Desde pequeña, siendo nada más un bebé,
Sofía ya demostraba su fascinación por el mundo de los insectos. Se sentaba
horas en el piso jugando, donde la dejaba su madre mientras hacía sus
quehaceres, y allí observaba a las variadas criaturas que cruzaban el suelo del
patio de un lado a otro. Las primeros que observó fueron las hormigas, que le
parecían puntos móviles. Luego fueron los escarabajos, mucho más grandes y
vistosos y luego muchos otros como las cochinillas y las mariquitas. Incluso
los que volaban sin previo aviso le fascinaban.
Cuando ya pudo caminar
bien y sostener objetos, se dedicó a cazar insectos y a guardar a varios de
ellos por algunas horas en tarros de vidrio. Solo los atrapaba un rato puesto
que le parecía cruel dejarlos encerrados allí. Además, todavía no aprendía que
comía cada insecto así que no sabría como tenerlos de mascotas.
Las mariposas fueron su obsesión durante ese
tiempo y no hacía sino dibujarlas. Cada vez que sus padres le pedían un dibujo
o lo hacía su maestra en la escuela, ella dibujaba una mariposa. Eso sí,
siempre era de colores diferentes y eran dibujos algo más detallados de los que
haría normalmente un niño de esa edad. Sus padres la alentaban yendo al
zoológico y al museo de ciencias donde podía aprender más sobre lo que le
gustaba. Así, en cierto modo, empezó la carrera de Sofía como entomóloga.
Sofía, con el tiempo, estudió biología y luego
se especializó en la rama de los insectos, para lo que tuvo que irse a vivir a
otro país, lejos de su familia. Los extrañaba mucho y hablaba con ellos seguido
pero se olvidaba de su tristeza cuando iba a clase y aprendía sobre varios
tipos de insectos que se habían descubierto recientemente. En clase, analizaban
los hallazgos de varias expediciones, algunas sucedidas hacía tres siglos y
otros hace tres meses. Era muy emocionante analizarlo todo y estudiar
comportamientos en los insectos. Pero Sofía quería hacer ella misma los
descubrimientos, en vez de analizar los de los otros.
Eventualmente terminó
sus estudios y se inscribió en el programa de pasantes para una de las
universidades que hacía más expediciones como en las que ella estaba
interesada. Su objetivo era estar allí algún día, viajando a alguna selva
pérdida al otro lado del mundo y descubriendo por cuenta propia varias nuevas
especies para la ciencia. En secreto, incluso tenía el anhelo de que uno
descubrimientos llevase su nombre. Le daba vergüenza incluso pensarlo pues se
les había enseñado que la ciencia no podía basarse en la vanidad.
Sofía solo quería hacer lo mejor para todos y
trabajar para mejorar la comprensión del mundo acerca de los insectos.
Fue elegida como pasante y lo celebró con una
visita de sus padres, que la invitaron a cenar al mejor restaurante que
encontraron. Además le reglaron libros sobre insectos, más que todo libros de
hermosas fotografías tomadas a lo largo de varias expediciones alrededor del
mundo. Sus padres sabían bien que ella ya se había leído cada uno de los libros
científicos acerca de su tema favorito. Por eso le regalaron tres libros que
eran más arte que nada más. Lo que más le gustaba de los libros era que los
animales se veían vivos, se veían como eran de verdad y eso le encantaba.
Cada noche después de volver de su trabajo
como pasante, el cual era pago pero con un salario que todavía merecía la ayuda
económica de sus padres, Sofía analizaba una de las fotos de uno de los libros
durante una hora, anotando en una libreta todo lo que podía recordar sobre ese
insecto. Era su manera de probarse a si misma que sí estaba hecha para el
trabajo y que tendría mucho que mostrar cuando llegara la oportunidad.
Lamentablemente, la oportunidad parecía no
querer llegar. La primera expedición que organizaron se oía emocionante, era a
la salva de la isla de Borneo en el sudeste asiático. Pero la universidad
decidió no enviar a ningún pasante y solo autorizó que fueran algunos de los
profesores que siempre iban. Al parecer era por un tema de seguridad. Sofía se
sintió algo decepcionada, pero siguió su trabajo como si nada.
Se dedicaba a estudiar especies nativas de la
ciudad a ver como había evolucionado y mutado en los últimos cien años. La
universidad llevaba un estudio acerca de cómo se amoldaban los insectos a las
grandes ciudades, especialmente criaturas que no hubiesen sido ya muy estudiadas.
