Algo extraño ocurría en aquel apartamento
pero nunca se supo que era. Varias personas, reconocidas en el mundo de lo
paranormal, habían ido a visitarlo en varias ocasiones y siempre decían tener
la solución al misterio de la casa pero en verdad no tenían nada de nada. Era
solo una manera de ganar fama gratis pues el misterio del 11B era algo que
nadie nunca podría comprender del todo.
Claro, había personas, científicos de verdad,
que decían que lo que sucedía en la casa nada tenía que ver con fantasmas ni
con criaturas misteriosas. Según algunos de ellos, lo que pasa es que el
edificio estaba mal construido y por eso los fenómenos tan raros. Además, y
como siempre pasa, culpaban a los dueños del inmueble de lo que hubiesen visto.
Los acusaron una y mil veces de ser una parranda de drogadictos, de alcohólicos
y de no sé que más cosas. Todo eso inventado para que la gente no tuviera que
creer en lo que no entendía.
Tantas habían sido las acusaciones que la
familia, lo que quedaba de ella en todo caso, había decidido irse de la ciudad
y no decir a nadie adonde habían ido a parar. Y lo hicieron bien pues nadie
nunca supo que pasó con ellos, ni los que habían sido sus amigos, ni los
vecinos más cercanos ni siquiera los familiares que habían dejado atrás y que
habían estado con ellos durante los momentos más difíciles de todo el proceso.
Porque lo que sucedió no pasó en un día sino en muchos.
Sobra decir que nunca
hubo un muerto o al menos no en el sentido definitivo. El único afectado del
11B había sido el padre de la familia que, en circunstancias que solo el hijo
mayor conocía, había quedado paralizado frente a la puerta principal de la
casa. Sus ojos se movían pero su cuerpo no y así seguía todavía en el hospital
general de la ciudad. La familia no había dejado nada para que lo cuidaran y
fue la ciudad la que se encargó de él. No costaba mucho hacerlo pues era un
cuerpo tieso en una cama que a veces giraban a un lado o al otro y bañaban un
par de enfermeras con cuidado. Nadie creía que pudiese durar mucho más.
Lo que más daba miedo es que decían, y es que
nadie había visto al padre en mucho tiempo como para saber si era verdad, que
todavía podía mover los ojos a pesar de tener el cuerpo congelado. Eso le daba
a uno la impresión de que había quedado paralizado del susto y que no se había
muero por alguna anomalía que nadie nunca sabría que era. El hijo mayor estaba
en shock cuando el resto de la familia los sacó del edificio y pudieron
llevarlos a un hospital. El hijo lloraba casi todo el tiempo y por las noches
gritaba. No soportaba ya la oscuridad y si lo dejaban solo por mucho tiempo,
pues pasaba lo mismo. Una enfermera tuvo que quedarse a su lado todo el tiempo
que estuvo en el hospital.
Al cabo de un par de semanas, el chico se
mejoró pero no quiso decir nada de lo sucedido. Regresó a casa apenas le dieron
de alta y nunca salió hasta que se fueron definitivamente de la ciudad. Cabe
decir que ellos no vivían en el 11B. Ese era un apartamento que tenían en
arriendo. La familia vivía en el 11C, que quedaba justo cruzando el pasillo.
Cuando ocurrió lo que nadie sabía explicar, los hombres de la familia habían
estado revisando cuales eran los arreglos que habría que hacerle al lugar para
por fin poderlo alquilar.
Los inquilinos más viejos se acordaban de ellos
cuando habían llegado al edificio, hacía apenas unos cinco años. Eran de esa
gente feliz, de esos que viven saludando y con una gran sonrisa en la boca.
Eran amables como pocos e incluso invitaron a una pequeña fiesta cuando se
mudaron. Ese día fue en el que empezó todo pues el 11B era el lugar elegido
para la fiesta en medio de la tarde. Por piso edificio tenía solo tres
apartamentos, así que cada uno era bastante grande y con varios cuartos y
pasillos. Esto era porque era un edificio de los viejos, de los que ya no se
hacen y por eso la familia quiso reformar para poder alquilar.
En todo caso eso nunca llegó a ningún lado y
hoy el 11B sigue igual o peor de derruido que siempre. En la fiesta de
bienvenida pasó lo primero: según una de las niñas de los vecinos, ella jugaba
en un cuarto con otros niños y entonces empezó a sentirse rara. La mamá le
preguntó si había tenido dolor de estomago o mareo y le dijo que era otra cosa,
más difícil de explicar. El caso es que juró haber visto algo así como una mancha
moviéndose por la pared y entonces una raja empezó a aparecer allí frente a
ella, una grieta enorme que casi parte la pared en dos.
La alegre familia se dio cuenta entonces que
tenía un reto más que grande encima, puesto que el edificio entero parecía
tener problemas estructurales. La niña obviamente estaba muerta de miedo pero
nadie le dio mayor importancia a lo sucedido. Y entonces empezó todo de verdad:
los niños de la familia sintieron algo que los acosaba de noche, que los tocaba
y los empujaba y a veces los halaba. Las luces se prendían o apagaban cuando
querían, el agua a veces se comportaba extraña. Fue la madre la que dijo haber
visto gotas flotando en el baño.
Pero de esto solo hablaron después, en los
pocos días que hubo entre el accidente del padre y la salida definitiva del
edificio. Fueron la madre y la hija mayor las que hablaron al respecto pues
sentían que debían hacerlo ya que sus mentes estaban demasiado torturadas,
necesitaban hablar de todo lo que habían visto o enloquecerían. Además, ninguno
de los hombres estaba en condición de decir nada.
Esto lo hablaron con algunas personas de
confianza y fueron ellos quienes pasaron la información a los medios y a otras
personas, así que jamás se podrá estar muy seguro de la veracidad de todo.
Incluso si la madre y la hija sí hubiesen dicho esas cosas, habría que creerles
y eso ya era una tarea monumental pues lo que decían no tenía ningún sentido.
Se les preguntó porque nunca denunciaron o porque simplemente no se fueron
antes y ellas respondieron que siempre pensaron que todo eso pasaría y que
podrían haber sido ideas de ellas.
Pero entonces las imágenes que se veían, las
respiraciones, los gritos lejanos y demás, empezaron a ser más y más frecuentes
e incluso la familia decía que los notaba desde su apartamento. Era como una
energía oscura, algo muy extraño que parecía tener la cualidad de atraerlos de
una manera que los hacía sentir enfermos pero casi lujuriosos de ver que era lo
que sucedía en el 11B. Por eso los hombres decidieron ir a arreglar en medio de
la noche, algo a lo que nadie nunca le encontró una explicación que tuviese el
mínimo sentido.
Se supone que querían arreglar las conexiones
eléctricas y por eso el padre se quedó en la sala desarmando varios enchufes y
el hijo fue a la cocina a hacer funcionar la lavadora y la nevera. Al comienzo,
no pasó nada y todo empezó a funcionar como debía. Pero cuando estaban
celebrando con gritos de jubilo, las luces se apagaron en todos lados excepto
donde cada uno estaba. Entonces empezaron los ruidos en la cocina. Las puertas
de la alacena se abrían, caían al suelo sin hacer ruido y el chico veía adentro
serpientes y arañas y demás criaturas horribles. Con otro estruendo, el piso
cedió y media nevera se incrustó en el piso.
Entonces fue que vio unos ojos amarillos en un
rincón oscuro y ese oven gritó como jamás nadie volvió a gritar en el mundo. Su
sangre hirvió y lo ayudó a correr hasta la sala por entre la oscuridad, en la
que sintió manos y piernas y voces que le decían cosas que jamás podría
repetir. Cuando llegó a su padre, este ya estaba como congelado frente a la
puerta. El cuerpo tenía las manos extendidas y en la puerta había arañazos. Su
padre se veía tensionado y entonces fue que puso ver que los ojos todavía se
movían. Lo hacían con velocidad, rápidamente y como alertando de algo que
venía.
Y entonces el muchacho se dio la vuelta y no
se sabe más. Al menos no de parte de ninguno de ellos. Las mujeres, madre e
hija, y los dos otros niños pequeños, escucharon desde el 11C un estruendo
enorme como si algo se hubiese derrumbado al otro lado de la puerta. Pero
cuando abrieron para ver que pasaba, encontraron que la puerta del 11B había
volado del marco y solo estaban allí el padre petrificado y el hijo muerto del
susto, temblando.
Las mujeres hablaron solo una vez y después no
se les vio más. A las dos semanas se fueron de la ciudad con el hijo que
todavía no podía pronunciar palabra. Y el apartamento sigue allí. El 11B sigue
produciendo ruidos y ocurrencias extrañas que solo los niños metiches ven y
luego no saben como manejar. Y también está el 11C y su desolación máxima, pues
todo sigue allí tal cual lo dejaron. De hecho, hay algo que cambió. Y es que lo
que sea que hay en el 11B, terminó pasando el pasillo y conquistó el territorio
de la que alguna vez fue una familia feliz.