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viernes, 8 de febrero de 2019

Rompecabezas


   Abrazarlo así tan de repente causó en mi un efecto que no había esperado. Cuando me acerqué, lo hice lo más lentamente posible. Es decir que casi corrí hacia él. No tenía los brazos abiertos, pero para cualquier buen espectador todo lo que pasaba hubiese sido obvio. Fui el primero en estar allí, poco después de que el helicóptero aterrizara. Sabía que había sido un vuelo largo,  debía de estar cansado y seguramente no tenía muchas ganas de ver a nadie. La verdad es que yo no sabía qué pensar.

 Creo que precisamente por eso fue que me abalancé sobre él. Me acerqué rápidamente y simplemente lo abracé, como sólo una vez lo hice en todos los años en los que habíamos trabajado juntos. Pero esta vez fue diferente. No sólo por la manera en la que me aproximé, sino por la manera en la que él me respondió. Porque lo que sucedió fue que correspondió mi abrazo. Me apretó fuerte contra sí mismo y eso hizo que pudiese sentir su aroma, que desde hacía muchos años había aprendido a reconocer.

 Hundí suavemente mi nariz en la cobija que le habían dado en el helicóptero, la misma que cubría su cuerpo todavía sucio y oliendo a algo parecido a la barbacoa. No sé cuánto tiempo duró ese abrazo, no sé cuánto tiempo estuve allí. La verdad es que ya no  sé nada. Lo único que sé de verdad es que no tuve el tiempo suficiente porque, una hora o dos después, ya estaba en mi casa. Estaba sentado solo en la oscuridad de mi sala, pensando en lo que había sucedido y en si de verdad había sucedido. No sabía nada.

 Por supuesto, ella estaba allí. Era imposible que no lo hubiera estado. Era la que más había acosado a los periodistas, la que los había hecho ir hasta esa base militar para que le tomaran fotos. Y así, según ella, la gente de toda la ciudad y del país podría ver lo que había sucedido. Para mí esas acciones eran una estupidez. No era un misterio para nadie que ella me parecía una mujer muy simple, una de esas que esas que son académicamente superiores a la mayoría pero que, en el fondo, no tiene más que ofrecer sino ese vacío conocimiento.

 Me alegró ser el primero allí. Alegre de estar allí con él por algunos minutos, casi solos sobre ese muelle húmedo y frío. Me hizo recordar viejos tiempos o, mejor dicho, tiempos que habían pasado hacía muy poco. Cuando escuché sus tacones sobre el cemento supe que era hora de retirarme. Lo miré a los ojos y creo que él entendió lo que yo quería decir.  Sus ojos me miraron de vuelta, algo decepcionados pero también con un brillo nuevo, uno que jamás había visto en sus ojos. Tuve la sensación de que quería tenerme allí por más tiempo y creo que pude decirle, con la mirada, que yo también quería lo mismo.

Pero él acababa de llegar de una situación muy difícil.  Un secuestro no es algo fácil de sobrevivir y sobretodo cuando no tienen idea de cuándo van a soltarte, con que van a alimentarte o siquiera si van a tratarte como a un ser humano. Nunca se sabe. Yo estuve ahí el día que fue llamado a hacer su declaración oficial. Fui seleccionado como uno de los agentes que debían ser testigos ese día. Tengo que confesar que me gustó escuchar todo lo que había ocurrido de sus propios labios. Mejor así que leerlo en algún periódico.

 Por supuesto, ella también estaba allí. Siempre estaba allí, donde sea que él estuviera. Alguien me había dicho que había pasado la noche en su casa, que desde que había llegado se quedaba en su apartamento. Eso a mí no me constaba,  pero no podía juzgarlo ni decir nada acerca de ese tratamiento. Al fin y al cabo era un hombre adulto que debía tomar sus decisiones él mismo, no importaba en qué momento de su vida se encontrara. Y yo sabía muy bien que este no era el mejor momento para él.

