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lunes, 5 de enero de 2015

Quesos

Hay miles de tipos, de variaciones, de sabores y aromas. Y Olga los quería conocer todos, todos los quesos que hubiera. Desde joven, le había fascinado la comida y ahora le apasionaban los quesos. La razón era sencilla: un joven bastante guapo estaba cortando un nuevo tipo de queso en el supermercado y ella lo contempló cortando y probando, como si fuera un delicioso nuevo vino. La manera en que lo probó, su expresión y el simple olor del producto, la atrajeron de tal manera que se obsesionó al instante.

Fue así que, cada fin de semana, visitaba una granja en la que fabricaran queso. Normalmente eran a base de leche de vaca, así que las variaciones en sabor dependían de la producción, si era artesanal o hecha en una cadena de producción y cuanto tiempo dejaban que madurara.

Pronto, Olga quiso más. Así que, después de una ardua investigación en internet, planificó para sus próximas vacaciones un tour por Europa, visitando varias regiones y probando todo el queso que pudiese. También tendría tiempo de visitar varios monumentos famosos y, ojalá, de conocer amantes de la comida como ella.

Olga organizó todo en su vida alrededor del viaje: adelantó todo el trabajo que pudo en su puesto de contadora pública, encargó a su gato bigotes a la vecina de más confianza y pidió a la oficina de correos guardar su correspondencia en un buzón y no llevarlo a su casa.

La primera parada era, como era natural, París. La ciudad luz era hermosa o al menos así la veía Olga que desde el primer momento estuvo fascinada con todo, incluso ignorando aquellos detalles no tan glamorosos de la capital francesa. Ese día solo se ajustó al nuevo horario y dio una vuelta por el vecindario del hotel, que era muy bonito aunque bastante solitario.

Al otro día asistió a su primer evento: una cata de camembert, hecho artesanal en la ciudad de Orléans. Todo estaba organizado a la perfección y por primera vez pudo ver como los profesionales hacían su trabajo: para Olga eso era lo último, lo mejor, lo más destacable de la habilidad humana para apreciar su propio mundo.

Y, no sobra decirlo, el queso estaba delicioso, justo como debería de ser. Comió varios pedazos y a la vez recorrió la sala pero, con algo de tristeza, vio que la mayoría de las personas no estaban interesados en los demás sino en el queso. Cuando vio como una mujer reía y se tomaba fotos con los profesionales, fue la expresión más alegre desde que había llegado. Olga comió un poco más y luego se fue a su hotel a descansar.

Tuvo dos días más en París. Al siguiente fue a un evento para el lanzamiento de un nuevo queso crema, que era simplemente majestuoso, y al salir planeó subir a la Torre Eiffel. Pero la fila era tal que seguramente no ascendería nunca o al menos no hasta la noche, si es que lo permitían. Olga dejó ir su deseo de ver París desde lo alto y decidió mejor pasear por el centro de la ciudad y tomar fotos.

Al otro día, pasó la mañana en el Louvre y comió algo en la cafetería que allí había antes de salir al hotel a recoger su maleta para viajar a Holanda en tren. Cuando llegó, tuvo problemas en el hotel pero los solucionó rápido. No había mucho tiempo que perder ya que tenía una cata esa misma noche.

Cuando llegó, ya todos estaban probando un gouda de fuerte sabor. Se había perdido los comentarios de los profesionales pero pudo verificar por si misma lo delicioso del producto.

De pronto, la saludó una cara conocida: era la mujer risueña de París. La había visto también en el evento del queso crema, pero esa vez fue por un momento ya que ella estaba rodeada de gente y Olga quería visitar la torre.

En esta ocasión, Olga la saludó y la mujer, llamada Victoria, empezó a hablar de cómo había llegado allí: ella no estaba sola ni tenía gatos, era su marido, indirectamente, quien la había dirigido al queso. El hombre era intolerante a todo tipo de lactosa y esa natural aversion﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ al queso. El hombre era intolerante a todo tipo de lactosa y esa natural aversi de gente y Olga querdl salir planeón por los productos lácteos hizo que su esposa tomara un interés en ello, por el simple hecho de que su esposo detestaba tanto quesos como yogures y leches.

