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miércoles, 18 de abril de 2018

Una semana en el volcán


   La pareja empezó a bajar la ladera, caminando con mucho cuidado para no resbalar sobre las piedras lisas y planas, esparcidas por todo el costado de la montaña. Escalarla había sido un asunto de varias horas, tantas que el sol ya había empezado su descenso y ellos habían su viaje con la primera luz del día. En un punto, tuvieron que tomarse de la mano para bajar, pues la pendiente se ponía cada vez más inclinada y era casi imposible dar un paso sin sentir que todo el suelo debajo iba a ceder.

Sus miradas iban del suelo, a sus manos unidas, a los ojos del otro. Se sonrieron el uno al otro para dar una sensación de seguridad, pero no sirvió de nada puesto que ambos estaban cubiertos  casi completamente por ropa para combatir el frío de la montaña. A pesar de no estar cubierta por nieve, la zona era barrida constantemente por vientos potentes y muy fríos provenientes de montañas aún más altas. Paso a paso, fueron bajando la pendiente hasta llegar a lo que podría denominarse una planicie.

 Fue entonces que la verdadera naturaleza de la montaña les fue revelada: no era una elevación común y corriente. Estaban ahora en lo que había sido el cráter de un volcán ahora extinto. Era evidente que la ladera por la que habían bajado con cuidado había sido alguna vez parte del muro interior del cráter. El suelo era negro, con parches grandes de vegetación. Incluso había algunos árboles creciendo en la parte central, justo al lado de una pequeña casita que alguien había construido allí hacía años.

 Ellos sabían esto último porque el dueño mismo les había dado las llaves del lugar, solo que había obviado decirles todos los detalles del lugar. Había sido el regalo de bodas que les había dado, algo así como una aventura en la que los dos podrían vivir una luna de miel agradable en un lugar remoto, cercano a un parque nacional pero curiosamente fuera de la jurisdicción del Estado. Caminaron despacio el último tramo de su largo viaje y se quitaron las gruesas bufandas al llegar a la puerta.

 Ahora sí pudieron sonreírse correctamente. Se dieron un beso antes de que uno de ellos sacara la llave del bolsillo y abriera la puerta. Justo en ese momento una ráfaga de viento los empujó hacia adentro y cerró la puerta tras ellos con un ruido seco. Quedaron tendido en el suelo, más cansados que nunca puesto que las mochilas que llevaban eran muy pesadas y caerse al suelo con ellas era garantía de no volver a ponerse de pie en un buen rato. Se ayudaron mutuamente y se pusieron de pie, mientras afuera el viento aullaba como una bestia herida.

 Habiendo dejado las mochilas en el suelo, la pareja empezó a investigar la pequeña cabaña. No era grande y solo tenía dos habitaciones: la parte más amplia era donde estaba todo lo que necesitaban como la cocina, la cama, un sofá grande y un armario que parecía hecho de madera vasta. El otro cuarto, mucho más pequeño, era el baño. El agua para todo funcionaba con lo que se recolectara afuera en un tanque con las lluvias, que al parecer eran muy frecuentes en la zona.

 Habiendo verificado que todo estaba bien, que no había comida en descomposición o lugares por donde se pudiese colar el frío, se pusieron ambos a la tarea de sacar lo que tenían en las mochilas y ordenarlo lo mejor posible en el armario. Mientras lo hacían, compartieron anécdotas del viaje, cada uno habiendo visto cosas distintas a pesar de haber estado separados por menos de un metro. Cada persona vez el mundo de una manera distinta y siempre es interesante saber los detalles.

 Entonces el viento empezó a aullar de nuevo, esta vez todavía con más fuerza. Era tanto el escandalo que dificultaba una conversación común y corriente, por lo que dejaron de hablar y terminaron de organizarlo todo en silencio. Iban a quedarse una semana pero la cantidad de ropa no era tanta pues no planeaban bañarse mucho en esos días, a menos que encontraran una manera de calentar el agua. El viento frío del exterior combinado con un baño de agua fría con agua de lluvia no podía ser una combinación ganadora.

