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viernes, 8 de junio de 2018

Un estudiante y un profesor


   La primera vez que tuvimos sexo fue en mi automóvil. Era de noche y estaba allí, en la oscuridad del enorme estacionamiento. Yo acababa de terminar mis correcciones del día en el salón de profesores y caminaba hacia mi coche para, por fin, ir a descansar a casa. El día había sido largo y tedioso, más que todo porque me había pasado todo el rato vigilando a los jóvenes mientras presentaban sus exámenes. No era poco común que alguno, o varios, trataran de copiarse o de hacer trampa de una u otra manera.

 Había llevado a dos chicos y una chica al rector ese día y las tres peleas me habían dejado cansado. Eso sin contar que, aunque los exámenes se habían terminado a las cinco de la tarde, había tenido que quedarme hasta las nueve de la noche para corregirlo todo. Nunca me había gustado ponerme a corregir en casa, sentía que estaría invadiendo un lugar casi sagrado para mi con cosas que allí no tenían nada que ver. Por eso siempre intentaba dejar el trabajo y mi hogar completamente separados.

 Abrí la puerta del coche, dejé mis cosas en el asiento del copiloto y me quité la chaqueta para dejarla sobre mis libros y demás. No hacía calor pero yo me sentía abochornado. Estiré los brazos lo más que pude, también la espalda, giré la cabeza a ambos lados y bostecé tratando de despertar del letargo de la larga jornada. Fue entonces cuando escuché su voz. Tuve que darme la vuelta para verlo allí, de pie en la mitad de un espacio de parqueo. El lugar estaba casi completamente solo y oscuro.

 Era Sebastián, de mi clase de las siete de la mañana. Había presentado su examen como todos los demás y no había tenido ningún problema con él durante el día y menos aún en el curso de la carrera. Se acercó un poco más y me saludó, sin decir más. Yo lo saludé y le pregunté que hacía en la universidad tan tarde. Me dijo que se había quedado con algunos amigos para el partido de futbol, que se había terminado hacía poco. Yo nunca fui fanático de los deportes, así que no me sorprendía no saber esa información.

 Pero, por alguna razón, le pregunté que tal había estado. Me dijo que bien pero también que había querido buscarme porque sabía que yo estaba allí. Por un momento no entendí lo que había querido decir pero no tuve que preguntar nada. Sebastián se acercó a mi, casi corriendo, y me abrazó de una manera un tanto extraña. Pensé que estaba triste o que algo muy grave le podría estar pasando, pero fue entonces que sentí como una de sus manos bajaba lentamente y se detenía en mi pantalón, más precisamente en el lugar donde estaba mi pene. En ese momento, la adrenalina empezó a fluir a borbotones.

 No sé cuanto tiempo estuvimos así. Solo sé que nos separamos eventualmente y el quitó la mano de donde la tenía, causando una reacción física en mi que no podía eliminar. Sin embargo, reaccioné rápidamente y le dije que no sabía qué le ocurría pero estaba seguro que no era algo que él en verdad quisiera. Además, yo era su profesor, y no era correcto que algo pasara entre un alumno y un profesor, más allá de una relación puramente académica. Él me miró a los ojos y pude notar que estaban húmedos, al borde del llanto.

 Me respondió que yo no era muy mayor y que no tenía porqué estar mal podernos ver como algo más que estudiante y alumno. En lo primero tenía razón: él era un chico de unos diecinueve años y yo era un profesor bastante joven de treinta y cuatro años. No era un viejo como sí lo eran la mayoría de los miembros de la facultad. Pero eso no tenía nada que ver, pues las reglas eran muy claras y nada así podía pasar entre un alumno y un estudiante. No había excepciones ni nada que se pudiese decir para cambiar las cosas.

 Yo se lo hice notar pero entonces él empezó a llorar, sin decir nada. Quise acercarme pero pensé que podría no ser la mejor idea. Después de todo, le estaba aconsejando tener cierta distancia entre nosotros y acercarme para tratar de entender lo que le pasaba podía entenderse mal. No solo él podría entenderlo incorrectamente sino que lo mismo podría pasar con la universidad. El problema para mí sería enorme y no podía permitirme perder el único trabajo estable que había podido conseguir en mi vida.

