miércoles, 14 de septiembre de 2016

El monte de Santa Odilia

   Con una puntería inexplicablemente buena, el monje derribó con una sola piedra en su onda el pequeño aparato que había estado dando vueltas por el monte. Normalmente los religiosos no tenían reacciones de ese tipo, no se ponían como locos y derribaban el primer dron que vieron con una piedra del tamaño de un puño. Lo que pasaba entonces era que, por mucho tiempo, el templo de Santa Odilia había estado cerrado a todos los demás hombres y mujeres del mundo. Esto había sido decidido por los monjes hacía unos doscientos años y desde entonces solo se aceptaban cinco nuevos religiosos cada año. Era una cuota bastante decente pues cada año el número de jóvenes interesados bajaba drásticamente.

 Cuando los monjes habían decidido encerrarse en el monte, por allá cuando todavía no había elementos electrónicos ni nada por el estilo, eran unos ochenta los que vivían en el monasterio y lo increíble era que, para esa época, tuvieron que construir más habitaciones para que pudieran estar todos cómodos. Ahora, sin embargo, los monjes no superaban la docena y la limpieza de todo el conjunto de edificios era una tarea titánica en la que todos ayudaban con lo que podían pero era obvio que no era suficiente pues de los habitantes actuales, la mayoría eran hombres mayores de edad que no podían agacharse demasiado o se quedarían ahí sin poderse mover. Los más jóvenes debían cargar con el peso de todo y, así las cosas, era inevitable que algunas partes del monte cayeran en ruinas.

 La capilla sur, por ejemplo, era uno de aquellos edificios que estaba literalmente cayéndose a pedazos. Cada cierto tiempo, un pedacito de la piedra con la que se había construido, rodaba cuesta abajo hacia el abismo que había allí. Los monjes sabían que perderían el edificio en poco tiempo pero no era algo que en verdad discutieran porque eso requería buscar una solución y la verdad era que no había soluciones para tal cosa, al menos no para ellos pues no había dinero y las reglas eran estrictas en cuanto al ingreso de “extranjeros” y el tipo de ayuda que podían recibir. Los mayores zanjaban siempre cualquier eventual discusión, recordando a los demás que el lugar era un retiro espiritual.

 El día que el dron fue derribado, los monjes estaban terminado una semana bastante difícil. Una torrencial lluvia se había llevado uno de los muros de la capilla y con él varios artículos de gran valor. Además, el agua había revolcado la tierra de la peor manera posible, arruinado el pequeño huerto que tenían. Recuperaron lo que pudieron pero los animales que aprovecharon el momento no dejaron demasiado para ellos. La tormenta había ocurrido por la noche y por eso se sentían aún más afectados porque no había nada que hubiesen podido hacer para evitar nada de lo que había pasado.

 La semana siguiente tampoco empezó muy bien. Tuvieron una visita muy poco usual de un miembro de la policía. No había venido en automóvil sino en bicicleta, con todo y su uniforme. El hombre no eran joven ni viejo y tenía una apariencia bastante arreglada, llevaba toda su vestimenta a punto. Los monjes le hablaron a través de la puerta, sin verle la cara directamente. No podían romper todas sus reglas pero era obvio que tampoco podían ignorar que el mundo exterior tenía sus reglas propias y que una de ellas era asumir las consecuencias de sus actos. Los monjes sabían bien que derribar el dron había sido algo incorrecto, a pesar de que no supieran que era ese aparato, para que servía o como funcionaba.

 El policía fue lo más cortés que pudo y trató de no utilizar vocabulario muy confuso. Ellos entendieron todo a la perfección cuando él les explicó que el objeto que habían derribado era propiedad de un niño que había tenido curiosidad por el monte y había utilizado su juguete para poder tomar fotos y videos del lugar. Por supuesto que los monjes sabían lo que eran fotos y videos porque ninguno había nacido en el monasterio pero como todos eran mayores de cierta edad, no estaban muy al tanto de los últimos avances de la tecnología. Para ellos, el aparato que habían visto circular el monasterio era un juguete. Se disculparon con el policía pero el dijo que había un detalle más y dudó al decirlo. De hecho, los monjes tuvieron que pedirle que hablara más fuerte. El oficial aclaró la garganta y les explicó que el niño quería que le pagaran su juguete.

