miércoles, 26 de julio de 2017

Un día más

   Al caer, las bombas levantaban del suelo la delgada capa de tierra y suciedad que había ido cubriendo la ciudad durante los últimos meses. Ya no había servicio de recolección de basuras. Ya no había electricidad y el servicio de agua en los domicilios se veía interrumpido durante varias horas todos los días. La calidad del liquido había decaído tanto que no se recomendaba beberla y siempre hervirla antes de usarla para cocinar. Pequeños tanques de gas se repartían para esto pero eran cada vez más escasos.

 Durante un año, el asedio a las fronteras y la destrucción de varias ciudades lejanas habían hecho que la capital se hubiera ido cerrando poco a poco sobre si misma. Ya nadie trabajaba en nada, a menos que fuese para el gobierno. Se pagaba en comida a quienes ayudaran a instalar y construir murallas y equipamiento militar para la defensa y si la gente se enlistaba su familia recibía un trato preferencial, siendo traslada a una casa especial con todo lo necesario en el mundo anterior.

 Claro que esto había hecho que convertirse en soldado no fuese tan fácil como antes. Solo alguien perfectas condiciones físicas era aceptado y si era muy viejo, lo echaban sin dudarlo. Mujeres y hombres hacían filas muy largas para obtener la oportunidad pero muy pocos lo hacían. Cuando la oportunidad llegaba, venía un camión por sus cosas y se los llevaban en la noche, sin escandalo ni espectáculo. Todo en silencio, como si estuviesen haciendo algo malo.

 Sin embargo, el ejercito era lo único que le quedaba al país. No era oficial, pero el gobierno existía ahora solo en papel. El presidente no tenía ningún poder real. Había sido reemplazado por una junta de jefes militares que se pasaban los días construyendo estrategias para poder repeler al enemigo cuando este llegara. Y es que todos esperaban ese día, el día en que los pájaros de acero aparecerían en el cielo y harían caer sobre sus cabezas toneladas de bombas que barrerían el pasado de un solo golpe.

 Cada persona, cada familia, se preparaba para ese destino final. Los más jóvenes a veces fantaseaban con un salvador inesperado que vendría a defenderlos a todos de los enemigos. Pero incluso los más pequeños terminaban dándose cuenta que eso jamás ocurriría. Todavía existía la radio y el internet. Ambos confirmaban, en mensajes poco elaborados pero muy claros, que el mundo estaba en las manos de aquellos que ahora eran los propietarios del mundo. Se habían arriesgado en una jugada magistral y habían resultado vencedores.

 Los vencidos hacían lo que podían para vivir un día más, siempre un solo día más. No pretendían encerrarse en un mundo propio y que los enemigos simplemente no reconocieran su presencia. Eso había sido posible muchos siglos atrás pero no ahora. Con la tecnología a su disposición, el enemigo había ocupado cada rincón de la tierra. Si no enviaban soldados o gente para reconstruir ciudades, era porque el lugar simplemente no les interesaba. Pero no era algo común.

 En los territorios ocupados, los pobladores originales eran sometidos al trato más inhumano. Al fin y al cabo eran los derrotados y sus nuevos maestros querían que lo recordaran cada día de sus vidas. No se usaban las palabras “esclavo” o “esclavitud” pero era bastante claro que la situación era muy similar. No tenían salarios y los hacían trabajar hasta el borde de sus capacidades, sin importar la edad o la capacidad física. Para ellos nada impedía su capacidad de trabajar.

 Fue así como las minas nunca cerraron, lo mismo que los aserraderos y todas las industrias que producían algo de valor. Lo único que había ocurrido era una breve pausa en operaciones, mientras todo pasaba de las manos de unos a otros. De resto todo era como siempre, a excepción de que las riquezas no se extraían de la tierra o se creaban para el comercio. Se enviaban a otros rincones del nuevo imperio y el mismo gobierno, omnipresente en todo el globo, los usaba a su parecer.

 Cada vez había menos lugares a los que llegaran. Si no lo hacían era por falta de recursos, porque no les gustaba darle oportunidad a nadie de escapar o de hacer algún último movimiento desesperado. Si se detectaban células rebeldes en las colonias, se exterminaban desde la raíz, sin piedad ni contemplación. Era la única manera de garantizar, en su opinión, que nunca nadie pensara en enfrentárseles. Y la verdad era que esa técnica funcionaba porque cada vez menos personas levantaban la voz.