 Todos escuchamos su testimonio en silencio. Se podía escuchar una mosca en la sala.  Su relato seguramente sería contado una y otra vez  en los tiempos venideros. Era todo muy emocionante al fin de cuentas: había sido secuestrado como agente encubierto durante una misión bastante arriesgada, había sido prisionero de sus captores por varios meses, trasladado de un lado a otro como si fuera una caja y  había sido liberado a través de una intervención militar que sólo ella había podido lograr.

 Creo que tal vez eso era lo que más me frustraba. Sabía que ella sería dueña de una parte de su vida por siempre. Él siempre sentiría que le debía algo, que le dio su vida. Y ante algo así, ¿qué se puede hacer? Al fin y al cabo jamás lo habíamos discutido de manera abierta. Todo lo que sentíamos, o mejor, lo que yo creía que compartíamos como sentimientos, habían sido cosas que ni siquiera habíamos hablado, que los dos solos suponíamos, que tal vez nos habíamos imaginado a raíz de todo.

 Tal vez era el trauma, tal vez el trabajo que nos estaba volviendo locos. No era algo fácil tratar con lo peor de lo peor, estar todo los días cerca de personas horribles capaces de hechos que una persona normal no creería posibles. Pero ahí estábamos nosotros, nuestro equipo completo, tratando de que esas amenazas a la vida de todos, dejaran de existir. Fue en algún momento durante todo eso cuando hicimos como si habláramos pero en verdad nunca lo hicimos. Nos mentimos a nosotros mismos sobre lo que sabíamos y lo que no, y ahora los dos teníamos miedo de hablar de aquello que era un misterio.

 Después de la audiencia, él se fue de manera apresurada. Obviamente se fue con ella, pero decidí no poner atención y seguir con mi trabajo. Pasaron dos meses y luego tres más. Nadie lo veía por ningún lado, pero nos decían que no había renunciado ni que había sido despedido. Algunos decían que lo único que quería era tomarse un tiempo. Nadie tenía idea de cuanto sería pero estaba claro que se trataba de un periodo largo. El tiempo pasaba y creo que todos lo extrañábamos más y más.

 Mi mayor sorpresa fue encontrarme con ella en la calle. Estaba completamente sola comprando ropa y con varias bolsas encima. La verdad es que, para ser exactos, no me encontré con ella. Lo que sucedió fue que la vi de lejos y decidí seguirla durante tal vez media hora. Iba de un lado al otro totalmente sola. Compró algunos pantalones en una tienda y después ropa interior sensual en otra. Eso me hizo hervir la sangre porque me hizo pensar en él. Por un momento pensé no seguirla más pero no lo podía dejar así.

 La dejé de seguir cuando entró un restaurante y se encontró allí con un hombre que yo no conocía. Era un tipo que, aunque suene gracioso, parecía ser su pareja perfecta. Y al parecer ellos mismos lo habían descubierto porque cuando se  vieron el uno al otro parecía que no podían quitarse las manos de encima. No sé porque sonreí en este momento o, mejor dicho, sabía muy bien porque lo hacía. Fue entonces cuando mis pies empezaron a caminar por sí mismos y me llevaron al lugar en el que necesitaba estar.

 Yo sabía muy bien dónde vivía pero nunca había ido al lugar. Una señora me dejó pasar  pensando que yo también vivía en el edificio.  Subí hasta el octavo piso y toqué su puerta. Me sorprendió que abriera tan rápido y es que se notaba que él mismo había acabado llegar. Su cara se iluminó al verme y la verdad es que la mía hizo lo mismo al verlo a él.  De nuevo, como en el puerto, nuestros cuerpos tomaron posesión de todo. Se encontraron el uno con el otro al instante. La única diferencia fue que esa vez se acercaron aún más.

