Antes de poder abrir los ojos, Martina
escuchó por un momento los sonidos que la rodeaban. Había voces suaves y dulces
que flotaban en el aire. Eran personas calladas, que solo decían algo cuando
era completamente necesario. Sus voces apagadas llegaban a ella como a través
de una tela o de una gran distancia. Sentía también calor en su rostro y se
imaginaba que al abrir los ojos, abría una llama cerca de ella o una hoguera.
Sus pies, sin embargo, estaban fríos, así como el resto del cuerpo que parecía estar
lejos del fuego.
En efecto, había fuego donde estaba Martina
pero no era ninguna hoguera ni nada por el estilo: era una hornilla portatil en
la que calentaban agua. Cuando abrió los ojos, solo vio el fuego bajo la tetera
pero a ningún ser humano. Por alguna razón, no se sentía preocupada ni nada por
el estilo. Sabía que estaba segura o al menos así lo sentía. No quería moverse,
en parte porque sentía que sería un gran esfuerzo tratar de que su cuerpo
estuviese boca abajo o en cualquier otra posición. Se sentía cansada, exhausta
a decir verdad.
De repente, una sombra
entró a la tienda de campaña. Martina lo notó porque vio una abertura detrás de
la hornilla, por unos segundos. Pero quien fuera, se había movido lejos de su
rango de vista. Sin embargo, todavía sentía que estuviese allí. De hecho, al
rato sintió que se calentaban sus pies y que alguien los tocaba. Se sentía muy
bien pero al mismo tiempo era extraño no poder ver quién era que la tocaba con
tanta confianza. Si tan solo pudiese tener la agilidad normal de una mujer de
su edad. Pero Martina apenas podía moverse.
De repente, un dolor de cabeza empezó a
taladrarle el cerebro. Era un dolor punzante justo en la sien derecha, como si
algo quisiera meterse en su cuerpo por ese lado. El dolor era horrible y una
lágrima salió del ojo que tenía de ese lado. Era como si le estuviesen metiendo
clavos a la cabeza o algo peor. Martina lloró más y entonces escuchó de nuevo
una voz pero no era lejana ni calmada si no al revés, se entendía que había
urgencia en el tono en el que hablaba. Pero Martina no podía distinguir nada
por el tremendo dolor de cabeza.
Alguien más entro. Tal vez eran más de uno
pero la chica no tenía cerebro para ponerse a contar personas. Sintió luego que
la tocaban, de nuevo. Pero esta vez era la cara. Sintió algo de frío y luego un
fuerte olor que penetró su nariz y la hizo caer en un sueño profundo. Fue un
sueño muy raro. No podía decir que fuese una pesadilla pero tampoco era un
sueño común y corriente. Eran pasillos y más pasillos en un edificio blanco que
parecía estar cerca del mar. Era hermoso pero a la vez muy confuso y daba una
sensación rara, como que había algo más.
Cuando despertó, el dolor en la sien seguía
allí pero era mucho menor que antes. Esta vez abrió los ojos de una vez y vio,
por vez primera, a las personas que la habían estado ayudando. Eran mujeres, no
se veía ninguno que pareciera hombre. Eran hermosas a su manera, casi todas
mujeres mayores pero había un par que eran seguramente más jóvenes. Eran unas
seis y cabían todas en la tienda pues eran bastante pequeñas. No debían llegar
a la cintura a Martina. Si tan solo pudiese recordar en donde estaba y que
había estado haciendo.
Las mujeres se dieron cuenta de que estaba
despierta y se alejaron un poco de ella. Hablaban un idioma desconocido pero
bastante fácil de repetir, si eso quisiera uno. Sus vestimentas eran de varios
colores, y todas llevaban pulseras y collares hechos con variedad de productos
como conchas de mar y piedras preciosas. De pronto era el dolor remanente, pero
Martina pensó que eran todas ellas muy hermosas y además amables pues habían
cuidado de ella. Quiso agradecerles pero entonces las fuerzas se le fueron y
durmió de nuevo.
