La tormenta continuaba afuera. Los truenos
se oían con fuerza y los relámpagos iluminaban la habitación sumergida en la
oscuridad. Era pasada la medianoche y Juan y yo no estábamos dormidos, sino
viendo una película para pasar el tiempo. La veíamos en un portátil y temíamos
cuando llegase el aviso de batería baja. No había energía y si se acababa la
batería, ya no habría más entretenimiento, al menos no del tipo fílmico.
En efecto, el aviso de batería baja apareció
de la nada y nos dio solo unos momentos más para disfrutar la película, que
aunque no estaba buena, al menos nos distraía. Pasados unos cinco minutos, la
pantalla murió y el cuarto quedó sumido en la total oscuridad.
Era viernes en la noche, o mejor dicho, sábado
en la madrugada. Dejamos el portátil de lado e hicimos lo único que tenía
sentido: acostarnos a dormir. Lo gracioso era que no podíamos, ninguno de los
dos tenía sueño a pesar de haber trabajado toda la semana. Nos quedamos en
silencio, mirando el techo o la ventana, escuchando el golpeteo de las gotas de
lluvia en la ventana o los truenos lejanos. El silencio era incomodo porque
había lo que los gringos llaman “un elefante en la habitación”.
En resumen, o me había puesto celoso y le había
reclamado, tontamente, por haber estado hablando con uno de sus ex por teléfono.
Yo había llegado a casa para encontrarlo en el sofá con una sonrisa tonta pero
coqueta al mismo tiempo, con las piernas frente a él y la cabeza a ratos puesta
sobre una de las rodillas. Eso fue antes de que se fuera la luz y me alegró
cuando se cortó la llamada. De hecho, me alegró tanto que solté una carcajada
que, luego me di cuenta, no tenía sentido de ser. Me disculpé pero eso no
parecía haber arreglado nada.
No voy a mentir. Cuando lo conocí, le pregunté
por sus exnovios y mi emoción por estar con él se fue colapsando cuando me di
cuenta que su vida amorosa había sido bastante prolífica, por decir lo menos.
Además, no eran cualquier cosa los chicos con los que había estado. Entre ellos
había atletas consolidados, ricos, modelos y demás. Cuando vi fotos no lo podía
creer. Ese día no supe con cual de ellos había hablado pero eso era incluso peor
pues me torturaba a mi mismo pensando cual de ellos podría ser.
Fue entonces, mientras pensaba en todo eso,
que él se levantó de la cama y fue al baño. No dije nada pero sabía, sentía,
que se había puesto de pie porque estaba incomodo. Era mejor dejar que todo
fluyera y no forzar nada, no quería alejarlo más, no después de la carcajada.
Lo había tratado de enmendar con la película, que era la única que tenía de
comedia en el portátil, pero creo que esa idea no había funcionado tan bien
como yo esperaba.
Yo también tuve que levantarme e ir a ponerme
una camiseta. Normalmente dormía solo en ropa interior, pero la lluvia había
hecho que el clima fuese mucho más frío que de costumbre, así que busqué alguna
que sirviera para dormir. Antes, sin embargo, abrí el lado de él del closet y
vi su ropa y sentí su olor en ella. Me di cuenta que había sido más que un
idiota y que lo que más quería ahora era darle un abrazo y no dejarlo ir nunca.
Me daba miedo, era obvio, que un día él
desapareciera con uno de esos modelos que conocía. Había visto fotos y él era
como ellos, se veían bien juntos y eso me trastornaba la cabeza, me daba
vueltas y vueltas, me volvía loco. Era una tontería pero de todas maneras, eso
era lo que yo hacía siempre: obsesionarme poco a poco con cosas que seguramente
no tenían importancia pero que para mi parecían tener todo el foco de atención.
Abrí uno de mis cajones, saqué una camiseta de
mangas largas y me la puse lentamente. En el baño no se oía nada y me preocupé
pero no tenía las agallas para ir y disculparme, no tenía la fuerza para
golpear esa puerta y decir que estaba equivocado. Porque no era la primera vez
que tenía celos de su vida pasada, no era la primera vez que quería morirme al
darme cuenta que Juan era mucho más de lo que yo merecía, o al meno eso sentía
con frecuencia. No solo era un hombre hermoso físicamente, sino que su mente y
su corazón eran tan sinceros que daba miedo. Yo nunca sería así y me sentía en
desventaja.