Era interesante, pero Sofía solo pensaba en el día en el que pudiese tomar
fotos como las que veía todas las noches en libros, al menos observar insectos
que se viesen aún más reales que los de las fotografías.
La segunda expedición fue hacia las Filipinas
y el grupo que enviaron fue más bien grande. Sofía estaba tan emocionada, y tan
segura de si misma, que no dudó que la elegirían para el viaje pues su
dedicación al trabajo era ejemplar y sus informes siempre estaban más que
completos, siendo los mejores que ningún pasante había nunca escrito.
Sin embargo, no la eligieron y esa vez Sofía
estaba tan histérica, que presentó una queja formal ante el comité que hacía
las elecciones de pasantes. Básicamente, eran los científicos que iban a liderar
la expedición y Sofía tuvo que enfrentarse a ellos para argumentar su posición
y tratar de que pudieran cambiar de opinión. Pero era hombres mayores, muy
obstinados, y le dijeron que su trabajo académico era demasiado bueno pero que
podría no ser lo mismo una vez que estuviera en el campo y tuviese que hace
mucho más que solo ponerse a escribir informes. Le dijeron que se necesitaba
una vocación especial que no les parecía que ella tuviera.
Para Sofía, esas palabras fueron como una
bofetada. Ese día no volvió al trabajo luego de la audiencia ni tampoco el día
siguiente o el resto de la semana. No pensaba volver nunca. Se fue a casa y se
echó en la cama y no hizo más que estar allí echada, despierta o durmiendo. Esa
semana evitó a sus padres y no quería saber nada de nada. Si la querían echar
no podían porque solo era pasante y sus padres podían esperar.
Decidió vivir un poco y un día se fue a una
discoteca y trató de pasarlo bien. Hacía mucho no salía, puesto que sus amigas
vivían lejos y durante su especialización no había tenido mucho tiempo para
hacer vida social. Tomó bastante licor y bailó sola y acompañada, sin que le
importase nada. Al otro día no supo como había llegado a casa, pero estaba bien
y tenía todas sus cosas. Durmió bastante ese día y el lunes siguiente volvió al
trabajo como si nada.
La siguiente expedición planeada fue al
desierto de Namibia pero Sofía no aplicó para ese viaje ni para el siguiente.
Algunos de sus compañeros en los laboratorios se asombraron y le preguntaban si
estaba bien y ella les respondía que sí, sin mirarlos a los ojos. Había
decidido ser una científica de ciudad y dejarles la selva a otros que, al
parecer, tener mejores capacidades para afrontar esas travesías. Ella se
quedaría allí, analizando alas de mariposas muertas.
Fue un día que llegó al trabajo que sintió que
había algo extraño. Todo el mundo le sonreía como idiota y la saludaban.
Incluso alguien fue más allá y la felicitó dándole la mano y diciéndole varias
palabras de admiración. Pero Sofía no entendía nada hasta que llegó a su puesto
de siempre en el laboratorio. En el lugar donde en días anteriores habían
habido varios especímenes clavados con alfileres, esta vez había un informe de
grosor medio, de tapa azul. Cuando llegó a su puesto leyó que ponía “Expedición
Tíbet”.
No había acabado de procesarlo cuando un joven
científico entró al laboratorio y la felicitó. El joven no era tan joven pero
sí mucho más que sus compañeros en las altas esferas. Había sido él el
organizador de la expedición al Tíbet y él había elegido específicamente a
Sofía para que fuese la única pasante del viaje. Es más, iban a ser solo cinco
en total así que sería un grupo pequeño que debería trabajar duro todos los
días para lograr los objetivos propuestos en el informe que Sofía apretaba con
sus manos, todavía en shock.
Meses después, escribía a sus padres desde
Lhasa. El hotel era un asco pero no estarían mucho tiempo en la ciudad. Pronto
seguirían el complejo trazado de su expedición que los llevaría un poco por
todas partes en el Tíbet, desde el altiplano hasta las cumbres del Himalaya.
Sofía había tenido poco tiempo para practicar sus habilidades de escalada pero según
el profesor Kent, no habría problema.
Sofía terminó el mensaje con un “te amo” y lo
envío aprovechando el internet inalámbrico del lugar. Al rato vino uno de sus
compañeros. Saldrían a cenar, para celebrar el inicio de la expedición y luego
a dormir, para empezar de verdad con la primera luz del día.
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