Cuanto tuvo todo listo, Gloria contempló la
mesa con orgullo. Sin embargo, no se sentía tan contenta como en otras
ocasiones. Se había pasado prácticamente todo el fin de semana cocinando para
su familia pero no se sentía como antes, cuando ansiaba verlos comer y saber
cuales serían sus reacciones. Ahora que veía la mesa llena de fuentes y cuencos
con comida, sentía un vacío extraño en su interior. Era como si algo que
siempre había estado allí, de repente se hubiese esfumado.
Apenas sus hijos y su esposo llegaron, trató
de concentrarse en preguntar como les había ido buscando los últimos regalos
que faltaban comprar. No estaban muy contentos. Se limitaron a decir que el
centro comercial estaba lleno de gente y que casi no se podía caminar. Ella les
preguntó si habían conseguido lo que faltaba pero ninguno de ellos le dijo nada
más, cada uno yendo a un sitio distinto de la casa. La cena era por la noche y,
al parecer, no querían ver a nadie hasta entonces.
La gente empezó a llegar después de las siete.
Fue la misma Gloria quien los recibió, después de ponerse el vestido que había
comprado para la ocasión, de pelear con su marido porque él no quería vestirse
de una vez y de calentar la comida que necesitaba estar a una buena
temperatura. Fue recibiendo a amigos y familiares hasta que hubieron unas
veinte personas en la casa. Supuse que por el ruido y las voces, sus hijos y su
esposo por fin habían decido bajar a unirse a la fiesta.
La cena como tal empezó
a las nueve, la idea siendo que terminarían hacia las once. Podrían entonces
hacer una pausa, tal vez comer algo de postre y luego, después de medianoche,
los regalos podrían ser abiertos. Había al menos uno para cada uno, Gloria
había sido muy cuidadosa con ello, o al menos eso había hecho con la lista que
les había dado a su esposo y a sus hijos. Quiso ir a revisar los regalos pero
la gente le hablaba seguido a ella para pedir más comida o al ver que los demás
no parecían tan interesados.
La cena estuvo deliciosa. Todas las personas
disfrutaron cada uno de los platillos, sin importar si eran ensaladas o algún
tipo de carne. La mayoría de los invitados la felicitó por su sazón pero otros
al parecer habían decidido no decir nada. A ella le gustaba pensar que se les
había olvidado mencionarlo pero en su subconsciente sabía muy bien que no se
trataba de eso sino de que no querían agradecerle a propósito. Trataba de no
pensar en ello pero a cada rato veía algo que le indicaba que a ellos, a sus
hijos y a su esposo, no les importaba mucho nada de lo que ella hiciera.
A la hora de los regalos, la mujer casi pasa
un momento de vergüenza pues uno de los niños pequeños de una familiar casi se
queda sin regalo. Al parecer no le habían comprado el juguete para bebé que
ella había puesto en la lista. No habiendo otra opción, se hizo la que iba al
baño y entonces fue a uno de los armarios donde guardaban cosas viejas y
encontró un peluche que su hijo ya no usaba. Se lo dio al bebé sin dudarlo y
así pudo evitar un problema o eso creyó ella.
Cuando fue momento de despedirse, su hijo
mayor hizo un escandalo a propósito del peluche. Fue tan exagerado, que le
ordenó que se fuera a su cuarto, lo que causó una airada pelea con su marido
frente a los invitados que quedaban. Él había bebido demasiado y parecía estar
buscando pelea, como si en verdad quisiera enfrentarse a alguien. Ella manejó
primero lo de los invitados que quedaban, acompañándolos a la puerta y
disculpándose en nombre de su esposo.
Después de dejar la cocina limpia y ordenada,
aprovechando así un momento lejos de su borracho marido y de sus hijos, Gloria
volvió a su habitación para encontrar que su esposo se había quedado dormido
encima de la cama, sin quitarse la ropa. En otro tiempo ella le habría quitado
todo, puesto la pijama y acostado correctamente, pero esa noche simplemente no
tenía ganas de hacer nada de eso. Estaba muy cansada y de más de una manera.