 Esa misma noche me contó que estaba yendo al psicólogo. Al parecer tenía pesadillas muy graves y debía tomar medicamentos. Según me dijo, hacía mucho tiempo ya no vivía con ella. Se había dado cuenta que él no era la persona adecuada para ella. Así fue cómo empezamos a vernos más seguido, a veces para desayunar y otras veces para cenar. Lo acompañaba a la farmacia, al supermercado e incluso esperaba en la sala de espera de la psicóloga. Después de un tiempo, nos dimos cuenta que no tenía sentido vivir separados. La idea era poder oler su aroma, sin importar qué momento del día fuese. Nunca más tendríamos que preguntarnos qué pasaría si nos arriesgáramos.

miércoles, 2 de enero de 2019

Nosotros y ellos


   Todos estábamos alrededor de la hoguera, caminando y pensando, cerca del fuego que nos hacía sentir algo de calor. Podíamos estar en nuestra casa, en nuestras camas descansando. Pero no, estábamos en ese rincón perdido del bosque haciendo nada, o mejor dicho lo que parecía no ser nada. Había sido una reunión de improvisto, una muy tarde en la noche para que nadie más se enterara de lo que estábamos haciendo o de lo que estábamos hablando. Se podía decir que era solo para nuestros ojos y oídos.

 La hoguera ya había ardido en ese mismo punto muchas veces antes. No era la primera reunión que habíamos hecho, pero esta parecía ser mucho más urgente que las anteriores. Al fin y al cabo uno de nuestros compañeros más cercanos era el que nos había llamado. Gritaba como loco, casi no le pudimos entender al comienzo nada de lo que decía. Cuando por fin se calmó, entendimos que era urgente reunirnos en el lugar de siempre para hablar y entender mejor lo que había ocurrido y discutir lo que había que hacer.

 Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que nos habíamos reunido o, mejor dicho, desde la vez que habíamos formado el grupo y tomado la decisión de vernos de manera periódica. Esto se explicaba por nuestros llamados poderes, aquellas cosas que podíamos hacer que nadie más podía. Cada uno habíamos descubierto poco a poco que éramos diferentes a todas las demás personas y habíamos decidido que no era lo mejor que todos supieran, pues éramos una minoría y la historia no era amable con estas.

 Algunos querían revelarse al mundo, usar lo que podían hacer para ayudar a otros o incluso para reinar entre los demás. Era cierto que no todos los “especiales” como nosotros habían querido quedarse en el grupo, muchos habían decidido que no era lo suyo estar reuniéndose para hablar cosas de la gente como nosotros. Sin embargo, habían estado de acuerdo en registrarse en una especie de lista que teníamos para llevar la cuenta de cuantos éramos y lo que podíamos hacer. Era información clasificada, claro.

 La reunión extraordinaria, sin embargo, quebraba para siempre lo que habíamos hecho. Según él, alguien había descubierto a uno de nosotros. Decía que había manifestado sus poderes sin intención, a causa de un gran dolor. Recordamos haber visto la noticia de una explosión grave en una zona residencial, pero no habíamos pensado demasiado en ello. Ahora resultaba que era una joven mujer que se había revelado a si misma a causa de un malestar causado por una grave gripe. Era muy joven y no tenía idea de cómo controlar sus poderes, no sabía lo que debía de hacer.

 Ella no estaba listada y por eso no conectamos una cosa con la otra. Pero eso no era lo peor. Lo más grave de todo era que la chica había sido tomada de su hogar y lo mismo había ocurrido con el resto de su familia, que hasta donde nuestro informante sabía no eran personas especiales. Habían desaparecido de un momento a otro y ahora era como si nunca hubieran existido. El informante no sabía más y era claramente el más nervioso de todos. Cuando terminó su historia, solo se sentó y susurraba por lo bajo.

 Por eso nos quedamos todos un poco asustados porque lo que significaba para nosotros era grave. No solo la gente ya sabía que existíamos, sino que ahora parecía que nos querían ocultar y hacer quien sabe que cosas con nosotros. No teníamos idea si el gobierno tenía algo que ver con ello o si era algún grupo externo el que se proponía exterminarnos o hacer algo con nuestros poderes. No era raro escuchar que la gente tal vez nos tuviera envidia si supieran las cosas que podíamos hacer.

