Como Adela no era nada tonta, decidió ser
objetiva con lo que iba a buscar en la tienda y no ponerse a ver cada una de
las prendas, como lo hacía siempre la gran mayoría de las mujeres. Le hubiese
gustado, no podía negarlo, pero era la época de rebajas y todo estaba relleno
de gente y con un calor que no provenía ni de la calefacción ni del clima. De
hecho, a fuera el viento parecía venido directamente desde la Antártida. Entrar
a cada tienda tenía entonces una parte buena y una parte mala. A ella le daba
un poco lo mismo: tenía que aprovechar la época pues sus ahorros no eran
demasiados pero los tumultos nunca habían sido su fuerte. Detestaba ir a
conciertos o discotecas o mercadillos pues no se podía no respirar y ella se
sentía ahogarse.
Lo primero que necesitaba eran unos jeans
nuevos, unos que incluso pudiese ponerse para el trabajo. Así que se abrió paso
entre el mar de gente, seguramente codeando a más de una señora atravesada, y
llegó a la zona de los jeans. Era gracioso como allí no había tanta gente pues
la gran mayoría de los jeans rebajados y los otros estaban mezclados y la gente
prefiera estar donde supiera que estaba lo más barato. Con paciencia, y gente
pasándole por detrás a cada rato, se puso a mirar los pantalones que había.
Pero la verdad era que ninguno le gustaba mucho y los pocos que veía con la
cintilla de rebaja estaban horribles o no eran de su talla. Sin embargo
encontró algo de ropa interior de colores, su favorita, y algunas medias pues
las que tenía daban lástima.
Se alegró al llegar a la caja y ver que su
modesta compra era más barata de lo que había pensado. Pagó y salió al frío de
la calle, donde dos corrientes de gente fluían, uno para cada lado. Era
increíble ver la cantidad de personas que podía haber juntas en un sitio. Fue
tal el impacto que Adela se quedó allí parada como tonta y solo reaccionó
cuando una mujer bajita le pegó en una pierna con su bastón. Miró a la mujer de
mala manera pero seguro ni se dio cuenta y desapareció rápidamente entre la
gente y Adela, después de masajearse el lugar atacado, decidió que era mejor
hacer lo mismo.
Era como subirse a una de esas pasarelas que
había en los aeropuertos, que se supone aceleraban la velocidad del viajero si
necesitaba conectar de uno a otro avión. En este caso no había pasarela, era
solo la tromba de gente que llevaba a Adela, casi sin sentir que caminaba. En
un momento, le dio por revisarse los bolsillos y verificar que tenía todo lo
que había traído con ella. Siempre en esos lugares había ladrones o pervertidos
o quién sabe quién. Por fin vio el siguiente almacén que pensaba visitar y
salió como pudo de entre el grupo de gente. Sintió la piernas normales de nuevo
y entró en el recinto determinada a encontrar unos jeans y algunas blusas de
las más baratas que hubiese.
Y las había. Tanto así que dos mujeres se
estaban peleando por una bonita blusa color salmón que al parecer una de ellas
había descubierto pero la otra había agarrado primero. Seguramente era la
última talla. La sección de rebajas era enorme y había mesa tras mesa tras mesa
de artículos mezclados y desordenados con cintillas de color rojo. Había de
todo allí y casi había que excavar para poder encontrar algo. Adela se puso a
la tarea y sacó bastantes cosas que se quería probar. Incluso había debajo de
las mesas unos zapatos deportivos con unos dibujos muy bonitos que le hubieran
gustado comprar, si la rebaja hubiese sido mayor.
Jeans encontró, pero ahora tocaba hacer la
fila para los probadores y parecía algo de nunca acabar. Debía ser, pensó ella,
que nadie venía a la tienda fuera de temporada pues el recinto para probarse la
ropa era muy pequeño y eso que estaba en la sección de mujeres. A los hombres
entonces les tocaría probarse los pantalones en un rincón. Era absurdo. Además
había montones de ropa que la gente se había probado y había dejado y Adela
apostaba que la gran mayoría iba a ver cosas y probárselas para al fin comprar
una o ninguna.
Pasó una hora entera cuando por fin pudo
entrar a probarse la ropa que tenía en las manos, que menos mal era mucha o
simplemente lo hubiera dejado todo y se hubiera ido. Ya con la cortina cerrada,
aprovechó y sacó del bolsito que llevaba una pequeña botella de agua. Bebió la
mitad del contenido y respiró lentamente, tratando de recuperar su compostura.