 Por supuesto, era un pedido ridículo y era por eso que el policía no había tenido la valentía de decirlo en voz alta. ¿Cómo iban a pagar los monjes algo que ni siquiera sabían lo que era? Encima que no tenían ni comida ni ninguna riqueza con la que pudiesen conseguir dinero. La conversación con el representante de la ley llegó hasta allí porque no había nada más que decir. Excepto… El oficial se devolvió a la puerta y les dijo, en voz bien clara, que el niño era el hijo del alcalde del pueblo cercano y por eso era que lo habían enviado en verdad. Se devolvió a su bicicleta sin decir nada más y partió con rapidez.

 Los monjes acordaron ignorar lo sucedido. Era obvio que no podían obligarlos a pagar nada pues no tenían como pagarlo. Además, el niño debía haber sabido que no era un lugar correcto para estar jugando, por lo que el derribo del juguete no era algo completamente difícil de entender. Los monjes decidieron ignorar lo que había pasado y tratar de recuperar su huerto y todo lo que habían perdido en vez de preocuparse por un niño y un montón de personas que nunca habían visto. Tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para reformar todo el huerto y tratar de que allí creciese algo como lo que había habido antes pero era difícil saber si lo conseguirían.

 Fue en una de las cenas de las noches siguientes, en la que uno de los monjes mayores quiso explicarles su posición frente a lo sucedido con el juguete. Él entendía que la mayoría creyera ridículo querer que ellos pagaran el juguete dañado pero le parecía muy mal que los monjes parecieran darle la espalda al mundo por el que se suponía que se habían dedicado a la vida religiosa. A pesar de ser personas que habían decidido encerrarse en un montaña por su propia decisión, esa decisión no podía ser una completamente egoísta o sino, ¿de que servía estar tan adentro de la religión, tan metidos en algo que se supone es para el bien de toda la humanidad y no solo para lo que deciden vivir una vida de recogimiento?

 Las palabras del monje mayor hizo que todos reflexionaran ese día. Sin duda tenía razón. A pesar de que pagar sería ridículo pues no tenían con que, ellos ni podían darle la espalda al mundo nada más porque su decisión los había llevado a vivir aislados de todos los demás. Era algo complejo de entender, de explicar y de hacer, eso de irse a vivir lejos por el bien de la humanidad y por la mejora de la espiritualidad. Era algo complejo que ellos siempre buscaban explicarse porque los monjes no lo sabían todo y era hombres tan confundidos como los pudiese haber en las calles del mundo. Todos los problemas seguían siendo problemas en el monte de Santa Odilia, lo quisieran o no.

 La sorpresa la recibieron pasadas una semana, cuando el mismísimo alcalde del pueblo más cercano se presentó en el monasterio y exigió entrar al monasterio. Le explicaron, a través de la puerta, que eso no era posible pero que podían hablar si eso le complacía. El hombre parecía estar de ánimo para discutir, porque los monjes podían oír como sus pies iban y venían, caminaba de un lado para el otro mientras decía que su hijo estaba muy triste por su juguete. Decía que había llorado mucho desde el momento en el que la piedra le había dado de lleno y el pobre aparato se había dañado irreparablemente.


 Los monjes escucharon pero no dijeron nada. Al menos no hasta que el hombre hubiese acabado. Entonces uno de ellos, uno de los más jóvenes, le propuso algo al alcalde a través de la puerta: podía traer a su hijo, al niño, para que los visitara y ellos pudiesen explicarle por qué habían reaccionado de la manera en la que lo habían hecho. Los demás monjes lo miraron como si estuviera loco y el alcalde dejó de caminar de un lado al otro. La idea era revolucionaria, por decir lo menos. El alcalde dijo que lo pensaría y se fue sin más. Los demás monjes no quisieron alargar la conversación pero sus opiniones eran muy variadas. Sin duda era una buena solución al problema de demostrar quienes eran ellos pero también estaba el hecho de que arriesgaban parte de quienes eran para lograr aclarar su punto. Hubo muchos rezos y reflexiones esa noche y no solo en el monasterio.

martes, 13 de septiembre de 2016

Anne Cheevers and the mystery at Caltot

   The sound of the train passing over the tracks had been enough for her to fall asleep. But now that she was waking up, the sound seemed to be louder, much less calming. Anne had decided to visit her aunt Sylvia once in the spring, as her mother had asked her so many years ago, way before she had died in that horrible accident with her father. It was a tragedy the family didn’t discuss openly but that had carved deep scars between all of them. The deepest one had to do with the Cheever girls, Anne and her sister Marissa, having to run the business her father had owned. Her aunt and uncles had wanted that for themselves but her father had been very clear now in his will.

