miércoles, 7 de marzo de 2018

Un día a la vez


  Todo pasó en pocos segundos: el coche se lanzó apenas el semáforo pasó a verde y el transeúnte distraído, mirando la pantalla de su celular, tuvo apenas el tiempo de echarse para atrás después de haberse lanzado a la vía sin mirar si podía cruzar o no. Cuando dio el paso para volver atrás, se tropezó y cayó sentado en el suelo. Obviamente, todos los presentes y los transeúntes se le quedaron viendo, como si fuera la primera vez que veían a alguien caerse en público.

 Cuando Pedro se puso de pie, decidió caminar más en dirección hacia su destino para luego intentar cruzar por otro lado. No era una técnica para llegar más rápido ni nada por el estilo. Lo que quería era salir de allí corriendo y que dejaran de mirarlo como si acabaran de salirle tentáculos por los costados del cuerpo. La gente podía ser bastante desagradable algunas veces: podía notar que algunos habían tratado de ahogar una risa y otra sonreían tontamente, fracasando en su intento de parecer normales.

 Pedro se alejó del lugar y miró de nuevo la pantalla del celular, esta vez caminando por donde debía y despacio, para no tropezar. Se llevó una sorpresa bastante desagradable cuando se dio cuenta del corte transversal que había en la pantalla del teléfono. No había estado ahí hacía algunos minutos. Ahora que lo pensaba, Pedro había mandado las manos al suelo para evitar caerse por completo, algo en lo que había fracasado. Pero en una de las manos sostenía el celular. Eso explicaba el daño.

 Suspiró y siguió mirando la información que le habían enviado hacía apenas una hora, de pronto un poco más. Lo necesitaban de urgencia en una empresa para que hiciera una presentación que ya otros habían hecho miles de veces. El problema era que esos que habían hecho la presentación en repetidas ocasiones no estaban disponibles y por eso le habían avisado a él, en su día libre, para que fuera e hiciera la presentación en nombre de la empresa para la que trabajaba como independiente.

 A veces salían con sorpresas de ese estilo, haciéndolo viajar por toda la ciudad solo para demorarse una hora o a veces incluso menos en un sitio. Era bastante fastidioso como trabajo pero la verdad era que no había encontrado nada más disponible y sabía que su familia ya lo miraba de cierta manera al verlo todos los días en casa. No que las cosas cambiaran mucho porque todavía seguía en casa casi todos los días, pero al menos ahora podía mencionar que tenía un trabajo y que había algún tipo de ingreso después de todo. Lo único malo, ver pésimo, era ese horario “sorpresa”.

 Tontamente, se había bajado muy antes del bus y ahora tenía que caminar un buen trecho para poder llegar al edificio que estaba buscando. Estaba en una de las zonas más pudientes de la ciudad, no tan cerca de su casa. Había varios edificios de oficinas y muchos comercios de los que cobran por entrar a mirar. Los pocos edificios residenciales eran bastante altos y parecían un poco estériles, como sin gracia. Nunca había entrado a uno de esos pero estaba seguro de que eran muy fríos.

 Se guardó el celular, pensando en que ahora debía ahorrar también para comprarse uno nuevo. Caminaba ahora mirando su alrededor, lo que hacían las personas a esa hora del día, la hora del almuerzo. La gente se comportaba como abejas, había enjambres de seres humanos yendo y viniendo por todas partes. Había quienes iban a almorzar y otros iban precisamente a eso. Pero también estaban aquellos que van y vienen con papeles en la mano, con una expresión de urgencia en el rostro.

 Esos personajes eran de los que tenían que usar el poco tiempo que tenían “libre” para poder hacer varias cosas que no podían hacer en otro momento del día. Así era como iban al banco, a oficinas del gobierno, a pedir documentos de un sitio para llevarlos a otro. En fin, la gente usa el tiempo como puede y sabe que tenerlo es un privilegio. Para Pedro era extraño porque él no tenía ese tipo de responsabilidades, no tenía ninguna razón para comportarse como ellos pero, al fin y al cabo, él era un tipo de horarios.