Me acerqué a la ventana y sentí el frío en la
cara, como si estuviera afuera. La tormenta había amainado un poco pero de
todas maneras miles de litros de agua caían sin parar sobre la ciudad. Había
pocas luces y daban un sentimiento de ciudad perdida, de lugar alejado de todo
y de todo. La energía seguramente volvería cuando todo estuviese más calmado y no hubiese riesgo
de problemas. Mientras tanto la ciudad seguiría sumida en la oscuridad y la
gente de debería utilizar otros recursos para iluminar sus hogares, si es que
estaban despiertos.
En la habitación todo estaba completamente
oscuro y si no hubiese sido por la luna, la oscuridad sería total. Alcé la
mirada y la vi allá arriba, enorme y hermosa como siempre. Al ver su inmensidad
y brillo, pedí tener mayor control de mi mismo y pedí entender que era lo que
me unía a él además del amor. Porque como dicen por ahí, el amor no lo es todo.
El amor puede que aguante todo pero nosotros puede que no lo aguantemos a él
por tanto tiempo. Necesitaba saber si él me quería todavía.
La luna no decía nada, pues no tenía como. Yo
me quedé mirándola por varios minutos hasta que, por fin, hubo ruido que
provenía del baño. Voltee la cara hacia la luna de nuevo, para que él no notara
que había estado pendiente pero eso era una tontería. Entonces me di la vuelta
y sonreí.
Él estaba desnudo ante mi y se acercaba
lentamente. Era perfecto, sin nada que yo ni nadie desearan poner o quitar.
Para mi era el ser más hermoso de la Tierra y nada de nadie podría cambiar eso.
De pronto los celos desaparecieron y, apenas lo tuve a pocos centímetros, supe
que me amaba y la luna sería testigo de ello, como muchas otras veces antes.
Aunque nos besamos cerca de la ventana, al
tocar su piel me di cuenta de que el frio lo tenía con la piel de gallina. Así
que nos tomamos de las manos y caminamos a la cama, donde me despojé de mi ropa
y compartimos nuestro calor bajo las sabanas y las cobijas que nos protegían
del penetrante viento que soplaba entre las gotas de tormenta. Los truenos
resonaron cerca de nuevo y los relámpagos nos iluminaron en momentos que en el
mundo, para nosotros, no había nadie ni nada más.
La lluvia también se volvió más fuerte y se
pudo escuchar el silbido del viento, como el de un espíritu que deambula en las
noches más accidentadas buscando almas perdidas en las rendijas de la noche.
Las moles de acero y cemento se mantenían quietas, impávidas ante el clima que
parecía empeorar cada segundo que pasaba. Seguramente llovería mucho más el
resto de días.
Su piel estaba fría al comienzo pero después
fue tibia y más tarde caliente. Lo besé lentamente al comienzo, apretándolo con
mi cuerpo para no dejar escapar nada de ese calor que ahora era tan útil.
Además, lo hacía para sentirlo, para guardar en mi mente cada pequeño grano de información
sobre su piel, sobre su cuerpo. Él hacía lo mismo, con su manos en mi espalda
mientras nuestros besos se volvían algo más atrevidos.
El sonido de la lluvia contra el vidrio le
daba cierto tono especial a la escena, sobre todo cuando decidí que quería
hacerlo sentirse feliz, contento, quería que sintiera lo que fuere que quisiera
sentir y creo que lo logre. Su respiración cálida era mi recompensa y sus besos
quedaron conmigo mucho más tiempo que los recuerdos de un pasado que yo no
conocía y que, al fin y al cabo, no importaba.
Al final, le di más besos y lo abracé fuerte. Habíamos
atravesado la lluvia por un momento y había sido el mejor momento por ambos por
un largo tiempo. Nos separamos un poco, nos aseamos y entonces hubo más besos
pero suaves y mucho más dulces. Le dije que lo amaba y me dijo que lo sabía.
Entonces me reí y lo abracé. Él se soltó de mi abrazo, se dio la vuelta y me
pidió que durmiéramos así y así lo hicimos.
La
lluvia en esa ocasión ganó la partida pues continuó por horas y horas. Tanto
que la vimos en el desayuno y el almuerzo e incluso más allá. Seguramente
trataríamos de atravesar la lluvia de nuevo pero, mientras tanto, me contentaba
con saber que la tormenta era nuestra amiga.
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