 Éramos gente especial, diferente, y lo que único que podíamos hacer era ocultarnos lo mejor posible y simplemente vivir nuestras vidas lo mejor que pudiéramos. Era ilusorio creer que todo el mundo iba a aceptarnos así como así. Incluso habíamos escuchado los comentarios que otros decían que se habían hecho después de la explosión causada por la chica y no eran nada buenos. Eso fue lo que nos quedamos hablando toda la noche alrededor de la hoguera, sintiendo frío y calor al mismo tiempo.

 Para algunos, la siguiente acción debía ser la de ubicar a la chica para saber si estaba bien o si había sido asesinada por quienes se la habían llevado. Otros decían que lo mejor era que las cosas siguieran como antes, sin que nadie hiciese nada por averiguar nada. Ellos argumentaban que buscar e investigar demasiado podía ser contraproducente y, al final del día, revelar nuestra existencia de manera inequívoca. Y había otros, pocos, que creían que esa era la mejor idea de  todas.

 Para ellos seguir ocultos era ridículo. Querían que nos presentáramos frente a la sociedad como una opción diferente para poder crecer y ser cada vez mejores, como seres humanos que éramos todos. Sabían que habría personas que estarían contra nosotros, pero pensaban que nuestros poderes serían la clave para que siempre estuviéramos encima de todo y todos. Sí, era una idea que se oía muy bien pero todos sabíamos que también podría ser el fin de todo lo que habíamos tratado de salvar. Cualquiera de las decisiones resultaba en algo que no era agradable, que no iba contentar a todo el mundo.

 La reunión terminó cuando el sol empezaba a lanzar sus rayos sobre las copas de los árboles. Apagamos la hoguera con cuidado, uno de nosotros teniendo poderes para absorber el oxigeno y así absorber todo sin que nadie se diera cuenta. Al final no pudimos acordar nada y cada uno siguió pensando exactamente lo que ya pensaba antes. Nos ayudamos de mis poderes para que cada uno llegara a su casa de la manera más rápida y segura. Los últimos fuimos mi pareja y yo, que habíamos llegado al bosque en automóvil.

 Debíamos conducir por una hora para regresar a casa y eso ayudó a que nuestras mentes se calmaran un poco. No hablábamos porque ya lo habíamos hecho demasiado, pero era obvio que todavía teníamos mucho en la cabeza. Prendí la radio para tratar de dejar de pensar pero resultó ser la peor de las decisiones. Estaban anunciando una noticia de última hora y era lo peor que podía escuchar en ese momento. Al parecer, alguien estaba atacando un distrito de oficinas en Japón, y por lo que parecía, la persona tenía poderes.

 La policía ya había disparado contra el agresor y no había resultado. También los bomberos y el ejercito trataban de hacer lo propio, pero les resultaba casi imposible. Mi pareja empezó a utilizar el portátil para acceder a la lista que teníamos y ver quien podría ajustarse al perfil de la persona que estaba atacando en las noticias. No teníamos muchos registrados de esa parte del mundo pero había que pensar que alguna otra persona podría tener mis poderes o algunos muy parecidos, para moverse de manera rápida.

 Ambos escuchamos la descripción de lo que ocurría y de lo que hacía el atacante. Eso nos ayudó para descubrir que el atacante era precisamente la persona que había estado minutos antes en la reunión, aquel que nos había alentado a usar nuestros poderes para imponernos ante los demás y revelar de una vez por todas quienes éramos y que existíamos. No tengo ni idea como llegó allí tan rápido, pues no fui yo quién lo envió a ese lugar del planeta. Tal vez incluso me había engañado de alguna manera.

 Detuve el coche frente a nuestra casa, una pequeña estructura de un solo nivel en los suburbios de la ciudad. Sin embargo, no nos bajamos del vehículo sino que seguimos escuchando las noticias. De repente, supimos que las cosas habían cambiado para siempre, de manera irremediable.