 La primera noche se quedaron en la cama todo el rato, muy cerca el uno del otro, leyendo o jugando algún videojuego de bolsillo. Tenían un cargador especial para sus aparatos que dependía de luz solar, cosa que no había mucho en la montaña por culpa de las nubes casi permanentes, pero igual era muy útil tener como cargar un celular si lo llegaban a necesitar. Se quedaron dormidos pronto a causa del cansancio. A pesar de los bramidos del viento, no abrieron los ojos sino hasta tarde la mañana siguiente.

 El primer día allí arriba fue de exploración del cráter y sus laderas. Tomaron fotos por todas partes, divisaron lo que se podía ver desde todos los lados del cráter del volcán extinto y dieron cuenta de algo que su amigo había olvidado decir pero ellos estaban seguros que conocía muy bien: por el costado opuesto al que había llegado existía un camino que bajaba en curvas por la ladera hacia un sector de bosque espeso.  De allí surgía un penacho de vapor bastante curiosos que se propusieron investigar durante su segundo día de estadía. Eso sí, no llevarían mochilas.

 Ese segundo día se abrigaron bien y bajaron por el camino sin problemas. El viento soplaba pero no era tan potente como por las noches. Además, el camino era mucho más fácil de transitar que la zona por la que habían llegado al cráter, donde cada paso parecía ser de un riesgo tremendo. Disfrutaron de la vista desde allí, viendo como las nubes empezaban a moverse para dar paso a una panorámica sorprendente del enorme bosque que había apenas a unos veinte minutos de caminata desde la cabaña.

 Cuando llegaron al linde del bosque, tuvieron que taparse la nariz pues había un olor bastante fuerte al que se fueron acostumbrando a medida que caminaban, adentrándose en el lugar. Lo que olía así era la fuente del penacho de vapor que habían podido ver la noche anterior. Se trataba de varios pozos situados entre un montón de árboles en los que agua turbulenta burbujeaba gracias a la actividad debajo de sus pies. El volcán no estaba tan dormido como ellos habían pensado.

 ¡Su amigo los había enviado a dormir a un volcán que podía explotar en cualquier momento! O al menos eso parecía.  No, era imposible que él hubiese hecho eso y que semejante lugar quedar por fuera de un parque nacional si tenía ese nivel de importancia. Tal vez la montaña sí estaba dormida pero no toda la región. El caso es que decidieron no pensar demasiado en ello y solo disfrutar del día. Ambos se quitaron la ropa  y se metieron a la piscina que sintieron con el agua más apropiada para sus adoloridos cuerpos.

 Allí se quedaron varias horas, hasta que el hambre empezó a molestarlos. Pero eso no hizo que se alejaran de allí. Se sentaron sobre una toalla al lado del pozo de aguas térmicas e hicieron allí un picnic: comieron sándwiches que habían traído y bebieron malta fría. Cuando terminaron, hicieron el amor sobre la toalla, con sus cuerpos expuestos al frío de la montaña y al viento que nunca amainaba. Cuando terminaron, se metieron un rato más a las termales hasta que decidieron que era ya muy tarde y no querían volver de noche.

 Los días siguientes fueron igual de entretenidos. Exploraron más del bosque, tomando fotos de los animales que los acompañaban en su viaje y pescando en un pequeño riachuelo que encontraron caminando aún más lejos. Todo era silencioso pero privado y natural.

