Lo que caía del cielo era ceniza. El volcán
cercano había empezado su proceso de erupción. Parecía ser una montaña gentil,
como las personas que vivían a su alrededor, puesto que no había habido
erupciones sorpresivas ni ningún tipo de explosión. Sin embargo, había
despertado a todos por la noche cuando había empezado a escupir ceniza. Hacia
las diez de la mañana, el cielo parecía como si fuera mucho más tarde o, mejor
dicho, como si el tiempo no hubiera avanzado para ninguna parte.
La capa en el cielo hecha de ceniza era muy
gruesa y parecía estar atrayendo lo peor que podía suceder en ese momento: una
tormenta de fuego y piedras que podría destruir todo lo que existía y siempre
había estado ahí hacía milenios. Las personas, aunque conocían la montaña y de
lo que era capaz, habían elegido quedarse. Por extraño que pareciera, estaban
seguros que la montaña no los dañaría a ellos o al menos no de manera
permanente. No veían lo que otros sí veían a kilómetros de allí.
Varios medios, cadenas de televisión y
emisoras de radio, habían llegado al pueblo para informar a todo el mundo de lo
que allí sucedía. No era todos los días que una montaña parecía estar a punto
de causar un nivel de destrucción como ese y estaba claro que a las personas
les interesaba mucho saber de que aquellos eventos que causaban muerte y
destrucción. Las noticias alegres u optimistas no eran las que vendían más y
eso lo sabían muy bien los dueños de los varios medios que habían corrido allí
en bandada.
Se habían agolpado en el pueblo más grande de
la zona y desde allí hacían todas las tomas que querían, posaban frente a la
montaña y hacían entrevistas a todo el que estuviera dispuesto a responder
preguntas que ya todo el mundo había respondido. Exploraban la zona reportando
sobre la ceniza que seguía cayendo y las rocas incandescentes que caían de vez
en cuando destruyendo algún tejado o bicicleta mal estacionada. Eran
incansables repitiendo lo mismo una y otra y otra vez.
Sin embargo, la montaña no parecía estar muy
de acuerdo con las personas que habían venido. Solo echaba cenizas y rocas pero
no había explosión ni erupción ni nada por el estilo. Lo más cercano era cuando
volaban los drones encima de la caldera y podían observar algo de lava. Pero
esta no se movía ni salía por ninguna parte. Se consultaba a los científicos de
manera diaria, pero ellos no encontraban ninguna evidencia de que el volcán
fuera a reaccionar de manera diferente de un día para el otro. Esto causó más
problemas que si la montaña de verdad explotara de un momento a otro.
El turismo que había crecido alrededor de la
inminente destrucción de toda la zona fue amainando en los días siguientes y
cuando la ceniza dejó de surgir de la montaña, todos se fueron casi sin dejar
rastro. Los pueblos quedaron vacíos de nuevo y los campos tan calmados como
antes. Eventualmente la lluvia lavó los campos de la ceniza y las rocas
incandescentes que habían aterrizado de cuando en cuando, se habían convertido
en simples piedras inertes que en la mayoría de los casos solo estorbaban.
Los últimos en salir de la zona fueron los
científicos, que quisieron quedarse más tiempo para verificar el estado de la
montaña. Algunos estuvieron allí incluso dos semanas más pero no encontraron
nada que indicara que la montaña se iba a comportar de forma violenta. Hicieron
estudios exhaustivos y utilizaron una gran cantidad de máquinas, trabajando día
y noche. Sin embargo, no encontraron nada y terminaron por irse como todos los
demás, dejando al pueblo tan alejado como antes.
Después de todo el revuelo, las personas de la
región volvieron a sus campos y a sus animales, a cuidar de todo y a aprovechar
la fertilidad que la ceniza había traído después de ser absorbida por el suelo.