 Llegó por fin a otro cruce de la avenida y por fin pudo cruzarla sin contratiempos. Ahora debía seguir un poco más y luego girar a la derecha para buscar un edificio de oficinas que había visto en una foto antes de salir. Siempre verificaba las direcciones porque no le gustaba tener que llegar a un lugar casi adivinando. Se sentía perdido y tonto cuando hacía eso, lo que era ridículo e innecesario porque hoy en día hay innumerables herramientas para saber donde queda cualquier cosa.

 Menos mal, pensó Pedro, había salido con tiempo de la casa. No solo porque el transporte iba a tomarse su tiempo en llegar a la parada y luego en recorrer la ciudad hasta el punto deseado, sino porque era mejor prevenir cualquier inconveniente e imprevisto, como el de bajarse antes del bus por no estar pendiente de las cosas. Y es que por estar revisando la estúpida presentación, pensó que el lugar al que había llegado era su destino y no lo era. Desde que había salido de su casa no hacía sino repasar y repasar lo que debía decir pero era difícil porque no era algo que conociera de siempre.

 De hecho, caminando ya con el celular guardado, se dio cuenta que todavía no estaba muy seguro de cómo debía de proceder. El hecho de que la mayoría de las personas allí serían mayores tampoco ayudaba mucho a tranquilizarlo. Le gustaba más cuando debía de hacer trabajos con personas de su edad e incluso con menores que él o niños. Sentía en esos caso que, por perdido que estuviese, podía navegar el momento para salir airoso de cualquier situación. Pero los adultos de verdad eran otra cosa.

 Casi siempre venían a la sala de juntas, o donde fuese la presentación o taller, con una cara de tragedia que no quitaban de sus caras en todo el tiempo que se quedaban allí. Eran peor que los niños en ese sentido, puesto que los niños al menos sienten curiosidad cuando se les estimula con ciertas palabras o juegos. Los adultos, en cambio, ya no tienen esa gana de querer conocer cosas nuevas y entender el mundo que los rodea, incluso cuando cierto conocimiento puede significar más dinero para ellos.

 Cuando por fin llegó al edificio de oficinas, Pedro miró su celular. Había llegado faltando pocos minutos para la hora, como de costumbre. Dio la información necesaria para entrar y en pocos minutos estaba instalándose en una pequeña habitación con una mesa larga que podía sentar unas catorce personas. Estaba nervioso, moviendo el contenido de su mochila de un lado a otro pero sin sacar nada y, por aún, sin saber porqué lo estaba haciendo, cual era la finalidad de hacerlo.

 Entonces empezaron a entrar. Primero fueron un par, luego otros más y luego todo el resto en una tromba llena de murmullos y palabras que no sonaban completas. Todos estaban vestidos de manera muy formal y él tenía jeans y una chaqueta de un color que parecía desentonar en ese ambiente. Conectó su portátil a un proyector y empezó la presentación que le habían encomendado. Tuvo que ir mirando algunos puntos en el celular y otros los improvisó un poco, lo mismo que hizo al final con las preguntas de los participantes.

 Por un momento, creyó que ellos se habían dado cuenta de su poca experiencia con el material. Sintió miradas y casi pudo jurar que había escuchado palabras en su contra, pero al poco tiempo todos se habían ido y él ya estaba bajando al nivel de la calle en el ascensor.

 Ya afuera, pudo respirar como si fuera la primera vez. Entonces se dio cuenta de que ya podía volver a casa, a pesar de eso significar otro largo viaje en un bus. En todo caso, ya no importaba. Había sobrevivido otro día de trabajo y seguro sobreviviría otros más.

lunes, 5 de marzo de 2018

Where's the passion?