As Anne watched the trees pass by her the window beside her, she felt suddenly annoyed. Even with the shiny sun outside and the beautiful scenery of the region, she couldn’t forget the reason she was there: her sister Marissa, who was older and supposedly wiser, had realized running a store such as her fathers was a very difficult task that needed the hand of a strong man. After all, the times they lived in weren’t precisely easy for young women like them and not one or the other had chosen a bachelor yet. The fact that they were orphans made the deal even harder to achieve, as most parents would be quite disturbed to have to arrange everything with the bride instead that with her parents. Traditions were not something people threw away often in that corner of the world.

 Aunt Sylvia had married Octavius Potter, a businessman who owned a very well known chain of new restaurants called Norma’s. Those places were supposed to bring the charm of country cuisine into the big cities and towns of the country and, by whatever rumors Marissa had been listening to, apparently Potter was hitting the jackpot with such an invention. People hadn’t heard about anything like that in this side of the ocean and, naturally, they were all eager to try out something new and exciting that everyone just wanted to experience. Even Anne had been to a Norma’s restaurant with Marissa but their experience had left a lot to be desired.

 As she contemplated a small town of beautiful small red houses, Anne remembered the dreadful deserts and sour tea she had tasted with her sister in that restaurant. And the comments from their friends who had visited were not much better. Maybe it was that branch in particular that wasn’t really working up to Mr. Potter’s expectations but Marissa soon forgot all about that when she heard about the money. It was what they needed. The small convenience store managed by the Cheevers was going through a very rough season and, if they couldn’t find a solution, they would have to close down the store that their father had inherited from their grandpa, who had established it himself at a very young age. It would be the disgrace of their name and the final nail in the marriage coffins.

 As the train started to hit the brakes, Anne felt she was sweating. Of course, she was very nervous about seeing her aunt again. They hadn’t talked since her parent’s funeral and after that not even a letter had been exchanged. She knew everything was going to be tense and Marissa had had the stupid idea to make her stay there for a whole week. As she stood up to grab her suitcase from the upper compartment, Anne realized that she was there and there was no turning back. She owed it to her parents to try to make the best sales pitch ever to her aunt and her husband in order for their lives not to be ruined for good.

 However, as she stepped on the platform of the station, she couldn’t see her aunt Sylvia or Octavius Potter anywhere in the vicinity. Many people descended along with her, so the platform got very crowded and she decided it was better to stand outside and wait for them to arrive there. But nothing happened either. Everyone who had come for a passenger, or had been a passenger themselves, had already left. There was no one else there except an old man who appeared to manage schedules and helped people in need although it wasn’t very clear who would need any help in such a small station. It had to be said that Mr. Potter, although managing a successful business, had decided to leave rather away from the spotlight, in a small town called Caltot. So Anne was not very surprised to not see a single soul near her for the following hour.

 Yes, Anne had to wait for up to an hour in the shade, trying to keep her hair from curling further and her skin from being exposed to the damaging sunlight. She was about to lose it when a young man, about her age, appeared on a bicycle. He stopped in front of her and talked as if they had been acquainted for quite some time. The truth was that Anne was so shocked at this behavior that she didn’t even acknowledge what the man was saying. Out of nowhere, she turned around, grabbed her suitcase from the floor and entered the station again. She had decided to go back home.

 The young man rapidly crossed her path and talked to her again, slowly and looking straight into her eyes to make sure she was listening this time. He didn’t grab her, yelled or did anything inappropriate. He just said he had been sent by Mr. Potter to pick her up at the station, as they knew she would be arriving momentarily. They apologized for not being able to pick her up themselves, but apparently everyone was too busy in their house and couldn’t be bothered to just go to the station and pick their relative. Anne calmed down and the man waited until she seemed less furious. Then he suggested she jumped onto the bike and rode with him but that made Anne even more furious so the boy realized he should stop talking and just decided to walk back to the house.