 Cuando ocupaban un territorio, usaban todo su poder militar de un solo golpe, sin dar un solo respiro para que el enemigo pensara. Sus famosos aviones eran los primeros en llegar y luego la artillería pesada. El fuego que creaban sus armas era el que derretía las ciudades y las personas hasta que se convertían en cenizas irreconocibles. Sin gobiernos ni resistencia militar alguna, los territorios se ocupaban en días. Todo era una gran y majestuosa maquinaria bien engrasada para concentrar el poder de la mejor manera posible, usándolo siempre a favor del imperio.

 Cuando en la capital sonaron las alarmas, la oscuridad de la noche cubría el país. Las alarmas despertaron a la población y, la mayoría, fue a refugiarse a algún lugar subterráneo para protegerse de las bombas. Los que no lo hacían era porque aceptaban la muerte o tal vez incluso porque querían un cambio, como sea que este viniera. El caso es que la mayoría de personas se agolparon en lugares resguardados a esperar a que pasara el peligro que consideraban mayor.

 Las bombas incendiarias se encargaron primero de los edificios del gobierno. No querían nada que ver con los gobernantes del pasado en sus colonias, así que eliminaban lo más rápido que se pudiera todo lo que tenía que ver con un pasado que no les servía tener a la mano. Los soldados defendieron como pudieron sus ciudad pero no eran suficientes y la verdad era que incluso ellos, beneficiados sobre los demás, no estaban ni bien alimentados ni en condición de pelear con fuerza contra nadie.

 A la vez que los incendios reducían todo a cenizas, las tropas del enemigo golpearon con fuerza el cerco que los ciudadanos habían construido por tanto tiempo. Cayó como una torre de naipes, de manera trágica, casi poética. El ejercito enemigo se movía casi como si fuera una sola entidad, dando golpes certeros en uno y otro lado. El débil ejercito local se extinguió tan rápidamente que la ciudad había sido ya colonizada a la mañana siguiente. Ya no quedaba nada. O casi nada.

 Los ciudadanos fueron encontrados por los soldados enemigos y procesados rápidamente por ellos, con todos los datos necesarios. Pronto fueron ellos mismos usados para reconstruir la ciudad y aprovechar lo que hubiera en las cercanías. Se convirtieron en otro grupo de esclavos, en un mundo en el que ahora había más hombres y mujeres con dueños que personas realmente libres. La libertad ya no existía y muchos se preguntaban si había existido alguna vez fuera de sus mentes idealistas.

 Años después, quedaban pocos que recordaran la ocupación, mucho menos la guerra. Los centro de información eran solo para la clase dominante, a la que se podía acceder a través de largos procesos que muchas veces no terminaban en nada bueno para los aspirantes.


 Pero la gente ya no se quejaba, ya no luchaba ni pensaba en rebeliones. La mayor preocupación era vivir un solo día más. Eso sí que lo conocían y lo seguirían conociendo por mucho tiempo más, hasta el día en el que todo terminó, esta vez para todos.

lunes, 24 de julio de 2017

The isle of Gods

   The island was the favorite place for gods and goddesses; as well as for fairies and all others creatures that had been created once and had then ascended the long ladder towards enlightenment. The only race that had failed to do so was the human one, rid of stupid creatures that had ideas that were not as grand and fantastical as the ones that the creatures in the island had. Its name was Warghia, the place where everyone could relax and be themselves, far from any responsibility.

 However, a human named Floyd once washed ashore. He had lost his life in a battle far into the ocean and his body had then floated slowly towards the hidden island. The magic surrounding the place, as well as the one done by thousands of creatures for so long, had been the one to blame for his resurrection, which no one was could ever understand, even millennia after Floyd’s actual death. His story would become myth but first, he had to live again.

  The first creature that saw him lying on the sand was a centaur, a male one that had been taking a walk by the shore. Assolan was his name and he had always loved water but his culture and traditions had never related to water, at all. He liked to see his reflection on the water and the moon’s one too. He always dreamed of sailing the ocean and he had been able to fulfill his dream there, on the isle of dreams. But, sadly, he had realized he wasn’t made for a life in the ocean.

 Of course, Assolan was devastated after such a sad realization. But it was true; he wasn’t made to be in the ocean. His legs couldn’t properly stand on a boat and his body was too large to be agile in the many works that sailing required. Besides, he just couldn’t handle the movement of the water. The need to vomit all over the place was impossible to handle and an embarrassment for such and enthusiast of the ocean. So he had decided to get off that boat and never try again.