 Se oyeron gritos y más tiros y, en un momento, la señal de la radio pareció irse. Sin embargo, un anunciador explicó lo que había ocurrido: el atacante había sido abatido pero no sin antes asesinar a tres rehenes que tenía contra una pared. La gente estaba asustada y nosotros lo estábamos aún más.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Mi nombre…


Mi nombre… Mi nombre no es importante. Es el mismo que tienen muchos otros millones. La verdad no sé si sean millones o cuantos millones sean exactamente, pero es un nombre bastante común y corriente así que confío en que seamos millones. El punto es que no tiene ninguna importancia. Podría llamarme de mil otras maneras y daría exactamente lo mismo. A lo que voy es que, como la mayoría de gente en este mundo, vivo en el anonimato. Nadie de verdad sabe quién soy. Creen que sí pero no.

 Es algo complejo de pensar. Saber y entender que tu existencia solo es relevante para un puñado de personas en el mundo y que todos ignoramos la existencia de tantos otros. Si estuviésemos de verdad conscientes de ello, creo que no podríamos pensar de manera adecuada, la vida sería una carga todavía más pesada y las posibilidades que tendríamos en la vida fluctuarían de manera precipitada. Al fin y al cabo, es bueno ser anónimos pero también tiene su aspecto complicado.

 Lo bueno es fácil de resumir: podemos hacer varias cosas sin que miles o millones de otras personas se enteren. Claro que esto no abarca lo ilegal, pero todo lo demás casi siempre queda en lo que llamamos “la vida privada”. Hoy en día esa vida privada puede tener varios aspectos públicos, como pequeñas ventanas que se les abre a la gente para que vean por un momento algo de lo que somos por dentro o al menos de lo que pensamos de vez en cuando. No lo hacen todos, por supuesto, pero es algo que existe.

 Lo malo de ser anónimo es que, en un mundo que se siente cada vez más grande, se nos hace más difícil interactuar los unos con los otros. Cada vez es más complicado tener una relación de pareja significativa o, para no ir tan lejos, tener una amistad verdadera que se base en algo más que en coincidencias geográficas. El anonimato nos quita la posibilidad de expandir más nuestra mente y también nuestro cuerpo, no impide abarcar más con nuestros limitados cuerpos y mentes humanas.

 Y sin embargo, así hemos vivido toda la vida, entre una cosa y la otra. Nos gusta tener secretos pero casi todos estaremos de acuerdo en que, la parte más divertida de un secreto, es revelarlo. Claro que siempre es preferible cuando el secreto revelado es nuestro, así no hay nadie que se enoje por nada. Pero rebelar la vida de los demás también tiene un interés algo prohibido que lo hace aún más interesante de lo que probablemente sea. Los secretos son cosas que casi nunca tienen gran importancia pero que la adquieren precisamente porque decidimos que es información clasificada.

 Por eso es que cosas como nuestros nombres o nuestros datos personales, tienen solo significado para efectos oficiales. Solo al gobierno le importa tener en cuenta todo eso. Pero a la gente le da un poco lo mismo. Solo los idiotas creen que por tener alguien un nombre pueden clasificar a una persona en una categoría determinada. Y peor aún es cuando las personas con ciertos nombres deciden hacer caso de esto y se comportan como las mejores ovejas en existencia. Es patético e inútil.

 Pero así es la humanidad. No podemos mentirnos y decir que todos tenemos el mismo valor y que todos tenemos el mismo potencial. Cualquier persona que piense de verdad sabe que eso no es cierto. Hay diferentes habilidades que diferentes tipos de personas poseen, eso es cierto. Pero eso no quiere decir, ni de cerca, que todos tengamos las mismas capacidades o qué, mejor dicho, todos en verdad podamos llegar a cumplir lo sueños que tenemos o a hacer realidad las esperanzas que tenemos para un futuro.

 Todos somos diferentes, en muchos niveles, y eso es en parte lo interesante de ser un humano. Esas cosas que nos apartan los unos a los otros, las que usan para clasificarnos como si fuéramos fruta en una fábrica, son detalles que nos definen y nos hacen, a cada uno de nosotros, una persona completamente distinta y válida precisamente por esas diferencias. Pero eso tampoco hace que todos seamos iguales. Somos únicamente iguales en que somos tan diferentes en nuestro intelecto, si es que eso tiene sentido.