 No me acerqué pero le pregunté qué pasaba. No me respondió, así que le aconsejé visitar la oficina del consejero estudiantil o el de la sicóloga de la universidad. Cualquiera de los dos podría ayudarlo, o al menos eso pensaba yo. Él solo lloraba y se limpiaba las lágrimas con las mangas de su chaqueta, que le quedaba algo grande. Tengo que confesar que se veía muy tierno en ese momento, pero tuve que quitar ese pensamiento de mi cabeza, porque no podía estar diciendo una cosa y pensando otra. Podría haber problemas.

 Fue entonces cuando Sebastián me dijo, ya un poco más calmado aunque con lágrimas rodando por sus mejillas todavía, que se había enamorado de mi desde el primer día de la universidad. Me recordó que yo había sido el profesor que había dado el tour del lugar a su grupo, el mismo que le había dado su clase de introducción a la carrera. Yo, por supuesto, no lo recordaba. Pero él sí que lo recordaba, con gran detalle, y me dijo que yo le había gustado desde entonces. De eso habían pasado ya casi dos años. Según él, no había dejado de pensar en mí durante todo ese tiempo.

 Le dije que me halagaba con sus palabras pero que tenia que entender que las cosas solo podrían ser de una manera. Además, si sus padres se enteraban podría haber un problema mucho más serio que solo con la universidad. Traté de hacerle ver que había muchos chicos por todas partes y que seguramente alguno de ellos podría sentir algo por él como lo que él sentía por mí, y que eso sería mucho más fácil de manejar que una relación con alguien que le llevaba quince años de edad. Era la simple verdad.

 Él me explicó entonces que nadie sabía que era homosexual, ni sus padres, ni sus amigos de la universidad ni nadie más. Según él, había tenido muchas infatuaciones con hombres en su vida pero que la más intensa había sido conmigo, puesto que me veía muy seguido y notaba cosas en mi que le gustaban. Quise preguntar pero no tuve que hacerlo pues él mismo me dijo que le parecía responsable y gracioso pero también serio y muy fácil de tratar. Además, me había visto nadar en la piscina de la universidad.

 Eso me dio algo de vergüenza y sentí que se me ponía roja la cara. Fue cuando Sebastián sonrió y entonces, tengo que confesar, me pareció ver una parte del chico que nunca había visto y que me gustó bastante. Tenía una sonrisa hermosa que me hacía ver las diferentes capas de su personalidad. Era un chico algo inseguro y temeroso, pero también parecía ser alegre y optimista, tal vez a su manera. Creo que él se dio cuenta de lo que yo pensaba, porque se fue acercando lentamente y, esta vez, me tomó de la mano.

 Tengo que decir, de nuevo, que todo pareció pasar muy rápido y a veces muy despacio. Es extraño de explicar. De un momento a otro, resultamos en la parte trasera de mi coche. Creo que fui yo el que lo invitó a pasar… Entonces nos besamos, lo besé por todas partes y eventualmente le quité la ropa hasta dejarlo casi completamente desnudo. Él hizo lo mismo conmigo y así fue como mi automóvil se fue cubriendo de vapor, a la vez que Sebastián experimentaba su primera relación sexual con otro hombre.

 No sé cuanto tiempo estuvimos allí. Solo sé que cuando terminamos, le dije que lo llevaría a casa. No hablamos en todo el camino pero había un ambiente bastante confortable en el ambiente, lo contrario a lo que hay cuando sabes que has hecho algo que está mal y necesitas arreglarlo. Era completamente al revés.

 Cuando llegamos, nos despedimos con un beso en la boca. Sus labios eran dulces y su piel tenía un aroma suave y perfecto. Me dedicó una última sonrisa y salió del coche sin decir nada más. Lo vi entrar a su casa y luego me fui. Cuando llegué a la mía tuve mucho que pensar, bueno y malo. Como siempre.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Soñar despierto

   Aunque había parecido un sueño, la verdad es que lo que había hecho era solo recordar todo lo que había ocurrido con anterioridad, todo lo que recordaba haber visto con sus propios ojos y todo lo que sabía que había ocurrido pero no tenía idea de cómo probar. Ya no era como antes, tiempos en los que todo quedaba registrado de manera pública. No, ahora eran los ojos de las personas los que registraban todo lo que ocurría y toda esa información era almacenada pero jamás hecha pública a menos que fuese muy necesario.