 Finding Floyd was the best surprise in his many nights of solitary walks. He always did the same thing, kicking the sand and trying to imagine a solution for his motion sickness. He tried to think of herbs or other foods to provide a solution to his problem, but that just didn’t work. When he saw Floyd’s naked body on the sand, his clothes eaten by the ocean, Assolan realized his curiosity was not limited to the ocean. When he saw the human, he instantly felt something for the creature. He couldn’t quite put it into words but he knew he had to help.

 It was very difficult for the centaur to help Floyd. With his two arms, he pushed and poked the human but nothing happened. The creature was as good as dead. He tried talking to his ear and even blew air into his mouth but that didn’t work either. He touched the human’s face, his arms and his legs. He touched every single part of the man’s body but no response was shown anywhere. His face remained as the one of a sleeping creature, as all creature sleep in the same way.

 Assolan realized the only way to help Floyd was to put him on his back and then ride to one of the nearest temples where they were always doctors and shamans that could help even the gods. A human would be a simply thing for them. With difficulty, Assolan managed to put Floyd on his back and rode as fast as he could to the temple of Shiva, the nearest one to part of the beach where they had been just a few minutes ago. The temple was beautiful and grand, golden like the sun.

 Shiva was actually lying on her back, moving her many arms independently. With one arm, she used a fan to refresh her face. Two others cut an orange and two more caressed the goddess’s body with a cream that had the scent of a thousand roses. She didn’t notice Assolan right away, only when his hoofs stopped stomping the sand and started stomping the golden bricks of which the golden temple was made of. She looked to her side and just stared at Assolan, tired as ever.

 He dropped Floyd in front of Shiva and she then asked if it was a gift for her. Assolan, with almost no more energy, only managed to say the word: “Help”. Then he collapsed. Shiva stared at the two unconscious bodies in front of her. The arms stopped what they were doing. She really looked at the two creatures as she stood up and looked with not only her physical eyes, but also the eyes of thousands of souls. With her third eye and many more. She learned, soon enough, what had to be done.

 Days later, Assolan woke up in a beautiful room. It was made of gold and had tall windows to look to the sea. The surface of the temple shimmered softly. He then realized he had been missing from his home, not so far from there. Then he remembered that time didn’t seem to pass in the same way in that island so his worries transferred from his heard to the human he had found on the beach. As he turned around, giving his back to the window, he saw Shiva there, looking at him patiently. One of her hands asked him to follow and he did, in silence.

 They walked through fantastic halls. Shiva was clearly preparing a feast, a grand one for sure. Many servants of many species tended to dozens of tables, putting bowls of foods all over the place, as well as flowers and many other commodities for the many, many guests. They passed rooms and rooms of people preparing for the party but Shiva did not say a word about it. She kept looking forward, her hands moving in different ways from time to time, enigmatically.

 Finally, they reached a room similar to the one Assolan had woken up in. But instead of a centaur, a human was sleeping on a beautiful bed, adorned with lush vegetation. This time, Assolan was able to notice Floyd’s breathing. He didn’t wait for anyone to talk, he just launched himself at the human and hugged him, as if he was a doll he hadn’t seen in many years. But to the centaur, Floyd was something more to him. It wasn’t love exactly either. Just something else.

 Shiva waited and, when Assolan stopped his hug, she stepped closer to the human and touched his face. Then, she touched Floyd’s forehead and felt everything he was. His desires and secrets were all shown to hear in her head. With her wisdom and knowledge of every piece of time, she managed to understand why the human was alive. She knew about the mystical properties of the place they were in but had not yet understood how it worked. And she knew there were things it was best not knowing.

 She explained this to Assolan but he didn’t care about any magic or everything that was not known to the gods and goddesses. He knew he was only a centaur, a creature created a long time ago. They were now appreciated by others because they were strong and brave in battle. Both the females and males could use a bow and an arrow; they could wield shields and swords and could best most other creatures in war.  Assolan was just like that. But he knew there was more in him, somehow.

 Shiva knew this and she did something she rarely did: she was kind to someone else there, in the island. She was a goddess, yet she existed because the world needed her. And the world is sometimes just one creature, one simple need.


