Nunca hubiese pensado que terminaría en la
cama con él y mucho menos que me obsesionaría con algo tan típico hoy en día
como sus tatuajes. Había visto otros antes, yo no tenía ninguno. Me parecían,
en general, intrigantes pero nada que me volviera loco al instante o que me
causara una respuesta demasiado obvia. Pero esta vez, por alguna razón, fue
diferente. No sé si fue por la espontaneidad del descubrimiento, la simetría,
el cuerpo del individuo o el hecho de que sentía haber cruzado una frontera que
no debía o que no era mi deber cruzar.
El caso es que cuando le ayudé a quitarse la
camiseta esa noche, mis ojos quedaron prendados al instante del tatuaje en su
costado derecho. A pesar de tener un cuerpo perfecto y de ser una persona que
sentía que yo no merecía, olvidé todo eso por esa noche y me fijé solo en la
tinta en su cuerpo. En el lado derecho, sobre el costado de la caja torácica,
tenía un símbolo tatuado muy simple pero del tamaño preciso y como si hubiese
sido escrito en su piel con pluma.
No sé si él se dio cuenta, pero me pasé un
buen rato besando su costado, pasando mi lengua sobre el tatuaje como si con
eso fuese a absorber el conocimiento de lo que significaba el símbolo. Era algo
tan simple, con un significado seguramente igual de simple, pero a mi eso me
daba exactamente igual: en su cuerpo, en ese momento, después de ver sus
delicados ojos cerrarse por el placer, ese tatuaje tan tonto era una revelación
para mi.
Para que no pareciera aburrido o que no sabía
hacer nada más sino besar un costado de su cuerpo, me trasladé lentamente al
otro costado. A él parecía no importarlo y fue en un momento, mirándolo, que me
di cuenta que esos besos a él le gustaban más que a la mayoría de los hombres.
Esos ojos cerrados indicaban una sensibilidad que no todo el mundo tenía, pues
muchos preferían ir directo a cosas más obvias, ya vistas miles de veces en
películas pornográficas. Estos besos no eran así.
Cuando llegué al otro costado no pude evitar
sonreír. Había otro tatuaje, del mismo tamaño que el anterior. La diferencia
estaba en que este tenía un diseño un poco más complejo y tenía color. Además,
para mi alegría, lo reconocí al instante. Creo que por eso dejé su cuerpo un
momento y me dediqué a besarlo a él. Sentí una conexión que iba más allá de
solo la relación sexual que estábamos teniendo o a punto de tener. Él era como
yo, es decir, tenía gustos como los míos. Ese tatuaje me había transportado a
mi infancia por ser el símbolo de un videojuego, por ser una marca en su cuerpo
del tiempo y de la inocencia. Casi nos quedamos sin aliento después de besarnos
entonces.
Muchas veces es torpe cuando se llega a
quitarle el pantalón a alguien, a menos que ya no lo tenga. Pero en ese
momento, por alguna razón, nuestros ojos quedaron enganchados y mis manos
siguieron haciendo lo que querían, despojándolo a él, con habilidad, de unos
jeans de esos que se usan hoy en día, con la bota apretada y todo apretado.
Cuando dejamos de mirarnos, se los quité con
fuerza y entonces descubrí un tercer tatuaje. En ese momento ignoré sus tiernos
pero sexis calzoncillos blancos. Decidí que era más interesante ese pez japonés
que le trepaba el gemelo izquierdo, debajo de los poquísimos vellos que tenía.
Mis manos, de nuevo, empezaron a actuar solas, independientes de mis ojos que
no podían de mirar a ese pez y su curvatura, como parecía desaparecer detrás de
esa pierna torneada, como parecía estar vivo con esos colores brillantes y
hermosos.
Mientras tanto mis manos lo tocaban todo pero
yo seguía con la vista en su pierna. No sé si él se dio cuenta porque yo para
ese punto había dejado de mirarlo a él. Ya no me importaba si se daba cuenta
que su piel, que sus tatuajes mejor dicho, me obsesionaban y que hubiese podido
quedarme esa y muchas noches más admirando cada milímetro de su cuerpo que
estuviese cubierto por tinta.
Le besé las piernas, le masajee los pies y las
piernas y volví cerca de él y de su boca. Su sabor era verdaderamente único y sumaba un detalle
más, algo que simplemente mejoraba todo lo que acababa de ver. Este tipo tenía
una cuerpo increíble, era alto, tenía una cara perfecta y sin embargo estaba
allí, conmigo y mi cuerpo que no tenía nada que ver con el suyo. Mientras nos
besábamos me molestaba que el trataba de tocar mi cuerpo pero se encontraba con
que yo no era como él y por un momento me di cuenta que se abstuvo de seguir
explorando.