 Apenas abrió los ojos, se dio cuenta que el tren entraba lentamente a la estación. Apenas se detuvo, las puertas se abrieron y todas las personas que debían bajarse, lo hicieron. Fidel, que había quedado algo turbado por lo que había visto mientras “dormía”, se demoró un poco más en bajar y recibió la mirada poco aprobadora de los trabajadores del tren que esperaban afuera a que todo el mundo saliera. Eso sí, era su cara de siempre, pues su deber era revisar que nadie se quedara atrás, tratando de hacer algo no permitido, fuese lo que fuese.

 Fidel caminó por unos cinco minutos, por entre edificios viejos y abandonados, negocios de dudosa reputación y personas que parecían haber acabado de salir de la cárcel. El de la estación central del tren era un barrio bastante difícil: la presencia de la policía era constante así como de los cuerpos élite del ejército. Muchas veces se veían unos u otros entrando a hacer redadas a los enormes edificios que aglomeraban a miles de personas cerca de la estación. Eran edificios bastante oscuros y que daban miedo de solo oírlos nombrar.

 Fidel trotó un poco cuando sintió que ya casi llegaba a su hogar. También vivía en uno de los grandes conjuntos de torres pero era en uno de aquellos en los que la policía entraba menos. Sin embargo, el día anterior, la policía había descubierto dos laboratorios de droga en uno de los edificios. Fidel pudo ver, cuando salía para ir a trabajar, como subían todas las bolsitas a un camión blindado. Algo curioso es que nadie nunca había sabido que hacían con la droga decomisada. Se supone que la destruían pero en ese mundo a nadie le constaba.

 Fidel subió al destartalado ascensor, que solo funcionaba por temporadas, y apretó el botón cincuenta y tres, el cual era su número de piso. Pero antes de que cerrara la puerta, unas sombras entraron y resultaron ser algunos de los extranjeros que vivían en la torre. Era raro verlos fuera de la casa pues ellos no tenían implantes oculares y tenían prohibido salir a menos que fuese una emergencia y parecía que nada de lo que pudiese pasar pudiese ser considerado emergencia. En todo caso, no era normal verlos por ahí caminado como cualquier persona. ¡Eran extranjeros!

 Se bajaron en el piso veintidós, demasiado bajo para que vivieran en el sector más sano del edificio. Normalmente las viviendas con problemas siempre estaban debajo del piso cincuenta y en los que hubiese encima de ese número, solían haber poblaciones más tranquilas y no tan aterrorizadas como las de más abajo. Cuando el ascensor se abrió en el piso de Fidel, se acercó a su puerta y solo tuvo que pasar la palma de la mano encima del pomo para que sonara un “clic” y así se abriera la puerta. Era una ventaja de los implantes.

 Cansado, Fidel lanzó su chaqueta en el sofá que había contra la pared y se dirigió directo a la ducha, que estaba a pocos metros del sofá. En el lugar no había muchos muros y cuando los habían eran de vidrio o de materiales que harían fácil la interacción. Por eso, mientras se duchaba, Fidel hubiese podido ser visto por alguien desde su cocina o su sala o su habitación. A pesar de esa manera de vivir, la verdad era que le tenía cariño a su apartamento e incluso a la enorme torre de edificios donde vivía. Ya era algo a lo que había que acostumbrarse.

 Apenas salió de la ducha, se secó un poco pero se miró en el espejo y después comenzó, de nuevo, a “soñar”. No era lo normal que la gente pudiese acceder así a sus recuerdos pasados pero él, por alguna razón, sí podía hacerlo. Había pasado después de un accidente que había tenido, cuando un idiota se le había echado encima con su motocicleta y lo había hecho golpearse la cabeza. Algo había pasado en su cabeza, un cambio ligero pero esencial, para que Fidel fuese capaz de acceder con tanta tranquilidad.