Esta vez, el sueño era más pacífico pero se
sentía como una prisión. Era una casita hecha de madera y cubierta de ramas de
palmera. Estaba cerca al mar, al que Martina podía caminar con facilidad. El
agua no se sentía casi, tal vez porque su cabeza estaba teniendo problemas
incluso creando sueños y demás. En todo caso se paseó por ahí, como cuando
alguien espera alguna noticia importante. El sitio era hermoso, perfecto se
podría decir, pero eso no servía de nada cuando alguien tenía semejante
preocupación encima y ese dolor persistente.
Cuando despertó de nuevo, la apertura de la
tienda estaba abierta y algunos rayos de sol entraban por ella. No era fácil
determinarlo, pero casi podía estar segura que había llovido y que el clima
seguiría así. Una gruesa nube oscura cruzó el cielo mientras ella miraba. De
pronto, sintió una manito en las suyas y, por primera vez, pudo mirar hacia
abajo, sin moverse demasiado. Era una de las pequeñas mujeres. Le sonrió y
Martina trató de hacer lo mismo. Sentía que toda expresión física le costaba
demasiada energía.
La mujercita se acercó a su rostro. Martina
pensó que le iba a hablar en su particular idioma pero lo que hizo la mujercita
fue hablar en señas. Al parecer, le estaban curando el cuerpo. Eso entendió
Martina. Según parecía, había caído de gran altura. Había una seña que no entendió
pero al parecer algo tenía que ver con la lluvia y con el miedo de la gente que
la estaba cuidando. Con esfuerzo, Martina movió la mano y tocó la de la
mujercita. Al comienzo se asustó pero pronto se dio cuenta que era un buen
gesto.
Durante los próximos días, Martina durmió
poco. Vio por la abertura como caía una lluvia torrencial y al día siguiente
como el sol brillaba como si fuera nuevo. Varias mujercitas venían cada día a
cuidar de ella. Algunas le hacían algo en los pies y las piernas. Otras le masajeaban
una mezcla verdosa en la cara y muchas solo entraban a mirarla un momento. Ella
les sonreía y ellas hacían lo mismo. Pudo determinar que habría, por lo menos,
cuarenta de ella en ese lugar. Pero seguía sin ver hombres y eso era bastante
peculiar.
Cuando por fin puso usar sus manos, trató de
hacer señas para preguntar por los hombres y para saber que le había pasado a
ella. Porque la realidad era que, aunque sabía que no pertenecía allí, era
obvio que algo había pasado para que resultara de paciente de las pequeñas
mujeres. Algo le debió pasar a Martina y por eso no recordaba nada y tenía el
cuerpo tan perjudicado. Pero lo que sea que hiciesen las mujercitas estaba
surtiendo efecto pues poco a poco podía mover las manos y la cabeza con más
agilidad y pronto también los pies.
Un buen día incluso pudieron sentarla y la
hicieron comer una fruta de color verde que tenía un sabor muy fuerte pero
reconfortante. Mientras comía, las mujercitas hacían lo mismo. Cocinaban en el
fuego donde habían calentado agua antes. Martina notó que casi no hablaban
durante esos momentos pero sí cuando estaban ayudándole a ella con los masajes
y demás cosas. Su cultura debía de ser muy interesante. Con eso, Martina
pareció recordar algo: ella estaba allí para saber más de la cultura.
Pero no sabía de la cultura de quien. Dudaba
que alguien supiese de la existencia de las mujercitas y estaba segura que ella
nunca revelaría su paradero. Y la verdad es que jamás tuvo que hacerlo. Un buen
día, se sintió tan bien que se pudo parar un rato para luego volver a sentarse.
Las mujeres la miraron con seriedad y hablaron entre ellas pero a Martina no le
dijeron nada después. Fue al día siguiente cuando ella notó que todas las mujercitas
que la habían cuidado, se habían ido. Martina pudo salir de la tienda y
verificar que todo estaba abandonado.
No había más tiendas de campaña ni rastro de
más personas o personitas por allí. Solo estaba ella. Se quedó de pie allí,
tratando de procesarlo todo y de saber que hacer. Pero no tuvo que pensar
mucho. Desde un risco escuchó un silbido y al mirar de donde provenía, varios
recuerdos se agolparon en su mente. El hombre que silbaba era su compañero Ken.
Lo saludó y pronto el resto de la expedición se reunió con Martina, quien había
desaparecido durante una tormenta hacía pocos días. Cuando le preguntaron como
había sobrevivido, les pidió que le creyeran pues tenía mucho que contarles.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario