miércoles, 17 de enero de 2018

El reencuentro (Parte 2)

   Federico no había exagerado cuando había contado su historia de vida. En las semanas siguientes a la visita a Román, este se había involucrado lentamente pero de manera bastante profunda en la vida de su antiguo romance de colegio. Lo había acompañado a un par de reuniones de alcohólicos anónimos y se sorprendió al ver lo emocionalmente cargadas que podían ser esas reuniones. Muchas personas se desahogaban y terminaban llorando desconsoladas, otros contaban sus historias como si fueran de alguien más.

 Román trató de mantenerse al margen, sentándose casi en la penumbra y solo escuchando. Al fin y al cabo era un lugar para que se reunieran aquellos que de verdad tenían problema con la bebida. Él solo venía de apoyo, o al menos eso se decía a si mismo porque la verdad no sabía muy bien que pintaba él en todo el asunto y menos aún cual era su rol en la vida de Federico. Habían pasado mucho tiempo juntos, después de años de no verse, pero no era como en esas épocas pasadas.

 A veces había algo de tensión, unas veces romántica y otras claramente sexual. Había instantes en que se quedaban sin decir palabra y solo se miraban o, al contrario, dejaban de mirarse pero se tomaban de la mano o se abrazaban en silencio. No era una relación muy común que digamos, eso estaba claro, pero Román sentía que si se ponía a pensar mucho en el asunto, no llegaría a ningún lado y probablemente terminara insatisfecho con la situación actual de su vida, en todo el contexto de la palabra.

 Es que por estar detrás de Federico, salvándolo de botellas de alcohol y yendo a sus reuniones y estando con él para que no enloqueciera, Román había empezado a descuidar su trabajo y su jefe ya le había advertido que su bajo rendimiento no era algo aceptable y que si seguía igual no habría de otra sino despedirlo por sus malos resultados. Cuando lo citó en su oficina para decirle eso, Román no sabía si reír o llorar. Claro que perdería su salario, su modo de vida, pero es que odiaba su trabajo.

 Después del colegio no había encontrado nada, por lo que siguió estudiando y así varios años, buscando cosas que aprender y que explorar, hasta que su padre le consiguió ese puesto como para que tuviera un salario estable y no llegara a viejo con deudas y sin tener una responsabilidad clara en la vida. Había terminado en ese lugar por qué sí y no porque tuviese nada que aportar de valor en ese espacio. La verdad era que Román a veces se sentía igual o peor de perdido que el mismo Federico. Incluso hubo una noche en que se lo confesó y Federico le respondió con un abrazo.

 El fin de semana del día de San Valentín fue especialmente difícil para Federico. Cuando Román llegó casi corriendo a su apartamento, lo encontró cubierto en lágrimas y habiendo bebido media botella de vodka. Su aliento era horrible y era más que evidente que no había bebido solo eso. Román pensaba que Federico estaba mucho mejor pero resultaba que todo era una fachada hecha de papel, que se podía venir abajo con nada. En este caso, habían sido los recuerdos del pasado.

 Entre hipos, lágrimas y la resistencia de Federico a revelar la cantidad de botellas que tenía en la casa, él mismo le reveló a Román que había tenido una novia muy especial por algunos años. Ella también había tratado de mantenerlo alejado de la bebida pero no lo logró y salió de su vida de repente, si ningún tipo de aviso o de advertencia. Simplemente desapareció un día y Federico jamás supo de ella hasta que contrató un detective que pudo ubicarla. Pero el pasado dolía mucho así que dejó todo como estaba.

 Sin embargo, le contó a Román que ella había sido su momento más feliz en la vida. Con ella se había planteado incluso tener una familia, con hijos y toda la cosa, una casa grande y perro. Todo lo habían hablado y hubo un tiempo en el que estaban seguros de que podrían lograrlo. Tan hábil era ella, que logró hacerlo tener un trabajo estable por un tiempo hasta que todo se vino abajo y por eso desapareció la mujer entre la neblina que era la vida de Federico, perdido todavía.

 Román no sintió nada en especial cuando le contó esa historia. En parte porque no entendía él que tenía que ver con todo eso y en parte porque Federico vomitó el alcohol encima suyo y tuvo que quitarse la ropa y ponerla a lavar mientras obligaba al dueño del apartamento a entrar a la ducha y darse un baño de agua fría para aclarar la mente. Era como tratar con un niño y Román entendió porque esa mujer había elegido desaparecer: solo quería tener una vida normal y lidiar con sus propios demonios.

 Como pudo, ayudó a Federico a cambiarse y a acostarse en su cama. Había sido extraño verlo desnudo por un momento, pero luego Román se dio cuenta de que la situación no tenía nada que ver con el pasado, con nada de lo que había ocurrido entre ellos o entre Federico y nadie más. Cuando una persona está enferma como él, no importa nada más que hacer que vuelva a estar sano o al menos en un estado en el que pueda tomar algunas decisiones claras sobre lo que quiere hacer. Cuando la ropa terminó de lavar, Román la colgó y se acostó en el sofá.

 Esa noche no durmió nada bien. Cuando despertó de golpe, tras dormir apenas unas tres horas, se apuró a buscar su billetera y demás pertenencias pero entonces una voz le recordó que era sábado y que no tenía porque apurarse. La voz era la de Federico, que parecía mucho más calmado que durante la noche anterior. Tenía bolsas muy marcadas bajo los ojos y su piel era tan blanca que casi parecía ser transparente en algunas partes. Sin embargo, estaba allí de pie, haciendo el desayuno.

 Román se dijo que le había puesto una cobija encima por la noche y lo agradeció, porque el frío era mortal. Además, según el reloj de la cocina, no eran todavía las siete de la mañana. Jamás se despertaba tan temprano un fin de semana, ni siguiera estando enfermo. Pero como su sueño había sido tan intranquilo, no dudó en ponerse de pie y ayudar a Federico a poner todo en orden. Lo hicieron en silencio, sin decir nada sobre la noche anterior ni sobre nada de nada.

 Al sentarse a desayunar los huevos revueltos que habían cocinado, comieron también en silencio, lanzándose miradas cada cierto tiempo. De repente, Federico estiró la mano derecha y tomó la izquierda de Román. La apretó suavemente y así siguieron comiendo sin decir nada. Por supuesto, a Román le pasaron miles de cosas por la mente pero no quería enfocarse en ninguna de ellas. Estaba cansado y tenía hambre y solo quería reponer algo de fuerzas para no sentirse como una bolsa vacía.

 Cuando terminaron, lavaron los platos juntos y luego se miraron de nuevo, como si pudieran ver algo que nadie más podía en los ojos del otro. De nuevo, Federico le tomó la mano y llevó a Román hasta el sofá, donde se recostaron juntos y vieron la televisión hasta quedarse dormidos, abrazados. Se despertaron en la tarde, con el cuerpo algo menos adolorido y una sensación extraña, sentían que algo había pasado pero no estaban muy seguros de qué era o de cómo averiguarlo.

 Eventualmente, Román volvió a su casa y allí pudo pensar por un tiempo. Pero nada de lo que se le ocurría tenía sentido o simplemente le daba demasiados nervios concentrarse en cosas que no eran o que al menos él no sabía si eran o no eran realidad.


 Decidió simplemente hacer lo que se sentía correcto en cada momento y dejar de dudarlo todo. Tal vez era solo una necesidad que cada uno necesitaba satisfacer y pasaba que ambos estaban en el lugar y momento correctos. Román pensó que ciertamente había cosas peores que podían suceder.

lunes, 15 de enero de 2018

Mantis

   Marina had been trained by the best martial artists in the planet and she had been practicing other techniques to make her moves even more fluent than ever. She had always been interested in sports and being fit, especially since in high school she had always been such a chubby little girl. Many of her classmates would make fun of her because of that. She would cry and tell her dad or her mom but by the end of her school years, she didn’t care anymore. She would answer with silence.

 When in college, she decided to become more active and enrolled in karate classes and then she went to a special school were she could learn how to handle a vast assortment of guns. Of course, she would only learn how to use the least complex ones because of her status as a civilian, but that was enough to make adrenaline pump all over her body. When she pushed her body to the limit, whether it was on the shooting range or in the gym, she felt liberated, someone else even.

 It was a surprise to her when, two years into her studies, she was approached in the campus by a man in a black raincoat. It happened at night, which wasn’t the best setting for a woman in campus. Marina had noticed the man walking behind her for a while and when he was closer, she used her elbow to strike his nose and then her fist to punch him hard in the stomach. She started running away from him but she was stopped when he caught up with her, pulling Marina from her sweater’s hoodie.

 She felt to the ground but didn’t loose any time: she used a very powerful kick in the shins to topple the man down and she was about to pull out her pepper spray when the man showed her his CIA badge. She pulled back just in time, watching as his nose bled profusely. She was confused and thought trouble was just a small word for what could happen to her. She feared that she had probably punched some undercover guy in the face. But why was he chasing after her?

  The man asked for help to get up and she did held her arm forward to pull him up. The man tried to clean his coat, covered in dirt and dead leaves, without taking a long look at what was happening in his face. He was still bleeding a lot. He only pulled out a handkerchief from one of his pockets kind of wiped some of the dried up blood off his face, not that it helped much. Marina stood there, afraid to run away but also to stay by the man. She grabbed her backpack, which she had removed when she landed on the campus’ floor.  Everything was fine inside it.

 The man finally started talking. He said he worked with the CIA and that he frequently probed the grounds looking for new recruits. He had been interested in Marina for a long time and had decided to talk to her that night. He admitted to the idea being a little bit stupid, with everything that happened to young women in that context, but he was also glad she had responded in such a manner when he came after her. It really showed that what they were looking in her was definitely there.

 Before Marina could ask any more questions, he gave her his card, with a few droplets of blood. He told Marina to arrive to that address the next day at five o’clock in the afternoon. He would be there to talk to her about the possibilities she could have with the agency and about her past, present and future in college. Before she could even say a word, the man turned around and walked away rather fast. Maybe he was afraid of getting hit again or he had realized how serious the nose thing was.

 Marina arrived at her dorm in minutes but she couldn’t sleep at all after what had happened that night. She was already beneath a lot of pressure from college, with all the work she had to do. She also had her training and her gym schedule. She was even considering helping in a fundraiser which was about helping young woman in campus but everyday seemed to disappear after that man had told her she could have “possibilities” with him and the agency he represented.

 She arrived right on time the next day. There, she met the man again, who had apparently been at the doctor’s because his nose had been properly taken care of. The bandages made him look a little bit different than the night before, or maybe it was the lighting. The point was that he was not alone. A woman, around his age, sat on the desk when Marina came in. None of them smiled or did anything to greet Marina in their space. They just went right to the questions and they did have a lot of those.

 After a long sessions, maybe two hours, of questions about her childhood, upbringing, education and interests, the woman asked her coworker to tell her again about what had happened the night before. Marina was a bit ashamed to hear about it, especially when she wasn’t asked herself about it, so she remained in silence, nodding when the woman seemed to need confirmation of what the man said. The story was short, so she didn’t have to endure that awkward moment for too long. The woman then asked Marina to meet them again the next day, in a new address, inscribed in another card.

 The next day, Marina entered her gym very late at night. The moment she had seen the address on the card, she had realized she knew the place by heart. Her trainer was there and she was glad to have a familiar face there. But he seemed very concerned and could only give her a nod when she entered the place. The woman and the man from the CIA were there and also two other men, closer to her age or at least so it seemed. They were dressed in gym clothes and looked at her as angry bulls.

 They all walked towards a corner of the space, one covered in mats. The woman from the CIA told Marina that she needed to see for herself that what her partner said that she was able to do was actually true. It was the only time the woman asked Marina if she wanted to go through with it all. Marina thought about how weird the whole thing was, how strange it was to be in one of her favorite places in the world but feeling as uncomfortable as she had never really felt.

 She had arrived in gym attire, so the first match began right away. One of the big guys she saw at the entrance was her first match. She guessed the second one was going to be against the other one, if she survived. The man behave more like a bull than like a man but she was able to counter every single one of her blows, no matter if they were kicks or punches, with relative ease. He was close many times, but Marina had trained hard in order to be not only effective but also incredibly fast.

 When she finally did her gut punch move, the other guy entered the fray and toppled her to the ground, making her feel like she had lost every bit of air that was inside her body. She tried to stand up but the second brawler kicked her hard on one side and the other was preparing to ram her again. What she did next was something based more on her instincts than on her actual skills. She jumped on top of the biggest guy, sat on his shoulders and tried to asphyxiate him with her thighs.

 Then, after a few seconds, she jumped down, taking advantage of the movement to kick the other guy straight in the face. He fell down like a deck of cards. The remaining guy was about to punch her when the woman yelled: “Stop!” And he did.


 Her trainer and the CIA guy were looking at her with eyes wide open. But the woman was actually smiling, something that didn’t really fit her appearance. She then walked closer and grabbed Marina by the hands “I have work for you”, she said, without dropping the creepy smile from her face.

viernes, 12 de enero de 2018

El reencuentro (Parte 1)

   Lo primero que hizo Román al abrir la puerta de su apartamento fue, cuidadosamente, quitarse los zapatos en el tapete de la entrada para no ensuciar el interior de su hogar. Siempre le gustaba tener todo lo más limpio posible y,  con la tormenta que se había desatado afuera, no había manera de entrar muy limpio que digamos. Dejó los zapatos sobre el tapete y, sin mayor inconveniente, se quitó las medias y los pantalones al mismo tiempo, doblando todo sobre los zapatos.

 Cogió todo en sus brazos y entró por fin al apartamento, cerrando la puerta con un pie pues no tenía ninguna mano libre para hacerlo. Su camisa y chaqueta también estaban empapadas pero no goteaban así que no era necesario quitárselas. Caminó derecho a la lavadora y echó todo lo que tenía en los brazos allí dentro. Acto seguido, se quitó la mochila de la espalda, la dejó en el suelo y se quitó el resto de ropa para quedar solamente en calzoncillos, que terminó quitándose también.

 Cerró la tapa de la lavadora y se alejó de allí,  después de levantar la mochila del suelo y dejarla en una de las cuatro sillas de su pequeña mesa de comedor. Estaba mojada pero nada de lo de adentro se había perjudicado con el agua, lo que era un milagro porque la lluvia había empezado a caer con mucha abundancia, y el viento huracanado no había ayudado en nada. Sonrió al recordarse a si mismo luchando contra los elementos para caminar desde la parada del bus hasta la casa.

 Desnudo como estaba, se echó en el sofá y se cubrió con una manta que tenía doblada a un lado, para ocasiones como esa. Al fin y al cabo que era la época más fría y lluviosa del año en la ciudad, con pocos días de solo y muchas tormentas que incluso traían granizo. Se cubrió con cuidado, se aseguró de prender el televisor para tener algo de sonido de ambiente y se quedó dormido en pocos minutos. El calor de la manta era tal, que no sintió la ráfagas de viento que golpeaban las ventanas.

 Se despertó un par de horas después, cuando ya estaba oscureciendo o al menos eso parecía. Y no se había despertado por si mismo sino que había sido el sonido del intercomunicador el que había interrumpido su descanso. Medio dormido todavía, se puso de pie y caminó casi a oscuras hacia la pared de la cocina para contestar. El recepcionista del edificio le anunciaba que alguien preguntaba por él. Al comienzo Román no entendió el nombre que el recepcionista decía. Pero cuando lo escuchó bien, sus ojos quedaron abiertos de golpe.

 Ese nombre era uno que no había escuchado en muchos años. Eran el nombre y apellidos de su primer novio, un chico que había conocido en la escuela gracias a esos intercambios deportivos que hacen algunos colegios para promover la amistad y ese tipo de cosas. Román solo había estado en el equipo de futbol del colegio un año y era solo un suplente. Había tenido que aceptar pues la mayoría de estudiantes eran mujeres y ellas tenían su propio equipo. Era casi su deber aceptar el puesto.

 Federico, el que estaba en la entrada de su edificio, era el goleador estrella del equipo de uno de los colegios contra los que se enfrentaban a menudo. Román no jugó en el partido definitivo pero si estuvo allí para ver como Federico goleaba a su equipo, casi sin ayuda de nadie. Por alguna razón, en esa felicitación que se dan los equipos al final de un partido, los dos empezaron a hablar más de la cuenta. En los días siguientes, se encontraron en alguna red social y empezaron a hablar más.

 Román le dijo al recepcionista que le dijera a Federico que bajaría enseguida. Estuvo tentado a decirle que le preguntase la razón de su visita, pero la verdad era que el celador era tan chismoso que lo mejor era no darle más información de la necesaria. Después de colgar, Román casi corrió a la habitación y se pudo algo de ropa informal. Por un momento pensó en vestirse bien pero recordó que estaba en casa y que había tormenta y no había razón para que estuviese bien vestido viendo televisión.

 Se puso un pantalón que usaba para hacer deporte cuando podía, unas medias gruesas, una camiseta cualquiera y una chaqueta de esas como infladas porque de seguro el frío sería más potente en el primer piso. Cuando se puso unos zapatos viejos, se detuvo por un momento a pensar en el Federico que recordaba, con el que se había dado su primer beso en la vida, a los quince años de edad. Había sido en una calle algo oscura, después de haber comido un helado de varios sabores.

