Pude sentir que me miraba directamente a los
ojos en la oscuridad de la habitación. Pero por primera vez, no sentí que fuese
una mirada inquisitiva o una mirada que tratara de sacar provecho de algo.
Tampoco buscaba juzgar y tampoco quería solo estar ahí, de observador pasivo.
Era una mirada suave, que se reforzaba con su suave tacto sobre mi cuerpo.
Estábamos de lado y solo nos mirábamos. No me sentía incomodo como en muchas
otras ocasiones, no tenía ganas de reírme o de salir corriendo, solo estaba allí
disfrutaba de ese momento tan particular pero tan único.
Entonces nos volvimos a besar y fue como si
todo comenzara de nuevo, de alguna manera, pues pude sentir esa pasión en su
manera de besar y en como su mano me cogía con fuerza, como si tuviera miedo de
que fuera a desaparecer en cualquier momento. Y la verdad es que no lo pudo
juzgar por ese miedo porque las posibilidades de que lo hicieran siempre habían
sido altas y, siendo sincero conmigo mismo, todavía existían. Sin embargo, sus
besos bajaban esas defensas que por años habían sido pulidas y habían hecho tan
bien su trabajo.
No volvimos a lo mismo porque estábamos
cansados. Esa primera vez había sido muy intensa y, hay que decirlo, muy
satisfactoria. Llevábamos ya horas en esa habitación de hotel y teníamos medio
día más del día siguiente antes de tener que volver a nuestros respectivos hogares.
Era extraño, porque veníamos de la misma ciudad pero no compartiríamos vuelo de
vuelta. Nos separaríamos en el aeropuerto como en las películas de antes.
Pero yo no pensaba en eso mientras estaba en
la cama con él, mientras sentía ese olor que años antes ya conocía. Debo decir
que lo más placentero para mi era simplemente abrazarlo, sentir todo su cuerpo
contra el mío, su respiración y los latidos de su corazón. Eso me daba una
dimensión entera de alguien más, algo que no había sentido en mucho tiempo y
que me cambiaba por completo el panorama de la vida que tenía metido en la
cabeza. Solo hundí la cabeza en él y me empecé a quedar dormido, casi al
instante.
En ese momento, sin embargo, recuerdo que él
dijo algunas palabras. Era lo primero que decía desde que habíamos estado en el
restaurante del hotel, comiendo y bebiendo. Lamento mucho en este momento no
saber que fue lo que dijo. No sé ni una sola de las palabras y sé que me perdí
de algo especial, no creo que hubiese dicho algo fuera de tono, algo fuera de
ese momento que yo sabía era muy especial para mí y también para él. Solo
recuerdo sentir el calor de su cuerpo y sentirme casi mecido por el placer y un
poco por el alcohol que habíamos consumido, que no había sido mucho sino la
cantidad justa.
Nos habíamos movido al pasar la noche. Yo
estaba ahora boca abajo y él se había recostado parcialmente sobre mi. Y la
verdad era que me sentía muy cómodo con eso. Sentía sus pies enredados con los
míos, sus piernas que era un poco más largas que las mías, por lo que él estaba
casi en posición fetal y yo estaba completamente estirado. Una de sus manos
estaba sobre mi cuerpo y tuve mil pensamientos al mismo tiempo, desde la
ternura hasta la vergüenza. Todo eso me pasó por la cabeza en un momento pero
no me moví ni hice nada para dejar de sentirlo.
Fue cuando sonó el teléfono de la habitación
que fingí despertarme justo entonces, cuando llevaba ya varios minutos de
pensar y pensar. Descolgué el aparato y era la mujer del hotel preguntando si
también deseaba servicio a la habitación esa mañana. Yo no sabía de que hablaba
entonces le dije que sí. No era mi habitación y por lo visto ella no sabía bien
quién se quedaba allí porque mi voz no era como la de él. No se parecían en
nada. Él decía que uno siempre oye las voces de los demás mejor pero de todas
maneras yo sabía que la suya me gustaba más que la mía.
Como lo vi despierto le conté de la llamada y
él sonrió. Nos besamos de nuevo y esta vez se sintió diferente pero no menos
cómodo. Sentí algo extraño, como si lleváramos años en esa habitación y esa no
fuera nuestra primer noche juntos sino solo una de toda una vida. Fue perfecto
hasta que tocaron a la puerta y tuve que esconderme en el baño pues la política
del hotel era estricta. Él solo se puso mis bóxer y abrió a la joven que traía
el desayuno. Él le agradeció y ella se fue en menos de un minuto.