No separamos de nuevo y pensé que debía hacer
lo que habíamos venido a hacer. Se podían hacer muchas cosas antes del sexo
como tal pero si no se hacía siempre habría un cierto nivel de decepción, como
cuando vas a un matrimonio y no hay pastel o te celebran tu cumpleaños y no hay
regalos. Es incompleto. No quiero decir que siempre tenga que ser una
experiencia completa pero es mucho más placentera si lo es.
Bajé entonces a sus calzoncillos, que me
hicieron sonreír, y empecé a bajarlos cuando vi otro tatuaje más. Era como
estar en una isla del tesoro y descubrir que no había una solo punto marcado
con una X sino mucho más, y todo con premio. Debajo del elástico del calzoncillo
estaba su nombre. Quise reír porque me pareció curioso y también porque no
conocía más de él que su nombre. Nunca me había molestado en averiguar más.
Y sin embargo allí estábamos, yo a sus pies y
él con una respiración rítmica, que aumentaba cada vez que besaba su tatuaje.
Después terminé de bajarle los calzoncillos. En esa zona, como es de esperarse,
me tomé el tiempo aunque debo decir que casi todo el tiempo estuve pensando en
los tatuajes que había visto y en lo extraño que era que alguien pudiera tener
tanta tinta en el cuerpo y no se le notara nunca. Era como si vistiera debajo
de la ropa el uniforme de un superhéroe. Era el mismo nivel de poder, al menos
para mi.
Se podría decir que en mi mundo, hay hombres,
claro, pero están divididos en grupos y niveles, otros siendo claramente mejor
que otros a los ojos de la humanidad en general. Los hombres con tatuajes
siempre eran más sensuales, más atrevidos, más salvajes y él no parecía ser la
excepción, menos aún cuando podía ver con facilidad como su espalda se arqueaba
con cualquier roce de la piel, haciendo brillar sus tatuajes con la luz ideal.
Después de un rato nos besamos de nuevo. Fue
en ese momento en que él quiso, y lo dijo con su boca y no con su cuerpo, que
yo también me quitase la ropa. La luz era tenue pero no lo suficiente, no como
me gustaba a mi que era casi a oscuras. Pero me quité todo nada más para
complacerlo pues era lo justo. Al fin y al cabo había disfrutado su cuerpo por
un buen rato antes y hubiese sido muy injusto de mi parte decirle que no a
cualquier cosa que quisiera. Su deseo debía ser concedido.
Como para evitar comentarios o que mirara más
de la cuenta, le pedí que se pusiera de espaldas para apreciar el resto de su
cuerpo. No fue sorpresa que debajo de la nuca tuviese otro tatuaje, esta vez un
símbolo tribal en forma de ave. Lo besé, pero por alguna razón no tuvo el mismo
encanto que los otros, parecía algo puesto allí por su yo inseguro, su
adolescente que había pedido el mismo tatuaje que otros se habían hecho
millones de veces antes.
El resto de su cuerpo posterior estaba
inmaculado, solo el ave y un pedacito del pez de la pierna rompían la blancura
de su piel, cubierta en partes por pecas y en otras por vellos muy finos y casi
inexistentes. Le besé la espalda y me sorprendió oírlo gemir. No sé si fue
cruel de mi parte, pero me interrumpí en un momento y le pregunté porque no
tenía un tatuaje en la espalda baja. Él se rió y solo dijo que yo debería
ayudarle a conseguir el diseño ideal.
Esa propuesta me sonó a
reto y, durante el resto de la noche, imaginé qué podría irle bien en esa zona,
tan delicada y suave y torneada como el resto de su cuerpo que era simplemente
perfecto.
Lo hicimos todo y cuando terminamos, cuando
nos poníamos la ropa, él me dijo que debería hacerme un tatuaje también. Según
él había muchos lugares donde se verían bien. Distraído, le dije que
seguramente habían muchos artistas excelentes en ese mundo pero él sonrió y me
explicó que lo que quería decir era que mi cuerpo le encantaba y que un
tatuaje lo adornaría perfectamente.
Al instante me sonrojé. Nos besamos y nos
separamos y yo me di cuenta que no le creí lo que había dicho, ni una cosa ni la otra, pues nunca creía
en los halagos de ese tipo. Pero de todas maneras me produjo una sonrisa que se
mantuvo varios días en mi rostro y que le agradecí en secreto.