 Sacudió la cabeza y enfiló hacia la puerta, tomó las llaves y cerró por fuera, aunque no sabía muy bien porqué. No pensaba demorarse. En el ascensor, jugó con las llaves pasándoselas de una mano a la otra y luego se miró detenidamente en el espejo, dándose cuenta que tenía un peinado gracioso por haberse quedado dormido en el sofá. Trató de aplastárselo lo mejor que pudo pero no fue mucho lo que hizo. Cuando se abrió la puerta del ascensor sintió un vacío extraño en el estomago. Se sintió tonto por sentirse así pero no era algo fácil de controlar.

 En la recepción había dos grandes sofás y dos sillones, como una pequeña sala de estar para las personas que esperaban a que llegara a alguien o que, como Román, no querían que nadie subiera a su apartamento así no más. En uno de los sillones estaba Federico, de espalda. Román lo reconoció al instante por el cabello que era entre castaño y rubio. Era un color muy bonito y que siempre había lucido muy bien con sus ojos color miel, que eran uno de sus atributos físicos más hermosos.

 De nuevo, Román sacudió la cabeza y se acercó caminando como un robot. Federico se dio la vuelta y sonrió. No había cambiado mucho, aunque en su cara se le veían algunas arrugas prematuras y sus ojos no eran tan brillantes como en el colegio. Se saludaron de mano y se quedaron allí de pie, observándose el uno al otro sin decir mucho. Solo hablaron del clima y tonterías del pasado que no eran las que los dos estaban pensando. Pero así son las personas.

 Por fin, Román pudo preguntarle a Federico a que debía su visita. Federico se puso muy serio de repente, parecía que lo que iba a decir no era algo muy sencillo. Suspiró y dejó salir todo lo que tenía adentro. Le confesó a Román que había sido alcohólico y luego había entrado en las drogas. Según él, lo echaron de la universidad por su comportamiento y por vender sustancias prohibidas. Estuvo así unos cinco años hasta que su madre intervino y lo ayudó a internarse en una clínica especializada.

 Había estado allí hacía casi dos años y ya estaba en las últimas etapas para poder terminar su tratamiento. Había dejado el alcohol en los primeros meses y lo de las drogas había sido más complicado, por la respuesta física a la ausencia de las sustancias. Pero ya casi estaba bien, finalmente. Sin embargo, para poder terminar por completo, debía de contactar personas a las que les hubiese mentido o hecho daño de alguna manera en su vida y por eso había buscado a Román. Venía a disculparse.

 Román, sin embargo, no entendía muy bien. No recordaba nada con alcohol y mucho menos con drogas cuando ellos habían salido, algo que solo duró algunos meses. Pero Federico confesó que por ese entonces había comenzado a beber, a los diecisiete años. Culpaba a “malas influencias”.


 Le confesó a Román que había dejado de verlo porque prefería seguir tomando y estar con personas que le permitieran ese vicio. No lo pensó mucho, solo lo dejó. Y Román lo recordaba. No supo qué decir. Lo tomó por sorpresa cuando Federico empezó a llorar y se le echó encima a abrazarlo. Román estaba perdido.

miércoles, 10 de enero de 2018

Sitting there

   Sitting there, with so many people worrying about their own business, was kind of soothing to me. It’s an awful thing to say, but I’d rather have that than a place where everyone is clearly waiting to hear what’s up with you. In other contexts, where nothing is really happening, every single ear in the vicinity would hear a bomb like that. There too but no one would really care because they are waiting themselves for some words they hope they might be hearing and other they don’t want to hear at all.

 I woke up very early that day and I have to say it was very strange to just stare at my own feet for several minutes, sitting on the edge of the bed, before I realized I wasn’t really doing anything and I needed to get going. I slowly dragged myself to the bathroom and had a shower, longer than those that I had daily. I wanted to make time feel longer, but when I put on my clothes and grabbed a glass of orange juice in the kitchen, I realized I hadn’t really spent much time and I would be getting early to work.

 It has to be said: I hate my job and the people I talk to in it. I hate my boss and the girl who’s supposed to greet people in the reception. I really hate them all. It’s not just that I don’t like them but I actually hate them, because they always seem to want more information about me than what they tell me about them. They clearly just want to gossip and my boss only wants me as a mule, as a beast to use for work and nothing else. I don’t thank him for this job at all, none of them.

  However, I need the money and no one else would hire me. So I go every single day to work, by bus, standing up and very rarely finding a seat before I reach my stop. That day I walked especially slowly in order to take my time to work. I managed to get there a little later than expected but still at least one hour before I was supposed to begin my work. I didn’t care. I turned on my computer as soon as I got in and started working right then, as I needed to make my lunchtime valuable.