 She left the room. And as she did, she whispered some words in an ancient language. Suddenly, Floyd woke up. Assolan and him looked at each other in disbelief. It seemed to be for hours. Then they hugged and spent days together, sharing and learning. But this is only the beginning of their story.

viernes, 21 de julio de 2017

Donde Susana

   No era el mejor día de la semana para ir al mercado. Susana detestaba tener que saltar para pasar por encima de los grandes charcos y los olores que emanaban de los contenedores de basura eran peores cuando el clima se ponía de tan mal humor. En la noche había llovido por varias horas y la consecuencia era un mercado atiborrado de gente pero con ese calor humano que se hace detestable después de algunos minutos, mezclados con el calor de los pequeños restaurantes.

 Se mezclaban los olores de las castañas asándose en las esquinas, de las máquinas de expreso y capuchino que trabajan a toda máquina e incluso de las alcantarillas que recolectaban la sangre de los animales que eran rebanados allí todos los días. Era obvio que no era el mejor lugar para pasar una mañana, pero una dueña de restaurante no puede hacer nada más, al menos no si quiere ahorrarse algo de dinero. Los supermercados son abundantes pero siempre más caros y la calidad, regular.

 La sección más olorosa era, sin duda, la de pescadería. Grandes hombres y mujeres macheteaban grandes peces que antes colgaban de gruesos ganchos sobre el suelo. Pero, hábiles como eran, ya los estaban arreglando en bonitas formas, con frutas y hielo, para que los clientes se sintieran atraídos a ellos como las moscas. En ese momento de la mañana, eran más las moscas que los clientes en la zona de los frutos de mar. El olor era demasiado para el olfato de la mayoría.

 Como pudo, Susana pidió varias rodajas de sábalo, un rape grande y varias anguilas que les servirían para hacer un platillo japonés que había visto en la tele y quería probar en el restaurante. Cada cierto tiempo, le gusta intentar cosas nuevas. Se ofrecía como menú del día y el comensal podía cambiarlo por cualquier otra cosa, sin recargo ni nada por el estilo. Si el platillo era un éxito y se podía hacer barato, se quedaba. Si no, era flor de un día en su pequeño restaurante frente a la marina.

 Quedaba en un viejo edificio que había mirado al mar durante décadas. Los vecinos y dueños de los locales habían acordado limpiar toda la fachada y ahora se podía decir que parecía nuevo. Todos sus hermosos detalles saltaban a la vista, sin el mugre de los miles de coches que pasaban por la avenida de en frente. Lo malo del lugar era que los espacios eran oscuros, como cavernas, y había que iluminarlos todo el día, no importaba si era verano o invierno, de día o de noche. Era un gasto más que había que considerar, una carga más para un comerciante.

  Susana hacía el sacrificio porque sabía cuales eran las ganancias, los resultados de atreverse con su cocina y con su pequeño restaurante cerca al mar. Ver las sonrisas de los comensales, recibir halagos y saludos en el mercado, eso era todo para ella y lo había sido durante toda su vida. Su padre había tenido allí mismo un bar que los vecinos siempre habían adorado. Poco a poco, ella lo hizo propio y ahora se consumía mucha más comida que bebida en aquel lugar.

 Cuando terminó con el pescado en el mercado, se dirigió a las carnes frías. Los turistas siempre venían por sándwiches y cosas para comer casi corriendo. Le encantaba imaginarse porqué era que siempre parecían estar apurados, como si no hubiesen planeado bien su viaje o si se hubiesen levantado tarde. Claro que no era la mejor persona para hablar de vacaciones porque ella nunca las había tenido. Al menos no como Dios manda y es que con el restaurante, se le hacía imposible.

 Alguna vez cedió a los consejos de sus hijos y, por fin, salió un fin de semana entero de viaje a una región cercana. Como su marido ya no estaba, fue con una de sus mejores amigas. El viaje estuvo bien, no pasó nada malo ni nada por el estilo. Pero la comida, en su concepto, había sido la peor que había probado en su vida. Además, los sitios que visitaba siempre estaban llenos de gente corriendo y los guías, que se suponía sabían más que nadie de cada edificio, parecían estar igual de apurados.

 Por eso prefería estar en su cocina, con los olores que flotaban y sus hermosas visiones mentales que se convertían, tras un largo y dedicado proceso, en creaciones hermosas que vivían para ver la cara de un agradecido cliente. Eso era lo que más le traía alegría. Eso y beber unas copas de vino mientras atendía. Eso incluso le había hecho merecedora de varias fotografías con sus comensales e incluso canciones de hombres que ya habían bebido demasiado y debían irse a casa.

