El perro dejaba las marcas de sus patas en
la playa pero se iban borrando tan pronto pisaba. El arena estaba muy húmeda en
esa zona y nada duraba allí, ni siquiera las plantas, que habían decidido
retirarse a la zona más alta de la playa. La textura hacía parecer que ya no
fuera arena sino que fuese una especie de lodo pegajoso pero el perro casi no
lo notaba pues avanzaba a paso lento pero seguro por la franja costera.
El pobre animal había estado caminando por
días y por eso las ganas y la energía para trotar habían dejado su cuerpo hacía
mucho. El agua sabía extraño por esas partes así que también estaba algo
deshidratado pero de todas maneras seguía caminando, seguro de que sus patas lo
llevarían al lugar al que quería ir. Lo que hacía era seguir su instinto y ese
campo electromagnético que todos los seres vivos sienten que los atrae a
ciertos lugares y que los repele de otros. Él no lo entendía pero de todas
maneras hacía lo que tenía que hacer.
De repente de la arena salió un cangrejo. Era
grande y había quedado quieto al ver al perro. Sus pinzas se abrían y cerraban
despacio y producía algo de espuma en su boca. Parecía pensar en algo. El perro
solo lo miraba. Le hubiese gustado ladrarle o perseguirlo o hacer algo más que
no fuese quedársele mirando como un tonto pero sabía que llevaría las perder
así pudiera hace cualquier de esas cosas. No estaba en condiciones para pelear
con nadie, sobre todo si ese alguien tenía armas incorporadas.
El cangrejo finalmente se movió a un lado,
como si tuviera intenciones de meterse al mar, pero lo que hizo fue dar una
vuelta cerrada y caminar en la dirección que el perro estaba siguiendo.
Entendiendo que tenía que continuar, el perro siguió al cangrejo por un largo
tiempo. Tanto tiempo fue que la noche se acercaba, con la tarde tiñéndose de un
rojo absoluto que reinaba el mundo desde hacía un buen tiempo.
Caminaron más, hasta que el frescor de la
noche llegó y todo pareció estar incluso más calmado que antes. Eso sí, las
noches no eran como antes cuando los insectos hacían conciertos por aquí y por
allá, alegrando cada jardín y cada espacio salvaje con sus canciones. Ya no
había muchos insectos y los que quedaban no eran del tipo que cantaban, más
bien del tipo que comían carne en descomposición.
Cuando la luna empezó a iluminar el paisaje
costero, el cangrejo por fin se detuvo y el perro se le acercó. La criatura
marina no lo atacó, solo se retiro por fin al mar, dejando que las suaves olas
lo fueran envolviendo hasta que fuese arrastrado al fondo. Cuando el perro no
lo vio más, se dio cuenta de dónde estaba: la desembocadura de un riachuelo,
una fuente de agua dulce que no había visto en varios días.
El perro se acercó con cuidado, bajando una
pequeña pendiente que daba al río como tal. Bueno, río no era porque era casi
un hilo de agua el que podía llegar hasta el mar, pero era más que suficiente
para beber y recuperar fuerzas. El perro bebió y bebió sin cansarse, ingiriendo
toda la cantidad de liquido que su cuerpo pudiese aguantar. Cuando por fin se
sintió satisfecho, mucho tiempo después de que el cangrejo desapareciera, se
echó en la parte superior de la pendiente y durmió a pierna suelta, cansado de
un viaje demasiado largo.
Soñó imágenes borrosas, unas tras otras, pero
lo que sí oía con completa definición eran los sonidos y las voces que había en
los sueños. Y se despertó de golpe cuando volvió a escuchar la voz de su amo.
Apenas abrió los ojos, miró a un lado y otro, como buscándolo. Incluso utilizó
su olfato para asegurarse que todo había sido un sueño. Se echó de nuevo sobre
la arena, deprimido y adolorido en más de una forma. Extrañaba de sobre manera
a su amo, que no veía desde hacía mucho tiempo. Lo más probable es que nunca lo
encontrara pero valía la pena buscarlo.
Se quedó dormido una vez más Ya no soñó más nada y pudo descansar su
cuerpo y su mente para en verdad estar en paz consigo mismo. Era la única
manera de continuar su viaje. Al otro día, lo despertó el agua que lo salpicaba
en la cara: el riachuelo ahora sí era un río y amenazaba con llevárselo si no
se levantaba. Lo bueno, era que por alguna razón se había acostado del lado
opuesto al que había llegado. Si no lo hubiera hecho así, seguro hubiera tenido
que buscar tierra adentro por algún cruce sobre el agua.