 En cuanto a lo físico, es obvio que todos somos básicamente la misma cosa. Las mujeres, por lo general, tienen vagina y senos y los hombres, también por lo general, tienen pene y testículos externos. Esa es una verdad biológica pero todos sabemos, ahora más que nunca, que pueden existir excepciones y todo porque tenemos hoy en día la capacidad de modificarnos a nosotros mismos para estar más cerca de quienes somos en realidad. Corregimos lo poco que la naturaleza no hace bien a la primera.

 Y eso no debería hacer enojar a nadie ni debería causar debates interminables sobre cosas que casi nadie entiende nada, excepto aquellos involucrados. Solo deberíamos  darnos cuenta que no somos el paquete en el que vienen las cosas sino que somos las cosas que están adentro del paquete. Esas cosas son diferentes en cada uno, son únicas si se quiere pensar de esa manera. Y es en eso que deberíamos concentrarnos cada vez que nos enojamos con el mundo o con sus dioses, cuando queramos darnos esperanzas que no sean falsas sino que tengan un sustento en la realidad de la vida.

 Disculpen, a veces tiendo a irme por la tangente pero saben muy bien lo que quiero decir con este tema de la igualdad y de las diferencias. Hay temas que simplemente ya deberíamos estar muy viejos, como civilización, para seguir discutiendo. Nos estancamos en idioteces y no exploramos más allá, nos da miedo seguir a hacia lo más profundo de nosotros mismos porque sabemos que allá abajo no todo es esperanza y felicidad, no hay corazones y lindas sonrisas y cuerpos esculturales. Nada de eso.

 Allá abajo está otra parte de nosotros, aquella que ha sido moldeada por siglos de ser ignorada y por el hecho de no querer verla. Creo que así es como nacen los asesinos. Eso que hay en su profundidad se pudre porque nadie quiere reconocerlo. Y cuando algo tan hondo en tu ser empieza a dañarse, simplemente no hay vuelta atrás y se manifiesta en maneras que pueden causar grandes daños y perjuicios. De cierta manera, la sociedad misma ha creado a quienes la destruyen de vez en cuando.

 Si nos atreviéramos a ver en lo más profundo de nuestro ser, si cerrar los ojos ni voltear la cara, podríamos encontrar partes que siempre hemos considerado perdidas o inexistentes. Podríamos ser más hábiles para curarnos a nosotros mismos de aquellas aflicciones que con mucha frecuencia afectan nuestros sentimientos y nuestra manera de ver el mundo. Si fuésemos valientes, podríamos de verdad ayudar a las personas que lo necesitan, en vez de juzgarlos y creernos héroes sin serlo.

 La humanidad necesita dejar de lado su falsedad, esa cantidad de muros y fachadas que han construido a su alrededor para mantener todo como siempre ha sido. Nos cuesta entender que el punto mismo de la evolución es el de nunca quedarnos en el mismo sitio por mucho tiempo. Como seres humanos, estamos obligados a seguir adelante, a emprender nuevos desafíos y a constantemente explorarnos a nosotros mismos y no solo a lo que nos rodea. La evolución vienen desde adentro, no al revés.

 Hoy en día, estamos estancados en un mundo en el que muchos se niegan a dar un paso más hacia delante. Se han vuelto perezosos y cobardes, prefieren tener lo que tienen ahora, amarrarse a lo que conocen en vez de lanzarse a lo desconocido y descubrir miles de millones de nuevas cosas.

 Si seguimos igual, nuestra humanidad empezará a infectarse cómo esos sentimientos que no vemos en lo profundo. Y en un momento no habrá vuelta atrás para ninguno de nosotros. Será el fin de nuestra especie, habiendo sido incapaz de entender que debemos cambiar para avanzar cada vez más.

lunes, 4 de junio de 2018

Solo yo...