The day was as clear as it could be. From the terrace of the tenth floor of the Equity Tower, one could see for miles and miles. Evan was standing there, in front of the glass, just millimeters away from a one hundred meter drop. But he wasn’t looking downward. He was looking across the park in front of the building and a little bit upwards. There was some sort of bird flying around, possibly after having spotted a delicious rat or something down between the trees. It was a majestic site.

 Evan didn’t move a muscle, as he looked on, mystified by the gracious movements of the bird. It was so agile and beautiful, only an event that could’ve been created by nature itself. Evan didn’t want to miss the moment for one second, as he knew it could end soon. And so it did: the bird suddenly dropped from the sky, flying downwards at top speed. It disappeared between the trees. Evan waited for several minutes, but the bird didn’t resurfaced. Maybe it had been successful. He wanted to believe that.

 Evan moved away from the glass and walked slowly towards his kitchen. Mind you, Evan had no clothes on: no socks, no underwear or shirt. Not even a towel or a baseball cap. He was naked as he always was at that time of day, which was past midday. The man was one of those people with so much money that they didn’t need to care about schedules or time in general. Besides, he loved to do his work and other commitments at night, when he felt most comfortable. During the day, he would rather sleep and eat.

 In the kitchen, Evan fixed himself a bowl of his favorite cereal. He poured some almond milk on it and then started eating it right there, just by the coffee machine. His empty cup was in the sink, as well as plates and other stuff from past days. Evan wasn’t a good cleaner and he preferred when he came back from work and everything had been cleaned and organized for him. But the lady that did that was sick and he did not want a stranger to come into his house just like that. He’d rather do it all himself.

 So after finishing his bowl of cereal, Evan did something he hadn’t done in a long while: he did the dishes and then checked his refrigerator for rotten vegetables or fruits or products past their expiration date. Nothing was out of order and he was able to get it all done in a matter of minutes. He wasn’t one for doing those sorts of things but the truth was that his work had begun to feel repetitive and boring to him. A change of pace would suit him right, as well as doing things he wasn’t used to do. The moment made him have several ideas, right on the spot.

 One might think he could’ve wanted to put on some clothes on before going ahead, but he didn’t. He decided to check every single drawer and closet in his two-story apartment and get everything he didn’t want to keep out of the house. He looked for some big garbage bags in the kitchen and then started on the living room. There wasn’t much there besides his bar, fully stocked at all times with the most expensive wines and spirits from around the world. However, he did find some underwear that wasn’t his. He just smiled and moved on.

 There were lots of drawers in his studio. He threw away a bunch of office papers that he wasn’t going to use anymore and several other notes and small objects he just hated. There were things inherited from his grandparents and parents and he really despised some of them. There was this bowl of marble balls that was supposed to be an ornament but it had always made him crazy because it reminded him of how strict his father was. When he wanted to use the marbles to play, his father would practically yell at him.

 There was never real violence on his house. After all, he didn’t really have a relationship that strong with his parents, he didn’t even see them enough during a whole year. It was rather sad but he always smiled telling the story of how he learned his parents birthday dates when he was about to enter college. The funny part, according to him, was the fact the he learned those facts by accident and not because they wanted him to know. It was like learning the birthday date of a beloved movie star. A far away star.

 He filled a whole garbage bag in the studio before moving on to his downstairs bathroom. There was not a lot there, only some old flu medicine and ointments he used sometimes when he was sick. It was funny that he had all of that there, as he would never use any of that. His parents only intervened in his life when health was an issue, probably because they knew that if he died, there would be no heir of blood running the company. As if it mattered, but it seemed important enough to them.

 After so many years, he still did things to keep them happy. He would do parties in his apartment with various friends of his family and the company, even if most of those people barely knew his name. He treated old friends of his parents and grandparents as if they were elders of great wisdom, but deep inside he knew there was no way he could really trust any of them. They were all around because of the money. Same happened with his so-called friends, vultures flying around him waiting for something to fall on their lap, a job or some money or compensation.