 I was happy when my stomach started growling, towards the middle of the day. It meant I was hungry, of course, but also that I hadn’t been interrupted by anyone all morning. Not a single stupid question or a greeting that had no real intention of being kind. Nothing at all for almost five hours and that was simply the best time I had ever had in that place. I was able to reach some clients, fixing some documents I had to correct and even do a couple of things ahead of time to free my schedule even more. Other would not appreciate that but I didn’t really care.

 The moment people around me started talking louder and stood up to walk towards the elevators, I realized it was my time to run. I went down by foot, through the relative darkness of the stairs and I reached the main gate in a very short time. Luckily, the place I had to go to was nearby, only a couple of blocks away, so my time would be spent in the best way possible. My stomach growled the whole walk towards the clinic, but I ignored it by smiling at the beautiful weather.

 The sun was very high up in the sky and there were a couple of fluffy white clouds there but nothing to prevent the sun from reaching all the people below that wanted that beautiful day to last forever. I was a bit sad to get to the clinic, a place that should’ve been a lot less dark than it was, but I decided to just grab my number and sit down as I waited. The place was not a real hospital or something like that. It was more like a center to get help, something much more informal.

 That was a good thing because I had always hated the smell and the sounds of hospitals. They make my skin crawl. Maybe it’s because every time you’re in a hospital it’s because something wrong is happening with you or someone else. Not even the food is decent in a place like that. So I really don’t like those places. Burt that one was a lot warmer, both physically and in the décor. It wasn’t blue and white but orange and red and green and all sorts of other colors.

 Maybe that’s because people with children tend to go there. I saw at least three very young mothers with their babies, waiting for their turn to speak with a counselor. It has to be said there were not that many doctors there. People were not waiting to have a checkup or something like that. It was more of a social thing in general. I looked at those girls for a long time, and I realized many of them seemed ashamed to be there but they didn’t go anywhere until their names were called.

 I, on the other hand, was there for something between a medical procedure and a psychosocial thing. It’s hard to talk about it but at least I went there. The point of it all is I waited for about twenty minutes until a nurse, a very tall one, called my name and asked me to follow her. She asked me to wait in a very small room. She came back shortly with what she needed. A syringe and a small plastic bag. She asked for my arm and in seconds she extracted a whole syringe of blood from me. The nurse asked me to wait there, as someone would be with me shortly.

 Another woman came in and talked to me about all those things I knew about but I had ignored. She was very nice and kind and even tried to make me asked her questions. Just to be kind, I did ask a couple of things, of which I already knew the answer to. When I stepped out of the clinic, I still had a half an hour to have something to eat. Luckily, there was a fried chicken place in the way to work. I sat there and ate several pieces, with fries and a large soda. I was going to be late but I didn’t care at all.

 I sat on the restaurant’s terrace, where my face could feel the scorching rays of the sun. I didn’t mind at all. I was just so happy eating my chicken, getting all greasy and having such a blast eating and enjoying the sun. It was one of those short moments in life when you actually feel happy, truly happy. I did not feel my happiness then was artificial or the cause of something someone else had done. It was all about me and how good I felt for making a good decision and pairing it up with fried chicken.

 When I got to the office, the boss called me to his office to basically yell at me for being fifteen minutes late. Other people were still talking about the gossip they had heard at lunch, no one was really working, but I was the one being called to the boss’ office in order to be yelled at. I let him do that for a couple of minutes, not really paying attention, just nodding and saying, “yes” every so often. But then, he said something I cannot remember but that phrase somehow struck a chord deep inside me.

 I told him to "fuck off" and then went back to my desk. I did expect to be fired but nothing happened.  Actually, nothing has happened since then, almost two months ago. And now I’m in that waiting room again, waiting for them to tell me if there’s something wrong with me or not. I’m very nervous, of course, but somehow I feel as free as that day eating fried chicken. Because I defended myself once and I did something for me on the same day. I’m kind of proud of those things.

 The nurse calls my name. She’s the same very tall woman. She has such a kind and beautiful smile on her face. It’s so soothing to see someone greeting you like that. She asks me to follow her and we end up in a different room than the one the time before. She asks me to wait for the counselor.


 As I wait, I notice the pictures around the room. They are personal photos and items, collected through the counselor’s lifetime. She really does feel that place, that tiny office, to be her place. I hope I feel that way about a place too, someday. Or something else.