 As they walked over the narrow streets of the town, he told Anne he was Mr. Potter’s assistant. He was in charge of getting everything his boss needed in order to be comfortable in any given day. Normally, he would only do things related to work but often Mr. Potter had other demands that had nothing to do with work. Out of nowhere, Anne said that was appalling. As she lived in the city, she knew how horrible it could be to work without a proper pay. Granted, she was a woman and there was no real way she could know anything for a fact, but she assured the young man she wouldn’t rest until she got a fair pay.

 Then she stopped and went all red. Not only because she talked so candidly to that man but also because she hadn’t been a proper lady. She did not know her name. He said his name with a big smile on his face, as he was proud of something he hadn’t chosen for himself. Frederick March. He was called March by Mr. Potter but everyone else in town called him Fred. They shook hands, as Anne presented herself to him in a manner that made him smile even further. She stopped short when she realized she was being mocked. As headstrong as she was, Anne decided not to talk anymore with Fred, instead leading him into the town and towards the Potter’s house but that ended shortly because, of course, she had no idea where to go. Fred was kind enough not to laugh anymore although Anne felt he smiled behind her back.

 Once they arrived at the house, Anne realized all the rumors were true: the house was enormous and occupied a large portion of the side of the main square of town. The church was directly across it and the city hall was just on the side. It was beautifully decorated. So magnificent were the paintings on the wood on the outside, that Anne had to step away from the building to appreciate it better. Fred told her that the house had been restored completely by Mr. Potter, just a couple of months after him moving here with Anne’s aunt. Fred also said the lady of the house could be very strong in character but she made her voice be heard and her opinion be respected.

 Anne wanted to know more about Fred’s perception of her aunt as he said this, because the hard truth was that she didn’t know anything about her own relative. They had been apart for so long that the girl even doubted she actually knew what her aunt looked like. Two seconds afterwards, the front door of the house burst open: her aunt was there, breathing heavily, her hands and face covered in blood. She was hysterical, crying and yelling and saying something. Both Fred and Anne ran to help but the scene they saw through the threshold of the house was enough to freeze them solid: Octavius Potter had his intestines out and about, leaning against a piece of furniture.


 As Anne tried not to keep watching the horrible scene, she heard her aunt say: “I didn’t do it!” She sobbed so hard everyone in town was attracted to the square and, in no time, Anne saw herself submerged in a mystery she could have never seen coming, or the people of Caltot, which she would be able to get to know very well in the upcoming days.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Dos hombres se casan

   Ese día de septiembre quedó para siempre marcado como el día en el que nos dimos cuenta que las cosas nunca volverían a ser como siempre. No solo era el hecho de casarnos, sino que todo pareciera ser una serie de saltos de vallas en una carrera que no sabíamos cuando iba a terminar. Al fin y al cabo, éramos dos hombres haciendo algo que todavía muchas personas consideraban anormal o incorrecto. Fue increíble ver, cuando llegué a la notaría, como había personas que nunca había conocido, con pancartas y letreros con letras grandes y coloridas insultándonos. Al comienzo fue como que no quería darme cuenta de lo que pasaba. Estaba muy estresado por todo y no quería agregar algo más a la carga pero fue imposible evitar mirarlos.

 Tenían tanto odio en sus ojos. Era como si de verdad les hubiésemos hecho algo imperdonable, como si nos hubiésemos metido de verdad con ellos, con sus familias o algo por el estilo. No quisiera repetir lo que leí en esas pancartas porque eran más que todo palabras de odio y resentimiento pero lo que sí recuerdo es que todos los músculos del cuerpo se me tensaron de una manera tremenda. Sentí además que la sangre que me recorría el cuerpo empezaba a ser bombeada con mayor celeridad, tanto así que el sonido en mis oídos era abrumador. Todo eso pasó en apenas segundos pero yo sentí que fue eterno, el recorrido entre bajarme del carro y entrar en la pequeña notaría donde la calma que reinaba era tan grande que chocaba de gran manera con lo que ocurría afuera.