 Además, su relación se hizo más fuerte que nunca. Se comportaban como la pareja casada que eran pero también como novios y como amigos y siempre como amantes. Todo momento era apropiado para un abrazo o un beso. La naturaleza no juzgaba y por eso se sentían en el mismísimo paraíso.

miércoles, 31 de enero de 2018

Lo mejor

   Apenas abrí la puerta, nos dimos un beso y lo tomé por el cinturón sin pensar si alguien nos vería por el pasillo o si a él no le gustaría lo que iba a hacer. Nunca habíamos hablado mucho de los gustos que cada uno tenía en la cama, o mejor dicho, en el sexo. Nos habíamos conocido hacía relativamente poco, unos tres meses, y desde ese momento habíamos empezado a salir sin mayor compromiso. Creo que ambos teníamos la idea de pasarla bien con el otro y no pensar demasiado en nada más.

 No voy a decir que en ese momento un impulso se apoderó de mi. Ya había pensado que hacer y era una parte de mi personalidad el hecho de disfrutar el placer en todas sus formas, no iba a disfrazar esa parte de mi ser. Cerré la puerta con la otra mano, mientras lo iba halando lentamente hacia mi habitación. El dejó caer su mochila y una chaqueta algo mojada que traía en la mano. No me pudo resistir y ahí mismo le quité el cinturón, que cayó con un ruido sordo sobre el piso de madera pulida.

 Caminamos como bailando, despacio y sin hablar una sola palabra. Cuando llegamos a la puerta de mi habitación, la empujé de una patada. No sé porqué había cerrado mi cuarto, tal vez sentía que existía la posibilidad de que a él no le gustara todo el asunto y no quería parecer desesperado por tener sexo. Siempre he tenido inseguridades y creo que jamás dejarán de existir dentro de mi. Es algo que cargo encima, un peso muerto que se resiste a dejarse ir con la corriente.

 Ya dentro de la habitación, me senté en la cama y terminé de bajar sus pantalones. Él dejaba que hiciera, mirándome como si estuviese en un sueño. Sus ojos eran muy hermosos, parecían algo cansados pero brillaban de una manera especial, como cuando eres inocente y no sabes nada del mundo que te rodea. Como antes de que el mundo se encargue de corromperte con mil y una cosas que son inevitables. Sabía algo de su vida pero no todo y eso me cautivaba mucho más.

Su ropa interior era muy bonita. Era de un estilo que a mi me hubiese quedado fatal pero que en él se ajustaba perfectamente a su personalidad, a esa sonrisa, a su manera de ser e incluso de moverse. Bajé los calzoncillos mirándolo a él y después vino lo que era inevitable. Creo que lo que más me gustó de ese momento fue sentirlo a él y escuchar que le gustaba lo que estaba pasando. Creo que el placer jamás es completo entres dos personas si solo una siente algo y la otra solo es algo así como un espectador. Al rato nos besamos más y la ropa fue repartiéndose por toda la habitación.

 Él había llegado en la tarde, hacia las seis. Cuando me desperté, cansado de tanto ejercicio inesperado, eran las once de la noche. Eso no me hacía mucha gracia porque tenía hambre y comer tan tarde nunca me sentaba muy bien. Lo que sí me encantaba era verlo allí, con una cara tan inocente como el brillo de sus ojos, durmiendo tranquilamente a mi lado. Me quedé mirándolo un buen rato hasta que me sonaron las tripas y tuve que ponerme de pie e ir a la cocina a ver que podía comer.

 Entonces recordé que quería hacer del fin de semana algo especial y por eso había comprado varias cosas en el supermercado para cocinar en casa. Decidí hacer algo simple, pues no quería pensar mucho: pasta a la boloñesa era sin duda la mejor elección. En poco tiempo tuve todo listo. Incluso me dio tiempo de hacer una pequeña ensalada. Estaba cortando algo de apio cuando él salió de la habitación pero no caminó hacia mi sino al baño. Al fin y al cabo, no había podido ir antes.

 Cuando salió, me encantó ver su cuerpo completamente desnudo a la luz de los bombillos de mi sala comedor. En la habitación la luz había sido escasa o casi nula. Hacer el amor con las luces apagadas tenía ciertas ventajas bastante entretenidas. Pero había sido la primera vez que lo habíamos hecho y ahora que lo veía sin ropa me daba cuenta de que era también la primera vez que veía su cuerpo así. Era extraño pensarlo pues ya lo había tenido bastante cerca pero la vista es un sentido distinto.

