Apenas aterrizó el avión, empecé
desesperadamente a revisar todo lo que tuviera que ver con la ciudad: el clima,
el tráfico y otro sinfín de cosas que ya me sabía. Supongo que era porque
hacía mucho tiempo que no iba allí, desde que había vivido durante un largo
tiempo hacía más de diez años. Cuando tuve mi maleta en la mano, recorrí el
camino que todavía me sabía de memoria hacia la estación del tren. Nada había
cambiado excepto que ahora la parada del aeropuerto ya no era la terminal. Pero
para el caso era lo mismo, según recordaba ese tren siempre iba lleno hasta la
ciudad.
Tuve que esperar un rato a que llegara el
tren. Aproveché para verificar la dirección del hotel, uno que quedaba a solo
unas calles del lugar donde había vivido. Me daba lástima solo tener dos noches
allí pero el dinero que había gastado valía la pena. Avisé por el celular a
Fran que ya había llegado. Él estaría apenas despertando pues era viernes,
día de no trabajo para él y le fascina dormir como un oso todo el fin de
semana. Y si no estoy yo para acosarlo para que salgamos o hagamos algo,
entonces se la pasa en pijama todo el día sin hacer nada.
Le escribí que lo amaba y que nos veríamos
pronto. Dos noches no son mucho en una ciudad. El tren llegó y me aseguré de
subir rápidamente pues sabía bien que el tren se llenaba bastante y ahora que
la estación no era terminal, pues era aún peor. Logré sentarme en una de esas
sillas plegables que ponen en la zona donde deben ir las bicicletas. A medida
que el tren avanzaba, me sentía más y más emocionado. Era un sentimiento
extraño que me llenaba pues no era solo felicidad sino una nostalgia extraña,
casi melancólica.
El tren cruzó la planicie que separa el
aeropuerto de la ciudad. Como era verano, todavía había luz de sol y se podían
ver las montañas. Recordé como me gustaba ir a caminar por esa zona. Me dolían
mucho las piernas pero valía la pena por la vista y porque sentía que el mundo
era solo mío cuando me paseaba por esos lados. Era una sensación tan extraña
como la que sentía ahora que no veía ese lugar hacía tanto tiempo. De repente,
el tren entró en un túnel y supe que habíamos entrado en la ciudad. Dos paradas
más adelante, me bajé con una multitud.
Tenía la opción de caminar unos 15 minutos o
de tomar el metro. Me decidí por lo primero porque era la oportunidad perfecta
de ver si la ciudad seguía igual o si algo había cambiado. Salí de la estación
y confié solo en mis recuerdos, sin consultar el mapa en mi celular. Empecé a
caminar por las calles que me sabía como la palma de mi mano. La verdad era
que, aparte de algunos negocios que habían cambiado de dueño y algunas
remodelaciones menores, el barrio que separaba la estación del hotel, estaba
exactamente igual.
También había vivido por esa zona y me di
cuenta en un momento que no estaba caminando más, sino que me había quedado
quieto, incrédulo de verlo todo de nuevo. Quería hacer rendir mi tiempo en la
ciudad pero estar allí me producía muchas emociones que no podía explicar.
Seguí caminando y pronto el calor me hizo dar cuenta de que debía llegar al
hotel lo más pronto posible. Apuré el paso y estuve allí en unos minutos. Si
algo me gustaba de esa ciudad, era que se caminaba muy fácil por ella y
perderse era casi imposible.
El hotel era uno de esos dirigidos a un público
específico. No tengo ni idea porque lo elegí, sobre todo para solo dos noches.
Supongo que fue el hecho de que durante todo el tiempo que viví allá, siempre
pasaba por enfrente y quise saber como era por dentro. Y mi imaginación había
acertado pues tenía todo el arte contemporáneo que había supuesto, más un
diseño de vanguardia que me hacía sentir como si estuviese en la mitad de la
semana de la moda o algo por el estilo. Me dieron en minutos la tarjeta de mi
cuarto y subí casi corriendo para cambiarme y volver a salir.