Las flores y los frutos crecieron de forma espectacular durante la siguiente
temporada y todos, incluso los más pobres de entre ellos, pudieron comer como
nunca antes lo habían hecho. Esto, por supuesto, nunca llegó a las noticias. No
era de interés de la gente de lejos que otros vivieran bien.
En una ceremonia después de la cosecha se
honró a los espíritus de la montaña y a aquellos que vivían dentro del volcán.
Por muchos años se les había honrado con ofrendas de distintos tipos pero esta
era la primera vez que de verdad podían agradecer a la naturaleza por darles tanto.
Es que habían podido comerciar de verdad, vender sus productos en sitios
lejanos y ganar dinero para invertirlo en la región. Como lo habían hecho ellos
mismos, no habían tenido que depender de los políticos y sus mentiras de turno.
Sin embargo, vivir a la sombra de semejante
gigante era algo que no se podía predecir ni entender por completo si no se
vivía en el lugar por mucho tiempo. A veces la montaña se comportaba de manera
reacia con los vecinos y otras veces podía ser muy generosa. Ellos habían comprendido
que era una criatura viva y era así que se lo explicaban a otros, muchos de los
cuales no creían ni una sola palabra pero les parecía “bonito” que los
campesinos pensaran así acerca de un volcán que para muchos en el planeta no
era nada más sino un destructor en potencia.
Así siguieron las cosas hasta que un día los
campesinos empezaron a notar algunos cambios en su entorno. Todo parecía haber
cambiado en pocos días y la respuesta de quienes vivían allí era simplemente
dejar de trabajar de manera tan intensiva el campo. En algunos sitios
encontraron rajas en el suelo y en otros fumarolas que exhalaban un olor
podrido que provenía del mismísimo centro del volcán. Cuando el olor fue
demasiado para la mayoría, las personas solo empezaron a irse de la región.
Pronto, no hubo nadie o casi en esas tierras.
Los últimos que se quedaron fueron los más ancianos, los que sabían lo que iba
a ocurrir y simplemente no les importaba. A ellos les daba igual que pasase una
cosa o la otra, puesto que ya estaban listos para la siguiente etapa de sus
vidas. Nadie los visitó cuando la región se vació de gente, nadie informó
acerca de los extraños sucesos que allí tenían lugar. Nadie dio aviso cuando
las personas se fueron ni cuando los ancianos trabajaron solo por meses.
Un día, el cielo se volvió negro y el volcán
explotó con una violencia inusitada. Rocas, cenizas, el campo mismo y las
personas volaron por todos lados. Los que habían sido los costados de la
montaña ahora eran ríos de lava y la gruesa ceniza ocultó todo lo que había
existido allí. Por casi un día entero, todo fue un infierno y no hubo nada que
recordara la hermosa región de campos de colores y de vastos cultivos que
alguna vez había existido allí. Eso se había terminado para siempre, o al menos
eso parecía.
Todo terminó para cuando los medios por fin
llegaron a reportar lo sucedido. Lo único que pudieron mostrar fueron los
campos calcinados y la lava ya endurecida bajo el sol de la mañana. Toda la
zona había quedado destruida, tanto los pueblos como los campos. Al comienzo se
reportó que la mayoría de habitantes había muerto por culpa de la explosión de
la montaña, pero con el tiempo se pudo verificar que no estaban allí ni una
cuarta parte de los cuerpos que deberían haber sido encontrados.
Nunca se encontraron a las demás personas que
habían vivido allí tantos años. Era como si se hubieran desvanecido de un
momento de a otro, por arte de magia o de los muchos ritos que allí habían
practicado por tantos años. Muchos buscaron y buscaron pero nunca encontraron
nada.
La montaña, eventualmente, se curó a si misma
y a los campos alrededor. Ninguna destrucción de ese tipo se da así no más, sin
razón o consecuencias. Algún día, volvería a ser un lugar del cual estar
orgulloso y donde poder vivir una vida feliz. Pero había que esperar, como
antes otros lo habían hecho.
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