 Le sonreí y él tan solo se acercó y me dio un beso que me hizo sentir mejor. No entiendo muy bien porqué o cómo pero así fue. Mientras él miraba la comida en su última etapa de preparación, terminé la ensalada y le pedí que se sentara a la mesa. Él se negó y propuso beber algo apropiado para la velada. Había pensado en comprar vino pero la verdad nunca me ha caído muy bien que digamos. Fue así que él sacó unas cervezas de la nevera y las destapó con bastante agilidad.

 Al rato comimos juntos y me encantó cada segundo de ese fragmento de tiempo. Hablamos como amigos de hacía años, de lo que hacía él y de lo que hacía yo. Hablamos del pasado, del colegio y de la universidad y de nuestras familias, a las que cada uno considerábamos “locos de atar”, de la manera más cariñosa. Entre una y otra cosa, hubo caricias, sonrisas y besos. Y creo que puedo decir que fue uno de los momentos más felices de mi vida. No me importaba lo que hubiese fuera de mi apartamento, qué pasara con el mundo. Mi mundo estaba allí, en esos pocos metros cuadrados.

 Apenas terminamos la cena, lavamos los platos entre los dos y disfrutamos un rato de bromas y más abrazos y caricias. Le propuse ver una película y él aceptó. Elegí algo que no durara demasiado porque ya era tarde y estaba seguro de que caería rendido pronto. Sin embargo, fue él el que tenía más razones para quedarse dormido en pocos minutos. Lo ayudé a ir a la cama y nos acostamos juntos una vez más. Tengo que confesar que al verlo dormir de manera tan apacible, me contagió algo de ese sueño.

 La mañana siguiente me llevé un buen susto. Cuando desperté sentí de inmediato que él no estaba allí. Sentía todavía su calor en las sábanas, pero no estaba por ninguna parte. Salí de la habitación y lo busqué en el baño y en la sala comedor pero no estaba por ninguna parte. Por un momento, sentí que algo se hundía en mi pecho. Creo que de verdad pensé que se había ido así no más y que había considerado nuestra velada juntos algo pasajero y sin demasiada importancia. Me sentí morir.

 Pero entonces vi su mochila en una esquina. Su chaqueta no estaba, por lo que deduje que había tenido que salir por alguna razón pero que volvería. Me volvió el alma al cuerpo solo al ver la mochila. Justo en ese momento oí pasos en el pasillo exterior y su voz que se quejaba por no haber tomado mis llaves. Abrí la puerta de golpe y casi me le lancé encima, dándole un abrazo fuerte, casi haciéndolo caer para atrás. Llevaba una bolsa en cada mano pero no me importó.

 Lo gracioso fue que cuando me quité de encima, caí en cuenta de dos cosas: la primera era que yo estaba desnudo a la mitad del pasillo principal de mi piso, por el que pasaban las personas para acceder a sus apartamentos. Lo otro, era que un chico de unos diecinueve años estaba de pie junto al ascensor, mirándonos con los ojos como platos. Apenas lo vi, me di media vuelta y entré a mi apartamento. Él me siguió y cerró la puerta. Sin poderse resistir, soltó una carcajada. Yo, obviamente, hice lo mismo.

 Nos reímos todo el rato, mientras arreglábamos el desayuno que él había comprado y nos sentábamos a comerlo. Entonces lo miré de nuevo a los ojos y vi que el brillo seguía ahí. Fue entonces cuando me tomó de la mano y empezamos a charlar de cualquier cosa.