Esta vez, las cosas tendrían que quedarse como eran.
Se acostó como pudo al lado del cuerpo inerte
de su esposo y, menos mal, pudo quedarse dormida casi al instante. Al fin y al
cabo estaba cansada de todo su trabajo del día. Empezó a tener un raro sueño
con un insecto gigante cuando se despertó de repente en la mitad de la
madrugada. Parecía que iba a amanecer pronto. Su esposo al parecer se había ido
a la sala y tenía puesta música a todo volumen. Ella estaba tan cansada que
solo se puso de pie para cerrar bien la puerta de su cuarto y tomar unos
tapones de oídos de su mesa de noche.
No volvió a soñar con el insecto pero sí tuvo
otro tipo de pesadilla, de esas que parecen repetirse una y otra y otra vez y
no dejan que la persona se libere de ella. Cuando despertó, estaba visiblemente
cansada, no sentía que hubiese descansado nada. Se levantó sin embargo para
hacerle el desayuno a su familia pero ninguno de ellos estaba despierto. Su
marido, de hecho, ni siquiera estaba en la casa. La sala estaba desierta.
Decidió que no se iba a preocupar y se puso, de nuevo, a cocinar. Sus hijos,
como siempre, se sentaron a la mesa sin decirle nada, ni siquiera un “Hola”.
La Navidad pasó y
también el Año Nuevo. La vida para Gloria seguía como siempre, sin cambios
demasiado pronunciados pero con ese gusto extraño que seguía insistente en su
boca y en su mente. Cada día sentía con más fuerza que había algo que no cuadraba
para nada. Era como si algo faltara pero podía ser también que había algo de
más en su vida. Era muy difícil saber que era lo que le pasaba, por lo que fue
a un psicólogo pero eso solo fue una manera de tirar el dinero.
Intentó tener relaciones sexuales con su
marido, haber si lo que le hacía falta era eso pero fue más complicado llevarlo
a cabo que pensarlo. Su marido no parecía tener el mínimo interés y ella se dio
cuenta entonces de dos cosas: lo primero era que ella tampoco tenía ganas de acostarse
con él. Lo segundo era que así no era como había sido en el pasado. Antes no
había tenido que rogar para que su esposo la tocara y eso era algo que, así no
quisiera, no le gustaba para nada.
Intentó ver si era que necesitaba mantenerse
ocupada pero tenía tanto que hacer en la casa que estuvo segura en poco tiempo
que esa no era la razón. Se la pasaba limpiando y cocinando, haciendo cosas
para los niños y para su marido, yendo de un lugar a otro, haciéndoles comprar
y recibiendo a cambio respuestas frías o desproporcionadas, como si ella
adivinara que por alguna razón a su hijo ya no le gustaba nada el amarillo y
que a su marido nunca le había gustado su carne al horno.
Un día, se encontró desviándose de su ruta
normal al supermercado para ir a un parque lejano que no conocía bien. Paró
antes de llegar para comprar algo en una tienda. Llevó la bolsita que le dieron
al parque y allí la abrió mientras miraba a la gente y a la naturaleza. Se
había comprado un galón de helado para ella sola y también una botella pequeña
de tequila. No sabía porqué pero eso era lo que había hecho y le parecía lo más
natural del mundo. No tenía deseos de volver a casa y solo quería quedarse allí
por un largo rato más, disfrutando del momento.
Cuando llegó el atardecer, Gloria se dio
cuenta de la hora y regresó a su hogar sin demora. Apenas abrió la puerta,
recibió un regaño de su marido por no recordarle una reunión del colegio de los
niños y estos se quejaban de nuevo por alguna otra cosa. Gloria, ya sin
reacción aparente, subió las escaleras, y con toda la calma del mundo, metió la
mayoría de su ropa en una gran maleta y luego la bajó, sin que ellos se dieran
cuenta, al automóvil. Estaban tan ocupados ignorándola, que no vieron cuando
subió al coche y se alejó de sus vidas para siempre.
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