 Esperé con mi familia y la suya por unos minutos hasta que llegó. Se disculpó conmigo y estuvo a punto de darme un beso pero se detuvo al darse cuenta de que sería un poco extraño besarnos antes de hacer todo el protocolo. Algo de tradicional había que haber, así a nosotros la tradición no nos respetase mucho. Era por hacerlo más divertido, incluso ignorando el hecho de que habíamos vivido juntos por los últimos dos años y ya no había mucho que el uno no conociera del otro. No me avergüenzo al decir que seguramente éramos una pareja mucho más establecida que las de los protestantes afuera.

 Él no mencionó nada al respecto y yo tampoco. La firma de los papeles y todo el asunto no se demoró nada. Eso era lo malo de tener un matrimonio civil, que no había mucho de romántico en su ejecución. Igual no queríamos nada muy inclinado hacia lo tradicional y preferíamos celebrar nuestra unión con nuestros amigos y familiares, más que nada. Cuando salimos del lugar no había nadie, ninguna pancarta ni nada por el estilo. Nos fuimos subiendo a los carros para dirigirnos al salón que habíamos alquilado para la fiesta. No era nada grande pero quedaba en un lugar muy bonito, en un piso alto para que la gente disfrutara la vista. Menos mal habíamos podido gastar algo de dinero en ello para que no solo nosotros lo pasáramos bien. Era como un regalo por el apoyo recibido.

 Otra valla que saltamos fue el hecho de tener que manejar todo lo referente a nuestras posesiones y los seguros y todas esas cosas de las que a nadie le gustaba hablar. Estuvimos de acuerdo que cada uno se quedara con lo suyo, como siempre. No tenía sentido ponernos a combinarlo todo. Sin embargo, abrimos una cuenta juntos para lo que llamamos “gastos del hogar” pues nuestra idea era poder, antes que nada, mudarnos a un apartamento propio. Y después, amoblarlo a nuestro gusto y con el dinero que hubiese en esa cuenta ir pagando los servicios para ese espacio y todo lo demás. Creo que nos demoramos más de un año solo para tener dinero suficiente para lo primero.

 El nuevo espacio, aunque no fue un cambio inmediato, sí que fue un cambio importante. Antes habíamos vivido en el apartamento en el que yo había vivido en alquiler desde hacía varios años. Era un sitio más bien pequeño, diseñado para ser el solitario hogar de un estudiante o soltero empedernido. Como pareja, resultaba un espacio mucho más pequeño y era complicado compartir los espacios que había para guardar cosas como la ropa y diferentes artículos que va uno acumulando a lo largo de la vida. Y como él había sido el que había llegado allí, siempre sentí que lo ponía triste tener que poner sus cosas en un rincón y no poder tener un espacio verdadero. Por eso trabajé tanto por el nuevo apartamento, por todo en ese momento: por él.

 El lugar es hermoso. Es al menos el doble de grande que nuestro apartamento de soltero anterior y está ubicado en un barrio mucho mejor. Incluso está a media distancia entre mi trabajo y el de él, así que todo queda perfecto. Lo mejor es que hay cajones y armarios casi por todos lados, así que antes de mudarnos ya lo teníamos todo repartido, meticulosamente pensado. Él era mucho más caótico que yo pero siempre le gustó que yo tuviera esa vena del orden, una obsesión que hubiese no podido ser muy sana pero que para casos como una mudanza era algo ideal. No nos pasó como a otros que se mudan por días. Para las dos de la mañana siguiente al día de mudarnos, ya todo estaba en su lugar.

 La cantidad de recuerdos que tiene el apartamento es increíble. En el otro creamos una buena cantidad también pero aquí están todos esos que tenemos juntos, de verdad juntos, y creo que eso es muy importante. Uno de esos recuerdos fue  el hecho de construir, poco a poco, una relación más estable con las familias del otro. La verdad era que él a mi familia la conocía muy bien, pues solíamos pasar el domingo con ellos. No todos los domingos pero al menos dos de cada mes. En cambio con su familia casi no hacíamos nada y la verdad yo me sentía culpable. Eso al menos hasta que él me dijo que si así era, por algo sería.