 Fue el mejor fin de semana de mi vida. Hicimos el amor varias veces, sí. Pero también nos conocimos mejor de muchas otras maneras. Creo que desde esa ocasión, no hay un día en el que él no tome una de mis manos entre las suyas y en el que yo no vea ese brillo en sus ojos que da energía a mi alma.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Los detalles

   Siempre era lo mismo: pasaban una velada inolvidable el uno con el otro, pero cuando todo terminaba y era hora de ir a casa para uno de ellos, las medias parecían haber tomado vida pues en cada ocasión era casi imposible encontrarlas. No sabían muy bien como era que hacían cada vez que estaban juntos y se quitaban la ropa, pero las medias del que no vivía en el sitio siempre iban a dar bien lejos, casi como si las pusieran a propósito en algún lugar lejano, por alguna extraña razón.

 Podía parecer una tontería, pero siempre gastaban demasiado tiempo para ponerse las medias y era así como llegaban tarde a compromisos previos y debían explicarse o les daba alguna gripe de la noche a la mañana por andar descalzos por ahí mucho tiempo. Era inaudito que eso pasara mientras tenían relaciones sexuales, pero ya había pasado más de una vez en lo corrido del año que llevaban de conocerse y todo indicaba que la situación iba a ocurrir de nuevo y después otra vez.

 Matías era el que siempre perdía ambos calcetines, no solo uno sino los dos. Le hacía gracia la situación pues nunca recordaba haberse quitado las medias conscientemente. Era como si se le salieran solas, como si no se sostuvieran en sus piernas o tuviera los pies embarrados de mantequilla. Pensaba también que podía ser el sudor causado por el “ejercicio” pero la verdad esa parecía una conclusión demasiado exagerada. Lo más probable es que se le cayeran las medias y listo.

 David, por otro lado, sí que se las quitaba conscientemente pero siempre lo hacía en el peor momento, es decir que lo hacía de prisa pues nunca se acordaba de hacerlo antes para que no interrumpiera sus momentos de amor. Eso se debía a que su memoria era bastante regular y no había manera de que se acordara de que debía hacer las cosas en un momento y no en otro. Era algo que le sucedía siempre, en todos los aspectos de su vida. Era horrible tenerlo adelante en una fila para pagar algo, por ejemplo.

 Sin embargo, así con medias que se deslizan y mala memoria, los dos se amaban muchísimo. Hacían el amor así, de manera tempestuosa y casi salvaje al menos una vez por semana. Era lo que les permitía sus vidas laborales y sociales, pues debían seguido ver a sus familia y hacerse responsables de muchas cosas que habían ido adquiriendo a lo largo de la vida, como la responsabilidad de mantener un hogar, mantener su trabajo y de ayudar a sus familias económicamente. Una razón por la cual se habían conocido y juntado era precisamente que eran muy similares en muchos sentidos.

 Afortunadamente, eran muy diferente en otros muchos puntos, lo que equilibraba todo para que no se convirtieran en una pareja repetitiva y aburrida. Muy al contrario, siempre que se veía trataban de que los momentos fueran especiales y se empeñaban, tanto Matías como David, en aprender un poco más del otro cada vez que se veían. Temas como las medias y la memoria siempre salían a relucir, porque eran temas fáciles, entretenidos y que los unían al mismo tiempo que los hacía diferentes el uno del otro.

 Para la primera Navidad que pasaron juntos, Matías le compró a David una de esas tablas para la cocina donde se puede escribir lo que falta en la alacena y la nevera. Y David le compró a Matías unas medias que llegaban a la rodilla y que se suponía no se bajaban con nada, no importara que era lo que la persona se ponía a hacer mientras tuviese los calcetines puestos. Cada uno fue muy feliz con su regalo pero tal vez David disfruto más el que le compró a Matías, pues los dos podían sacar provecho de diferentes maneras.

 Lamentablemente, las medias hasta la rodilla no se quedaron allí toda la noche. Como siempre, al otro día, estaban en el suelo: una debajo de la cama y la otra de alguna manera estaba en el baño. El tablero de la cocina, por su lado, fue usado por una semana hasta que a David simplemente se le olvidó que existía y solo volvía a usar cuando Matías venía a su casa y le decía que escribiera determinado articulo que debía comprar. Eran buenos regalos pero los dos hombres, al parecer, se imponían sobre ellos.

