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viernes, 31 de octubre de 2014

Magma

 Y estando en París, tan lejos de su hogar, Fernando se dio cuenta de cuanto lo extrañaba, en especial a su madre y su padre e incluso a el torbellino que era su hermano menor.

Claro que no se arrepentía de haber venido a estudiar lo que quería y, además, conocer una de las ciudades más famosas del mundo. Pero igual los extrañaba y hubiera querido estar con ellos en ciertos momentos, como cuando iba a pasear por hermosos jardines o cuando veía cosas en vitrinas que seguro ellos adorarían.

Había llegado a la ciudad al final del verano y ya habían pasado casi cuatro meses desde eso. Navidad estaba a la vuelta de la esquina y el clima era tan frío que ya se le había vuelto una costumbre vestir bufanda, abrigo y guantes. No le gustaba mucho aquello de estar tan abrigado pero era eso o literalmente congelarse en el camino a la universidad.

Le habían dado casi un mes de receso y Fernando pensaba aprovecharlo al máximo. Aunque muchos de sus compañeros habían decidido volver a su país o a sus pueblos y otros más iban de paseo a países cercanos, él había decidido que no conocía bien París todavía y quería aprovechar el receso para ello.

Pero había otra razón. Fernando era homosexual y quería aprovechar su estadía en un país más liberal para conocer gente y tal vez experimentar una que otra cosa. Al fin y al cabo tenía 23 años, la edad ideal para ver lo que la vida puede ofrecer.

Fue así como cada día salía a caminar. Miraba el mapa del metro, elegía una estación en una zona interesante y tomaba el tren hacia ese punto. Después caminaba bastante y por la noche volvía exhausto pero contento a su casa.

En una de sus salidas, caminó por un barrio bastante extraño. Se veían autos estacionados en la calle y muchos edificios pero no había ni un alma por ningún lado. Era un lugar casi desolado y eso que no era ni muy temprano ni muy tarde.

Caminó y caminó hasta entrar a una callejuela para salir a una avenida del otro lado pero allí escuchó una música a lo lejos y la reconoció como música de su país. Se detuvo a escuchar e imaginó que seguramente sería alguien bailando en su cuarto o algo parecido, tal vez con la misma añoranza que a veces invadía a Fernando.

Pero no. Cuando el chico iba por la mitad de la callejuela, se dio cuenta que la música venía de un café tipo "pub". Sobre la puerta ponía "Magma" en letras rojas con borde naranja. Y, algo aburrido del paseo de hoy, Fernando decidió entrar pensando en la música y en que, de paso, podría comer algo.

El lugar estaba un poco más bajo que la calle y no era muy grande. Afortunadamente estaba bien iluminado y no olía a cigarrillo ni nada parecido. La música seguía mientras una joven se le acercaba a Fernando con la carta. Le habló en español al instante y tuvieron una conversación amena, intercambiando puntos de vista y demás. Al final, Fernando escogió algo de comer y ella le dijo que no demoraría.

La verdad fue que sí demoró pero Fernando no tenía nada que hacer así que no le importaba. Sacó su celular para revisar sus cosas pero algo lo distrajo: entraba un grupo de jóvenes y en el grupo había un muchacho bastante guapo. Fernando lo miró por un momento pero dejó de hacerlo cuando por fin llegó su comida.

El grupo se hizo cerca de él: eran dos parejas, una chica sola y dos chicos solos, entre esos el que Fernando había mirado. Miró a los demás y, sobre todo, al chico que hablaba más con el guapo. Era bastante simpatico también pero no tan evidentemente atractivo. El chico que Fernando había visto parecía modelo de perfume.

Fernando siguió comiendo y la chica le ofreció una cerveza de su país, la que él acepto sin dudarlo.

Pasados unos minutos, el sitio estaba casi lleno y el volumen de la música había subido. Fernando terminó de comer y se dedicó a tomar su cerveza mientras veía como una pareja de otra mesa se levantaba para comenzar a bailar. Lo hacían muy bien y todos los aplaudieron y más se unieron a ellos, empezando por las parejas del grupo que Fernando había detallado.

Él había empezado de nuevo a mirar al chico guapo cuando la joven que estaba sola en ese grupo se le había acercado para pedirle que bailaran. Fernando aceptó y bailaron dos canciones completas. El dolor de piernas era bastante ahora y veía que ya era tarde. Le agradeció a la chica por el baile, pagó su comida y salió del lugar. Cuando había llegado a la avenida, se dio cuenta que lo llamaban diciéndole "Bailarín!".

Pero no era el chico guapo, que él por un momento pensó, sino el chico que estaba con él en la mesa. Se le acercó trotando y le entregó la bufanda. La había dejado en su puesto. Fernando le agradeció. El chico entonces le dijo que él era francés pero que algunos de sus amigos eran extranjeros y le gustaba la música aunque estaba cansado por el trabajo.

Fernando, extrañado que alguien se le acercara así no más a hablarle, le dijo que él también estaba cansado y por eso había salido. Decidieron caminar juntos a la estación del metro y hablaron mucho en el camino. Fernando le preguntó incluso por el chico guapo y el otro rió. Dijo que siempre la gente miraba mucho a su amigo pero que él solo estaba interesado en sí mismo. Aunque lo quería mucho porque se conocían de la niñez, sabía que era un poco egocéntrico.

Cuando llegaron a la estación, Fernando le preguntó al chico donde vivía y se dieron cuenta de que no había ni tres calles entre sus hogares. Tomaron entonces el tren y hablaron de sus vidas y sus gustos en el camino. Resultó que el chico era bastante simpático y muy interesante.

Fernando vivía más cerca a la estación por lo que se debía despedir primero pero en vez de eso decidió arriesgarse: invitó al otro chico a tomar una cerveza y seguir hablando.

Ese día Fernando realizó una de las fantasías que quería cumplir en París pero, sin saberlo, había conocido a una persona que le enseñaría mucho en poco tiempo.

Por esto, casi diez años después cuando Fer volvió a la ciudad por placer, buscó el Magma de nuevo e invitó a su esposo a bailar allí y le contó la historia del chico que había conocido hacía tanto tiempo. Y le gustaba recordarlo todo ya que en ese momento descubrió que la vida tenía, algunas veces, buenas sorpresas para todos.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Solo

Que pereza da levantarse. No quiero... La cama está calientita y huele muy rico. Es como tener un nido especial para mi solo y no pretendo compartirlo con nadie nunca. Sonrío al pensarlo pero esto hace que se me abran los ojos y note que ya es de día. De hecho, parece ser mediodía.

Con cara de aburrido, pongo los dos pies en el suelo y me limpio un poco la cara, tratando de quitarme los últimos trazos de sueño que tengo en el cuerpo. Estiro los brazos y me pongo de pie.

Como siempre, bajo a la cocina y me sirvo algo de jugo de naranja. Miro hacia la sala de estar y veo que no hay nadie. Olvidé ver si mamá ya está despierta. Debe estar cansada después del día de ayer...
Saco algo de pan de la alacena y me hago un sándwich con jamón y queso.

Lo llevo todo a la sala y enciendo el televisor pero el aparato no capta ninguna señal. Deben ser esos idiotas del servicio de televisión que a cada rato estropean la señal, disque arreglando redes y cosas de esas.

Apago el aparato y como mi desayuno en silencio. Mi madre todavía no baja de su cuarto y estoy aburrido. Subo a mi cuarto, después de lavar la loza, y abro el computador portátil. El aparato no recibe señal de internet y decido apagarlo antes de gastar la batería.

No es tan poco común que no funcione ni el internet ni la televisión. Cojo el teléfono de mi cuarto y confirmo que tampoco funciona. Siendo la misma empresa la encargada de proveer todos esos servicios, ya ha pasado en varias ocasiones que todo se daña y hay que esperar varios días para que se restablezca el servicio.

Salgo de mi cuarto y decido bañarme. Al menos el agua parece funcionar correctamente pero no así el calentador. Como el clima no es tan frío como otros días, me ducho rápidamente con agua bastante fría. Esto me ayuda a despertar aún más y a empezar a planear el día.