 In his bedroom, he threw away various pieces of clothing. Being naked, he smiled and thought of the whole situation as ridiculous. But then, he realized it wasn’t an accident that he liked being naked around his home so much. Back when he was young, Evan had been thought that the human body was practically something to be ashamed of. It was only during his years in college when he learned that shouldn’t be the case, when he started to explore his body and those of others.

 He remembered wearing ties every single day, not only to school but also in the house and to all formal events to which his parents were invited to, and there were a lot of those. His former house was one of the gigantic mansions where you might imagine a caped crusader living in. But nothing of the sort happened there. He did imagined to be an orphan many times in his life, but he was reminded many times that he did have parents and that it was important that he was their son.

 Evan’s future had always been in the company. He had no control of his work life and, to be honest, he didn’t want control over that. In college, he soon discovered he wasn’t really interested in something in particular. He liked numbers and sometimes watching movies and also music. But would have never thought of been an accountant, becoming a filmmaker or learn to play any kind of instrument. He had no passion for any of that. The only thing that ignited passion in his heart was his private life.

 He lived to invite random people to his house. He met them at galas or bars or even cellphone apps. Sometimes he would say how much money he had and other times he would create some sort of story, like the one where he was a caretaker for some rich people and how they paid him the bare minimum to take care of their houses as they sailed through the Caribbean. And people bought all those lies because they wanted and also because Evan was a very good liar.

 He got four garbage bags filled to the top. He took them all himself to the deposit downstairs, wearing a hoodie and some gym pants. As he put on the bags on a large container, he saw a picture escape one of the bags and fall softly, like a leaf, on the floor.

 Evan picked it up and saw his own face looking at him. It was a very old picture, from his early youth. He was maybe five or seven years old. And he was smiling. He seemed so happy and eager, so full of life. Evan wondered what had happened to that little boy, to his spark.

viernes, 2 de marzo de 2018

No hay que entender


   Mientras caminaban por el sendero, miraron al mismo tiempo al precipicio que había al lado derecho: era una profunda garganta que en ese momento estaba cubierta de nubes y neblina. Así de alto era el paso por el que estaban atravesando. Escapar no era fácil por ninguna parte pero debía tener una dificultad extra hacerlo por semejante lugar. Nadie nunca los perseguiría por esos remotos parajes pero tampoco tenían garantizado poder salir de allí, y esa era la idea.

 Dos días habían pasado desde que habían oído los últimos disparos. Varios soldados los habían perseguido hasta bien adentrado el páramo, pero se rindieron al darse cuenta que la neblina era muy espesa y no podrían tener la ventaja en ese lugar. Además, consideraban todo el sector un peligro enorme, por los animales salvajes que allí había y los caminos inseguros. Hacía años que nadie pasaba por allí y todo lo que había sido mantenido en pie con cuidado, ya no existía.

 Ramón iba detrás de Gabriel y no podía dejar de mirar hacia atrás. No era algo muy inteligente de hacer pero la verdad era que estaba aterrorizado de ser capturado de nuevo. Ramón ya había estado en los oscuros calabozos que habían creado en lo que antes eran las oficinas de corte suprema. Era un extraño lugar que todavía conservaba algo de su majestuosidad anterior pero que ahora solo olía a orina humana y a heces de rata. Un lugar oscuro, con gritos ahogados y sonidos extraños.

 Gabriel, en cambio, no tenía ni idea como eran los calabozos. Solo había estado allí cuando se suponía, en el momento exacto en que varios de los prisioneros se rebelaron y escaparon de manera masiva. Fue entonces que encontró a Ramón y lo llevó a las afueras de la ciudad, donde los sorprendieron los soldados y tuvieron que escapar hacia el páramos. Gabriel no sabía lo mal que Ramón la había pasado en la cárcel y su compañero no tenía la más mínima intención de contarle.