 Sin embargo, todas esas situaciones formaban momento que ambos disfrutaban mucho. Por eso siguieron viéndose por un largo tiempo, empezando a quedarse por temporadas un poco más largas en la casa del otro. Un fin de semana Matías se quedaba en el apartamento de David y el siguiente fin de semana hacían lo contrario. Oficialmente lo hacían para ahorrar en transporte y gasolina pero la verdad era que se estaban dando cuenta que ya no podían vivir el uno sin el otro.

 Era ya necesario que estuviesen sumergidos en las costumbres del otro. A Matías no solo se le caían las medias, también tenía muy buena mano para la cocina y era pésimo en matemáticas, demorándose varios minutos para la más sencilla operación. David no solo tenía pésima memoria, también tenía un gusto extraño para la ropa y un don para la limpieza que superaba a cualquier persona que ambos conocieran. Eran detalles como esos a los que ya se estaban acostumbrando y de los que, al fin de cuentas, se estaban enamorando cada día más.

 Cuando algún familiar o amigo venía entre semana, de visita o por alguna otra razón, se daba cuenta con facilidad de que el hogar de cada uno de ellos cada vez más tenía características de la otra persona. Lo veían todo distinto pero, en la mayoría de las ocasiones, el cambio era para bien. El delicioso aroma de comida en el apartamento de David era simplemente envidiable y el nuevo orden en los armarios de la casa de Matías era algo que siempre había necesitado, desde que era joven.

 Después del primer año, los días de medias perdidas fueron aminorando pues no solo se veían para hacer el amor sino también para muchas otras actividades juntos. Aunque lo seguían haciendo, habían descubierto otras situaciones en las que disfrutaban bastante la compañía del otro y en las que nunca se hubiesen visto envueltos en el pasado. No lo querían ver pero estaba claro que ya nunca tendrían más parejas ni conocerían a nadie más, al menos no de forma romántica.

 Tal cual, casi dos años después de empezar su relación, consiguieron entre los dos un apartamento en un lugar muy bien ubicado, con acabados como a ellos les gustaban y donde los dos pudiesen ser felices, cada uno con su personalidad tan definida como lo era. No demoraron mucho buscando. Se mudaron un viernes, primer día en mucho tiempo en que los dos dejaron del lado el trabajo y todo lo demás para concentrarse el uno en el otro. Para el domingo, ya eran una familia más.

 El tema de las medias seguiría por siempre y se convertiría a ratos en tema de discusión y en otros momentos en tema de risa. Con la mala memoria de David pasaría lo mismo: habría fuertes discusiones e incluso palabras que nunca se habían dicho el uno al otro, pero después siempre habría perdón y, más que todo, comprensión y un cariño imposible de hundir por nada del mundo. Los dos estaban destinados a seguir juntos por mucho tiempo, tanto así que se casaron pasados un par de años más.


 Su historia no es una de esas difíciles, con complicaciones a cada paso ni nada por el estilo. De hecho, Matías y David tuvieron una vida envidiable y, entre lo que se puede decir, más sencilla que la de muchos otros. Eso, por supuesto, no la hace menos valiosa. Encontraron en los detalles ese impulso para hacer que la vida sea mucho mejor de lo que ya es, encontraron en los errores los mejores momentos de sus vidas y eso es algo que es envidiable y sorprendente al mismo tiempo.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Miércoles

   Su abrazo era todavía bastante apretado. Sus cuerpos desnudos estaban uno contra el otro y parecían ser piezas de un juego que encajaban a la perfección. Acababan de hacer el amor pero todavía les quedaba algo de energía para seguir dándose besos y sintiendo la piel del otro. Al rato se quedaron dormidos, así como estaban. Después se fueron acomodando en la cama para estar menos incómodos pero no se alejaron demasiado el uno del otro. El calor de sus cuerpos era ideal para soportar el frío de la mañana, que había cubierto de vaho la ventana de la habitación.