Mi padre y mis hermanos deben estar en sus trabajos. Yo, como independiente, no tengo que ir a ninguna parte y por eso comparto mis días con mamá. Eso hasta que tenga algo de dinero pero eso todavía parece estar lejos de ocurrir.

Pensando en mamá, le hago un sándwich igual al mío y le sirvo jugo. Se lo subo al cuarto, ya que no tiene sentido bajar a mirar un aparato inerte.

Cuando llego a su cuarto me encuentro con la sorpresa de ver la cama tendida y el cuarto completamente vacío. No se está bañando ni cambiando. Bajo con la comida y me dedico a revisar toda la casa: no hay nadie. Estoy solo.

Esto ya es extraño: mi madre nunca sale por las mañanas y menos sin avisar. Trato de recordar si ha mencionado alguna cita médica o algo por el estilo pero no puedo recordar que haya mencionado nada parecido.

Mi teléfono celular tampoco sirve correctamente y esto ya me pone nervioso: esa señal nada tiene que ver con las demás. Se habrá ido la luz en todo el país, o algo por el estilo? Lo mejor es averiguar más.

Me pongo una chaqueta, cojo las llaves de la casa y salgo a la calle, a ver si en algún lado puedo averiguar algo.

Todo parece un cuento de terror: en la avenida frente a la casa, normalmente con un alto tráfico de vehículos, no hay nada. Solo, a lo lejos, veo un automóvil parqueado en el carril central pero no parece que haya nadie adentro.

Camino a las tiendas cercanas y casi todas están cerradas y las que no lo están, están desiertas. No parece haber un ser humano en ningún lado.

Esta vez casi troto para cruzar algunas cuadras y llegar a una gran manzana de edificios de oficinas, normalmente atestados de gente a estas horas, yendo y viniendo de almorzar. Pero ahora no hay nadie. De hecho, parece que ni siquiera funciona la electricidad. Hay algo de basura por todas partes pero parece ser traída por el viento y no por ningún ser humano.

Me siento a descansar ya que el trote me ha dejado sin aliento. Que es lo que pasa? Donde están todos? Que pasó?

Lo único que se me ocurre es revisar donde puede estar mi familia. Cerca hay un pequeño automóvil azul. Veo por la ventana que tiene las llaves puestas. Sin contemplaciones, rompo el vidrio con el codo y entro al coche. Es una situación de emergencia y no creo que nadie me culpe por hacer esto y muchos menos sin tener licencia para conducir.

Como puedo, llego al trabajo de mi hermana y luego al colegio de mi hermano. Ambos lugares están desiertos. Decido dejar para lo último la oficina de mi padre, ubicada en el centro. Allí cerca está la sede del gobierno y si alguien sabe algo seguro estará allí.

Dejo el automóvil en la plaza principal, luego de meterme por un par de calles peatonales y de golpear un conjunto de botes de basura. Como esperaba, tampoco hay nadie en este lugar. En todo el edificio donde trabaja mi padre no hay un alma y los papeles vuelan un poco por todos lados, ya libres.

No hay nada más que hacer. Me subo por las rejas del palacio presidencial y, para mi sorpresa, no suena ninguna alarma ni pasa nada. Camino como puedo hasta la puerta principal, abierta de par en par y empiezo a imaginarme donde podría esconderse la gente de haber sido un evento catastrófico. Seguramente, bajo tierra.

Ya había estado en el edificio cuando pequeño, en una de esas salidas escolares, y nos habían contado que existía un bunker para eventos como explosiones nucleares o ataques terroristas. Tratando de recordar en donde me habían mencionado esto, camino por todos lados sin tener éxito.

De repente, eso ya no importa. El cielo se ha oscurecido y parece como si la noche hubiese llegado de golpe. Miro por una de las ventanas de un largo pasillo decorado con viejas pinturas y afuera, en el cielo, veo algo que me quita las fuerzas, casi al instante.

La nube que ha oscurecido todo no es natural: es roja, del color de la sangre. Y de ella, parece salir algo o alguien.
De golpe, me empieza a sangrar la nariz y me siento algo débil, por lo que me dejo caer arrodillado.

Lo último que recuerdo es un horrible sonido, fuerte y agudo, que me arrulla hasta dormirme.