 Pero cada vez que lo hacía sabía que estaba llamando la atención de medio mundo, pues nadie salvo él podía acceder a recuerdo a voluntad. Era solo un privilegio para las fueras del orden y, obviamente, toda la élite de la sociedad. No había manera de saber si ya sabían que lo había hecho varias veces. Al fin y al cabo que todos los implantes oculares eran básicamente cámaras de seguridad del ejercito, así que en teoría ellos los podían usar como quisiera. La idea detrás había sido crear un mundo más seguro pero eso no había resultado como tal.

 De pronto, la puerta principal del apartamento se abrió y Fidel dio un salto del susto, pues había estado bastante concentrado en sus recuerdos. Fue a la puerta y recibió con un beso a Martín, que parecía llegar tan cansado como él. Martín no sabía lo que le ocurría a Fidel así que no habló del tema ni preguntó nada. Fidel se quedó mirando sus hermosos ojos color miel y se dio cuenta de cómo esos funcionaban a la perfección, enfocando y desenfocando en los momentos correctos.

 Martín le contó a Fidel que la policía había entrado al conjunto de torres y parecían a punto de hacer alguna acción contra el crimen. Sin dudarlo, Martín aplaudió el esfuerzo de la policía y le confesó a Fidel que, aunque muchas de las reglas y cosas que pasaban eran a veces difíciles de procesar, estaba seguro de que todo se hacía para su mejora en todos los aspectos. Por eso Fidel decidió no decir nada acerca de sus implantes. En cambio se fue a cambiar y más tarde empezó a cocinar, algo que no llevaba mucho pues cada vez hay menos que hacer.

  Hacer la cena consistía básicamente en la mezcla de varios ingredientes secos a los que se les agrega agua para que tengan una contextura bastante cercana a la real. Cuando se sentaron a comer, Fidel se dio cuenta por primera vez que nada de lo que había cocinado tenía sabor. No se podía sentir nada más sino un gusto bastante genérico que él ahora ya no disfrutaba para nada. En cambio Martín comía como si nada. Incluso pidió repetir, lo cual era posible pues esa semana habían podido tener varios bonos de comida.

 Mientras lavaba los platos, Fidel recordó una vez hacía mucho tiempo, cuando tenía unos siete años. Recordaba el sabor de una hamburguesa y todos los elementos que la hacían una hamburguesa. El tomate, la cebolla, el queso, la carne, la lechuga y el pan. Todo volvía a su mente de forma sorprendente. Tuvo que dejar de limpiar pues el recuerdo se hizo tan vivido que sus manos temblaron y casi hace un desastre. Martín, en la sala viendo televisión, ni se dio cuenta de lo que pasaba. El estaba tranquilo, sin vistas al pasado.

 Cuando se fueron a dormir, Fidel no pudo apagar sus receptores oculares para lo que supuestamente era descansar. Se le había ocurrido la idea de que habría más gente como él, capaces de recordar el mundo que había existido antes. Muchos odiaban el pasado y estaban seguros de que todo lo actual para ellos era lo mejor que se podía haber creado. Pero Fidel nunca había sentido esa aversión y ahora tenía una ventana a todo lo que había existido antes y, la verdad, le gustaba mucho echar un ojo de vez en cuando al pasado.


 No despertó a Martín pero se rehusó a dormir. A lo lejos, se escuchaba como la policía usaba sus amas. Pudo oír gritos, algunos pidiendo ayuda. No sabía dónde estarían pero sabía que poco a poco se estaban acercando a él. De alguna manera sabía que ese sueño no podía ser. El orden del mundo estaba establecido y estaba seguro de que tarde o temprano, alguien notaría que sus implantes no estaban funcionando correctamente. Vendrían a encerrarlo o peor. No sabía que les pasaba a los que habían visto la verdad.  

viernes, 15 de enero de 2016

Ganas

   Ricardo terminó el último pedacito de pizza que le quedaba. Se limpió la boca con una con una servilleta, de esas bien delgadas que dan a veces, y tiró toda la basura que le había quedado en un bote que estaba justo al lado. Le gustaba mucho venir a comer al parque en la hora y media que tenía para almorzar porque así veía gente y animales y se podía relajar con el viento acariciando el pasto y el sol tocando con suavidad la superficie de un pequeño lago que había en medio del parque. Todo se sienta tan bien que cerró los ojos por un momento, echó la cabeza para atrás y se relajó lo que más pudo.