Entonces él me miró, yo apoyado contra el
marco de la puerta del baño, y me dijo que me veía como una estatua griega. Yo
no reí. Solo esbocé una sonrisa, me sonrojó y me acerqué a la cama. Esos
comentarios no eran algo a lo que yo estuviera acostumbrado y fue la primera
vez que me sentí incómodo con él. No me gustaban esos halagos salidos de la
nada, llevaba una vida en la que nunca me había creído ninguno y para mi
significaban solo las ganas de sacar algo de mí. Y eso no me gustaba para nada.
Empezamos a comer y pronto olvidé sus palabras.
Compartimos los huevos revueltos, el jugo de naranja recién exprimido, el jamón
ahumado y el tocino. Había también quesos y pan con pequeñas mermeladas y
mantequillas. No me había dado cuenta del hambre que da tener relaciones
sexuales. Es algo muy cómico cuando uno lo piensa. Creo que comí más que él y
estuve a punto de avergonzarme otra vez cuando él me abrazó y me dijo que era
suave y que quería ducharse conmigo, lo que hicimos durante varios minutos.
Nos cambiamos y, como era domingo, ya no había
conferencia a la cual asistir ni ninguna responsabilidad con nuestros trabajos.
Solo estábamos nosotros entonces decidimos ir juntos al zoológico de la ciudad.
En parte, él ,e había dicho que había visto muchas fotografías del lugar y que
le gustaban los zoológicos a pesar de saber que los animales eran mucho más
felices en libertad. Era una contradicción que tenía dentro de sí, pues odiaba
el maltrato y la tristeza. Terminó diciéndome que si hubiese elegido otro
camino en la vida seguramente habría hecho algo con animales, como ser
veterinario o algo por el estilo.
En esa caminata al zoológico aprendí mucho de
él pues se puso a hablar y entonces sentí que éramos viejos amigos, cuando
nunca lo habíamos sido. Sentí que nos teníamos una confianza enorme, que nos
estábamos confesando de alguna manera, así fuese él el único que en verdad lo
hiciese. Era todo muy extraño, pues a él lo recordaba de una forma tan
diferente a como lo veía ahora que se sentía extraño estar allí, como si nada
del pasado jamás hubiese pasado, como si la noche anterior sus cuerpos no
hubiesen estado en éxtasis al mismo tiempo.
Después de pagar las entradas, pasaron por la
zona de los pájaros a los cuales les tomaron varias fotografías. Después de
ellos estaban los reptiles y anfibios y se notaba que a él no le gustaban nada
las serpientes mientras que a mi siempre me habían parecido tan interesantes.
Estos roles se cambiaron en la casa de los insectos, donde yo caminé lejos de
las vitrinas y él me iba describiendo las criaturas. Hubo risas y silencios
todo el tiempo, y creo que nos tomamos de la mano una que otra vez. Pero no me
fijé.
En los pingüinos nos quedamos varios minutos,
creándoles historias y viéndolos ir y venir con ese caminar tan
particular. Habían leones y tigres, que
nos ignoraron totalmente, también elefantes, hipopótamos y un rinoceronte muy
solitario al que planeamos liberar en nuestras mentes. Lo alejé de allí, esta
vez muy consciente de haberlo tomado de la mano, llevándolo hacia una banca que
estaba al lado de un árbol enorme del que se alimentaban las jirafas que vivían
justo en frente.
Mientras uno de los animales comía, solo lo mirábamos,
todavía tomados de las manos. Entonces, de la nada, él me preguntó que pasaría
cuando volviéramos. Como si yo tuviese la respuesta. Le dije que había que ser
prácticos y afrontar que nuestras responsabilidades, o más bien las suyas,
impedían cualquier encuentro futuro. Yo le aclaré que jamás podría ser una
persona en las sombras y él me apretó ligeramente la mano, como aceptándolo. Me
dijo que quería decirme algo, pero que sentía que me conocía y que de todas
maneras ya me lo había dicho la noche anterior. Yo no insistí.
Esa noche viajamos juntos en taxi al
aeropuerto. Ninguno ayudó al otro con el equipaje, que solo era una pieza de
mano por cada uno. No nos tomamos de la mano ni nos dimos un beso. No hubo casi
nada, solo un café en el que reinaron los silencios y las miradas que trataban
de no ser comprometedoras pero fallaban monumentalmente. Al final, cuando yo
salía primero y él tenía que esperar un tiempo más a su vuelo, tuvimos que
abrazarnos. La verdad es que quise llorar porque todo en mi interior carecía de
sentido. No quise que me viera así pero entonces, al separarnos, vi una sola
lagrima caer de sus ojos. Nos miramos una última vez y entonces nos separamos.
Todo sigue igual que en ese momento. Y no sé que hacer.