La pobre bruja corría como alma que lleva el
diablo a través del bosque. A veces parecía que iba a tropezarse pero con un
movimiento de su mano todo lo que se interponía en su camino se movía hacia un
lado. Un árbol de quince metros lo hice sin chistar, lo mismo que varias
raíces, todo un riachuelo y muchas piedras de diversos tamaño. Empezó a llover
y la bruja quedó empapada justo antes de llegar a su pequeña casa, incrustada
en un montículo en la mitad del bosque. Con otro movimiento de su mano, la ropa
que tenía puesta se secó. Obviamente el mito de que las brujas se derretían con
agua era una tontería pero eso no quería decir que la disfrutaran mucho que
digamos. En un momento, la bruja puso a hervir un par de calderos pequeños y,
finalmente, fue a dar a un gran sillón.
Estando allí se quitó el sombrero, revelando
una cabellera de color violeta intenso. Era bastante guapa también y nadie en
el mundo hubiese pensado que era una bruja, a menos que ella misma le contara a
medio mundo. De hecho, eso lo había hecho varias veces con mortales de los
alrededores pero siempre tenía cuidado de borrarles la memoria con uno de sus
encantamientos. Era cuidadosa y tenía un legado, una historia familiar que
honrar y preservar, así que no podía vivir muy a la ligera. Después de un rato
esperando, se acerco a uno de los calderos, tomó el cucharón que había dentro y
se sirvió en un plato un poco de la deliciosa sopa que había allí. No había
magia ni nada, solo verduras. El otro caldero, sin embargo, estaba rodeado de un
humo curiosamente fucsia.
La joven se sentó a la mesa, una gran mesa de
madera basta, y tomó su sopa. Si algo había que no le gustaba mucho de vivir
allí, es que muchas veces estaba sola. Y cuando llovía de esa manera, pues
afuera la tormenta había arreciado, no había manera de que uno de sus amigos
del bosque la visitara. No, por supuesto que no eran animales como conejitos y
mapaches. Quienes la visitaban eran elfos y duendes y hadas y muchas otras más
criaturas mágicas que sabían de su negocio de pociones y venían con frecuencia
a pedirle ayuda. La que se estaba cocinando era una de valor y se supone que la
usaría un espíritu para asustar mejor.
Que claro que la bruja no hacía pociones para
cualquiera ni cuando ellos se lo exigieran. La bruja trabajaba solo si veía en
ello una ganancia personal, fuera de lo monetario. Al fin y al cabo que era una
bruja joven y necesitaba adquirir toda la experiencia que le fuese posible.
Había sido la idea de su familia que se exiliara por un año en un bosque para que
trabajara concentrada y entrenara todo lo que debía, para aprender a ser una
bruja con todos los trucos bajo la manga. Por eso todas las criaturas del
bosque, o casi todas, iban allí a pedir que les solucionase una parte de sus
vidas. Pero ella ya se estaba cansando de la situación y eso que solo habían
pasado tres meses desde su llegada.
La joven estaba frustrada porque quería ver el
mundo y, como le había dicho a su madre tantas veces, intuía que en las
ciudades la gente necesitaría más de una bruja. Pero su madre no lo consintió y
por eso resultó en un bosque. Ahora ya no peleaba, principalmente porque no
había con quien, y solo llevaba el día a día. Estaba terminando la sopa, que
estaba deliciosa, cuando miró a la ventana y sintió una sombra cruzando sobre
ella. Lo mismo sucedió con otra ventana y entonces la joven apagó las luces de
su hogar. Esperó en silencio, con únicos ruidos el hervir del caldero y la
lluvia incesante afuera. Parecía que no iba a pasar nada hasta que una cara
apareció de golpe en una de las ventanas.
Ella sabía que no podían verla directamente,
pues había un encantamiento que hacía parecer todo muy diferente desde afuera.
Pero ese ser parecía seguro de ver algo o tal vez lo sentía. Por lo que pudo
detallar la bruja, esa criatura era un hombre humano y no era uno de los
mejores ejemplares de sus especie. Tenía una marca bastante mal cuidada que le
tapaba casi toda la cara y el pelo sucio y enmarañado, lo que era increíble con
la cantidad de lluvia que caía afuera. Sus ojos eran claros e intimidantes, no
como los amables ojos avellana de la bruja. El humano se quedó mirando por la
ventana un buen rato hasta que perdió el interés y se fue, para tranquilidad de
la joven.