Se dio cuenta que el río tenía ahora un color
marrón desagradable y que ya no parecía muy bueno para beber de él. El agua
además arrastraba al mar pedazos de troncos, hojas y otros objetos que parecían
hechos por humanos, Se quedó mirando el raro espectáculo hasta que se dio cuenta
que el río crecería aún más, a juzgar por el olor del ambiente que denotaba una
tormenta acercándose. Como no quería mojarse ni estar allí para más agua
marrón, emprendió su camino por la costa de nuevo.
En efecto, las gotas empezaron a caer suavemente
después de algunas horas de viaje. No caían con fuerza sino con insistencia,
como anunciando la tormenta que se iba a desprender en cualquier momento. El
perro miró a un lado de la playa y vio que la vegetación era allí más salvaje
de del otro lado del río. Seguramente lo mejor era cruzar por ese paraje en vez
de quedarse en la playa donde no habría donde resguardarse cuando la tormenta
decidiese llegar con vientos, lluvia y demás.
Pisar pasto y musgo era agradable para sus
patas, era como flotar. Pero también había lodo y residuos de lo que hacía
tiempo había sido la civilización. En efecto, después de caminar un poco más,
se cruzó con un pueblo fantasma. La verdad era que no se había cruzado con
ninguna población desde que había salido de la suya en busca del mar. Después
de todo, recordaba que su amo poseía otra casa cerca de la playa pero no
recordaba exactamente en dónde. Por eso ahora recorría la playa, tratando de
recordar donde era para así llegar a esa casa y de pronto reunirse con su amo.
Pero ese pueblo no tenía nada que ver con la
casa de playa que buscaba. Era un lugar casi destruido, con pocas estructuras
todavía de pie. La severidad de las tormentas recientes se podía ver allí:
muros completamente destruidos, vegetación por todos lados y causante de parte
de la destrucción y casi nada de vida fuera de las plantas. El perro pudo
notar, sin embargo, que había un nido en un rincón de una de las casas pero no
había huevos ni ave ni nada. Lo que había era una rata muerta y otra que se la
estaba comiendo.
Si hubiese tenido energía, se hubiese comido a
la rata. Pero el perro cada día se sentía peor, el cuerpo le pesaba como si
llevara una carga demasiado pesada para su demacrado cuerpo y comer un animal
que posiblemente estaba más enfermo que él no le llamaba mucho la atención.
Además había recargado algo sus baterías con el agua del riachuelo. De hecho
aprovechó estar en eso lugar tan horrible para orinar sobre unas plantas y así
ayudar a su crecimiento, si es que eso todavía era posible.
Cuando pasó el pueblo, llegó a una carretera.
El asfalto era de esas cosas que los seres humanos habían inventado que no se
borraba con nada y menos aún estando la memoria de su existencia tan fresca.
Fue allí, viendo las borradas líneas en el suelo negro y un letrero caído en el
suelo que el perro se dio cuenta que estaba cerca de su destino.
Fue entonces que empezó a correr como loco,
sin importarle el dolor y lo mucho que cada paso le cobraba a su cuerpo. El
dolor iba en aumento pero a él ya no le importaba nada más porque sabía que ya
no había tiempo para nada. Al fin y al cabo su pelaje estaba lleno de parches y
no podía comer así quisiera. Así que solo corrió y corrió hasta que de nuevo el
mundo se tiñó de rojo con el atardecer.
Fue entonces que por fin encontró la casa que
tanto había buscado. La entrada para él seguía allí y estaba abierta. Era
pequeña así que la recorrió en poco tiempo pero fue entonces que se dio cuenta
que su amo no estaba allí y que posiblemente su destino ahora fuese el mismo
que el de él.
Lo mejor, pensó, era echarse a descansar en la
cama sobre la que se había acostado tantas veces desde que era cachorro. Allí
había aprendido varias cosas sobre los seres humanos, sus locuras y
genialidades, pero sobre todo sus ganas de querer y de ser lo mejores posible
cada día. El perro olfateó por última vez el olor de su amo y cerró los ojos
para dormir por siempre.