 El estrecho sendero que bordeaba el precipicio seguía igual por varios kilómetros. Los árboles eran cada vez más escasos. En cambio, había plantas más bajas como matorrales, que crecían por todas partes. Sus flores eran de un color hermoso y era obvio que sus diversas formas tenían la intención de servir para recolectar agua, algo bastante fácil en un lugar tan húmedo como ese. Húmedo pero bastante frío. Cuando llegó la segunda noche, encontraron una zona algo plana cerca del sendero y allí armaron una pequeña tienda de campaña con una hoguera afuera.

 Estaba claro que Gabriel había pensado en todo, siempre lo había hecho. Era un tipo preparado, que nunca hacía nada sin pensar en las consecuencias con anterioridad. A Ramón le gustaba mucho eso de su compañero pero jamás se lo había dicho a la cara. De hecho, había muchas cosas que nunca se habían dicho con claridad. Desde el primer momento que empezaron a trabajar juntos, en la oficina de inteligencia estatal, se formó una relación difícil de describir incluso por ellos mismos.

 Lo que hacía de esa relación algo muy particular eran las acciones que ambos tomaban a su respecto. El hecho de que Gabriel hubiese arriesgado su vida para prácticamente rescatar a Ramón era algo que hablaba mucho de cuanto lo quería y apreciaba. Pero jamás le había dicho a Ramón nada como eso. Eran solo acciones que el otro debía interpretar como pudiera, sin palabras que hicieran todo tan especifico. Incluso allí, solos en el páramo, no se decían nada más de lo necesario.

 Observando el fuego, Ramón recordó cuando trabajaban juntos en Inteligencia. Nunca fueron muy amigos que digamos, no salían a beber nada después del trabajo ni hablaban de cosas que no tuvieran nada que ver con lo que hacían allí. Sin embargo, cuando tenían que trabajar juntos, lo hacían a las mil maravillas. Todo siempre fluía bastante bien y lo hizo cada día hasta que llegó el Gran Cambio y todo se vino abajo a lo largo y ancho del país. Poco después de eso arrestaron a Ramón.

 El asunto era que Ramón era abiertamente homosexual. Iba a bares y discotecas, compraba en negocios cuya clientela era casi por completo homosexual e incluso tenía varias aplicaciones en su teléfono celular para contactar con otros hombres y tener relaciones sexuales casuales. Obviamente no era algo único de él ni nada por el estilo pero fue así como el nuevo gobierno pudo rastrear a todas las personas que quería meter a la cárcel por motivos arcaicos.

 De solo pensar en el día de su arresto, Ramón se ponía nervioso y se le alzaban los pelos de detrás de la nuca. Los oficiales vestidos de negro habían entrado de golpe en el edificio de Inteligencia y habían arrestado por lo menos a diez personas. Las habían dirigido a la entrada principal del edificio y allí mismo las habían obligado a confesar sus supuestos crímenes. A todos, incluido Ramón, los golpearon con las armas, a algunos en la cabeza y a otros en la cara, rompiéndoles la nariz. Luego los dirigieron a un camión y así se los llevaron a los nuevos calabozos.

 Avivando el fuego que parecía estar a punto de apagarse por la pésima calidad de la madera, Gabriel miró a Ramón y recordó que él había estado en el momento de su arresto. Lo había tomado por sorpresa a pesar de que todo el mundo sabía que el país se estaba yendo al carajo. Lo que pasa es que nadie hace nada hasta que se ve afectado por las cosas horribles que pasan. Gabriel, sin embargo, solo decidió actuar una semana después de lo ocurrido. Tiempo después, se culpaba por su demora.

