Era la primera vez que iba a uno de esos
consultorios. Lo habían llevado la curiosidad y las ganas de hacer un cambio de
verdad importante en su vida. Por alguna razón, ese cambio debía provenir de
algo tan drástico como un cambio físico. No podía ser algo tan simple como
cambiar los muebles de lugar en su casa o volverse vegetariano. Debía ser algo
que fuese permanente, que en verdad tuviera el carácter de cambio y que todos
los que posaran sus ojos en él pudiesen ver, de alguna manera. El cambio era para él pero debían notarlo los demás, de eso estaba seguro.
En la sala de espera solo había mujeres. Era
obvio que la mitad, es decir tres de ellas, venían para procedimientos simples
como el botox. Había mujeres obsesionadas con el concepto de verse más jóvenes,
menos arrugadas y cerca de la muerte. Él tenía claro que ese era un miedo
latente en todos los seres vivos, incluido él. De hecho, sus ganas de cambio en
parte provenían de ese miedo primigenio hacia la muerte, pues la había tenido
demasiado cerca y eso le había hecho pensar que había que hacer serios cambios
en su vida.
Las otras mujeres seguramente venían para
procedimientos más complejos, algo como lo que él quería. Eso sí, había una que
parecía estar combatiendo el dolor allí mismo. Seguro que venían a una revisión
y, por lo que se podía ver, lo que se había operado era los senos. Los tenía
demasiado grandes para su cuerpo. La verdad era que la mujer se veía ridícula
con esos globos enormes apretados en un vestido que gritaba: “¡Estoy aquí!”.
No, él no quería nada así de desesperado y patético. Si iba a hacerlo, debía
ser algo que fuera con él.
Hicieron pasar a la de las tetas grandes y
también a dos de las que venían por inyecciones. Al parecer había alguien más
para lo segundo. Mejor, pensó, pues así lo atenderían más rápido y podría
decidirse pronto por lo que de verdad quería para su cuerpo. No es que no lo
hubiese pensado pero quería la opinión de un profesional y se supone que el
doctor Bellavista era uno de los mejores en su campo. Y para esta nueva vida, para
empezar de nuevo, este hombre quería que solo los mejores lo asesoraran y le
explicaran cómo sería su vida en el futuro.
La última mujer que quedó en la sala de espera
con él lo miraba a cada rato. Era obvio que ella creía que no se notaba pero
era evidente y, francamente, bastante molesto. Era obvio que los hombres,
aparte del doctor, eran muy escasos por estos lados. ¿Pero por qué? ¿No se supone
que los tipos que se hacen operaciones y cosas de esas habían aumentado en los
próximos años? Algo que él no quería ser era el centro de atención. Lo que
quería era hacer algo por sí mismo y no por los demás. Debía hablar de eso con
el doctor, aunque no sabía que tan pertinente era el tema.
Cuando por fin lo hicieron pasar, el doctor lo
recibió en su consultorio con una sonrisa enorme. Era un hombre de unos
cincuenta años, canoso y bastante fornido. No era la imagen del doctor que él
tenía en su mente. Su sonrisa era como una crema, calmaba a sus pacientes y los
hacía tomar confianza con él en pocos minutos. Esa vez no fue la excepción.
Primero hubo preguntas de tipo médico, como alergias y cosas por el estilo.
Pero lo segundo fue la operación en sí. En ese momento, el hombre no supo que
decir, eligiendo el silencio por unos minutos.
El doctor le aclaró que no era algo inusual no
estar seguro. Le pasaba a la mayoría de los que pasaban por el consultorio.
Pero entonces el hombre lo interrumpió y le dijo cuál era la intervención por
la que venía. Había leído que el doctor Bellavista era uno de los expertos en esa
operación en el país y por eso había acudido a él. Necesitaba el asesoramiento
del mejor y ese era él, al parecer. El doctor sonrió de nuevo y le dijo a su
paciente que no eran necesarios los halagos. Estaba contento de poder ayudar a
la gente a realizarse, a alcanzar su ideal.
