Me dejé caer en mi cama, exhausto del día que
había tenido. Mi cuerpo, por alguna razón, sentía mucho dolor aunque no había
hecho ningún esfuerzo físico notable. Solo me sentía abatido y no quería
moverme mucho. Sin ponerle mucha atención al asunto, me quité los zapatos y
subí mejor a la cama, abrazando la almohada y quedándome dormido. Por suerte,
no tuve ningún tipo de sueño, nada que me molestara. Fue hasta bien entrada la
noche que desperté y me di cuenta que afuera estaba muy oscuro y que casi no había
ruido. Cuando miré mi reloj, era pasada la medianoche.
Sentado en la cama, no quería moverme pero mi
estomago rugía y no tuve más remedio que ponerme de pie e ir a la cocina, donde
calenté una de esas comidas para microondas. Era una lasaña de carne. Cuando
estuvo lista, la puse sobre un plato, cogí un tenedor y un jugo de cajita de la
nevera y me fui con todo a la cama de nuevo. Dejé la comida sobre la cobertor,
me quité los pantalones y las medias y me senté en la cama. Cogí el portátil
del suelo, donde lo había dejado al llegar, y puse un episodio de una serie que
no había podido ver antes.
Mi cena fue
interrumpida entonces por el sonido de mi celular, que también estaba en algún
lugar del suelo. Decidí no contestar y mejor dejarlo para después. Además,
quien llama después de la medianoche? Podía ser una emergencia pero no había
nadie que me llamara por esa razón, al menos no aquí. Entonces podía esperar.
No quería saber de nada de ni nadie y mucho menos si resultaba ser algo
relacionado con el trabajo. “Que se jodan”, pensé. Había estado todo el día
haciendo de todo y no iba a cambiar mis horas de sueño por más de lo mismo.
Terminé de ver el capitulo de la serie al
mismo tiempo que terminaba la lasaña. Después dejé el plato de lado y, mientras
tomaba el jugo, miré por la ventana. De verdad que era una muy bonita vista la
que tenía de la ciudad. Por estar en un barrio construido sobre una ladera, el
apartamento tenía una vista privilegiada. Se podían ver miles de apartamentos,
casas e incluso algunos barcos allá lejos, en el mar. Cuando terminé el jugo,
cogí el plato y el tenedor y los llevé a la cocina. Tiré a la basura la cajita
del jugo y lavé todo. Entonces, de nuevo escuché el sonido del celular.
Cuando volví al cuarto ya no se escuchaba más
pero de todas maneras lo saqué de mi mochila que yacía en el suelo y miré quien
me había llamado. El sonido de fastidio fue tan obvio cuando vi la pantalla,
que a nadie le habría sorprendido verme tirar el celular justo ahí. Lo mejor
era volver a dormir y terminar con un día tan malo. Me demoré un poco
conciliando el sueño y tuve que recurrir a la lectura en el portátil para por
fin tener algo de sueño. Por culpa de mi siesta anterior, esta vez el sueño fue
pesado y no sentí haber descansado nada cuando me desperté al día siguiente.
Lastimosamente, tenía que levantarme temprano
para ir a clase y luego a trabajar, entonces no hubo manera de seguir tratando
de dormir. De nuevo, cuando ya estaba por salir, el celular empezó a vibrar en
mi bolsillo. Había tenido la buena idea de quitarle el sonido pero de todas
maneras era estresante sentir que vibraba como loco. No, no iba a contestar.
Para que me llamaba? Que tenía que decirme ahora? No, no más. Ya tenía
demasiado con todo lo que se me venía encima como para echarle encima este
problema, o mejor, molesto inconveniente.
Cuando llegué a clase, por fortuna, pude
distraerme con algunos conceptos interesantes que empezábamos a ver. Teorías e
historias interesantes, que daban rienda suelta a la imaginación, que era lo
que más me gustaba. De hecho todavía lo es pero ahora trato de que la
imaginación no tome control del todo. Ya lo hice una vez y no resultó nada
bien. La clase era larga pero pasó rápidamente. Apenas tuve tiempo de intercambiar
algo de charla con mis compañeros y comer algo ligero antes de salir corriendo
adonde estaba mi pequeño puesto de trabajo.
La verdad era que no
tenía un trabajo muy interesante. Básicamente estaba encargado de ordenar el
constante lío de papeles y archivos y objetos que tenían un poco por todas
partes. Había un archivista oficial en el lugar y ese era mi jefe, que parecía
tener cosas mucho más interesantes que hacer, que ayudarme a clasificar miles y
miles de documentos, cuyos montones parecían nunca cambiar de tamaño. Lo malo
de todo es que nadie parecía apreciar mi trabajo y todos siempre sugerían que
se debería organizar el archivo, como si eso no fuera lo que yo había estado
haciendo.