 En las noches, seguía siendo un bar como el de antaño pero, como ella lo decía siempre, con mejor comida que nunca. Su padre, descanse en paz, jamás había sido muy dedicado a cocinar. Sabía hacer cosas, cosillas mejor dicho. Pero nunca platos complejos que requirieran ir al mercado temprano para conseguir los mejores productos. Él sabía de vinos y viajaba lejos para conseguir los mejores. Nadie lo podía vencer en una cata. Y de cervezas ni se diga: había probado una en cada país que había visitado y su colección de botellas era la prueba.

 Su padre… Lo echaba de menos cada vez que veía a los clientes de más edad en su restaurante. Sabía bien que ellos, cuando visitaban, no veían el sitio que ella mantenía en la actualidad, sino que veían aquel que había visitado de más jóvenes, cuando probablemente todavía eran novios con sus esposos o esposas. En sus ojos se veían los recuerdos y a veces había lagrimas silenciosas que ellos no explicaban pero que ella podía entender bien. Por eso hacía lo que hacía.

 Compró conejo, carnes de res y bastante cerdo. A la gente le seguía gustando la carne roja más que todo. Pero incluso se había dejado influenciar por sus nietos y había integrado al menú algunos platillos alternativos para aquellos extraños clientes que no comían carne, aquellos que ni les gusta ver una gota de sangre o se les va la cabeza. A Susana le parecía gracioso escuchar de personas que vivían la vida comiendo lentejas y garbanzos pero sus nietos le habían enseñado a callar sus opiniones en ese aspecto.

 Tuvo que ir al coche, guardar las carnes y volver por las verduras. Eso era lo más rápido porque las compraba todas siempre en el mismo puesto desde hacía treinta años. Era atendida todas las mañanas por el esposo de su mejor amiga, de hecho la había conocido allí mismo en el mercado. No eran de aquellas mujeres que se juntaran para hablar chisme ni nada parecido. Ni siquiera se veían tan seguido. Pero cuando estaban juntas, se entendían a la perfección, incluso sin palabras.

 Cuando todo estuvo en el coche, condujo apenas diez minutos para llegar al estacionamiento frente al restaurante. Ella sola sacó las bolsas y las fue entrando en el local, hasta el fondo, donde estaba la cocina. Cuando tuvo todo adentro, se sentó en una vieja silla de madera basta y miró su alrededor. El silencio era ensordecedor pero los olores de sus compras le indicaban que ella todavía seguía en este mundo. Por un pequeño momento, recordó a su Enrique, sonriendo.

 Siempre lo hacía cuando ella llegaba de las compras. Jamás le había gustado que él la acompañase pero siempre estaba allí cuando ella volvió para brindarle una sonrisa y ayudarla a acomodar todo en el lugar apropiado. Todo casi sin hablar.


 A veces lo extrañaba mucho, mucho más de lo que confesaba a sus hijos o conocidos. Pero así es la vida y hay que vivirla, esa es nuestra responsabilidad. Susana se arremangó su blusa y empezó a ordenar todo, recordando a su padre, a Enrique y a todos los que aún la hacían sonreír en frías mañanas como aquella.

miércoles, 19 de julio de 2017

Detective Klein

  The room was one chaotic scene. Not only there was paint all over the walls, but also two bodies were lying on the floor, faces down and covered with white blankets, that seemed really out of place for some reason. They weren’t a strange sight as that room had been the scene of a violent crime. The people from the police had been working there for a whole day now. As they ate something or had a smoke, two detectives had decided to enter the premises and begin the investigation formally.

 Of course, the stench of the massacre had not cleared the room yet. All the doors had been opened but not the windows, as a gust of wind could disturb the scene or bring in foreign components. They wanted everything to be as it had been for the week or so since the murders had occurred. It was a shame for the police to only now realize what had happened in that poor neighborhood, which so often appeared in the news being portrayed as some kind of doorway to the flames of hell.

 However, every comparison to the reign of Satan was very accurate at the moment. The scene was hellish and there was no surprise when Detective Keaton couldn’t hold his breakfast after looking at the room once. Klein, on the other side, was made of a stronger material. He had seen so many gruesome scenes like this one; it just didn’t do anything for him. He could even eat in front of an open body, a fact that had always shocked all of his peers, even the coroners.