La verdad era que no se sentía bien, el tumulto le venía mal y ponerse a hacer
filas con la música electrónica a todo volumen, los gritos de la gente, los
empleados casi echándose encima de los compradores. Tuvo que dejarse caer al
piso e inhalar y exhalar con calma.
Cuando se sintió mejor, empezó a probarse la
ropa. Se demoró casi otra hora en ello porque pensó que si por fin había podido
entrar a los probadores, pues era mejor aprovechar bien el espejo que había y
elegir con inteligencia. Todas las blusas que se probó, unas cinco, decidió
llevárselas. Estaban muy baratas y prefería llevárselas de una vez y no ponerse
a pensar en otros sitios. Los jeans, de nuevo, no la convencieron. No estaban
mal pero había algo que no le gustaba. También se probó un pantalón rojo muy
bonito que le venía bien cuando saliera con sus amigas o algo así. O para
cuando fuera, ya decidiría.
La fila de la caja pasó rápido y pagó todo en
un momento. El cajero trató de convencerla de comprar algunos de los artículos
de la caja, tonterías hechas en alguna maquila asiática, pero ella se negó de
tajo, tomó su bolsa y salió de allí como alma que lleva el diablo. Afuera, se
sentía un poco mareada y tuvo que buscar un lugar donde sentarse.
Pero no había donde sentarse así que se hizo
contra una edificio por donde no pasaba nadie ni olía muy a feo, y se dejó caer
ahí. De lo que quedaba de la botellita solo se tomó la mitad. La otra mitad se
la echó por la cara, pues sentía un calor inmenso a pesar del viento de la
noche. Aparentemente se veía peor de lo que ella pensaba pues un policía, quién
sabe salido de donde, se le acercó y le preguntó si se sentía bien. Ella solo
asintió, se puso de pie como pudo y se fue caminando, como para probar que de
verdad sí estaba bien.
Pero no lo sentía así. Caminó un poco aturdida
y menos mal vio una de esas cafeterías de cadena y entró. Pidió un jugo frío y
un café caliente fuerte. También compró un pedazo de cheesecake de limón para
con lo demás. No era una compra que hubiese previsto y sabía que después
tendría que ver como hacía con sus finanzas, pero no le importaba mucho. Así no
pudiera comprar nada más, prefería dejar las bolsas a un lado y tomar el jugo
casi de un solo sorbo. El sabor frío del durazno o pera o lo que fuese se
sentía como un elixir de vida.
Cuando terminó, ella se quedó mirando la
botellita de vidrio donde había estado el jugo y recordó que desde hacía mucho
lidiaba con se problema, con sentirse a veces abrumada con la cantidad de gente
y las voces y el calor que producían. Solo pensarlo la mareaba más y por eso
tomó un poco del café, que le quemó la lengua pues todavía estaba caliente.
Probó el cheesecake pero no le puso mucho atención al sabor porque seguía
recordando tonterías.
Recordaba, por ejemplo, los varios momentos en
los que sus amigas la habían invitado a bailar a sitios, a conocer chicos y
demás, y ella en más de una ocasión se había desmayado de las maneras más
embarazosas posibles. Bueno, es que no había manera de desmayarse y que fuera
algo espectacular, siempre era raro y la primera reacción de la gente no era
tener consideración y ayudar sino siempre juzgaban primero y luego sí alguno
que sintiera algo de culpa se agachaba y la ayuda a ponerse de pie. Eso pasó
hasta que la dejaron de invitar.
Eso la había alejado mucho de una vida social
normal y por eso se la pasaba trabajando o leyendo o haciendo cosas que no
tuvieran que ver con más gente. Si acaso podía salir con sus amigas a beber
algo pero si no eran demasiados y era una cafetería como en la que estaba ahora.
Era algo triste pero decidió no sentir pesar por sí misma pues eso no se lo
podía permitir. No quería ser una víctima para nadie y mucho menos para sí
misma. Alguna manera encontraría de tener una vida más o menos normal, sin
venirse abajo por la cantidad de gente.
Entró solo una tienda más y lo hizo porque
estaba más vacía que las otras. El jean que compró ahí ni le fascinó ni le
disgustó. Estaba apenas para el trabajo. Zapatos no compró, lo haría otro día
en otro lado. Caminó por una calle solitaria hasta la avenida en la que pasaba
su bus. Allí se sentía más a gusto pero no había ni un alma para ver la triste
sonrisa que se le dibujaba en la cara.
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