 Pero no fue por mucho tiempo porque se dio cuenta que la botella de agua que había tomado había hecho efecto y ahora tenía ganas de orinar. Como no le gustaba usar los baños de la oficina, porque siempre estaban llenos y él sufría de timidez al estar entre otros dos hombres frente a un orinal, siempre iba a los servicios de una tienda por departamentos que quedaba de camino. Así que, un poco triste por no poderse quedar, se puso de pie y emprendió la marcha hacia su trabajo

 La tienda por departamentos estaba a tan solo dos calles pero pronto se dio cuenta que tendría que rodear su ruta normal pues habían cerrado la calle por un accidente. Como la curiosidad a veces puede más que nada, se inclinó por encima de la demás gente para poder ver algo pero esto pronto no fue posible porque no era tan alto como le hubiese gustado. Trato de meterse entre algunos de los observadores pero era imposible. Se rindió y decidió tomar camino para que se le hiciese tarde.

 La calle alterna no era una avenida principal como la otra y estaba llena de tráfico por el cierre de la avenida. Los edificios, por raro que parezca, estaban oscuros de la suciedad y no había mucha gente caminando, solo un par de personajes algo oscuros, que se notaban un poco enojados por el clima pues no les daba la posibilidad de esconderse, como normalmente lo harían. Fue un sonido proveniente de uno de los apartamentos que daban a la calle que activó una respuesta activa en Ricardo: la apertura de una llave para lavar los platos. Sintió la vejiga más pesada y apresuró el paso.

 Trató de no curiosear más nada en esa calle y pronto salió a la avenida comercial, justo donde estaba la tienda que usaba para ir al baño. Entró y subió cuatro tramos de escaleras eléctricas y se dirigió a un pasillo algo escondido donde sabía que estaban los baños. Por alguna razón, a esa cadena de tiendas no les gustaba mucho ofrecer el servicio de baños, incluso siendo una obligación según una ordenanza municipal. Pero todo eso no le servía de nada a Ricardo que, al llegar al lugar, se dio cuenta que los baños estaban clausurados.

 De repente, sintió que su vejiga pesaba aún más. Miró alrededor y vio que no había nadie a quién preguntarle nada. Entonces se dio cuenta que eso no podía ser tan malo. Abrió la puerta cuidadosamente, que solo estaba bloqueada por un aviso, y se dispuso a ir al muro donde solían estar los cubículos pero no había nada. Ni tazas ni orinales ni lavamanos ni nada. Solo había algunos escombros en el suelo y nada más. Salió del lugar y bajó un poco apurado los cuatro tramos de escaleras. Ahora sí que el agua se sentía en todo su esplendor en la parte baja de su cuerpo y casi no podía pensar bien .

 Al llegar a la planta baja, salió a la calle rápidamente y miró para todos lados. Cuando se dio cuenta que no conocía otras opciones, así las hubiera, decidió volver a la oficina y orinar allí. Con las ganas que tenía seguramente no sería problema hacer lo suyo así estuviera el lugar a reventar. Así encaminó el paso hacia el edificio de cristal donde estaba su lugar de trabajo.

 Mientras había estado en la tienda, el clima había cambiado por completo. El sol estaba oculto tras una gruesa capa de nubes grises y nadie parecía contento como hacía un rato. De hecho todos tenían cara de pocos amigos y muchos ya tenían listo el paraguas. Ricardo pensó que la gente exageraba, como siempre, pues eran unos pesimistas de primera pero también unos hipócritas pues en un momento adoraban la ciudad por su clima y al otro la desangraban con comentarios desagradables.

 Menos mal Ricardo se dedicó a reflexionar y mirar a los demás, porque eso lo distrajo del peso que llevaba. Justo cuando cayó en cuenta de sus ganas, estaba frente al edificio. Entró lo más rápido que pudo pero perdió el ascensor, que iba relleno. Tuvo que esperar un buen rato, que utilizó para preguntarle a una agente de seguridad si había baños en el primer piso. Ella lo miró con curiosidad y una sonrisa burlona y le dijo que no había ninguno. Él no supo si creerle.