Y así había decidido hacer el tour, dejando a él peleando solo en casa, amargado consigo mismo como siempre. Victoria le preguntó a Olga sobre sus razones y ella le explicó, algo apenada, que adoraba la comida y gracias a un impulsador de supermercado, había descubierto su gusto por el queso.

La mujer parecía muy optimista, ya que sonrió mientras Olga hablaba y al final, pareciendo ignorar todo, le propuso a Olga que fueran, al día siguiente, al museo de Ana Frank. Dijo que nadie más deseaba ir con ella así que podrían hacer del día siguiente un día exclusivo para mujeres.

Y así fue. Olga no tuvo como negarse y Victoria estaba demasiado entusiasmada con la idea para oír un “no” como respuesta. Al otro día visitaron el museo y comentaron todos los cuadros juntas, como discutiendo. Olga siempre había imaginado que así sería tener una amiga a su edad pero jamás había encontrado quien. Lo más cercano era la anciana que era su vecina pero ella no parecía interesada en ir a museos o conciertos.

Mientras comían en un pequeño café de una adorable placita, hablaron sobre los eventos a los que habían asistido. A pesar de que las dos no tenían los mismos gustos, entendían el punto de vista de la otra mujer y rápidamente empezaron a intercambiar anécdotas no solo de quesos y otros lácteos sino de cocina e, incluso, de hombres.

Victoria parecía saber bastante del asunto y encontraba extraño que Olga jamás se hubiera casado. Pero no la acosó con el tema ni se burló de ninguna manera. Solo le confesó que Olga le parecía bastante simpática a pesar de lo tímida y le aconsejó cambiar algo de su guardarropa para resultar más atractiva, si eso deseaba.

Al otro día las dos mujeres estuvieron listas para viajar a Alemania, más precisamente a la ciudad de Múnich. Allí probaron el “erdapfelkäse”, un queso cremoso mezclado con cebolla y pimientos. Lo probaron sobre bagels y otros panes: era delicioso, simplemente ideal. Fue el evento en el que más participó Olga, incluso ganando un concurso de preguntas sobre quesos que había propuesto uno de los organizadores. Gano una cajita de queso alemán que recibió alegre y con vítores de su nueva amiga.

En Múnich pasaron uno de los mejores días, paseando por calles antiguas y tomando tal vez demasiada cerveza alemana. De pronto fue a causa del alcohol que Olga le confesó a Victoria que hacía años había existido un hombre con el que ella hubiera podido casarse pero nada sucedió porque él la había engañado y no solo una vez. Su decepción fue tal que nunca más quiso intentar de nuevo y decidió permanecer soltera.

Victoria lloró al oír la historia. Era una mujer pasional, llena de sentimientos e ideas. Tomó las manos de su nueva amiga y le dijo, con toda sinceridad, que los hombres eran un asco. Incluso su esposo, que casi siempre era soportable, podía ser un dolor de cabeza. Le propuso que el viaje sería la oportunidad de ambas de alejarse de sus vidas en casa y de disfrutar la vida.

Fue así como las dos mujeres siguieron el tour, juntas, compartiendo habitaciones y paseos al museo, comidas y catas de queso y de otros productos. El siguiente punto de parada fue Milán, donde probaron un queso de cabra bastante particular, añejado demasiado, para el gusto de ambas mujeres.

Después llegaron a Praga y allí probaron queso de oveja y aunque la experiencia con este antes había sido mala para Olga, los checos aparentemente sabían muy bien como hacer sus quesos. La ciudad, además, era perfecta para pasear y conocer caminando. Las dos mujeres incluso atrajeron la atención de dos hombres en un parque, que les lanzaron piropos en su idioma y las alabaron sin parar.

La última parada era Grecia, donde probaron mucho yogur de todos los sabores y disfrutar del mar y sus frutos. El fantástico viaje terminó en el aeropuerto de Atenas, donde las dos mujeres se separaron con un abrazo y prometieron estar en contacto constante.

Al llega a casa, ya con Bigotes merodeando por todos lados, Olga sacó de su equipaje el queso alemán y recordó entonces a su amiga de viaje. Entonces recibió una llamada y era Victoria, que quería saber como había estado su viaje. Hablaron un par de horas, riendo y planeando, hasta que tuvieron que cortar por solicitud del marido de Victoria.

Desde ese momento algo cambió en Olga y ella estuvo segura que de ahora en adelante todo sería mejor, más que nunca.