Mientras el paciente se quitaba la ropa detrás
de un biombo, el doctor le explica los costos y el tiempo que duraría la
operación y la recuperación de la misma. El proceso era largo, por ser una
operación que implicaba tanto y que podía complicarse si no se tenían los
cuidados adecuados. Eso dependía tanto del médico como del paciente, entonces
debía haber un trabajo conjunto muy serio del
cuidado apropiado de la zona que iba a ser intervenida. Todo tenía que
ser hecho con mucho cuidado y con una dedicación casi devota.
El hombre salió desnudo de detrás del biombo y
el doctor lo revisó exhaustivamente, con aparatos y sin ellos. Fue para él
bastante incómodo pues nunca nadie había estado tan cerca de él sin ropa, o al
menos no en mucho tiempo. Se sentía tonto pero sabía que estaba con una persona
profesional y no había nada que temer. El doctor terminó la revisión en poco
tiempo y de nuevo explicó todo a su paciente. Cuando terminó, preguntó si
quería seguir pensándolo o si ese era el procedimiento por el cual él había
venido.
El paciente se puso de pie y le dijo que
estaba seguro. Quería poner fecha de una vez, lo más pronto posible. Con la
asistente del doctor arreglaron todo y se estrecharon las manos como cerrando
el trato. En dos semanas se verían en la clínica para el procedimiento, cuyo
proceso de recuperación sería largo e incluso molesto pero sería todo lo que él
de verdad quería, al menos en ese momento. Era lo que quería hacer con su vida,
no había vuelta atrás.
Cuando el día llegó, estaba muy nervioso.
Recorrió su apartamento varias veces, mirando que nada se le hubiese quedado.
Llevaba algo de ropa para cuando saliera del hospital, así como su portátil y
algunos libros para distraerse. No sabía si podría usar todo lo que llevaba
pero era mejor estar prevenido. Le asustaba la idea de aburrirse mucho más que
la del dolor o que algo pudiese pasar durante la operación. De alguna manera,
estaba tan seguro de sí mismo, y de lo que estaba haciendo, que no temía nada
en cuanto a la operación como tal,
En el hospital lo recibieron como realeza. Le
invitaron al almuerzo y el doctor vino a verlo esa misma noche. El
procedimiento era al otro día en la mañana, pero habían pensado que sería mejor
para él si viniese antes, como para hacerse a la idea de un hospital. Mucha
gente se pone nerviosa solo con los pasillos blancos y las enfermeras y el olor
de los medicamentos. Pero él estaba relajado o al menos mucho más de lo que
incluso debía estar. El doctor le dijo que esa era prueba de que estaba seguro
de lo que quería y eso era lo mejor en esos casos.
El procedimiento empezó temprano y duró varias
horas. No había nadie que esperara fuera o a quien le pudiesen avisar si pasaba
algo. Él había insistido en que no quería involucrar a ningún familiar. Además,
le había confesado al doctor que no tenía una familia propia, solo algunos
hermanos que vivían lejos y poco más que eso. Así que mientras estuvo dormido,
nadie se preocupó ni paseó por los pasillos preguntándose que estaría pasando,
como estaría el pobre hombre. Era él, solo, metiéndose de lleno en algo que
necesitaba para sentirse más a gusto consigo mismo.
En la tarde, fue transferido a su habitación.
La operación duró un par de horas más de los esperado pero no por nada grave sino
porque los exámenes previos no habían mostrado ciertos aspectos atenuante que
tuvieron que resolver en el momento. Pero ya todo estaba a pedir de boca. Solo
se despertó hasta el día siguiente, hacia el mediodía. El dolor de cuerpo era
horrible y, en un momento, tuvo que gritar lo que asustó a toda esa zona del
hospital. Él mismo se asustó al ver que había una zona que lo ayudaba a orinar
pero luego recordó que eso era normal.
El doctor vino luego y le explicó que todo
estaba muy bien y que saldría de allí en unos cinco días pues debían estar
seguros de que todo estaba bien. Revisó debajo del camisón de su paciente y
dijo que todo se veía bien pero que se vería mejor en un tiempo. Cuando se fue,
el hombre quedó solo y una sola lágrima resbaló por una de sus mejillas: era lo
que siempre había querido y por fin lo había hecho. De pronto tarde, pero lo
había hecho y ahora era más él que nunca antes.