 Esa fue otra prueba larga a superar. Su familia había asistido a la firma del acta matrimonial y habían comido y bebido en la fiesta, pero eso no quería decir mucho más que habían cumplido con las formalidades de rigor. La verdad era, y yo lo sabía bien, que su familia nunca me había querido mucho que digamos. Sobre todo su madre, una mujer que siempre había ideado las vidas de sus ojos de cierta manera, era reacia a crear un lazo conmigo más allá de los formalismos de siempre. Al comienzo yo nunca le puse mucho cuidado al tema, no hasta que nos pasamos al apartamento nuevo y él mismo me dijo que quería arreglar su relación son sus padres. Sentía que ellos habían hecho algo importante al participar nuestro matrimonio y quería corresponderles.

 Por eso los invitamos varias veces. Nunca pensé que siempre nos rechazarían, dando siempre una excusa diferente. En un momento, pensé que de verdad eran excusas reales y le pedí a él que dejara de insistir con el tema. Le dije que seguramente ellos mismos vendrían un día sin avisar y ya, así nos visitarían. Pero él me dijo que ellos nunca harían eso, no con lo rígidos que eran sobre todo. Al fin de todo su madre colaboraba con los eventos de la iglesia del barrio y su padre era tan clásico que cumplía casi todos los estereotipos relacionados con los hombres nacidos en los años anteriores a la revolución sexual.

 Al fin, un día, vinieron. Cabe decir que fue porque nosotros organizamos el cumpleaños del único nieto que ellos tenían, hijo del hermano mayor de la familia. Sin duda fue todo mucho más tenso que el día del matrimonio. A pesar de que yo mismo había cocinado y horneado y arreglado la casa como un lunático, ellos no agradecieron nada de la comida y parecieron más bien apáticos cuando, al despedirse, dijeron que todo había estado muy rico. En otras palabras, no les creí nada. No todo puede ser perfecto y eso le dije a él después, cuando se fueron y yo lavé y limpié todo. No podía esperar que cambiaran de la noche a la mañana.


 La verdad es que ellos siguen siendo iguales. Los que se han acercado han sido sus hermanos y mi familia nos sorprende con visitas cada tanto, aunque no lo suficiente como para él se ponga nervioso. No le gustan las visitas sin anunciarse y sé que no dice nada porque son mis familiares. Pero así son ellos. El caso es que, al final del día, podemos quitarnos la ropa de batalla y meternos a la cama. Y allí nos abrazamos y nos besamos y dormimos juntos como nunca habíamos dormido antes. A pesar de las dificultades, de los tropiezos y de los baches en el camino, sabemos que nos tenemos el uno al otro. Y no pensamos jamás en cuando alguno falte porque eso no es algo que nuestras mentes puedan procesar. Preferimos disfrutar de nuestra felicidad, que es sorprendente y hermosa.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Lemonade

   Every single person that knew me wondered why I had chosen such a name for my dog. I always told them I didn’t really choose the name. Instead, he had been the one to choose it. I remember very well. I had been walking for a long time and was really hungry but didn’t know my surroundings at all. I had been living in that city for almost a year but the part of town I was in was not very well known to me. To be honest, it wasn’t one of those popular tourist destinations. It was one of those places people go very randomly or that locals know but no one else. I considered myself more of a local back then.

 I was lost and hungry and started to wander the streets trying to look for anything in order to calm my stomach. I found a closed supermarket and a closed restaurant and then I realized I had become lost in the worst day possible for the place I was in: Sunday. Nothing opened on Sunday, nothing at all. Maybe a couple of little supermarkets down in the tourist area but in that neighborhood I had so stupidly stepped in, there was nothing at all on such a day.

 How did I forget that? I have no idea. But the truth was I grew more and more desperate as the minutes passed. To make things worse, the clouds in the sky were staring to move and the sun, shiny and big as it looked, started to shine strongly above me. The temperature rose steadily until I had to walk back to a park I had seen before in order to sit down on a park bench beneath a tree, where I could at least try to make a plan or think of something to do in that case.

 It was then when I met him. He just came up to me out of nowhere and I swear I never saw anyone around us in that moment. He was a very short dog, the kind that had a lot of fur and tiny legs and paws and also a very small head. His fur was a combination of orange and white and I could easily notice he hadn’t been bathed in quite a while. He just sidled up to me and sat on the floor, also avoiding the sunlight.

 At first, I didn’t much for him. He was just a dog in a park, nothing too uncommon up to that point. It was when I stood up and walked to were I thought I had seen a metro station when things got really interesting. I did find the station and, luckily, I had one last trip in my metro card. It would help me go back home and eat around there or something.