 El primero en despertarse fue Pedro. Tenía la costumbre, desde pequeño, de despertarse a las siete y media de la mañana. Nunca más temprano ni más tarde. El pequeño problema estaba en que hacía dos años no trabajaba en una oficina y podía despertarse a la hora que quisiera. Sin embargo, las viejas costumbres difícilmente mueren y despertarse temprano era una de ellas. No se puso nada de ropa para ir a la cocina y calentar el café y hacer un pan de tostadas. Otra cosa que no le gustaba era “desperdiciar” el tiempo haciendo el desayuno.

 Lo siguiente para él era comer en la sala mientras veía la televisión. Como su vida laboral iba marcada por su ritmo personal, Pedro no tenía necesidad de correr para ningún lado. Y como encima era tan temprano, pues podía decirse que se permitía tomarse todo el tiempo del mundo para cualquier cosa. Le gustaba ver el noticiero de la mañana para ver si algo más había ocurrido en el mundo tumultuoso en el que vivían. Por supuesto gente había muerto en algún lado, había guerra en otro y hambre en un país que conocía solo de nombre.

 Luego seguían las noticias de política, que solían ser las mismas todos los días. Las de deporte le interesaban un poco pues le gustaba el fútbol y lo practicaba cada que podía. Muchos fines de semana se reunía con sus amigos de infancia y jugaban un partido en una cancha alquilada. Era de césped artificial pero para el caso no importaba pues el punto era divertirse, comer algo y hablar tanto del presente como del pasado. A veces iban con sus respectivas parejas pero la verdad era que lo disfrutaban mucho más cuando eran solo los amigos.

 Cuando ya terminaba el noticiero, se iba desnudo como estaba al estudio y se sentaba entonces en su escritorio. Dependiendo del día se ponía a diseñar en el portátil o a terminar algún dibujo a mano que estuviera inconcluso. El trabajo que tenía era por pedido y le llegaba con frecuencia y bien remunerado pues cuando trabajaba había hecho excelentes contactos. Por eso ahora podía permitirse una vida más calmada con los mismos resultados laborales y hasta mejores. Ahora era su propio jefe y le iba mucho mejor que antes, se sentía más creativo como diseñador de interiores.

 Como a las nueve de la mañana se despertaba Daniel. Él era más bajito que Pedro y algo más ancho del cuerpo, sin decir que estuviera gordo ni nada así. De hecho siempre preguntaba si lo estaba pero Pedro le aseguraba que no era el caso. Pedro, por su parte, era bastante flaco. A diferencia de su pareja, Daniel sí trabajaba todos los días pero ese día precisamente era libre pues el restaurante donde era ayudante del chef estaba cerrado por inventario y afortunadamente no le tocaba hacer parte de esa tarea, al menos por esa ocasión.

 Sabía bien que lo habían dejado quedarse en casa porque le debían vacaciones, pero igual él las pediría completas pronto cuando se fueran con Pedro en Navidad a un viaje que habían planeado hacía mucho tiempo a Hawái. Era un destino que ambos morían por conocer y podían permitirse el dinero y el tiempo para por fin ir y conocer de primera mano todas esas hermosas playas, practicar surf, comer mariscos, quedarse en un buen hotel, pasear por las montañas y volcanes y descubrir todo lo que no supieran de esas islas.

 Daniel se sirvió jugo de naranja. El café no era de su gusto personal, salvo el olor que le encantaba. Su desayuno era un poco más elaborado que el de Pedro pero tampoco mucho más: cortaba algo de fruta y aparte untaba mermelada de arándanos a un par de tortitas de maíz. Normalmente le daba mucha hambre en la mañana. O, mejor dicho, le daba hambre durante todo el día. De pronto por eso era cocinero, pues desde siempre le había gustado la comida y prepararla. Desde pequeño les hacía postres e incluso cenas a su familia y ellos siempre lo apoyaron en su sueño.

