demás. A solo dos calles de su casa, cinco hombres se les atravesaron y empezaron a insultarlos, diciéndoles nombres ofensivos y escupiéndoles a sus pies. En ningún momento Gabriel soltó a Ricardo y confiaron que alguien los ayudaría pero nunca llegó nadie. Incluso vieron una patrulla a lo lejos pero no se acercó.

 Los tipos los golpearon, primero con puños en el estomago y luego con patadas en ese mismo lugar. Y con el pasar de los minutos se volvieron más violentos y sus insultos más fuertes y más hirientes. Cuando se dieron cuenta que ya habían hecho demasiado, tomaron de los brazos a Ricardo y lo apartaron. Otros dos hicieron que Gabriel se arrodillara y empezaron a pegarle, primero con puños y patadas, luego con un tubo que había por ahí. Cuando terminaron, los dejaron allí tirados. Ricardo, como pudo, gritó varias veces pero nadie vino. Llamó a una ambulancia y llegaron tarde, cuando ya Gabriel había dejado de respirar y todo se había terminado. Ricardo se fue de la ciudad y nunca volvió.
 Aunque no todo termina mal. Hay historias que aunque empiezan con obstáculos, terminan mejor de lo que uno espera. Así fue la historia de Pedro que siempre quiso que lo llamaran Samantha. Resulta que desde pequeño, Pedro siempre tuvo un gusto claro por lo femenino. Sus padres nunca le vieron nada de malo, tal vez por que sus padres habían sido hippies. El caso es que Pedro tuvo muñecas y jugaba con maquillaje y demás utensilios femeninos de juguete. También le gustaban, a veces, los carritos y cosas así pero nada se asemejaba a cuando recibía una muñeca nueva o cuando podía ponerse un vestido en Halloween. Y los vecinos y demás tampoco decían nada porque para ellos era probablemente una fase así que no tenían nada que decir al respecto, con tal de que no fuera algo permanente y no se lo “pegara” a sus hijos.

 Pero no fue una fase. Cuando llegó la adolescencia, Pedro se dio cuenta de que él no se sentía bien con su apariencia ni con su situación como ser humano. Sus padres lo enviaron al psicólogo quién no supo que decirle a los padres y les aconsejó tratar de forzar a Pedro a que tuviera gustos más definidos. Desde ese momento se sintieron decepcionados de la psicología y buscaron ayuda en otras partes. La madre de Pedro era la más preocupada, tratando de entender lo que pasaba. Y él se sumía cada vez más en la depresión, sintiéndose sin salida y sin posibilidad alguna de entender que era lo que estaba pasando. Un día decidió suicidarse pero afortunadamente no lo logró.

 Su madre entonces habló con él y descubrieron que era lo que ocurría: Pedro no se sentía bien siendo hombre y siempre había querido ser mujer aunque no era consciente de ello. Cuando pequeño, había sido muy joven para entenderlo pero ahora lo entendía. Pedro nunca se había sentido como Pedro sino como alguien más. Fue así, durante un proceso largo y bastante difícil, que Pedro fue transformándose en Samantha. Fue duro para sus padres pues nadie los apoyó y todos pensaban que estaban apoyando a su hijo de la manera equivocada, que debieron ser más duros en su juventud para imponer “lo que era correcto”.

 Pero Samantha surgió y vivió la vida que siempre quiso. Totalmente mujer, por fin sintió que la vida era tan hermosa como siempre había escuchado que podía ser. Y con el tiempo conoció un hombre que la aceptó por quién era y no por lo que otros creían que debía haber sido. Además Samantha era una guerrera y se había enfrentado, incluso a los puños, con quienes la trataban de engendro o de demonio. Al graduarse de la escuela, se quedó en su ciudad y se casó. La gente nunca cambió y de vez en cuanto oía comentarios o insultos pero lo gracioso era que ella ahora era inmune a todo eso. No le importaba pues su vida había sido lo que ella quería y sabía que toda esa rabia también era por envidia. Porque ella sí sabía quién era.


 La ignorancia puede ser brutal, puede acabar con vidas y destruirlas sin siquiera terminarlas. Pero cuando la gente que está en el borde pelea y aguanta, se vuelven más fuertes y son quienes en verdad se dan cuenta del valor de la vida y de quienes son y porque son, cosas que la mayoría de las personas no saben. En el borde las cosas tienen mayor perspectiva y por eso es posible que nunca estemos con los demás, porque para qué perder esa vista de las cosas que nos hace ver el potencial que tenemos?