Me puse ropa más acorde al calor que hacía y
salí a la calle para aprovechar el par de horas que había hasta que el sol de
verano decidiese desaparecer. Esta vez si me dirigí al metro y compré un boleto
de dos días. Seguía siendo más caro que el de diez viajes pero ese no tendría
sentido en mi corta estadía. Me encantaba ver que el transporte seguía siendo
tan eficiente como siempre. La gente en el tren estaba toda en lo suyo pero yo
los miraba a todos y me sentía fascinado por cada cosa que veía, pues todo me
llevaba a un pasado que no sabía que extrañaba.
Cuando salí a la calle, el montón de gente en
el centro me asustó por un instante. Se me había olvidado cómo era ver esa
marea de gente ir y venir por todas partes. El estómago me rugió, lo que me
ayudó a recordar que no me habían dado nada de comer en el avión y que mi
desayuno no había sido precisamente el mejor. Decidí caminar por entre la
multitud para encontrar un buen sitio para comer. Menos mal, no tuve que ir muy
lejos para ello. Apenas a dos calles del metro encontré un restaurante con
terraza, lo ideal para mi pasatiempo de ver gente pasar.
La cena estuvo deliciosa. Como ahora tenía más
dinero que cuando vivía allí, aproveché para pedir una entrada, un plato
fuerte, un postre y complementarlo todo con un buen vino recomendado por el
entusiasta mesero del lugar. Hablé con él de lo que recordaba y de lo que no y
me dijo que esa ciudad parecía rehusarse a cambiar demasiado. Era muy distinta
a mi ciudad natal, que cambia de cara completamente cada diez años. El que no
la visite seguido, no la reconoce.
Esa noche caminé mucho y solo paré de recordar
y tomar fotos como turista cuando me di cuenta que ya era muy tarde. Al otro
día tenía planes y no quería que cambiaran. Al llegar al hotel, vi una pareja
en la recepción y tengo que confesar que me puse como un tomate cuando uno de
ellos me miró y me guiñó un ojo. Eso me hizo sentir raro pero, en el ascensor,
recordé que no era algo tan raro en esa ciudad. Era el único lugar donde la
gente era tan abierta y se sentía tan libre como para hacer algo así. Por
alguna razón, quise contárselo a Fran.
Al otro día le escribí, mientras me ponía la
ropa para ir a la playa. Ese sería mi destino durante la mitad del día. Me
sabía la ruta de memoria todavía: caminaría solo un par de calles para llegar a
la parada de autobús que me servía. Antes de salir verifiqué que la ruta
todavía estuviese vigente, porque nunca se sabe. Pero veinte minutos después ya
estaba en el bus, que estaba tan lleno como lo recordaba todo los sábados. No
solo había locales yendo a la playa y al sector cercano sino varios turistas a
los que se les notaba a leguas que no entendían mucho del lugar.
Siempre me había hecho gracia eso, no sé
porqué. Supongo que porque allí yo no me sentía perdido, en cambio en otros
lugares sí me había ocurrido. Me quedé pensando en ello durante el recorrido y
luego me arrepentí de no haber tomado fotos para que Fran las viera. Cuando me
bajé del bus caminé durante unos cinco minutos a la playa, que seguía tan
estrecha y abarrotada como siempre. Solo estaría un par de horas, así que me
daba igual. Las aproveché para tomar algo de sol y ver si el tipo de gente que
iba allí seguía siendo el mismo. Y sí.
Se sentía muy bien
estar allí en la arena y cerrar los ojos para disfrutar de la caricia del sol
que se sentía tan bien. Me di cuenta que hubiese querido tener a Fran conmigo
pero ya tendríamos tiempo de hacer un verdadero viaje juntos. Esto solo eran
dos días que había tomado de mi trabajo y no eran lo suficiente para volverlo a
ver todo. Tomé el autobús de vuelta pero me bajé en el barrio en el que había
vivido y lo recorrí todo. Estaba todavía la tienda para adultos en la que había
comprado un par de cosas en ese entonces y decidí entrar.
El tipo que atendía era modelo, se le notaba.
Y era muy amable. Decidí comprarle a Fran una bermuda y unas medias que me
gustaron mucho, que podía usar para hacer ejercicio o para… Bueno, para otras
cosas. Sonreí todo el tiempo, mirando lo que había en toda la tienda e incluso
mientras pagaba por lo que estaba comprando. El tipo me miró y sonrió también, preguntándome
por qué lo hacía. Le dije que estaba sintiendo muchas cosas a la vez por el
pasado pero el presente solo me hacía sonreír.