 La cuestión era que no sabía qué debía hacer y ni siquiera si debía hacerlo. Gabriel solo sabía que una injusticia se había cometido y sentía algo adentro de su cuerpo que le insistía en que debía alzar su voz de protesta. El problema era que no sabía cual era la razón para esa rebelión en su interior. Varias veces en su vida había visto injusticias, pero jamás había sentido la urgencia de hacer algo, la presión en el estomago que le insistía día y noche y no lo dejaba tranquilo ni un segundo.

 Se preguntó entonces, y se lo volvió a preguntar frente a la fogata en el páramo, ¿qué era lo que sentía por Ramón? ¿Era amor o algo parecido? Gabriel no tenía ni idea. Lo único que tenía claro era que le importaba Ramón y que prefería tenerlo cerca que estar completamente solo. Además, sabía que no hubiese podido vivir consigo mismo si no hacía algo para ayudarlo a escapar de la cárcel. La fuga masiva había ocurrido casi como un milagro, empujando a Gabriel a hacer lo que sentía que debía hacer.

 Ahora solo se miraban, por encima de las débiles llamas de la fogata. Habían logrado cazar un pequeño conejo, pero no era ni de cerca suficiente para dos hombres adultos que llevaban días sin comer algo decente. Habían comido en pocos minutos y ahora solo intentaban calentarse con un fuego que no parecía querer ayudar en nada. Estiraban las manos y trataban de hacer crecer las llamas, pero todo era inútil. Pasada la medianoche, el fuego murió por fin y ellos tuvieron que acostarse.

 Gabriel había sido precavido y había metido esa tienda de campaña vieja en su mochila. Los pies de ambos sobresalían y quedaban los dos bastante apretados debajo de la delgada lona verde. Pero era lo único que había. Se acostaron y estuvieron allí tiesos, visiblemente incomodos.

Entonces Ramón se dio la vuelta, mirando al lado contrario de Gabriel, y le pidió en una voz suave pero muy clara, que lo abrazara. Gabriel esperó unos segundos, como procesando lo que había escuchado. Después se dio la vuelta al mismo lado y abrazó a Ramón. Así cabían mejor y pasarían menos frío.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Adolescence


   The taste of iron was not to be ignored. Maybe it was because of the cold that had swept through the city around those days, the fact was that the gun tasted like pure iron and the taste was enough for Felicia to pull it out of her mouth and put it back on the wooden box her mother kept it in case robbers or someone broke into the house. Felicia’s eyes were flooding with tears, so she ran to the hallway bathroom and thoroughly washed her face, trying to eliminate her feeling while doing it.

 She looked at her own eyes and nose and skin once she was done but everything she had been feeling was still there: her insecurities and self-hatred had not left her body just because she had taste the iron that made up a gun. She did feel a little bit less agitated and her mind seemed clearer, as if she had put on glasses or something. She dried up her face with a small towel, taking her time to appreciate its smell and texture. It felt as if she had never used her senses until that day.

 Felicia then walked to her room again and closed the door. She didn’t lock it though, because it didn’t really seem necessary anymore. She had dropped the whole idea of killing herself, only because of the taste of the gun. But it wasn’t only that, it was also the fact that she wasn’t really sure about what she was going to do. After all, Felicia was still a very young woman and had a whole life before her. Something inside of her told her to wait a little bit longer, to hold on for a while.

 The young woman was in high school and, as with most kids there, she had started feeling anxious when she discovered how things had change from one grade to the other. Now, all the girls in her classroom and age would be trying makeup away from teachers, drinking alcohol, smoking marihuana and even talking about their sexual experiences. Felicia, at first, thought it was all about a little group of girls that had changed in the blink of an eye but then she realized it had affected every single person her age.

 She used to enjoy talking to her friends about the shows she liked, many animated programs among them, and about some games and silly things that they liked because, after all, they were still children. Maybe not like her brother Thomas who was eleven years old, but kids anyway. They couldn’t legally drink or vote and they were still in high school trying to decipher math problems and having homework. The shift that she had witnessed seemed rushed and unexplainable but she soon learned she had to adapt soon to this new state of things.