 As Keaton was tended by some of the men that had been eating outside, Klein decided to put on some plastic slippers and just have a tour of the room. It was actually a one-bedroom apartment. On one end, there was the door he had entered through. On the opposite side, another door was open, revealing a very dirty shower. The bathroom appeared no to have been the most taken care of place in that building. In the main room, there was a bed on the corner and the bodies were lying next to it.

 The blood, as said before, was all over the place: on the bed, the walls, the bathroom floor, the alarm clock on the only table in the premises and also on the sole electric heater, which would have been used to cook food with the help of the only wall socket in the room. It was really a dreary scene. Klein bent his knees next to the bodies and lifted one of the white blankets. Beneath it, he saw what he had always hated to see in the job: the body of a young human being. It made him mad and hopeless. Next to it was a woman, possibly the mother. Both covered in blood.

 Keaton was on the door, covering his nose with a handkerchief. It was very like him to have such an item that only older people use at the time. He was younger than Klein but somehow he felt like a grandfather of sorts. He had apparently recuperated from watching the scene and was now trying to focus his attention on Klein. He told him that the coroner had sent for the bodies and that the ambulances would be there in a short time. Klein nodded but said nothing, still looking at the scene.

 They had been partners for quite a long time, so Keaton knew exactly which face meant what. Right then, it was clear to him that Klein was thinking hard about the facts of the incident and it was best not to interrupt him as he hated people to do that. It was him who stopped the silence and asked his companion if he had asked the people from the police department about all the details of the scene, every object they had found and anything related to the corpses, as well as the apartment.

 Keaton handed his partner a folder where it said, quite clearly, that the woman and the child were not the owners of the apartment. Furthermore, none of them had any type of contract with the owner to live there. At least, no official contract had been recorded. So the first visit they had to make was to the owner. They could have gone to some family member of the victims but heir names had not been found yet. No identity cards, no data at all. It was as if they had been forgotten by the world.

 Minutes later, they were hopping in the car, rushing through the streets towards a more quiet, peaceful suburb. It had a lot of similar houses, like in the movies. Getting to the house that they were looking for was very tricky as most of the streets ended on a roundabout, with four or five houses sitting around. They saw children laughing, people playing with their dogs and couples holding hands. It was always awkward to see that after witnessing the scene of a murder.

 Life suddenly seemed meaningless for some reason. If someone could eliminate people in that fashion, it was clear that humans have the awful capacity to exterminate themselves. And what policemen do is to defend some humans against the rest. People always say good always wins but it was sometimes difficult to believe such a claim when, several times a week, you see proof that mankind is just made out of slightly evolved animals. But animals anyway. Keaton and Klein finally found the house, walked to the door and rang.

 A little girl opened the door. Her face was covered in chocolate and she just laughed. The two men were petrified right on the spot by this action. They had been taken by surprise by the sheer happiness of a child who is innocent and has not had a way of knowing how the world really works. The mother came in running, also laughing for some reason. She asked for their business and they asked for her husband. She offered them entrance but they refused, preferring to stay by the door.

 The man was called several times until he descended the stairs. It was clearly a day off for him as he was wearing boxers and a t-shirt tainted with grease and few mustard stains. They asked if he was named Victor Gould and he said yes. They asked if he owned an apartment building in the city and he said yes. Apparently, it had belonged to his father for years but he had received the place as a gift when the man had died some years ago. He confesses soon he rarely visited the place.

 The detectives promptly explained the reason for their visit. The man was appalled by what he heard and his wife, who had been listening close by, ran to her children and tried to keep them busy, away from the awful conversation. The man told them he had no idea a family had been living in that apartment. He had a man to go and collect rent but he kept papers on the building, which he showed to the police. He had no way of knowing a mother and her child had been living there illegally.

 That’s when Keaton realized what was going on. They rushed to the morgue, on the basement of the police department. There, the coroner explained to them that there was indeed no way of telling who the victims were but he could tell them that they had suffered for days before actually dying. They had been starving for a while, maybe even up to a month. They had little inside of them when he checked the stomachs. He concluded the kid was dead when it had been stabbed. But not the mother.

 Someone knew they were there. Someone had let them in and was possibly blackmailing them, threatening to call the deportation office and get them sent back to wherever they had come from. That same someone possibly stabbed them for some crazy reason.


 When he entered his own tiny apartment that night, Klein went straight for the bottle of scotch he kept in the kitchen. Booze was the only thing that could help him sleep when the realization of how much a dump the world was came to his mind. It happened very often, judging by the number of empty bottles crammed in a box.