   Cuando estuvo frente a mi, lo único que pude hacer fue llorar. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos sin control alguno, rodando como cascadas por mis mejillas. Mis ojos se sintieron hinchados y pronto no pude ver mucho delante de mí, por lo que tuve que limpiarlos con la manga de la camisa, sin importar la cantidad de sangre que tenía por todas partes. Me acerqué un poco más y pude sentir el calor del cuerpo que estaba viendo. Era una escena que jamás había pensado ver de esa manera, algo muy extraño.

 Estaba presenciando mi primera relación sexual. Se sentía como si estuviese rodeado por una burbuja, una especie de capa delgada de plástico que me estuviese protegiendo de algún mal desconocido. Me había visto entrando por una puerta y besar a un chico que no había visto en muchos años. Ahora que lo veía, me parecía gracioso el hecho de que lo hubiese elegido precisamente a él como la primera persona con la que tendría sexo. Claro que en ese entonces creía que era “hacer el amor”, pero eso es lo de menos.

 Estuve mirándome un buen rato, mientras mi versión más joven parecía tener más brazos de lo normal. Se abrazaba con el otro chico y lo tocaba de una manera muy graciosa, algo inocente. No parecía estar presenciando una escena entre dos jóvenes a punto de hacer algo que yo conocía ya muy bien sino que parecía algo más extraño y menos familiar. Además se me hacía incluso gracioso y no podía dejar de sonreír. Era una situación demasiado extraña. Estar allí y al mismo tiempo no estar, era algo que no podía dejar pasar.

 Me limpié las manos tanto como pude en la ropa, mientras ellos hacían lo que yo sabía que habían hecho. Caí en cuenta entonces que estaba presenciando dos menores de edad en una situación comprometedora. ¿No era eso algo ilegal o peor que eso? Sin embargo, uno de ellos era yo y sabía muy bien como había terminado todo y no me refería solo a esa oscura tarde. Las cosas que habían pasado después habían definido, en buena parte, el tipo de persona que sería después, que soy ahora. Todo pasó rápidamente, ahora que lo pienso.

 Ellos se levantaron de golpe y se tomaron de la mano. De nuevo, todo se veía completamente inocente. Me di cuenta que, cuando empezaron a caminar hacia una de las habitaciones, la luz del lugar pareció seguirlos a ellos. No tenía otra cosa que hacer sino seguirlos de cerca y entrar a la habitación con ellos. Tan pronto entramos, siguieron besándose. Recuerdo bien que él mismo me había dicho que tenía que aprender como besar y eso era lo que estaba intentando hacer, me decía cómo debía de hacerlo para disfrutar más del momento y de la otra persona con la que estaba. En parte, tenía razón o eso creí entonces.

 Solté una carcajada cuando tomaron un caramelo y se besaron con el en la boca, y se lo pasaron de un lado a otro. Había olvidado por completo que eso era lo que habíamos hecho esa tarde. Después vino algo más asqueroso, que fue tomar un sorbo de champú para luego hacer lo mismo con él. Era como ponerle algo asqueroso a un momento precioso y a un sabor que ya estaba bastante bien. Los chicos jóvenes pueden ser muy asquerosos, eso lo sé muy bien ahora que he conocido mi buena parte de hombres en esta vida.

 Entonces, él me fue empujando sobre su cama y se inclinó encima mío. Mis nervios se notaban. Incluso entonces, debo decirlo, mi yo más joven se veía como un niño pequeño que no sabe lo que está pasando. Se besaron más y fue entonces cuando algo me desconcentró. Dejé de escucharlos por primera vez desde que había ingresado en ese estado extraño, puesto que algo de mi lado hizo un ruido extraño. Parecía un grito pero no supe bien que era porque no se repitió. Mientras tanto, el otro chico se había quitado la camiseta.

 Los volví a mirar pero mi interés se había visto corrompido por el breve grito que había escuchado. Había rasgado lo más profundo de mi mente y me había hecho pensar, por primera vez, que era posible que el estado en el que me encontraba podía ser resultado de algo que no debía alargarse demasiado. Tal vez era todo un truco, ver uno de mis recuerdos para distraerme y así seguir destruyendo lo que más quería del otro lado. Y ese otro lado es el presente, desde el que les escribo ahora. ¿Eso es bueno, no?