Pero al rato pasó algo peor: golpeaban a la
puerta con una fuerza inmensa. Era como si la quisieran romper. Debía ser un
cliente desesperado pero ella les había dicho, con claridad, que no atendería a
nadie cuando el clima fuese adverso. Les explicó, tratando no detallar mucho,
que el clima exterior podía afectar negativamente el desarrollo de sus
pociones. Pero al parecer el ser que estuviese detrás de la puerta, no iba a
dejar de golpear como un maniático así que la bruja le abrió, dejándolo pasar a
él y a otra criatura algo menor. Cuando se dio la vuelta para saludarlos, la
bruja gritó de la manera más desgarradora en la que jamás nadie ha gritado.
Algunos animales afuera quedaron hechos de piedra, tal cual.
Los que entraron a la casa de la bruja eran
seres humanos. El grande era el que había estado mirando por la ventana y el
otro, algo más pequeño, parecía ser una mujer. Después del grito, la bruja se
acorraló en una esquina y les pidió, por favor, que se fueran y no volvieran
jamás. Prometía irse del bosque, darles pociones de poder y de amor y todo lo
que quisieran pero solo quería que la dejaran vivir. Las criaturas la miraban
como si estuviera loca pero ella se echó al piso e imploró por su vida como si
le hubiese puesto un cuchillo en la garganta. Las criaturas la ignoraron al
comienzo, tomando un caldero y calentando agua allí.
Fue entonces que la bruja se dio cuenta que
algo pasaba con la mujer. Su forma era particular así como su pesado caminar,
que terminó en el sillón donde la bruja misma había estado sentada hasta hacía
algunos minutos. La mujer parecía estar embarazada y por el color de su piel no
parecía estarlo llevando muy bien. Tenía el color de las espinacas en su cara.
La bruja entonces se calmó y solo se quedó mirando las escena desde su rincón:
el hombre le brindaba a la mujer té pero ella no lo tomaba. Él parecía tratar
de convencerla hasta que lo logró. Acto seguido, trató de ponerla más cómoda,
usando algunas de las cosas que había alrededor como manteles y cojines varios.
La bruja lentamente se puso de pie y se dio cuenta que el hombre no sabía muy
bien que hacer.
Entonces caminó con agilidad hacia el fuego,
puso un caldero más y allí mezcló varios de los ingredientes que tenía en su
despensa. Los humanos se quedaron mirándola, con algo de miedo pero también con
una inmensa curiosidad pues la bruja iba y venía, moviendo la mano de manera
extraña y haciendo aparecer y desaparecer diversos artículos como libros,
ingredientes, platos, jeringas, … Mientras hacía esto la mujer empezó a
quejarse del dolor y entonces la bruja apuró el paso mientras los gritos de la
pobre mujer se podían oír por todas partes. La joven se dio la vuelta,
esperando que la poción hirviese el tiempo necesario. El hombre tenía a su
mujer tomada de la mano, como apoyo.
La bruja se acercó un poco y les sonrió, cosa
que ellos no devolvieron. Al fin y al cabo eran culturas diferentes y cada
cultura percibe las cosas como quieres percibirlas. Era increíble para ella, la
bruja, ver como esas dos personas se profesaban tanto amor con los más sutiles movimientos del cuerpo.
Un apretón ligero de manos o un beso en la frente, cosas muy básicas. La poción
estuvo lista y tenía la consistencia deseada: entre una crema de manos y un
chicle especialmente pegajoso. Lo pasó todo a un cuenco y con una espátula untó
casi todo sobre la panza de la humana, que parecía asustada pero sin embargo no
empujaba ni hacia nada para que la bruja se detuviese.
El resto, la humana lo tuvo que beber. Le
sabía a un platillo muy dulce, como un postre. La poción relajaba su cuerpo y a
la vez le daba fuerzas, por lo que tras algunas horas, el bebé que tenía dentro
nació sano y salvo. La bruja, honrada de haber visto el nacimiento de una vida,
le dio al niño la capacidad de siempre ver lo mejor en los demás. Ese sería su
pequeño regalo, que debía usar él lo mejor posible. Los humanos se quedaron en
la casa del a joven esa noche. Compartieron sopa, un espacio para dormir y, en
la mañana, ella descubrió que no había nadie allí. Se habían ido sin decir nada
más. Afuera la lluvia todavía caía, pero con suavidad.
La bruja le escribió a su madre contándole
todo lo sucedido. Le dio todos los detalles del asunto y le contó de la poción
que había hecho de lo especial que había sido semejante momento para ella. La
madre le respondió con rapidez, estando muy feliz por ella pues era un evento
que rara vez presenciaba una bruja. Pero su madre estaba preocupada por el niño,
pues a veces los buenos deseos podían convertirse en maldiciones. Además, le
resultaba curioso que hubiese humanos en un bosque como ese, donde ellos jamás
entraban. Los que su hija había conocido debían ser humano muy insistentes o
resistentes. Eso ella no lo sabía bien pero se prometió a si misma buscarlos y
vigilar el progreso de su deseo para el niño. No iba a dejar que sus deseos se
corrompieran.