 Felicia realized this when she started being harassed by some girls in school because of her weight. She had always been a little bit bigger than most girls but no one had ever said anything hurtful to her because of that. Now, things had changed dramatically: some people outwardly said to her how fat she was and that she looked like a pig or a boar. Sometimes it would be in a low register on the school corridors but some other times it would be right to her face, as if they wanted to see how she responded.

 She always walked on, deciding not to engage in any sort of fight. But as the school year went on, it was more and more difficult to resist. She tried to remember what she liked about school and so she decided to spend a little more time in the library. Her best friends were sadly not there for her at the moment because one of them had left for a neighboring city and the other one had just stopped talking to her out of the blue. It was probably the worst part of the whole deal.

 Anna had been her best friend since they were toddlers. They had been in each other’s houses and their parents knew each other very well. They had celebrated birthdays together, as well as spending some holidays in the same place whether it was Disneyland or a cabin in the woods. They loved to go shopping together and make fun of everything and everyone, along with their mutual friend Jeff. They were basically sisters for more than fourteen years and now all of that had disappeared for no apparent reason.

 They had not talked over the summer because Anna had left for a long trip with her parents and she never contacted Felicia after she had arrived. Felicia didn’t think much of it but she quickly realized in school that everything had changed between them. She had tried to come close to chat for a while but it was obvious Anna had no desire to interact with her. So Felicia stopped trying and the relationship died a sad and unexpected death pretty soon. It was devastating for Felicia.

She even called Jeff to tell him about it and he was kind enough to hear about all of it but the thing was that Jeff had some problems of his own. His parents were divorcing and it wasn’t clear what was going to happen with him after that. He had told his parents he wanted to go back to were he had friends and family but his parents didn’t seem to care a lot about what he had to say. They were too busy accusing each other of something, so Jeff couldn’t really be there for Felicia in any way. He just asked her if she was okay and that’s when she realized she wasn’t.

 After that phone call, it was the first time Felicia realized that she didn’t really feel great about the whole situation happening around her. After all, she started feeling alone and without friends, something a young person is sometimes unable to handle, as it is a necessity for them to be social and able to talk to someone if they need help or advice, and sometimes that comes from people their age who have information they personally don’t have. It’s something they need Felicia realize she didn’t have anymore.

 Her parents were another problems. They had recently begun showing signs of a certain distance forming between them. There were no family weekends anymore. Mom stayed at home while Dad went away to fish or be with his friends. And when her mom went out with her friends, Dad stayed around to be with the kids. It was nice and all for a while, but Felicia soon realized it wasn’t very normal for parents to simple not talk a lot to each other. She wondered if a divorce was looming.

 So the bullying at school, which got increasingly worse, her lack of friends and the tension at home, had all been enough for Felicia to take advantage of none of her parents being at home to get into their room and grab the gun, to the point she had it in her mouth. After she went back to her room, she started crying and she didn’t really knew why. Maybe it was because she felt weak or maybe it was because she felt very alone. It was then when she heard the door and it was her little brother.

 He had arrived from being with a friend and Felicia could hear him throwing his backpack and turning on the TV. Without thinking, she opened the door and walked to his room. He was watching cartoons and looked at her on the door when she appeared. Felicia tried to seem calm and just wanting to hang out for a bit but Thomas was no fool. It is a common mistake to think youth means ignorance when it’s nothing of the sort. He realized soon something was wrong but didn’t ask outright.

 Brother and sister spent a good chunk of the afternoon watching cartoons and sharing appreciations about them. Then, they grabbed cookies and milk and also some ice cream and ate it all just before their parents came back home. They didn’t look as happy as them.

 But all of that didn’t matter because Felicia realized she still had people around who she could trust and also that she had to take care for. The world was not going to end. She was going to face the tide with the weapons she had at hand and promised herself to survive the whole messy thing that is adolescence.