 Se sentó en el sofá de la sala y, mientras comía su desayuno, veía dibujos animados. Le gustaba tener una buena razón para despertarse bien en la mañana y los dibujos animados siempre servían para eso. Para noticias las leía en internet a lo largo del día, no era su intención ver tristezas desde primera hora de la mañana. Comía despacio, disfrutando cada bocado mientras miraba las travesuras del gato y el ratón. Aprovechaba que no fuera una mañana normal, de esas en que tenía que apurarse y a veces ni tiempo para despedirse había.

 Terminado el desayuno iba a un pequeño cuartito que había al lado del baño, como un depósito, y de ahí sacaba uno de esos tapetes de yoga para hacer ejercicio. Hacia una rutina con ejercicios varios durante media hora. Para eso se ponía ropa apropiada pues ejercitarse desnudo podía ser bastante incómodo. Normalmente se ejercitaba de noche pero como era un día diferente pues aprovechó para hacerlo más temprano. Después de terminar, guardó el tapete y se dirigió a la habitación principal.

 Mejor dicho, entró al baño y se quitó su ropa deportiva. Abrió la llave de la ducha y dejó que el agua calentara por unos segundos. Ese tiempo era suficiente para untar de crema dental su cepillo. En la ducha se cepillaba los dientes y luego se enjabonaba el cuerpo, disfrutando el agua tibia. Se sentía muy rico y podía disfrutar de una ducha bien dada y no como le pasaba casi todos los días, en los que debía ducharse en cinco minutos y no importaba si el agua salía fría o caliente. Era algo a lo que se había acostumbrado y por eso ese día lo disfrutaba tanto.

 Pegó un ligero salto cuando, distraído por estar echándose champú en el pelo, sintió una mano en su cintura. Se lavó el pelo con rapidez y entonces se dio cuenta que era Pedro. Se besaron un rato, abrazados bajo la lluvia de la ducha. Después uno le pasó el jabón por el cuerpo al otro y terminaron haciendo el amor de nuevo allí mismo. En total, estuvieron en la ducha por una media hora. Era mucha más agua de la que se permitían gastar normalmente pero es que el día casi pedía que pasaran cosas así, diferentes a la rutina.

 Se limpiaron bien y luego salieron al mismo tiempo. Se secaron en la habitación, dándose besos y sin decir ni una palabra. La verdad era que llevaban tres años viviendo juntos y podían decir que el último año había sido el mejor para los dos. No solo Pedro había dejado por completo el trabajo de oficina, sino que Daniel había empezado a hacer lo que en verdad le gustaba en el trabajo y eso era la repostería. Llevaba años cocinando ensaladas y carnes y un sinfín de cosas pero ahora por fin estaba haciendo lo que en verdad le gustaba.

 Ese bienestar personal se traducía en una vida de pareja mucho mejor. Las peleas habían quedado atrás al igual que las confrontaciones por dinero o las tensiones causadas por razones que ahora les parecerían verdaderamente idiotas. Ahora no era raro que hiciesen el amor todo los días, que se besaran en silencio, sin decir nada. Cuando ya tuvieron la ropa puesta, Daniel le dijo a Pedro que cocinaría el almuerzo del día. Pedro dijo que compraría algunas películas por internet para ver más tarde. La idea era hacer de ese un día especial.


 Lo raro de todo era que solo era un miércoles, clavado allí a la mitad de la semana. Los dos días anteriores y los dos días después serían iguales que siempre, con trabajo, llegar tarde, no verse ni hablarse casi en el día. Solo el fin de semana era un descanso y a veces ni eso porque debían hacer ciertas vueltas esos días o visitar a sus familias. Ese miércoles era tan importante por eso mismo, porque era como una joya que no podían permitirse perder. Era su día para celebrar quienes eran juntos y por separado.