 Cuando por fin llegó el ascensor, se llenó al instante. Fue en ese momento en el que tuvo que utilizar casi toda su concentración para no dejar que el calor de la gente, la sensación de estar siendo tocado por todo el mundo y el asco puro y duro le afectaran la mente. El resto de su cerebro debía encargarse de controlar la vejiga y evitar cualquier accidente desagradable. Al fin y al cabo tenía ya más de treinta años y sería la peor humillación para él orinarse en los pantalones en el lugar donde trabajaba hacía apenas un año. Apenas el ascensor se abrió, la gente salió como espuma de una botella de champaña. Parecía que todos querían ir al baño pero la verdad era que solo Ricardo casi corrió hacia los servicios.

 Como lo había previsto, el lugar estaba lleno de gente. Al fin y al cabo solo quedaban quince minutos de la hora del almuerzo y todos habían vuelto casi al mismo tiempo para tener tiempo de tomar un café e ir al baño antes de reiniciar sus labores. Por gracias del algún dios benévolo, Ricardo vio un orinal libre y se puso de pie frente a él pero entonces algo horrible ocurrió: no podía. Miró a la izquierda donde estaba un hombre bajito y calvo y a la derecha donde había un hombre joven y alto. Miró todo lo que pudo a la pared y trató de abstraerse de todo pero simplemente no pudo y eso que sentía la vejiga al borde del colapso.

 Segundos después, se le vio salir como un tornado del baño y dirigirse, una vez más, a los ascensores. Quién sabe como aguantó todo el viaje hasta el primer piso y mucho menos como salió a la calle, donde ya había empezado a llover. Pero eso a él le daba igual. Caminó por la calle mirando si había tiendas grandes o restaurantes donde pudiese entrar a orinar. Intento colarse a un restaurante de hamburguesas pero una mujer grande le bloqueó el paso y le dijo que si no consumía no podía usar el baño. Y él no tenía dinero, pues solo había salido con lo que había gastado en el almuerzo.

 Intentó en varias tiendas y restaurantes, pero en todas decían lo mismo. A lo último, empezó a rogar y casi a llorar frente a las personas que le cerraban el paso. Pero se sabe que las personas con poder, así sea el poder más risible, creen que están por encima de todo y no suelen ceder ante nada. Eso lo pudo ver Ricardo en todo su horrible esplendor.

La lluvia lo tenía empapado pero él parecía no darse cuenta y también parecía ignorar el hecho de que la hora de empezar a trabajar había pasado hacía unos minutos. Todo eso le daba igual, solo quería orinar y sentir paz en la mente y, de hecho, poder utilizar esa mente. Pues mientras buscaba y miraba para un lado y otro de la calle, no tenía cerebro para más nada que para esa tarea tan básica y que parecía tan simple.

 El pobre incluso trató de orinar en un callejón y detrás de uno de esos enormes tanques de basura que ponen en la calle, pero en ambos sitios fue descubierto por policías, uno que incluso lo amenazó con ponerle una multa por comportamiento indebido o algo parecido. Al parecer para ese policía tampoco había lluvia y, por lo visto, tampoco había crímenes de más calibre en ningún otro lado de la ciudad.

 Fue después de alejarse de ese tanque de basura que se resignó y pensó que le había llegado la hora de tragarse su orgullo y simplemente orinarse encima. Prefería ensuciar sus pantalones que dañar su cuerpo aguantando tanto y para ese momento ya era más que un milagro que hubiera podido aguantar por tanto tiempo.


 Fue entonces cuando miró hacia en frente y vio que había una construcción y los trabajadores seguían en sus cosas a pesar de la lluvia. Y vio Ricardo junto a la entrada de la obra unos baños portátiles. Solo corrió hacia ellos, entró sin que nadie lo viera a uno y orinó feliz, como nunca antes lo había hecho. Cuando terminó, se sintió algo tonto y se quedó allí, saboreando la victoria. Pero esto no duró mucho, pues alguien más necesitaba utilizar el espacio.