Es frustrante, siempre, hacer cosas y darse
uno cuenta que nadie lo aprecia. No es que yo haga cosas para que los demás me
noten pero sí estaría bien que la gente al menos reconociera mi esfuerzo. Pero
en fin, son idiotas en todo caso. Así pasaba horas, desde el almuerzo hasta la hora
de la cena, organizando documentos que la verdad era que a nadie le importaban.
Los que más consultaban siempre habían estado bien organizados. Los demás, el
mar de papel que faltaba por archivar, ese nadie venía a verlo. De pronto era
precisamente por el desorden pero la verdad era que no importaba.
Cuando pude salir de allí, por fin, caminé con
rapidez al bar más cercano. Después de todo era viernes y mi cuerpo necesitaba
relajarse bastante. Tomaría un par de copas más y luego me iría a casa, a
dormir más de la cuenta, para despertarme tarde al otro día y hacer algo que me
alegrara la vida. Pero no pude hacer nada de eso porque el teléfono empezó a
vibrar de nuevo. Harto de todo contesté y lo primero que hice fue gritar.
- - No me jodas más!
Y colgué. Estaba harto de él, no quería saber
nada ni de él ni del pasado ni de nada. Ya estaba harto del tema y este no era
el mejor momento para hablar de nada de eso. Tomé dos vasos más de vodka con
jugo de naranja y, cuando hube terminado el tercero, alguien me tocó la espalda
y era él. Quería golpearlo en la cara pero me di cuenta que eso solo le
serviría a él. Preferí darme la vuelta y pedir uno más antes de irme. Se sentó
a mi lado y no dijo nada. No pidió un trago ni me miró, solo se quedó ahí
mirando al vacío. Yo me tomé mi último trago a sorbos y cuando terminé me puse
de pie pero entonces él me tomó del brazo y no tuve más remedio, pensé, que
lanzarle mi puño a la cara.
Su nariz pareció explotar, sangre por todos
lados. Todos nos miraban. Contrario a lo que uno pensaría, él no respondió mi
golpe sino que se quedó allí, mirándome mientras uno de los empleados del sitio
le pasaba un trapo para limpiarse y detener la hemorragia. Me quisieron sacar
pero les dije que no me tocaran y que ya me iba. Salí del lugar sin prisa,
caminando lentamente e inhalando el frío aire de la noche. Tenía los ojos
llorosos pero no me iba a dejar vencer por un recuerdo, por algo que ya había
ocurrido y no había manera de arreglar o de olvidar. Él no tenía derecho de
venir y cambiar mi vida.
Cuando me di cuenta, había caminado tanto que
tuve que detenerme. Traté de recordar para donde debía dirigirme para ir a casa
pero entonces él apareció de nuevo. Tenía en la mano el pañuelo blanco
ensangrentado con el que había tratado de sanar su nariz, que estaba visiblemente
torcido. Ya no parecía tan tranquilo como antes de que lo golpeara. Me tenía
rabia y yo a él. Por fin podía sentir que tenía una competencia a mi nivel, una
rabia y un dolor igual que el mío.
- - Deja de seguirme. – le dije.
- - Porque no me dejas
acercarme?
- - No me interesa
lo que quieras decirme.
Me di la vuelta ya caminé hacia una estación
de metro. Él me siguió, de nuevo en silencio. Ya en el andén del lugar, donde
habían algunos otros pasajeros noctámbulos, se me acercó y me abrazó. Fue algo
tan imprevisto, tan extraño, que al comienzo no lo rechacé. Sentía su calor y
su gesto me lo hizo recordar todo. Entonces, ese dolor del pasado, me hizo
empujarlo y mirarlo con mis ojos llenos de lágrimas. No podía aguantar más,
tenía que dejarlo salir o podría morir.
Se me acercó de nuevo y me abrazó como antes,
como si él no hubiese sido el hermano de la persona que más había yo amado en
el mundo sino como si fuera parte de mi familia. Lo apreté con fuerza porque no
quería sentir que se alejaba, no quería dejar de sentir esa conexión que, mágicamente,
parecía volver a mi. Esa persona ya no estaba pero su hermano sí y me amaba y
yo a él porque compartíamos nuestro cariño con alguien más. Entendí entonces
que por eso me acosaba, por eso me seguía e insistía.
Él sabía, mucho antes que yo, que iba a
necesitar de alguien para pasar este trago amargo de la vida. Y que mejor que
la familia para ayudarme en este oscuro pero necesario viaje.