 It wasn’t until I was inside the train and sat down (not many people on Sunday), that I noticed the dog had followed me and sat just below the seats in front of me, as a way for me to notice him. I realized that from the first moment I saw him there, putting his small him on his paws, waiting for the train to arrive to its destination. 

 After thirty minutes, I was back where I knew where everything was and where I could trust I could find some nice food. I was so eager to eat that, again, I forgot about the dog. I climbed the stairs to the street as fast as I could and started looking around me as if I was hunting some rare type of animal.

 Sure enough, I found a place were they did a very attractive fried chicken with French fries. It was perfect for my hunger, as my belly growled more and more loudly. Even people around me in the train could hear it complain. It was very embarrassing and I didn’t acknowledge any of it, instead playing the “I have no idea what’s happening” card.  I sat on a table in front of the restaurant and asked for a lemonade to have with my beverage, as I was really thirsty too.

 As I waited for my chicken, I noticed that part of town was as dead as the rest of it. There were a couple of business open but the amount of people in them was very sad. People were apparently very tied to their traditions and refused to change them for nothing, even if it could benefit them somehow. I could never get used to that as those are not my traditions but I think it’s interesting how people are sometimes. They keep amazing me.

 The other creature that amazed me was that damn dog from the park. As I was wondering about people of that city, I noticed something was under the other chair by the table. As I looked down, I saw it lying down exactly as I had done in the train. Just then, the waiter came with my lemonade and my lunch/dinner. I was so hungry I forgot about the dog in two seconds, digging in mercilessly.

 When I was halfway through my meal, I realized the dog had crawled out of under the chair and had decided to sit down by me watching me eat. Clearly it was the sign that meant, “Feed me”. At first, I really thought I wouldn’t give him a single piece of chicken. Not only because I was very hungry but also because the dog’s insistence on following me was very bothering. Besides, there was also the fact that I had no idea who the owner of the animal was and if it was a good thing for me to give him some chicken.

 Finally, I decided to give him a little piece of chicken. I threw it just in front of him but, to my surprise, that damn dog didn’t seem to care for chicken. I did the same thing with half a French fry and nothing; he just didn’t seem to care about any of it. Then why was he following me and staring at me as I ate? What the hell was wrong with him?

 Suddenly, the creature did something I wasn’t expected and that confused me even further: it got up on its to back legs and put the other two on my thigh, looking at me with his small black eyes. I was absolutely confused. He was begging or apparently that was the case but I had already given him food and he didn’t care for that. So what did he want it?

 I decided to keep eating my meal. I would finish it and just go home. I had no time or desire to be guessing a dog’s needs or wishes. I had never really had a pet at home, except the rabbit that had died five days after my father had brought it for my sibling and me. Besides that, my relationship with animals had been very rare. Maybe when I visited my friends who had dogs or cats, that was really my only interaction with other species. Besides that, nothing.

 The dog did the thigh thing a couple times more but I didn’t even acknowledge it. I finished the chicken, which was delicious, and ate the last couple of fries with some mustard, which was my favorite. I called the waiter in order to ask for the check and I just exhaled in a very content manner as I had fulfilled my wish for the afternoon. Thankfully, the sun was beginning to be covered by clouds again so I did not have to worry about sweating all the way home.

 When I reached for my glass of lemonade to finish it, the dog went crazy. Not inly he touched my thigh again, he started jumping up and down as if he was doing some kind of show. I took a look around me and realized there was no one else watching besides me, no one to testify to how crazy that damn dog was.

 It took me a while to realize that the key to his response had been the lemonade. So, feeling curious, I poured some of it in small saucer that the waiter had left on the next table and just put it in front of the dog. Sure enough, the little creature drank the lemonade in a couple of seconds. I was so entertained by watching him drink such a thing, that I poured twice more, give him the last of my beverage.

After I paid, I thought the dog would stay there but, for some reason, he kept following me.  I had no idea why I did it but I let it happen. I didn’t try to scare him of or anything and when we got to my building, I let him pass inside.


 He has been living with me for a year now. His name is Lemonade. And I have to say he’s one funny dog. Not only because of how I met him but because he seems to know things I haven’t even realized yet. Somehow, he’s more human than you, me and all others.