 Traté de mirarlos, como me quitaba mi ropa y la de él, como nos metíamos bajo las cobijas y nos tocábamos y besábamos y reíamos, como niños. Me di cuenta que, en ese entonces, yo era muy maduro de unas maneras y muy inmaduro de muchas otras. El sexo y todo lo que tenía que ver con la relación con mi cuerpo, estaba mucho más avanzado que en otros chicos de mi misma edad. Pero no tenía ni idea de las verdaderas consecuencias de mis actos, no sabía como las decisiones que tomaba me encaminaban a mi presente actual.

 De repente, cuando escuché el primer gemido del otro chico, un nuevo grito ahogó casi de inmediato ese sonido de placer. Esta vez se oía mucho más claro y era evidente que provenía de mi lado, de mi presente. Sentía que había algo que había olvidado, algo que había dejado de lado en el momento en el que había entrado en esta nube extraña que me había llevado al pasado, a un momento en el que no había pensado en mucho tiempo. ¿Porqué me había llevado esa cosa a ese recuerdo y no a otro? ¿Porqué quería hacerme ver algo que ya ni recordaba bien? ¿Cual era el punto de todo?

 Otra vez un nuevo grito. Esta vez el que gemía en la cama era yo y sabía muy bien porqué pero ya no me interesaba lo que pasaba allí. Me di cuenta, o mejor dicho, recordé la sangre que manchaba mi ropa, mi cara y mis manos. Y recordé también de donde había salido. Y el que gritó entonces fui yo y el grito que venía de afuera de esa burbuja temporal, también había sido mío. Porque seguía en ese campo de batalla, con el cielo rojo y mi mente colapsando.

 Varios morían cerca y lejos y supe bien que yo había sido responsable de muchas muertes en ese lugar. Sé que luchaba por algo más grande que mi mismo, que mi vida o que mi muerta. Estaba luchando para que todos pudiéramos tener una vida decente, una vida de verdad. Había dejado de lado la pistola y en mi cinto sentí un cuchillo bien afilado que no había visto ni sentido antes. Miré bien a mi alrededor y no vi a nadie cerca, solo voces lejanas y gritos y muchas explosiones. El olor a muerte se estaba expandiendo.

 No sé qué había causado mi regreso al pasado, no sé quién o que me había enviado allí para mantenerme distraído. Era obvio que algo sabían acerca de mi y habían creído que un recuerdo me detendría. Pero yo mismo pude sacarme de allí adentro, porque nadie más podría nunca ayudarme. Desde el comienzo había sabido que todo lo que había que hacer, tenía que hacerlo yo mismo, con mis propias manos. Había gente que creía en lo mismo que yo, pero para ir más lejos solo podría confiar en mi mismo. Nadie más podría hacerlo.

 Entonces se acercaron algunos enemigos y en menos de un minuto estuvieron en el suelo, cogiendo con ambas manos su cuello, tratando de respirar después de que les había hecho un corte profundo que solo significaba la muerte. No podía haber dudas y por eso solo yo podría avanzar lo suficiente. Solo yo podía caminar por ese campo como lo hice, solo yo podía usar mi cuerpo y mi mente para destruirlos, como también lo hice. Cuando llegué al otro lado, al lugar desde el que nos atacaban, la decisión fue sencilla.

 Mis acciones mataron a miles y me encarcelaron por ello. Había salvado a millones pero la ley era la ley y tenían que juzgarme. Muchos me acusaron de ser un genocida, un asesino sin compasión que había destruido sus amorosos hogares llenos de odio y desdén por todos los demás.

 Acepté mi destino, lo que dijo la ley, y por eso les escribo desde la cárcel. Creo que es una buena manera de hacer terapia, de reflexionar sobre lo que hice de joven y de adulto. No pienso, ni pretendo, que nadie me perdone. Solo espero que alguien alguna vez piense en mí y sepa todo lo que soy y fui.